Barrey
Publicado: Jue Jun 16, 2022 11:58 am
LA FORJA DE UN PALADIN
Mi padre era un noble que gano las tierras que poseía luchando en arduas batallas, de las cuales no siempre salió bien parado, pero si con vida. Era duro, muy rudo y arrogante, versado en el arte de la guerra y el manejo de la espada y difícil de tratar. Pero un día, conoció a mi madre, una dulce cortesana que le robo el corazón, esbelta, cariñosa y muy callada, cuando estaban juntos decían las gentes de su alrededor que sus mundos chocaban y formaban uno solo totalmente distinto, la cortesana reía sin parar y el duro caballero se volvía un romántico empedernido. Se casaron por amor con el permiso del monarca de la época y fueron a vivir a un castillo propiedad de mi padre ganado a sangre y fuego. Mi infancia duro hasta los cinco años en el castillo, no me faltaba de nada y mi padre me dedicaba todo el tiempo que necesitara para ir inculcándome las obligaciones de un futuro caballero sin perder de vista que era todavía un niño, aprendizaje a través del juego, hasta aquel fatídico día.
Una vez al mes, mi padre como noble con tierras atendía las peticiones de sus aldeanos, que pedían ayuda para sus problemas, consejo o justicia. Mi padre era parco en palabras con ellos pues eran plebe y no podía dedicarles tanto tiempo, pero aplicaba las leyes con sabiduría y les escuchaba palabra por palabra, mientras me miraba de reojo para ver q yo, a su vez, también lo imitaba, ceño fruncido, mirada fija, atento y la mano en la barbilla, casi como esperando que respondiese yo, mientras a su lado mi madre también sentada en una butaca lo observaba con orgullo. Llego el turno de un viejo encapuchado, ropas harapientas negras, manchadas por el polvo del camino, y con algunos rotos, apenas su rostro sobresalía de la capucha, dejando al descubierto una boca arrugada y una nariz aguileña, no sostenía bastón alguno por lo que sus manos aguardaban debajo de sus oscuros ropajes. Con voz potente y estruendosa, autoritaria, no digna de un viejo de su edad, le indico a mi padre q dejase de perseguir y matar a los seguidores de la magia oscura o tendría consecuencias nefastas. Aquellas palabras cayeron como un jarro de agua fría sobre mi padre y le molestaron en demasía, se levantó de su sillón de un salto, y asiendo el mango de su espada larga que tanta sangre de enemigos había bebido le conmigo a retractarse de aquellas palabras de inmediato y dar gracias de salir de aquella sala con vida por esta vez, ese fue su primer error. Ordeno a los guardias de la sala que echasen a patadas a aquel individuo del castillo de inmediato y le dio la espalda, su último error, su rostro estaba serio, mi madre lo miro asustada pero manteniendo la calma. La guardia compuesta por una docena de recios hombres apenas pudo dar un par de pasos para detenerse en seco sin poder mover ni un músculo, mire al viejo y tenía la mano levantada, decrepita, débil, dibujando símbolos en el aire y con la otra sosteniendo un amuleto que brillaba con una luz roja.
En aquel momento mi vida cambio por completo. Mi padre, con su rostro castigado por las cicatrices, escondidas bajo una espesa barba, puso los ojos en blanco y apretando los dientes con una mueca de dolor y esfuerzo desenvaino su fiel espada, despacio y pesadamente, se dirigió a mi madre, la cual estaba a unas semanas de dar a luz a lo que los sabios entendidos del lugar habían llamado una fuerte y hermosa niña, abalanzándose sobre su propia mujer y atravesando el vientre q albergaba a mi hermana no nata, acabo de una estocada con las dos féminas. Luego puso su mirada pérfida y maliciosa sobre mí y levanto su espada con intención de partirme en dos de un golpe. Yo estaba paralizado y mire de repente al viejo y grite con todas las fuerzas que los dioses me habían concedido con un sonido atronador que lleno la sala, algo paso, pues la sonrisa del viejo cambio a duda y el amuleto dejo de brillar, los ojos marrones de mi padre volvieron a aparecer en las cuencas solo para ver como su espada manchada con la sangre de su esposa e hija no nacida caía al suelo, es la única vez que vi llorar a mi padre, amargamente, roto por el dolor y la culpa, sostenia el cuerpo sin vida de mi madre.
Con un rápido movimiento de sus harapos y dejando tras de si una horrible carcajada, aquel sujeto desapareció en una nube de humo negro, y los guardias volvían a moverse de nuevo para contemplar la dramática escena.
Pasada una semana de los acontecimientos, después del funeral de mi madre y hermana, arisco y distante, en soledad, tomo una decisión, transmitió todos sus bienes a los sacerdotes del templo de Torm, a cambio yo recibiría educación e instrucción para servir a Torm como un sacerdote más en una abadía de la orden, vistió las ropas de cruzado e hizo los juramentos pertinentes para marchar a la guerra para expiar su culpa y pedir su perdón o morir en el intento. Subido a su caballo, me miró antes de ponerse su yelmo y se dirigió a su última batalla, quería decirle que no había sido su culpa, pero eso no importaba ya, nunca más supe de él.
Pasada una semana de los acontecimientos, después del funeral de mi madre y hermana, arisco y distante, en soledad, tomo una decisión, transmitió todos sus bienes a los sacerdotes del templo de Torm, a cambio yo recibiría educación e instrucción para servir a Torm como un sacerdote más en una abadía de la orden, vistió las ropas de cruzado e hizo los juramentos pertinentes para marchar a la guerra para expiar su culpa y pedir su perdón o morir en el intento. Subido a su caballo, me miró antes de ponerse su yelmo y se dirigió a su última batalla, quería decirle que no había sido su culpa, pero eso no importaba ya, nunca más supe de él.
La vida en la abadía era muy diferente a la del castillo, rezos y duros trabajos de mantenimiento, cuidado de animales, siembra y recolección de alimentos, más rezos, castigos si el trabajo estaba mal, más rezos, estudios, castigos si los estudios estaban mal, más rezos, castigos si los rezos no se hacían correctamente,….pero siempre que había un momento libre en el día, cogía mi espada de madera hecha con los restos de una vieja escoba y practicaba recordando los movimientos que mi padre me había enseñado, lo cual terminaba con castigo por desatender alguna de mis obligaciones, pero el día siguiente de nuevo allí estaba en el establo para practicar.
Pero un día cualquiera con unos años ya en la abadía, el abad vino a buscarme al establo ya con la vara para practicar con mi espalda su deporte favorito y al entrar en las cuadras me encontró practicando esgrima, pero había algo diferente. Un halo de luz rodeaba mi figura, un fulgor blanco, intenso, y supo entonces que lo ocurrido años atrás en aquella sala no fue un descuido de aquel oscuro hechicero, había desconcentrado a un gran nigromante con un grito divino. La vara cayó de sus manos y se me acerco, basta decir que no le oí hasta que lo tuve encima y me prepare para recibir el primero de muchos golpes, pero no fue así, acarició mi cabeza y me acompaño dentro de la abadía. Que decir que los demás monjes me miraban con el ceño fruncido, a saber que habría hecho esta vez, pero cambiaban de expresión en cuanto el abad les decía que yo ya no seguiría las enseñanzas para convertirme en sacerdote simplemente, iban a duplicar mis tareas, pues ahora estudiaría táctica y marcialidad, esgrima y combate, se le adoctrinaría conforme las normas de la vieja Orden de Temple, iba a empezar mi instrucción como guerrero, como soldado, como Paladín de Torm.