Vetra la bastarda
Publicado: Mar Oct 27, 2020 1:17 pm
Episodio 1 (precuela)
Un potente rayo cayó sobre el palo mayor del enorme carguero haciéndolo astillas. Resultaba difícil de creer que una tormenta tan fuerte apareciese tan de la nada, pero ahí estaba, sacudiendo sin piedad y ahora había que actuar responsablemente; la primera medida que tomó el capitán fue deshacerse de mercancía sobrante.
En las bodegas del carguero, mareados y debilitados por una dieta pobre y trabajos forzados, se encontraba negligentemente apilado un numeroso grupo de esclavos acongojados por la repentina aparición de la tormenta…. Todos menos una. Entre vómitos y excrementos, y rodeada de más desgraciados permanecía acurrucada una mujer de aspecto élfico con una niña pequeña de rasgos mixtos en brazos.
La niña era una pequeña bastarda producto del derecho de pernada de un noble humano y una curandera elfa llamada Valadhiel en una pequeña aldea mixta cuyo sistema de gobierno había cambiado tiránicamente hacía poco tiempo permitiendo esa y otra clase de atrocidades.
Era bastante infrecuente que una mujer elfa quedase preñada por un humano, por lo que nadie trajo cuentas a su embarazo. El marido de la elfa, trató de tomar venganza y sólo pudo conocer el interior de los calabozos hasta sus últimos días, que no tardaron en llegar.
Valadhiel, aunque sabía que su hija sería una bastarda repudiada por la sociedad, se aferró a ella respetando algo que consideraba más importante que la reputación, y había impulsado su vocación de curandera: la vida. Estaba dispuesta a mantenerla con vida a cualquier precio.
Había nacido en la segunda mitad de la cosecha, cuando los vientos soplan del noroeste, por eso la bautizó con el nombre de Selaanmilc (en élfico de mistral), que es como se le conoce a dicho viento.
Valadhiel parecía muy tranquila pese al calvario que allí abajo se vivía, quizás porque sabía de antemano que esa tormenta aparecería.
Un oficial seguido de varios marineros irrumpió en la bodega gritando y profiriendo órdenes. Estaba claro que para el capitán la carga sobrante constaba principalmente de aquellos esclavos que no se venderían bien; la lista incluía enfermos, discapacitados de cualquier tipo, muy ancianos o niños demasiado jóvenes para resistir la travesía. De este último colectivo, Selaanmilc rodeada por los brazos de su tranquila madre era una perfecta candidata.
Los marineros comenzaron a sacar gente encadenada a la cubierta, pasaron la cadena por una especie de anilla clavada al palo mayor, o más bien lo que quedaba de él, pues el rayo había partido el mastelero y una de las jarcias del macho, pero todavía tenía aguante para sostener las velas. Un instante antes de que empezaran a arrojar esclavos por la borda, la mujer apretó los puños fuertemente y pronunció unas palabras ininteligibles para aquellos hombres. Acto seguido otro rayo sacudió de nuevo al palo mayor, debido a la conductividad de la cadena repartida entre tantos esclavos, la corriente apenas produjo quemaduras en sus muñecas; pero el enorme mástil no sufrió la misma suerte y terminó por quebrar en dos haciendo saltar la anilla que unía la cadena por los aires y liberando así a todos los presos. Una de las partes del palo mayor cayó directamente sobre el trinquete hundiendo este como una estaca y perforando la bodega de proa. Litros y litros de agua salada proveniente del mar de la Luna entraban a cada segundo inundando las bodegas y cámaras inferiores del navío.
Cada esclavo a su manera y con las posibilidades que tenían al alcance se abalanzaron sobre los desconcertados y aturdidos marineros creando un caos monumental, situación altamente conveniente para que la mujer saltara por la borda con la niña en brazos.
A la deriva, sobre un tablón, madre e hija poco a poco se alejaron envueltas en una neblina a medida que la tormenta amainaba tan extrañamente como se había iniciado.
El deseo de Valadhiel era viajar en la improvisada balsa dirección el sur, hacia el bosque de Cormanthor, pero el naufragio tuvo lugar demasiado al norte del mar de la Luna, así que la mejor opción era continuar hacia Thar; algo que le aterraba profundamente, pero no tenía elección si pretendía sobrevivir.
Tras varios días llegaron a tierra. Faltaban unas pocas horas para el alba cuando la madre difícilmente pudo alcanzar la orilla nadando con medio cuerpo fuera del tablón, Selaanmilc estaba semiinconsciente. Una vez allí, comprobó con alivio que la pequeña seguía viva, aunque casi en estado de hipotermia. Con las pocas fuerzas que le quedaban, Valadhiel extendió las manos, de las que todavía colgaban los grilletes, y pronunció unas extrañas palabras que parecieron envolver a ambas en un cálido abrazo.
-¿Puedes oírme?- sus palabras élficas eran suaves y, a pesar de la situación y el estado en que se encontraba, la voz sonaba tranquila.
La pequeña sólo pudo asentir. Mareada y debilitada por el viaje estaba al borde de la inconsciencia.
