Rolan
Publicado: Dom Jul 24, 2022 3:16 pm
Me gustaría contaros que procedo de una familia de alta cuna, y que mi infancia la pasé aprendiendo de maestros y eruditos, jugando en jardines de un castillo y sólo preocupándome de tareas como la caza o la diplomacia, pero no,...lamentablemente no es ese tipo de historia.
INFANCIA
Nací en una familia humilde, no por eso infeliz. Los recuerdos de mi infancia son buenos, duros, pero buenos.
Mi padre trabajaba cuidando los caballos de un gran mercader que disponía de una veintena de animales entre los que se incluyen potros, yeguas y sementales. Desde muy pequeño mi padre me enseñó el valor del trabajo y me dejaba las tareas de limpieza de los mismos. Les llevaba alimento, limpiaba sus excrementos y los cepillaba desde que salía hasta que se ponía el sol. Me gustaba. Los caballos son unos animales muy agradecidos y me transmitían tranquilidad. Pronto aprendí a montar y pude pasearlos para ejercitarlos. Una vida dura, pero feliz codo con codo con mi padre.
Los días pasaban en las cuadras y como dormíamos en una parte del establo convertido en choza, nos daba para permitirnos alguna pequeña y suculenta comida con el salario que pagaban a mi padre. Todo fue bien hasta que la vida me dio una primera lección...Mi padre enfermó un día y empeoró rápidamente sin que el herbolario del pueblo pudiese hacer nada para mejorar su estado. Mi madre no hacía mas que llorar y yo intentaba ocuparme de las labores de herraje de los caballos que hacía mi padre...La agonía no duró mucho, pocas semanas después de enfermar, murió. Fue un duro golpe para mí. El cabeza de familia, mi pilar, mi maestro, murió...mi madre perdió su sonrisa y con ello las ganas casi de vivir. El mercader nos dijo que ya no podía contar con nosotros ya que necesitaba un hombre que llevara a los caballos, y pese a que le insistí en que yo podía esforzarme, nos dijo que no podíamos quedarnos mas. Mi madre vio que tenía que ser fuerte y con los pocos ahorros que teníamos emprendimos un viaje en carreta hasta donde vivía su hermano,...mi tío.
JUVENTUD
Después de un lago viaje llegamos al pueblo de mi tío, un señor mayor pero recio, trabajador sin igual y una persona útil en sus labores. Nada mas y nada menos el herrero del pueblo. Sus labores pasaban por la fabricación de unos cerrojos para puertas, herraduras, etc... hasta en ocasiones, la renovación de las armas de la guardia del noble mas cercano...Todo un señor comparado con mi padre, claro está. La primera vez que lo vi, vi a un hombre con una sonrisa de oreja a oreja, un pelo y barba blanca y unos brazos...descomunales...era fuerte, se notaba que lo precisaba su oficio. Trabajador como era yo, no tardé en decirle que podía ayudarle en cualquier cosa que necesitase, y cargar con vetas de hierro, avivar las fraguas, afilar dagas, o cualquier otro trabajo. Nada superaría el esfuerzo de limpiar excrementos de caballo, herrarlos...Con mi tío aprendí a forjar herraduras, picos mineros, herramientas como martillos,...un oficio duro, pero satisfactorio cuando ves los resultados.
Conocí a otros chicos y chicas en la aldea aunque pasara mucho tiempo en la forja. El tiempo pasó y mi madre recupero un atisbo de lo que era su sonrisa. Me gustaba vivir con mi tío. Era un hombre carismático e interesante...De hecho un día mientras forjaba espadas para unos guardias, me dio cuatro lecciones de como empuñar un arma, lo que inicio un entrenamiento diario. Sinceramente, no entendía como una persona como él podía saber tanto de un arte tan complejo como la espada. La vida volvía a ser perfecta, amigos, trabajo, la sonrisa de mi madre.
