Avanzaba hundiendo los pies en la fresca nieve.
Entre sus petates cargaba un paquete. Atrás quedaba el antiguo cementerio y ante él se abrían los minaretes que daban acceso a la entrada de la ciudad.
Notó como el aire se volvía denso, como una gruesa capa de humedad.
No le dio mayor importancia.
El paquete era lo importante. Y el pago, por supuesto.
Avanzó saludando a los guardias con un leve gesto de cabeza los cuales con amabilidad le indicaron las normas de la ciudad.
Ni armas desenvainadas, ni conjuros, ni actos hostiles.. Lo típico que cualquier ciudad o pueblucho anhela.
Las caravanas dejaban a mercaderes charlando entre ellos de la tranquilidad de la zona, de la calma desde hacía años en la que los trasgos parecían mantenerse lejos de los muros de la ciudad.
Hablaban de rumores de grandes bestias, de criaturas fantásticas merodeando la ciudad, historias de ángeles orando, de demonios negociando,…
Historias. – Pensó el mensajero mientras dejaba atrás las caravanas de carromatos y se adentraba en el núcleo de la ciudad.
La gente iba y venía.
Los huertos prosperaban incluso ante la supuesta inclemencia del lugar.
Desde luego se respiraba quietud y tranquilidad.
Quizás era un pueblo demasiado alejado de todo. No parecían saber nada de Gnolls, ni de asesinos, ni de los extraños sucesos en la cercana Eterlund.
El mensajero se paró ante las puertas del Cabildo, se presentó a los guardias que el dieron acceso y se acercó al Alcalde, quien se afanaba en cotejar un mapa de la zona.
- Traigo un paquete desde Nevesmortas. De la Casa de Arlheza.
El Alcalde levantó la vista mirando confuso al mensajero.
- ¿De la casa de…? ¡Ah, por supuesto! Excelente, jovencito. – Sacó un saco de monedas de uno de los cajones y se lo tendió. – Ve a tomar algo caliente a la posada, muchacho. Seguro que ha sido un viaje largo y helado. Descansa. Eres bien recibido aquí.
Con un gesto de agradecimiento el mensajero cogió la bolsa y salió del Cabildo.
La mañana era fresca, el sol brillaba y sin duda había sido una noche larga y fría.
Si, quizás merecía la pena pasar unos días de descanso.