"Autobiografía" - Por Antuan Centurio

Los trovadores de la región narran la historia de sus héroes. (Historias escritas por los jugadores)

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PonyAmistoso
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"Autobiografía" - Por Antuan Centurio

Mensaje por PonyAmistoso »

Mi vida ha estado llena de momentos interesantes y, siendo sincero, localizados en un punto muy concreto en el tiempo. Me refiero, por supuesto, a mi estancia en la villa norteña de Nevesmortas, localizada en la Marca Argéntea, lugar de renombre por su menos que amigable fauna autóctona pero que, en última instancia, acabaría por apreciar. Sin embargo, me adelanto a los acontecimientos. Comencemos por el principio.

Llegué a Nevesmortas en la flor de mi juventud, impulsado por una mezcla entre curiosidad infantil (la cual, para desgracia de mi integridad física, jamás logré superar) y ambición propia de ese período en la vida humana. Gracias a rumores que llegaron a mis oídos por medio de mi ahora difunto tío, muy dado a recibir información (de utilidad singularmente nula, por regla general) de cualquier lugar arbitrario. Yo, aunque no fuera muy amigable, siempre tuve aprecio a mi tío, sobretodo cuando deseaba un descanso de mis estudios y prácticas. En retrospectiva, recuerdo mucho de lo que decía, quizás fuera buena idea recopilar sus anécdotas irrelevantes en un libro de cuentos... Pero me desvío. El caso, es que llegó hablando de un evento extraño que, según él, había tenido lugar en la Marca Argéntea, cerca de Nevesmortas. El evento en cuestión parecía tener algún tipo de relación con la Urdimbre, y creo recordar la mención (bastante adecuada, teniendo en cuenta el tema que trataba) de la gran dama Mystra. Por supuesto, no me planteé mucho mi siguiente movimiento. Padre y madre deseaban que comenzara a forjar una nueva vida, teniéndome en un pedestal (con razón, pero eso es otra historia), y yo, como ya he especificado, ardía en deseos de probar mis conocimientos en aventuras reales. En menos de una semana, inicié la marcha al Norte.

Mis hallazgos sobre dicho evento, incluyendo su existencia en primer lugar, son un tema que no tengo ni tiempo ni ganas de discutir en estos momentos. Preferiría hablar sobre mi llegada a la fría y algo insípida villa de Nevesmortas. Para entonces, mis ansías se habían apagado ligeramente, y, con los pensamientos más ordenados que en mi hogar, pude razonar que lo primero era lo primero: si quería investigar, necesitaba una fuente estable de moneda. Por desgracia, no conseguiría algo similar a mi objetivo hasta tiempo después, con métodos menos... Vulgares, que los que utilicé a mi llegada. Veréis, en Nevesmortas el frío es un enemigo constante, y, a falta de magias (prohibidas en el recinto civil, cortesía de la Guardia de Nevesmortas y afiliados) acordes al problema, la segunda mejor solución es la utilización de pieles. De tejón, concretamente. Supongo que las usaba para manufacturar abrigos, aunque nunca le pregunté al peletero que me servía de comprador. Pero eso tiene poca importancia, especialmente si lo comparamos al siguiente dato: con la caza de tejones, abundantes en la región, tenía una fuente relativamente constante de beneficios para cubrir los gastos de mis investigaciones, facilitadas por un suministrador de pergaminos (y otros objetos) mágicos para mi estudio, además de la útil biblioteca local. Villa e insípida, pero no necesariamente frustante para un estudioso de lo arcano como yo.

El primer problema solucionado, un segundo estrechamente relacionado al primero surgió en los recovecos de mi mente: más temprano que tarde los conocimientos de los suministradores locales se quedarían cortos para mis pesquisas, y entonces tendría que encontrar nuevos, y con certeza más caros, proveederos de material de calidad mayor. Para ello, además, debía cubrir los costes de los gastos, junto a el creciente encarecimiento de equipo apropiado para la puesta en práctica de mis crecientes hallazgos... Sin duda, el lector ya habrá llegado a la conclusión a la que yo llegué por aquel entonces: necesitaba más dinero entrante, y cuanto antes mejor. Fue mientras pensaba en esto que encontré a un muchacho agradable, si bien algo inocente y poco precavido ("¿Que es la vida sin un poco de riesgo?" recuerdo que me dijo el rufián). Él también buscaba obtener ingresos, y, asumiendo correctamente que un par de manos más facilitarían mis negocios (sobretodo cuando el otro par de manos de las que disponía pertenecían a mi poco trabajadora familiar, mi querida Lavanda), decidí acompañarlo en sus aventuras.