Unos años después de vivir con mi tío, la vida me volvió a poner en guardia. Estaba con mi labor matutina de ir a la mina, cerca del pueblo, a obtener unas vetas de hierro para fabricar candiles, azadas y herraduras para los bueyes cuando sucedió. Nada mas acabar de llenar al burro que teníamos con vetas de hierro, me dispuse a salir de la mina y volver al pueblo. Al salir, lo vi...a lo lejos...el cielo ennegrecido, como una nube de una tormenta, pero con el sol en todo lo alto, ¿fuego?, en el pueblo? Dejé al burro y me apresuré a llegar a ver lo que sucedía. Cuanto mas me acercaba mas preocupado estaba por lo que veía. Cerca del pueblo podía oír ruidos que poco tenían que ver con un día a día, mas bien parecían gritos, lamentos, golpes...algo malo sucedía... Llegué al pueblo y me enfrenté a la cruel realidad. Muertos en el suelo, tirados contra las paredes de las casas, todo ardía,...el cielo tomaba un aspecto rojizo, como el suelo bañado en sangre...un frio estremecedor recorrió todo mi cuerpo. ¿Qué estaba sucediendo? corrí por las calles en dirección a casa y por el camino pude ver como indeseables criaturas como los trasgos estaban atacando mi pueblo, ¿Cómo habían llegado hasta aquí? los esquivé hasta dar con la puerta de la herrería la cual se encontraba en llamas...un temor me recorría por las venas....¿que habrá sido de mi tío y de mi madre? lo peor estaba por venir. Golpeé la puerta con fuerza para poder entrar hasta que cedió, y me precipité hacia dentro gritando el nombre de mi madre.
Nada mas entrar vi a varios trasgos rodeando a mi tío, hostigándole con sus toscas y melladas armas. Mi tío protegía a mi madre dejándola a sus espaldas. Rápidamente di un vistazo a ver que podía utilizar como arma para ayudarles y di con un martillo utilizado día a día en la forja. Este compañero de trabajo iba a servirme para mi primer combate real. Mi tío asestó varios golpes y yo me abalance contra la primera criatura que vi en aras de abrir un hueco que nos permitiera escapar. El viejo, con sus habilidades, pese a la protección que le otorgaba a mi madre, abatió a tres criaturas y yo pude deshacerme de una. Todo parecía ir bien, solo teníamos que irnos lo más rápido que pudiésemos de ese lugar, ponernos a salvo. Salimos a la calle y corrimos lo mas rápido que pudimos hacia el bosque, atravesando calles, cruces y esquivando a los trasgos que podíamos hasta llegar al linde del pueblo, pero no iba a ser tan fácil. A punto de llegar al bosque nos encontramos con varios trasgos que hicieron de muro, y detrás de ellos un Osgo, una criatura que doblaba en tamaño a los demás, empuñaba un hacha a dos manos mientras gritaba y señalaba a sus lacayos dándoles órdenes en aquello que mas que una lengua parecía ser un conjuro de maldición. Las criaturas nos rodearon y comenzaron a luchar, pero nada tenían que hacer contra la habilidad de mi tío con la espada, así que ya cansado de ver la lucha, el Gran Osgo cortó una cabeza de uno de sus lacayos mientras soltaba alaridos al viento y se abría paso para cargar contra quien le enfurecía. Todo lo veía de reojo ya que yo combatía con otros varios trasgos para que no se acercaran a mi familia.
Mi tío lucho contra el Osgo como un valeroso guerrero, pero este, al parecer, mucho mas diestros que los trasgos, le desviaba todos los golpes. La lucha se alargó hasta que, en un movimiento certero, el Osgo hundió su hacha contra el pecho de mi tío...los ojos se me nublaron...nooooo, inmediatamente mi mirada fue a mi madre mientras me deshacía de uno de los trasgos con mi martillo de herrero. El Osgo la cogió del cuello, la levanto en alto y en menos que un instante, se lo apretó hasta partírselo.
