Melton Mard - Diario de un Yelmita

Los trovadores de la región narran la historia de sus héroes. (Historias escritas por los jugadores)

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PonyAmistoso
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Melton Mard - Diario de un Yelmita

Mensaje por PonyAmistoso »

Mis primeros días en Nevesmortas me han dejado claro que las advertencias de mis compañeros no eran infundadas: el norte es un lugar donde la sangre corre a diario, sea a manos de bandidos, orcos o bestias salvajes. En tan sólo un par de semanas he notado la muerte cernirse sobre mí, acercándose cada uno más que la anterior. Sin duda, castigos de Yelmo por mi falta de cautela, pero los acepto, pues el hecho de que viva es prueba suficiente de que no me ha abandonado. Al contrario, estos castigos son parte misma de mi servicio como yelmita, y puedo constatar que me llevarán más lejos en mis labores de guardaespaldas.

Pero, entremos más en detalles de mis desventuras, pues ese es el objetivo de este diario: anotarlas para que nunca olvide mis fracasos y, en caso de que alguien las encuentre tras mi muerte, que pueda aprender de ellos y evitarlos él mismo.

La primera experiencia fue en un viaje hasta la ciudad amurallada de Sundabar, un camino peligroso pero que, gracias a la compañía de un buen arquero, fue factible. Mi habilidad con el mandoble le dio tiempo al valiente, de nombre Zack, para hostigar a nuestros enemigos con flechas certeras. Aquellos que no murieran con las saetas caían poco después víctimas de mi acero. Una estrategia simple, pero efectiva, al menos hasta que la realidad de la superioridad numérica se hizo evidente: a las puertas de la ciudad, un grupo amplio de bandidos no sorprendió, apostados en un puente cercano. Lo sensato habría sido huir, sin duda, pero mi emoción por las victorias previas y mi confianza me cegaron y me inclinaron a enfrentar el desafío. Los bandidos demostraron ser superiores, y su jinete me abatió pronto, mientras imploraba a Yelmo que permitiera a Zack regresar de una pieza. Si no fuera por un errante que pasaba por allí, de nombre Dam, que recogió mi cuerpo inconsciente y lo llevó a un templo de la ciudad, habría sido pasto de los bandidos. De esta desventura aprendí a no subestimar a ningún enemigo, aunque parezca mal equipado y burdo, y también me familiaricé con las técnicas que usan los indeseables del lugar.

Las siguientes cinco páginas detallan en mayor profundidad las técnicas de los bandidos mencionados, y posibles maneras de superarlas, junto con varias notas ilegibles y escritas a toda velocidad.

Mi siguiente desventura fue corta: recorrí el mismo camino, solo esta vez, y conseguí terminar, o evitar con astucia, la mayoría de los peligros. A mitad del trecho, sin embargo, noté cómo mi cuerpo comenzaba a resentirse: mis brazos se movían lentos, mi visión ligeramente borrosa, de vez en cuando notaba náuseas. Pronto relacioné los efectos con algún tipo de veneno, y no fue difícil deducir que las armas de los bandidos que me enfrenté bien podrían estar bañadas en sustancias nocivas. En cuanto terminé el encargo, que esta vez me llevó a Fuerte Nuevo, una villa que está de camino a Sundabar, decidí retomar el camino de vuelta antes del anochecer, confiando en que no quedaran peligros. Un error de crédulos, por supuesto, pues la lección que aprendí aquí fue a nunca asumir que el peligro no acecha en el Norte. Nunca.
En cualquier caso, mientras volvía un oso de gran tamaño me asaltó, y yo, más aturdido de lo que creí por los efectos del veneno, me defendí malamente y sin mucha esperanza. Yelmo me dio fuerzas, sin embargo, para dar muerte al animal antes de que diera el golpe de gracia, pero vagamente me mantenía en pie, y el cuerpo de la bestia aterrizó sobre mí; me habría aplastado de no ser por mi armadura, incluso con ella creí que me asfixiaria su peso. No sé cuanto me mantuve ahí, debajo de su cadáver, pero resultó ser útil pues camufló mi cuerpo malherido el tiempo suficiente para que recuperara parte de mis fuerzas y volviera a la villa, con la suerte de que un par de transeúntes me encontraron antes de que desfalleciera y trataron. De nuevo, la voluntad de Yelmo por proteger a sus siervos me conmueve, pues no dudo que esto también fue obra suya.

La tercera de mis malas aventuras fue acompañado, de nuevo, por el arquero Zack, a la par que por un hombre que sólo puedo definir como extraño por el momento. La magia de este último, de nombre Vashan (aunque insistiera en rechazarlo por un apodo, "V"), infundió en mí el coraje de afrontar el camino completo hasta Sundabar una vez más y, todo sea dicho, nos fue bastante bien. Bestias extrañas, semejantes a aves enormes y contrahechas, nos asaltaron sin éxito, y los bandidos no fueron más que pequeños obstáculos, esos desgraciados asaltadores. No, la causa de mi desgracia fue un par de criauturas, "Trolls" recuerdo que se llaman. Aberraciones humanoides de largas extremidades y rostros horribles, muy fuertes físicamente e incluso practicantes de magia limitada, al menos uno lo era. Sus capacidades regenerativas, asombrosas, hicieron el combate complicado. Poco después de ejecutar a su chamán prendiendo fuego a sus heridas, su compañero, más grande y fuerte, demostró ser demasiado para nosotros. Lo mejor que pude traté de ganar tiempo para que mis compañeros escapasen, y ellos me devolvieron el favor atrayendo a la criatura con flechas y hechizos, de tal forma que abandonó mi cuerpo ensangrentado en lugar de devorarlo. Sin fuerzas y con un dolor terrible, auné toda la voluntad que me confería mi fe en Yelmo y me arrastré, apretando los dientes para no alertar a más seres con mis gritos de dolor, hasta llegar a una parte apartada del camino. Allí traté de vendar mis heridas como pude y, usando mis últimas pócimas curativas, logré devolver mis pobres extremidades a un estado aceptable, y esperé a que pasara una caravana, como suelen hacerlo, para suplicar que me llevaran de vuelta.

De esta última anécdota la lección no es tan clara, y quizás no tan útil para un guardián como yo he de ser, pero para cualquier otro, escuchad estas palabras: si veis a un troll, aunque parezca solitario, ¡escapad y no mireis atrás! No hay vergüenza en huir de una pelea que resultará en la muerte segura y sin sentido y, creedme, lo más seguro es que ese sea el resultado si encontráis una bestia tal.

Al final de la última página se puede ver un dibujo crudo de algo que se parece vagamente a un par de trolls cerca de un hombre con armadura. Debajo, se puede leer en letra mucho más cuidada que el resto una compilación de versos y una firma
De mis errores he aprendido,
y de los que cometa en el futuro aprenderé.
Nunca abatirá el mismo peligro
a este guardián dos veces y menos tres.
Como siervo que soy del Vigilante, lo juro.
Firmado: Melton Mard
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