Eran semanas de celebración en el lugar, la mujer del regente, estaba de sus últimos meses de su primer hijo, las señas indicaban que sería varón y por lo tanto su heredero.
Con tanta celebración como no aprovechar el tiempo y disfrutar del lugar, mercados, bailes y juegos, diversión sin parar.
Llegó el día y pararon los festejos. La mujer rompió aguas y empezaron las contracciones. Horas y horas, las calles en silencio y a la espera permanecieron. Todos querían conocer al recién nacido.
Pero tras tantas horas de espera, una mala noticia anunciaron desde el palacio, el niño nació muerto. Una lástima pensé, que se derrochara tanta alegría y terminará tan trágicamente.
No obstante, varios rumores se contaron, llantos de niños, se escucharon. Pero solo quedó en eso.
Finalmente partí al oeste de Fâerun, me dispuse a volver. Y aunque los viajes son peligrosos, créeme que a pesar de mi edad se defenderme.
Pero tras abandonar la ciudad, algo raro vi, que primero oí, ¿Llantos?, Al parecer sí.
Me apresuré, de un cuchillo empuñado al aire me percaté. Un hombre a punto de asestar el golpe. ¡Pare! Grité, pero me miró y se volvió a tornar para matar. No me quedó otra alternativa [Sarcófago de ámbar], le hechicé. No le quería hacer daño, de todas maneras, solo serían unos días en ese estado.
Entonces lo vi un niño ya calmado en una cesta con paja estaba. Su rostro deformidades tenía, manchas y pequeñas protuberancias por su cuerpo le recorrían. Para su desgracia, parecía que le dolía. No descarto quien era aquel niño abandonado y casi asesinado, tal vez por ignorancia de su aflicción o quizás pensar que es una maldición.
A su suerte no le dejé y conmigo lo llevé.