Allí en aquel preciso momento, fue la primera vez. No se si el motivo fue la muerte de mi tío que era un padre para mí o el ver como mi querida madre había muerto a manos de tal vil criatura de una forma tan desagradable... Mi cuerpo comenzó a brillar con una luz dorada, emanaba energía y desprendía cierto calor, las lagrimas corrían por mi cara, la sangre empapaba mi ropa, pero me sentía mejor, con mas fuerza, con mas ímpetu, aquella acción no podía quedar así. Comencé a asestar golpes a los trasgos que quedaban cerca de mí, deshaciéndome de ellos uno a uno mientras lanzaba injurias al viento contra el Gran Osgo. Quería destrozarlo...con cada golpe me sentía mejor, menos cansado, mas fuerte, mas hábil, mis heridas cicatrizaban...Corrí hacia el Osgo con mi arma en alto mientras él se preparaba en una postura defensiva...¡Morid escoria!... le comencé a lanzar golpes de martillo pero ninguno llegaba a su destino, el Osgo golpeaba con destreza y esquivaba mis golpes hábilmente. El combate no duró mucho...un paso en falso mío y el Osgo propinó un golpe con el mango de su hacha que me desarmó. Seguidamente me asestó varios tajos, sentía como su sucia hacha cortaba mi carne, pero aún así, le seguí golpeando con mis puños. El Osgo sorprendido, ya que no se esperaba tanto fervor, preparó aquello que podría ser una técnica marcial de las que mi tío una vez me contó existían y me propinó un golpe que me impulsó varios metros hacia atrás obligándome a morder el polvo....Ya en el suelo, abatido, cansado, desangrándome por los cortes, hinqué una rodilla para levantarme, pero mi cuerpo no respondía, las fuerzas me abandonaban y caí tumbado boca abajo....mis ojos se cerraban. Al fondo de mi mirada yacía mi madre sin vida,...no podía casi ni mover los ojos pero unas lagrimas recorrían mi cara de nuevo, "lo siento madre...."
Mi vista se nublaba pero mis oídos aun funcionaban y oí un sonido de un cuerno de guerra que no debería estar muy lejos. Entonces noté en mi cuerpo como retumbaba el suelo cual terremoto y pronto unos gritos de guerra en mi idioma se entrelazaron con los gritos guturales de los trasgos. Mi visión cada vez era menor y cada vez estaba mas nublada. Lo último que pude ver antes de cerrar los ojos, es cómo la cabeza del Gran Osgo rodaba por tierra y unas botas brillantes de una armadura dorada bajaban de lo que parecía ser un caballo grande de guerra...
ADOLESCENCIA
Me levanté en una tienda de campaña enorme llena de cosas, podría decirse que para mí estilo de vida eso era lo mas parecido a un palacio. Estaba en lo que parecía una cama improvisada, y tenía el cuerpo lleno de vendas. Así es como conocí al hombre que a partir de ahora iba a llamar Maestre. El Maestre era un hombre corpulento y bien vestido, con buenos modales y mejores palabras. Siempre llevaba en el cinto su espada bastarda y nunca desatendía ningún detalle de fuese lo que fuese lo que iba a hacer o decir. En el campamento compuesto por varias decenas de hombres, todos le saludaban a su paso y él les devolvía el saludo mirándolos y asintiendo. El Maestre me contó lo que había sucedido en el pueblo, como llegaron a tiempo y como fue la carga de los caballeros contra el Osgo y los trasgos. Lamentó no llegar antes, pero fue casualidad dijo, porque volvían de unas cruzadas cuando vieron el humo en el cielo.
Pasé mucho tiempo con el Maestre y aunque era una persona de pocas palabras se veía que era una persona noble, de alta cuna, no solo un guerrero consagrado a su dios. Días después de nuestro primer contacto me preguntó desde cuando había comenzado a desprender el aura dorada que dijo ver cuando me recogió, y tuve que decirle que nunca la había visto hasta ese día. El Maestre me dijo que iban a viajar a un templo a meses de donde estábamos y que sería bueno que les acompañara. No dudé en decirle que ya no tenía nada en la vida y que cualquier cosa que me tuviese la mente ocupada era mejor que nada.
Tardé mucho tiempo en no tener pesadillas del Osgo donde una y otra vez veía como le partía el cuello a mi madre. Nunca mas iba a verla y ello me llenaba de dolor el corazón...Innumerables fueron las veces que me levanté de un salto por las noches sudado al salir de tales pesadillas, pero muchas de esas veces me daba cuenta que no era el único que tenía un pasado fatídico. El Maestre no dormía bien. La mayoría de noches parecía luchar contra algo en sus sueños mientras no hacía mas que repetir un nombre de mujer. Algo le sucedió en su vida que tenía a ver con una mujer y un ser que dominaba la magia oscura que le atormentaba. Nunca me lo contó, pero era obvio que ese recuerdo le oprimía el corazón todos los días de su vida.
Durante los meses que tardamos en llegar al templo el Maestre me enseño a combatir, modales, etiqueta, y mucha historia. Todos los días había un reto nuevo ya que el Maestre veía que tenía destreza con la espada y aprendía muy rápido. Fuera de la instrucción, el Maestre no era una persona muy comunicativa y siempre estaba sólo. Aun así, para agradecerle todo lo que estaba haciendo por mí, yo le cuidaba el caballo, lo cepillaba y lo mantenía limpio y bien alimentado.
