Seréis libres

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--Savras--
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Seréis libres

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Re: Seréis libres

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Re: Seréis libres

Mensaje por --Savras-- »

El cadáver abrió los ojos, observando con sus ojos muertos fijamente el techo, apenas sostenido por oscuros tentáculos. Sus labios sin vida comenzaron a moverse, cantando sin aliento, sin voz.
La melodía sonó, en la mente de todos y cada uno de los habitantes de La Marca Argéntea. Durante esos minutos, el silencio gobernó la región. Aquellos que dormían despertaron ante los hermosos acordes del piano que acompañaba la voz. Una voz femenina y suave, que quedaría grabada en sus memorias.

"Todo comenzó mucho antes que yo, cuando nadie lo vio venir.
La distancia. La promesa. Un estado de aislamiento."
"Y en mis pesadillas más oscuras, las que no puedo recordar, la respuesta se está ahogando. Este dolor durará para siempre."
"Mi padre. Su deber. Sus órdenes. Mis hermanos. La promesa. La separación. Rechazo. Decepción"
"Reflexión. Concepción. Necesidad. La tortura. La locura. La tristeza. ¿Puede ser esto?"
"La sombra proyectada ante mí, un paseo dentro del destino. Me protege, me corrige. Tienes tus órdenes, soldado, me dice."
"¿Dónde está? No puede ser. ¿Quién eres? Te conozco. Tú no... ¿Serás tú? No luches contra mí. Tus tentáculos, mis dedos. Tu oscuridad la conozco, ya la he visto."
"Tu poder ya ha terminado. He venido a cambiar el orden. Mi entrenamiento es perfecto. Estoy aquí, otra vez. Las promesas están rotas, bebí del libro sagrado."
"Yo os haré perfectos."

La melodía de piano llegó a su fin, con una última frase, con voz masculina.

"Tienes tus órdenes, soldado."

El cadáver se alzó, por última vez.

Por toda la Marca, hombres y mujeres saltaron sobre aquellos que tenían cerca, mostrando una ira inusitada. Amigos, familias, incluso honorables caballeros hicieron gala de una ira que jamás habían poseído. Y entre gritos de miedo, la sangre de las heridas y los suicidios de aquellos que no podían seguir causando daño, solo repetían una y otra vez lo mismo: "debo obedecer las órdenes".
Daan
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Re: Seréis libres

Mensaje por Daan »

Reflexiones

Jinks contemplaba a la dueña de la habitación con su mirada perezosa de gato, mientras movía el rabo con un balanceo tranquilo. De pie, mordiéndose las uñas a ratos, la mujer extendía y colocaba, en un desorden ordenado que esperaba que le permitiera organizar ideas, objetos variados, observándolos y tratando de encajar todo lo que implicaban.

Había demasiada información, demasiados hilos.


Una caja de artesanía duergar fue lo primero que sacó. La colocó en el escritorio con las dos manos y el molde de cera de su contenido en su interior. Aquel objeto había aparecido en las cuevas de los ilícidos, con las cerraduras y sellos rotos, junto a ropas viejas del Sanatorio para Enfermos Mentales de Ilmáter. Aquello había sido el primer indicio. El primer rastro del ulitharid.


Al principio, habían sido sólo negocios. Había buscado información por lugares muy oscuros. Había hecho tratos que tenían que mantenerse en un círculo muy pequeño para poder fructificar. Había conseguido seguir el rastro de oro hacia un mapa en manos de carapulpos, movida por el oportunismo y la esperanza de una suculenta recompensa.

Al principio, habían sido sólo negocios, pero Cuarto tuvo una intuición con ese mapa y sus marcas, una idea que era… demasiado perfecta.

Las piezas comenzaron a cuadrar de golpe y lo que había comenzado como negocios, se convirtió en personal.

Porque Basilisco volvía a la luz.

Y de pronto, hilvanando, todo había comenzado a tener relación. Los hijos de Uróboros. Quilmeash. La Piedra Verde y sus adeptos. El Sanatorio de Ilmáter y los ilícidos. Una brecha abierta en el desierto utilizando la ambición de un liche, unas gemas poderosas que transformaban a los que las consumían, un Basilisco escapando de Argluna con los restos de Alhazarde, de esas piedras. Un asesino que era algo más de lo que era, el recipiente de algo mayor y con más de cuatro tentáculos.

El muy cabrón tenía todo planeado, y todo aquello que había pasado no era más que un preludio de lo que tenía que llegar. Porque aquella fisura en el Anauroch se había convertido en una baliza. Allí estaba Durex, o como se llamara la dragona roja que acumulaba gemas verdes, y en cuyo entorno se hablaba de un dragón prismático y un poderoso ejército. A su alrededor estaban los Arpistas y los Zhents, preocupados por la situación y tratando de obtener beneficio.

Y los githyankis, decididos a entrar en Toril ante una llamada. La llamada de Basilisco.

Seda sacó los dos cráneos ilícidos que había encontrado en los restos de aquel dragón rojo caído de otro plano, y los colocó junto a la caja.


La baliza de Basilisco era para los yintoniks esos el inicio de la caza del azotamentes y su asalto a Faerûn en busca de recursos, todo alrededor de un desierto en el que los umbra comenzaban también a estar cabreados, porque a nadie le iba a hacer gracia que intentaran reventar su mundo al completo, y menos si entraban por su puerta principal.