No fue mal: cazamos unos cuantos tejones más para la venta de su piel y el beneficio aumentó, sí, de forma notable. Tras un descanso oportuno en un hospicio dirigido por enanos tan amigables como malos con los negocios, nos dirigimos a Nevesmortas para contar nuestras ganancias y reponer nuestro equipo, con vistas a una expedición a cuevas más al norte de la villa. Cuando volví de mis compras, sin embargo, Ransell (que así se llamaba el muchacho) hizo llegar a mis oídos información interesante: un campesino del lugar requería de valientes que exterminaran a un grupo de trasgos atrincherados en una gruta no muy lejana. Por supuesto, accedí, teniendo ante mis ojos una oportunidad no sólo de recibir una recompensa monetaria, también una en forma de presencia y favor en la zona. Posteriormente descubriría que quizás fuera demasiado... Optimista, pero no era importante eso en aquel momento. Mi sangre hervía con la idea de la aventura, y pronto nos dirigimos a la cueva. Fue bien: mi magia apoyó de manera eficiente a Ransell mientras su destreza con las espadas hendía las filas de trasgos con rapidez. Nos adentramos velozmente en la guarida e igual de velozmente llegamos hasta donde descansaba el líder de los trasgos, junto a una guarnición de sus subordinados, ligeramente más grande que las anteriores. Decidí cortar por lo sano, como buen arcano precavido, y conjuré una simple pero siempre útil bola de fuego. El resultado: alrededor de media docena de trasgos calcinados, seguido de una furia de acero encarnada por mi compañero que ejecutó y cercenó la cabeza del líder, aún en pie tras la descarga ardiente. Victoriosos, decidimos saquear los cofres de los, ahora difuntos, trasgos.

Craso error.

Antes de que pudiera actuar, mi compañero comenzó la apertura de uno de los cofres, ignorante de que aquellas criaturas eran más taimadas de lo que parecía a simple vista. En un instante, lo vi volar hasta caer a mis pies, similar en movimiento a un muñeco de trapo que un chiquillo lanza, enfurruñado, contra las paredes de su casa. Cuando tocó el suelo dejó un charco de sangre abundante a su alrededor, lo que junto al sonido de sus huesos partidos me dejó profundamente perturbado. Durante unos instantes. He de dejar algo claro: sé quién soy, lo que he hecho, y que no soy un héroe. Si fuera otro cualquiera, lo habría dejado allí, sólo mi seguridad es mi problema. Pero Ransell no era un cualquiera, era mi potencial compañero de negocios, una pérdida financiera considerable. Así que, tomando fuerzas (y con ayuda de un conjuro de Fuerza de Toro para facilitar el trabajo), tomé el cuerpo del muchacho y reanudé el camino de vuelta. Fue arduo y largo, pero con cuidado, ingenio y el uso de un vial de invisibilidad que adquirí previamente (muestra, de nuevo, de mi amplia previsión) alcancé mi objetivo. Entré al templo de Láthander, que llamaban (y quizás llamen ahora) la Atalaya del Alba, y, tras una discusión que prefiero no recordar con el encargado del templo, dejé a Ransell en manos de los clérigos y sanadores, temiéndome lo peor.

A día de hoy no sé si fue un arranque de piedad en el corazón de aquel devoto inflexible que servía de cabeza religiosa de la villa, o quizás un designio de los propios dioses, en sus caprichos difíciles de comprender incluso para alguien como yo, pero el caso es que vi a Ransell caminar de nuevo esa misma noche. Herido y aturdido, pero vivo. Asombrado por el milagro, a la par que desconcertado por la aparente amnesia del muchacho (que respeté, al fin y al cabo, ¿quién desea que le informen de su falta de cabeza tras una experiencia cercana a la muerte?), accedí a su propuesta de ir a cobrar nuestra recompensa cuanto antes.

Fue un buen día, o al menos, un día emocionante. Claro está, los trasgos no eran ni de lejos la mayor de las amenazas de la Marca. Oh... No se acercaban, creedme. Pero eso es una historia para otro día.
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