Al llegar a la fortaleza del temple el Maestre fue a hablar con el Gran Maestre de la orden y estuvieron disertando casi un día. Día que dio para que sus hombres y yo nos instaláramos en las habitaciones que nos habían preparado, y pudiesen enseñarme toda la fortaleza. Tenía de todo lo que una fortaleza pueda ofrecer: caballeriza, patio de armas, cocinas, dormitorios, armerías,....y una capilla grande en honor a Helmo, protector y vigilante. En el centro de la capilla se alzaba su estatua con su impresionante y brillante armadura.
Cuando terminaron la charla el Maestre me presentó al gran maestre y me indicó que a partir de ese momento, esa fortaleza podía ser mi hogar y todos los que habían en ella mis hermanos si así lo quería y abrazaba la doctrina de Helmo. No tardé en asentir ya que después de todo lo que había vivido, nada me quedaba ya atrás, y lo único que tenía en mente era vigilar y proteger allá donde estuviera para que no volviese a sucederle a nadie nada parecido a lo que yo viví en el pueblo de mi tío.
Mi obsesión por dominar la especialidad marcial de la espada me llevó a enfrentarme a duros entrenamientos diariamente, los que acometía con ímpetu y fervor. Cada vez que me sentía un poco agotado recordaba ese día y me enervaba tanto que inmediatamente cogía las fuerzas necesarias para continuar.
Los años pasaron en la fortaleza y el Maestre tuvo que partir hacia otra guerra, guerra a la que no me dejaron ir debido a que no había concluido aún la instrucción como cruzado, sólo era un acólito. Me esforcé aún mas si cabe tras partir el Maestre para cumplir con mi cometido, proteger a cualquiera que lo necesite de cualquier criatura malvada. Trabajé duro como herrero en el templo ya que era una de mis habilidades y al Gran Maestre le complació disponer de uno para cambiar herraduras a los caballos y reparar armaduras y armas de los cruzados que salían regularmente de la fortaleza para sus misiones. Forjé armas, armaduras, escudos....todo lo que podía cuando terminaba mi instrucción diaria. Ello me valía para entrenar aun mas si cabe mis habilidades físicas.
EDAD ADULTA.
Tras pasar los años, al fin llegó el día de mi nombramiento como cruzado, jurar servir a Helmo y proteger a la gente de bien. El nombramiento fue con mis hermanos y sin ningún tipo de lujo, me entregaron una espada con una inscripción de la orden de los cruzados de Helmo, los vigilantes, los protectores. Lo celebramos todos con el vino que nosotros mismo elaborábamos y comenzamos a soñar despiertos hablando de las gestas que estaban por venir y todas las aventuras que íbamos a vivir a partir de ese momento para la gloria de Helmo. La vida volvía a tener sentido. Tenía un cometido y no pensaba mirar hacia otro lado.
Unos meses después de mi nombramiento surgió la oportunidad. El Gran Maestre nos convocó a todos los hermanos a la mesa para exponernos una misión. Necesitaba que alguien viajara a una lejana ciudad llamada Sundabar a entregarle una misiva al clérigo del salón de la vigilancia. Era algo de vital importancia, pero no podía levantarse mucho alboroto ya que debía llegar cuanto antes a sus manos y no debía ser interceptado. El ir un grupo podía llamar la atención y no era eso lo que quería el Gran Maestre. Parecía algo importante por habernos convocado a todos, así que no dude en levantarme de mi silla y ofrecerme para tal misión. Se me indicó que el camino era peligroso, y que aunque mi formación había concluido debía tener cuidado con los peligros que me podía encontrar. Me insistió en esquivar los confrontamientos en aras de llegar y entregar la misiva al clérigo. La reunión se disolvió y quedamos solo el Gran Maestre y yo. Observé firme y manteniendo mi posición como acababa de escribir la carta, la enrollaba y la sellaba el lacre con su anillo de la orden. El Gran Maestre me dio la carta y mientras me hacia entrega me dijo: "aquí tenéis una información de vital importancia, entregadlo cuanto antes y protegedlo con vuestra vida. Una vez entregada la misiva responderéis al salón de la vigilancia. Vuestro lugar estará allí a partir de ahora hermano Rolan.".