Umbras, githyankis, quizás githzerais, el ejército de Durex, los zhents, los Arpistas y vete tú a saber cuántos grupos más en el Anauroch como polillas alrededor de una llama. En el Oasis iban a alucinar como en un mal viaje de sannish.

Nunca le daría la razón a Korissa, pero Seda también creía que aquello iba a ser… espectacular. Pero aquello no terminaba allí.

Seda sacó la moneda roja, haciéndola girar en la mesa con un golpe de dedos. Una moneda tan simple con tantas implicaciones.


Lejos del desierto, por lo que parecía un asunto completamente distinto, un Pavo Real había estado vigilando Tornapetra por encargo. Observando el protegido hogar de los hermanos Lindeseco y de un niño con los ojos y cuernos del mismo color que Alhazarde, hallado entre las profecías y encantamientos de Basilisco.

A su alrededor, murales desprendiéndose y atisbos del pasado, presente y futuro.

“El telón se cerrará con el Neutronium. La perfección eterna”, le habían dicho Iöna y Korissa. “Daan tratará de huir de la perfección…”. Tsk. Ni muerta la dejaba tranquila. Y otras más, que confirmaban la precisión de las sentencias. El cadáver de Helen Lindeseco había cantado La Canción, que era una declaración de intenciones y un detonador.

“Tus tentáculos, mis dedos. Tu Oscuridad la conozco, ya la he visto”.

“Mi entrenamiento es perfecto. Estoy aquí, otra vez”.

“Tienes tus órdenes, soldado”.

Seda se sirvió un par de tragos de negro amargo. Las profecías y La Canción hablaban de lo que Basilisco era, había sido, y pretendía hacer. Los hermanos Lindeseco volvían a señalar la actividad, permanente aunque sutil, de los secuaces de importantes archidemonios. Como si aquello no fuera lo suficientemente complicado, hasta los Nueve Infiernos de Baator se agitaban al paso de aquel cabrón, y todos querían aprovechar las circunstancias.

Y los Lindeseco llevaban finalmente al último hallazgo.


La mujer colocó el diario de Bulbinbenbul sobre la mesa mientras la moneda daba sus últimos giros. En la portada se leía: “Diario del grandioso hechicero, alquimista y maestro entre maestros Bulbinbenbul”. En su interior, un papel con un calco marcaba una página.

En el calco se leía junto a una partitura: “El corazón de una estrella. Neutronium.” En el libro, subrayado varias veces por la mano de Seda, entre ecuaciones y conjuros, términos que hablaban de la creación de un golem de ese material.

Observó los dibujos y las ecuaciones.

Y se sirvió más alcohol.

Igual huir de la Perfección tenía un sentido más que metafórico…
Daan - Perista profesional y lianta ocasional en paradero desconocido
Seda - Brujipícara y juerguista en paradero conocido (cualquier taberna)
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TanisHAnderson
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Re: Seréis libres

Mensaje por TanisHAnderson »

Entre los muchos clanes que componen la ciudadela de Adbar, uno de los más antiguos es el Barbayunque.
En otros tiempos, parte del Clan se fue de viaje a Nevesmortas y de allí, con los años, regresaron a la comodidad de los minas, los yunques, la piedra y las galerías.

Regresaron todos. Salvo uno.
La Oveja Negra de los Barbayunques siguió su propio camino.


Eso nos lleva al día de ayer, uno entre muchos de la última dekhana. Donde las guerrillas en las galerías, que se hunden en lo profundo de la ciudadela, se han convertido en algo casi rutinario. Patrullas, asaltos, emboscadas, tentativas de sobrepasar las defensas de las puertas.

Allí, como en días previos, la Guardia de Adbar y parte de sus habitantes versados en el combate se disponían a enfrentar un nuevo día.

- Nogrod – Dijo Marcek – Lo importante es que Moradin nos guie con brazo firme y mente decidida. Entona los salmos a Moradin, golpea con fuerza tu martillo y ...

El enano cruzó las puertas, saltó sobre una de las empalizadas, quedando en un precario equilibrio, y entrechocó sus hachas.

- VAMOS, HIJOS DE ADBAR. ES HORA DE PATEAR, CORTAR Y TROCEAR A ESOS OREJAS PICUDAS NEGRAS.

El único ojo sano miró por encima de la hombrera, llena de púas y bordes filosos, al resto de los que allí estaban aguardando. Carraspeó y escupió un gargajo verdoso a un lado.
- ¡VAMOOOOOOOOOOOOOOOOS! – el enano saltó de nuevo a roca y salió corriendo.
- Moradin… ¿qué hice yo para tener un hermano así? – negó Marcek mientras parte de los presentes salían corriendo en un fuerte griterío y estruendo de metal


Si algún drow sobrevivió a ese día. Sin duda habría narrado el horror de ver a un demonio del tamaño de un enano, tuerto, plagado de cicatrices y un extraño pelo, que golpeaba, cortaba, rebanaba, mordía, abrazaba y estrujaba… sin dejar de gritar amenazadoramente.
Pero ese, solo era un día de muchos.


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(agradecimientos a Ark por el dibujo :dwarf: )
Quarrel Alaounthus
Vildiara Selh,
Hazzim Abdiliare ;
Phineas Deepforest;
Elsara Fieldwhite
RellSham :mago:
Krugall Quiebratempanos
Reinhard Kane
Val Heleanor
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