Haciendo un alarde de valor, Valadhiel cargó con Selaanmilc playa adentro en la espesura de un denso bosque, caminando sin rumbo fijo cuya prioridad era encontrar algo de agua y comida para sobrevivir…
Un potente rayo cayó sobre el palo mayor del enorme carguero haciéndolo astillas. Resultaba difícil de creer que una tormenta tan fuerte apareciese tan de la nada, pero ahí estaba, sacudiendo sin piedad y ahora había que actuar responsablemente; la primera medida que tomó el capitán fue deshacerse de mercancía sobrante.
En las bodegas del carguero, mareados y debilitados por una dieta pobre y trabajos forzados, se encontraba negligentemente apilado un numeroso grupo de esclavos acongojados por la repentina aparición de la tormenta…. Todos menos una. Entre vómitos y excrementos, y rodeada de más desgraciados permanecía acurrucada una mujer de aspecto élfico con una niña pequeña de rasgos mixtos en brazos.
La niña era una pequeña bastarda producto del derecho de pernada de un noble humano y una curandera elfa llamada Valadhiel en una pequeña aldea mixta cuyo sistema de gobierno había cambiado tiránicamente hacía poco tiempo permitiendo esa y otra clase de atrocidades.
Era bastante infrecuente que una mujer elfa quedase preñada por un humano, por lo que nadie trajo cuentas a su embarazo. El marido de la elfa, trató de tomar venganza y sólo pudo conocer el interior de los calabozos hasta sus últimos días, que no tardaron en llegar.
Valadhiel, aunque sabía que su hija sería una bastarda repudiada por la sociedad, se aferró a ella respetando algo que consideraba más importante que la reputación, y había impulsado su vocación de curandera: la vida. Estaba dispuesta a mantenerla con vida a cualquier precio.
Había nacido en la segunda mitad de la cosecha, cuando los vientos soplan del noroeste, por eso la bautizó con el nombre de Selaanmilc (en élfico de mistral), que es como se le conoce a dicho viento.
Valadhiel parecía muy tranquila pese al calvario que allí abajo se vivía, quizás porque sabía de antemano que esa tormenta aparecería.
Un oficial seguido de varios marineros irrumpió en la bodega gritando y profiriendo órdenes. Estaba claro que para el capitán la carga sobrante constaba principalmente de aquellos esclavos que no se venderían bien; la lista incluía enfermos, discapacitados de cualquier tipo, muy ancianos o niños demasiado jóvenes para resistir la travesía. De este último colectivo, Selaanmilc rodeada por los brazos de su tranquila madre era una perfecta candidata.
Los marineros comenzaron a sacar gente encadenada a la cubierta, pasaron la cadena por una especie de anilla clavada al palo mayor, o más bien lo que quedaba de él, pues el rayo había partido el mastelero y una de las jarcias del macho, pero todavía tenía aguante para sostener las velas. Un instante antes de que empezaran a arrojar esclavos por la borda, la mujer apretó los puños fuertemente y pronunció unas palabras ininteligibles para aquellos hombres. Acto seguido otro rayo sacudió de nuevo al palo mayor, debido a la conductividad de la cadena repartida entre tantos esclavos, la corriente apenas produjo quemaduras en sus muñecas; pero el enorme mástil no sufrió la misma suerte y terminó por quebrar en dos haciendo saltar la anilla que unía la cadena por los aires y liberando así a todos los presos. Una de las partes del palo mayor cayó directamente sobre el trinquete hundiendo este como una estaca y perforando la bodega de proa. Litros y litros de agua salada proveniente del mar de la Luna entraban a cada segundo inundando las bodegas y cámaras inferiores del navío.
Cada esclavo a su manera y con las posibilidades que tenían al alcance se abalanzaron sobre los desconcertados y aturdidos marineros creando un caos monumental, situación altamente conveniente para que la mujer saltara por la borda con la niña en brazos.
A la deriva, sobre un tablón, madre e hija poco a poco se alejaron envueltas en una neblina a medida que la tormenta amainaba tan extrañamente como se había iniciado.
El deseo de Valadhiel era viajar en la improvisada balsa dirección el sur, hacia el bosque de Cormanthor, pero el naufragio tuvo lugar demasiado al norte del mar de la Luna, así que la mejor opción era continuar hacia Thar; algo que le aterraba profundamente, pero no tenía elección si pretendía sobrevivir.
Tras varios días llegaron a tierra. Faltaban unas pocas horas para el alba cuando la madre difícilmente pudo alcanzar la orilla nadando con medio cuerpo fuera del tablón, Selaanmilc estaba semiinconsciente. Una vez allí, comprobó con alivio que la pequeña seguía viva, aunque casi en estado de hipotermia. Con las pocas fuerzas que le quedaban, Valadhiel extendió las manos, de las que todavía colgaban los grilletes, y pronunció unas extrañas palabras que parecieron envolver a ambas en un cálido abrazo.
-¿Puedes oírme?- sus palabras élficas eran suaves y, a pesar de la situación y el estado en que se encontraba, la voz sonaba tranquila.
La pequeña sólo pudo asentir. Mareada y debilitada por el viaje estaba al borde de la inconsciencia.
Haciendo un alarde de valor, Valadhiel cargó con Selaanmilc playa adentro en la espesura de un denso bosque, caminando sin rumbo fijo cuya prioridad era encontrar algo de agua y comida para sobrevivir…