Preparé mis pocas pertenencias, cogí mis armas, me puse mi armadura, ensillé a mi caballo, y me preparé para iniciar mi nueva vida lejos de lo que aunque había sido mi tercer hogar, me había acabado de forjar como Hombre, como Guerrero, como Cruzado.
INFANCIA
Nací en una familia humilde, no por eso infeliz. Los recuerdos de mi infancia son buenos, duros, pero buenos.
Mi padre trabajaba cuidando los caballos de un gran mercader que disponía de una veintena de animales entre los que se incluyen potros, yeguas y sementales. Desde muy pequeño mi padre me enseñó el valor del trabajo y me dejaba las tareas de limpieza de los mismos. Les llevaba alimento, limpiaba sus excrementos y los cepillaba desde que salía hasta que se ponía el sol. Me gustaba. Los caballos son unos animales muy agradecidos y me transmitían tranquilidad. Pronto aprendí a montar y pude pasearlos para ejercitarlos. Una vida dura, pero feliz codo con codo con mi padre.
Los días pasaban en las cuadras y como dormíamos en una parte del establo convertido en choza, nos daba para permitirnos alguna pequeña y suculenta comida con el salario que pagaban a mi padre. Todo fue bien hasta que la vida me dio una primera lección...Mi padre enfermó un día y empeoró rápidamente sin que el herbolario del pueblo pudiese hacer nada para mejorar su estado. Mi madre no hacía mas que llorar y yo intentaba ocuparme de las labores de herraje de los caballos que hacía mi padre...La agonía no duró mucho, pocas semanas después de enfermar, murió. Fue un duro golpe para mí. El cabeza de familia, mi pilar, mi maestro, murió...mi madre perdió su sonrisa y con ello las ganas casi de vivir. El mercader nos dijo que ya no podía contar con nosotros ya que necesitaba un hombre que llevara a los caballos, y pese a que le insistí en que yo podía esforzarme, nos dijo que no podíamos quedarnos mas. Mi madre vio que tenía que ser fuerte y con los pocos ahorros que teníamos emprendimos un viaje en carreta hasta donde vivía su hermano,...mi tío.
JUVENTUD
Después de un lago viaje llegamos al pueblo de mi tío, un señor mayor pero recio, trabajador sin igual y una persona útil en sus labores. Nada mas y nada menos el herrero del pueblo. Sus labores pasaban por la fabricación de unos cerrojos para puertas, herraduras, etc... hasta en ocasiones, la renovación de las armas de la guardia del noble mas cercano...Todo un señor comparado con mi padre, claro está. La primera vez que lo vi, vi a un hombre con una sonrisa de oreja a oreja, un pelo y barba blanca y unos brazos...descomunales...era fuerte, se notaba que lo precisaba su oficio. Trabajador como era yo, no tardé en decirle que podía ayudarle en cualquier cosa que necesitase, y cargar con vetas de hierro, avivar las fraguas, afilar dagas, o cualquier otro trabajo. Nada superaría el esfuerzo de limpiar excrementos de caballo, herrarlos...Con mi tío aprendí a forjar herraduras, picos mineros, herramientas como martillos,...un oficio duro, pero satisfactorio cuando ves los resultados.
Conocí a otros chicos y chicas en la aldea aunque pasara mucho tiempo en la forja. El tiempo pasó y mi madre recupero un atisbo de lo que era su sonrisa. Me gustaba vivir con mi tío. Era un hombre carismático e interesante...De hecho un día mientras forjaba espadas para unos guardias, me dio cuatro lecciones de como empuñar un arma, lo que inicio un entrenamiento diario. Sinceramente, no entendía como una persona como él podía saber tanto de un arte tan complejo como la espada. La vida volvía a ser perfecta, amigos, trabajo, la sonrisa de mi madre.
Unos años después de vivir con mi tío, la vida me volvió a poner en guardia. Estaba con mi labor matutina de ir a la mina, cerca del pueblo, a obtener unas vetas de hierro para fabricar candiles, azadas y herraduras para los bueyes cuando sucedió. Nada mas acabar de llenar al burro que teníamos con vetas de hierro, me dispuse a salir de la mina y volver al pueblo. Al salir, lo vi...a lo lejos...el cielo ennegrecido, como una nube de una tormenta, pero con el sol en todo lo alto, ¿fuego?, en el pueblo? Dejé al burro y me apresuré a llegar a ver lo que sucedía. Cuanto mas me acercaba mas preocupado estaba por lo que veía. Cerca del pueblo podía oír ruidos que poco tenían que ver con un día a día, mas bien parecían gritos, lamentos, golpes...algo malo sucedía... Llegué al pueblo y me enfrenté a la cruel realidad. Muertos en el suelo, tirados contra las paredes de las casas, todo ardía,...el cielo tomaba un aspecto rojizo, como el suelo bañado en sangre...un frio estremecedor recorrió todo mi cuerpo. ¿Qué estaba sucediendo? corrí por las calles en dirección a casa y por el camino pude ver como indeseables criaturas como los trasgos estaban atacando mi pueblo, ¿Cómo habían llegado hasta aquí? los esquivé hasta dar con la puerta de la herrería la cual se encontraba en llamas...un temor me recorría por las venas....¿que habrá sido de mi tío y de mi madre? lo peor estaba por venir. Golpeé la puerta con fuerza para poder entrar hasta que cedió, y me precipité hacia dentro gritando el nombre de mi madre.
Nada mas entrar vi a varios trasgos rodeando a mi tío, hostigándole con sus toscas y melladas armas. Mi tío protegía a mi madre dejándola a sus espaldas. Rápidamente di un vistazo a ver que podía utilizar como arma para ayudarles y di con un martillo utilizado día a día en la forja. Este compañero de trabajo iba a servirme para mi primer combate real. Mi tío asestó varios golpes y yo me abalance contra la primera criatura que vi en aras de abrir un hueco que nos permitiera escapar. El viejo, con sus habilidades, pese a la protección que le otorgaba a mi madre, abatió a tres criaturas y yo pude deshacerme de una. Todo parecía ir bien, solo teníamos que irnos lo más rápido que pudiésemos de ese lugar, ponernos a salvo. Salimos a la calle y corrimos lo mas rápido que pudimos hacia el bosque, atravesando calles, cruces y esquivando a los trasgos que podíamos hasta llegar al linde del pueblo, pero no iba a ser tan fácil. A punto de llegar al bosque nos encontramos con varios trasgos que hicieron de muro, y detrás de ellos un Osgo, una criatura que doblaba en tamaño a los demás, empuñaba un hacha a dos manos mientras gritaba y señalaba a sus lacayos dándoles órdenes en aquello que mas que una lengua parecía ser un conjuro de maldición. Las criaturas nos rodearon y comenzaron a luchar, pero nada tenían que hacer contra la habilidad de mi tío con la espada, así que ya cansado de ver la lucha, el Gran Osgo cortó una cabeza de uno de sus lacayos mientras soltaba alaridos al viento y se abría paso para cargar contra quien le enfurecía. Todo lo veía de reojo ya que yo combatía con otros varios trasgos para que no se acercaran a mi familia.
Mi tío lucho contra el Osgo como un valeroso guerrero, pero este, al parecer, mucho mas diestros que los trasgos, le desviaba todos los golpes. La lucha se alargó hasta que, en un movimiento certero, el Osgo hundió su hacha contra el pecho de mi tío...los ojos se me nublaron...nooooo, inmediatamente mi mirada fue a mi madre mientras me deshacía de uno de los trasgos con mi martillo de herrero. El Osgo la cogió del cuello, la levanto en alto y en menos que un instante, se lo apretó hasta partírselo.
Allí en aquel preciso momento, fue la primera vez. No se si el motivo fue la muerte de mi tío que era un padre para mí o el ver como mi querida madre había muerto a manos de tal vil criatura de una forma tan desagradable... Mi cuerpo comenzó a brillar con una luz dorada, emanaba energía y desprendía cierto calor, las lagrimas corrían por mi cara, la sangre empapaba mi ropa, pero me sentía mejor, con mas fuerza, con mas ímpetu, aquella acción no podía quedar así. Comencé a asestar golpes a los trasgos que quedaban cerca de mí, deshaciéndome de ellos uno a uno mientras lanzaba injurias al viento contra el Gran Osgo. Quería destrozarlo...con cada golpe me sentía mejor, menos cansado, mas fuerte, mas hábil, mis heridas cicatrizaban...Corrí hacia el Osgo con mi arma en alto mientras él se preparaba en una postura defensiva...¡Morid escoria!... le comencé a lanzar golpes de martillo pero ninguno llegaba a su destino, el Osgo golpeaba con destreza y esquivaba mis golpes hábilmente. El combate no duró mucho...un paso en falso mío y el Osgo propinó un golpe con el mango de su hacha que me desarmó. Seguidamente me asestó varios tajos, sentía como su sucia hacha cortaba mi carne, pero aún así, le seguí golpeando con mis puños. El Osgo sorprendido, ya que no se esperaba tanto fervor, preparó aquello que podría ser una técnica marcial de las que mi tío una vez me contó existían y me propinó un golpe que me impulsó varios metros hacia atrás obligándome a morder el polvo....Ya en el suelo, abatido, cansado, desangrándome por los cortes, hinqué una rodilla para levantarme, pero mi cuerpo no respondía, las fuerzas me abandonaban y caí tumbado boca abajo....mis ojos se cerraban. Al fondo de mi mirada yacía mi madre sin vida,...no podía casi ni mover los ojos pero unas lagrimas recorrían mi cara de nuevo, "lo siento madre...."
Mi vista se nublaba pero mis oídos aun funcionaban y oí un sonido de un cuerno de guerra que no debería estar muy lejos. Entonces noté en mi cuerpo como retumbaba el suelo cual terremoto y pronto unos gritos de guerra en mi idioma se entrelazaron con los gritos guturales de los trasgos. Mi visión cada vez era menor y cada vez estaba mas nublada. Lo último que pude ver antes de cerrar los ojos, es cómo la cabeza del Gran Osgo rodaba por tierra y unas botas brillantes de una armadura dorada bajaban de lo que parecía ser un caballo grande de guerra...
ADOLESCENCIA
Me levanté en una tienda de campaña enorme llena de cosas, podría decirse que para mí estilo de vida eso era lo mas parecido a un palacio. Estaba en lo que parecía una cama improvisada, y tenía el cuerpo lleno de vendas. Así es como conocí al hombre que a partir de ahora iba a llamar Maestre. El Maestre era un hombre corpulento y bien vestido, con buenos modales y mejores palabras. Siempre llevaba en el cinto su espada bastarda y nunca desatendía ningún detalle de fuese lo que fuese lo que iba a hacer o decir. En el campamento compuesto por varias decenas de hombres, todos le saludaban a su paso y él les devolvía el saludo mirándolos y asintiendo. El Maestre me contó lo que había sucedido en el pueblo, como llegaron a tiempo y como fue la carga de los caballeros contra el Osgo y los trasgos. Lamentó no llegar antes, pero fue casualidad dijo, porque volvían de unas cruzadas cuando vieron el humo en el cielo.
Pasé mucho tiempo con el Maestre y aunque era una persona de pocas palabras se veía que era una persona noble, de alta cuna, no solo un guerrero consagrado a su dios. Días después de nuestro primer contacto me preguntó desde cuando había comenzado a desprender el aura dorada que dijo ver cuando me recogió, y tuve que decirle que nunca la había visto hasta ese día. El Maestre me dijo que iban a viajar a un templo a meses de donde estábamos y que sería bueno que les acompañara. No dudé en decirle que ya no tenía nada en la vida y que cualquier cosa que me tuviese la mente ocupada era mejor que nada.
Tardé mucho tiempo en no tener pesadillas del Osgo donde una y otra vez veía como le partía el cuello a mi madre. Nunca mas iba a verla y ello me llenaba de dolor el corazón...Innumerables fueron las veces que me levanté de un salto por las noches sudado al salir de tales pesadillas, pero muchas de esas veces me daba cuenta que no era el único que tenía un pasado fatídico. El Maestre no dormía bien. La mayoría de noches parecía luchar contra algo en sus sueños mientras no hacía mas que repetir un nombre de mujer. Algo le sucedió en su vida que tenía a ver con una mujer y un ser que dominaba la magia oscura que le atormentaba. Nunca me lo contó, pero era obvio que ese recuerdo le oprimía el corazón todos los días de su vida.
Durante los meses que tardamos en llegar al templo el Maestre me enseño a combatir, modales, etiqueta, y mucha historia. Todos los días había un reto nuevo ya que el Maestre veía que tenía destreza con la espada y aprendía muy rápido. Fuera de la instrucción, el Maestre no era una persona muy comunicativa y siempre estaba sólo. Aun así, para agradecerle todo lo que estaba haciendo por mí, yo le cuidaba el caballo, lo cepillaba y lo mantenía limpio y bien alimentado.
Al llegar a la fortaleza del temple el Maestre fue a hablar con el Gran Maestre de la orden y estuvieron disertando casi un día. Día que dio para que sus hombres y yo nos instaláramos en las habitaciones que nos habían preparado, y pudiesen enseñarme toda la fortaleza. Tenía de todo lo que una fortaleza pueda ofrecer: caballeriza, patio de armas, cocinas, dormitorios, armerías,....y una capilla grande en honor a Helmo, protector y vigilante. En el centro de la capilla se alzaba su estatua con su impresionante y brillante armadura.
Cuando terminaron la charla el Maestre me presentó al gran maestre y me indicó que a partir de ese momento, esa fortaleza podía ser mi hogar y todos los que habían en ella mis hermanos si así lo quería y abrazaba la doctrina de Helmo. No tardé en asentir ya que después de todo lo que había vivido, nada me quedaba ya atrás, y lo único que tenía en mente era vigilar y proteger allá donde estuviera para que no volviese a sucederle a nadie nada parecido a lo que yo viví en el pueblo de mi tío.
Mi obsesión por dominar la especialidad marcial de la espada me llevó a enfrentarme a duros entrenamientos diariamente, los que acometía con ímpetu y fervor. Cada vez que me sentía un poco agotado recordaba ese día y me enervaba tanto que inmediatamente cogía las fuerzas necesarias para continuar.
Los años pasaron en la fortaleza y el Maestre tuvo que partir hacia otra guerra, guerra a la que no me dejaron ir debido a que no había concluido aún la instrucción como cruzado, sólo era un acólito. Me esforcé aún mas si cabe tras partir el Maestre para cumplir con mi cometido, proteger a cualquiera que lo necesite de cualquier criatura malvada. Trabajé duro como herrero en el templo ya que era una de mis habilidades y al Gran Maestre le complació disponer de uno para cambiar herraduras a los caballos y reparar armaduras y armas de los cruzados que salían regularmente de la fortaleza para sus misiones. Forjé armas, armaduras, escudos....todo lo que podía cuando terminaba mi instrucción diaria. Ello me valía para entrenar aun mas si cabe mis habilidades físicas.
EDAD ADULTA.
Tras pasar los años, al fin llegó el día de mi nombramiento como cruzado, jurar servir a Helmo y proteger a la gente de bien. El nombramiento fue con mis hermanos y sin ningún tipo de lujo, me entregaron una espada con una inscripción de la orden de los cruzados de Helmo, los vigilantes, los protectores. Lo celebramos todos con el vino que nosotros mismo elaborábamos y comenzamos a soñar despiertos hablando de las gestas que estaban por venir y todas las aventuras que íbamos a vivir a partir de ese momento para la gloria de Helmo. La vida volvía a tener sentido. Tenía un cometido y no pensaba mirar hacia otro lado.
Unos meses después de mi nombramiento surgió la oportunidad. El Gran Maestre nos convocó a todos los hermanos a la mesa para exponernos una misión. Necesitaba que alguien viajara a una lejana ciudad llamada Sundabar a entregarle una misiva al clérigo del salón de la vigilancia. Era algo de vital importancia, pero no podía levantarse mucho alboroto ya que debía llegar cuanto antes a sus manos y no debía ser interceptado. El ir un grupo podía llamar la atención y no era eso lo que quería el Gran Maestre. Parecía algo importante por habernos convocado a todos, así que no dude en levantarme de mi silla y ofrecerme para tal misión. Se me indicó que el camino era peligroso, y que aunque mi formación había concluido debía tener cuidado con los peligros que me podía encontrar. Me insistió en esquivar los confrontamientos en aras de llegar y entregar la misiva al clérigo. La reunión se disolvió y quedamos solo el Gran Maestre y yo. Observé firme y manteniendo mi posición como acababa de escribir la carta, la enrollaba y la sellaba el lacre con su anillo de la orden. El Gran Maestre me dio la carta y mientras me hacia entrega me dijo: "aquí tenéis una información de vital importancia, entregadlo cuanto antes y protegedlo con vuestra vida. Una vez entregada la misiva responderéis al salón de la vigilancia. Vuestro lugar estará allí a partir de ahora hermano Rolan.".
Preparé mis pocas pertenencias, cogí mis armas, me puse mi armadura, ensillé a mi caballo, y me preparé para iniciar mi nueva vida lejos de lo que aunque había sido mi tercer hogar, me había acabado de forjar como Hombre, como Guerrero, como Cruzado.