La Madre.

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--Talos--
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Re: La Madre.

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Cayó al suelo y se incorporó levemente.
El vestido estaba manchado de sangre en uno de los brazos. Rasgado.
Quedó aterrorizada cuando se acercó a ella y se inclinó, asiéndola del brazo y levantándola del suelo con facilidad.
Examinó con detalle el brazo, la sangre y el roto del vestido.

- Que interesante, pequeña. Que interesante. -Desvió su atención. - Id. Buscad. Encontrad.

las dos figuras se movieron veloces mientras la balconada se formaba.

- Y dime, pequeña... ¿Cómo os llamáis?
La niña tragó saliva siendo trasportada como una muñeca de trapo por el brazo.
Pronunció su nombre cuando era depositada sobre un camastro.

- Chele.

Las garras hendían, rascaban, partían y apartaban.
Minuto a minuto, hora a hora.
Capas de sedimentos eran atravesadas.
Duros metales.
Densa piedra.
Pero las garras continuaban infatigablemente abriendo camino.
Y de los cielos surgiran rayos que iluminaran hasta la más oscura sombra... y los truenos acallaran los gritos de panico y dolor.
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Re: La Madre.

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No le quedaba suficiente oro para pagar el pasaje.
Con suerte, si lo suficiente para poder pernoctar bajo techo por el camino.

Se frotó el brazo mientras abandonaba los alrededores de Argluna.
Había acudido al Templo de Tymora. E incluso había logrado pagar en la Cámara de los Sabios para investigar algo por su cuenta.

Sin éxito alguno.

Cabizbaja, caminaba con la mirada gacha, concentrada en sus pensamientos, en el rugir de hambre de sus tripas y en dar un paso tras otro.

Una mala forma de andar por los caminos.

Para cuando ella se dio cuenta ya lo tenía delante.
Rugió ante ella a un par de metros.
No había opción a correr...
Aterrada, simplemente cerró los ojos, esperando...
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- Y esta es sin duda de la mejor calidad, señor. Una excelente seda proveniente de Suzail.

El hombre se miró en el espejo, ajustando las mangas de la camisa para luego ponerse el chaleco de cuero negro por encima.

- Un excelente trabajo, Luchiano. - Comentó mientras recogía la bolsa sobre la mesa, dejaba el oro y la guardaba. - Oye.. ¿tienes una vaina para cuchillo? - preguntó mientras apartaba el pelo.
- ¡Por supuesto, señor!
- Mauvais.
- ¿Qué? ¡Ah, si! ¡Por supuesto, señor Mauvais!


Luchiano negó cuando el hombre se marchó.
- Desde luego con este trabajo se ve de todo.
Se acercó con desagrado al biombo, cogió uno de las largas reglas de madera que usaba y pescó los malolientes harapos, dispuesto a deshacerse de ellos rápidamente.

Y de los cielos surgiran rayos que iluminaran hasta la más oscura sombra... y los truenos acallaran los gritos de panico y dolor.
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Aterrada, simplemente cerró los ojos, esperando...

Cuando los abrió nuevamente, se encontraba de rodillas sobre el suelo mojado.
Las manos húmedas.
Rojas.
El vestido empapado en sangre.
Notó el sabor metálico en la boca y los restos de algo en ella.
Escupió los trozos de carne y grasa, conteniendo la arcada que le hubiese hecho vaciar su estomago, ahora lleno.

El oso se encontraba ante ella.
Completamente abierto en canal, eviscerado en buena parte.

Se incorporó rápidamente, abandonando el lugar en una desesperada carrera.
Sin duda, ya no tenía hambre.
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Finalmente dio con una oquedad en su camino.
La pared del tunel se desmoronó. Un aire húmedo y viciado llenó su hocico.
Y olfateó.
Con un suave rugido se abrió paso a través del corredor, hasta que llegó a una zona nuevamente sin salida.
No hacía falta una salida o un camino.
Las garras hendían, rascaban, partían y apartaban.

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Re: La Madre.

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La mujer observaba el retrato acariciando con la yema de los dedos el lienzo.
A veces no lograba sosegar su carácter.
La puerta se abrió, una voz tímida y vacilante trató de hacerse oír.
- ¿Lady?
- Ah, Cynn. Pasa. Toma asiento. ¿Te encuentras bien? Te veo algo abatida.

Cynn estrujó la falda mientras se acercaba y tomaba asiento en un butacón.
- La he vuelto a ver.

La mujer se sentó frente a ella, en otro de los butacones de la sala. Expectante.

- Creo... creo que puede saber más cosas. Quizás pueda ayudarnos.

- Ah, querida Cynn. Esperemos que si.

- Le he dicho que si quería venir a la próxima reunión..

- Si, si. Por supuesto.

- Dijo que quería venir acompañada.

- No veo porque no. Quizás la pobre se sienta igual de asustada aunque pretenda disimularlo.

Cynn sonrió y asintió.

- Y me dijo de los secuestros.

El rostro de la mujer se ensombreció.

- Desgraciadamente, cariño. Hay una nueva desaparición. Y tengo una mala noticia que darte.

instantes después, Cynn lloraba de rodillas en el regazo de la mujer, la cual le acariciaba el pelo tratando de sosegarla.
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Observó el fulgor desvanecerse.
Cuan interesante había resultado la inesperada visita.
Información, siempre era bienvenida.
Y el Tesoro del Visir seguía sin reclamar. Lo había desechado. Pero quizás...
Desechó esos pensamiento por el momento y se encamino a la puerta.

Descendió los escalones de la torre.
Unos tras otros hasta llegar al piso y la sala que buscaba.

Runas y orbes levitaban por la sala.
Observó con atención la evolución de las palpitantes runas.
Bajo cada juego de Orbe y runas, un camastro ocupado.
Tras examinar unas y otras se encaminó nuevamente a la salida de la sala.

- Que interesante reacción. ¿Pero qué quiere decir? Necesito más. -Alzó la vista al techo. - Id. Buscad. Encontrad

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Re: La Madre.

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Observó la vasta extensión helada.
Un bosque congelado y libre del alcance de las civilizaciones.
Sonriente miró tras de si, viendo las pequeñas huellas en la nieve.
La observaban y la aceptaban.

Y de repente, todo se puso negro.
El dolor sacudió su cabeza, cayó de rodillas sobre la nieve llevando ambas manos a la cabeza y emitiendo un pequeño grito de dolor.
El frio viento se alzó alrededor de ella, los animales se agazaparon con precaución.
Con un nuevo grito, la pequeña figura se desplomó sobre la nieve.

Poco tiempo después, la nieve comenzó a fundirse a su alrededor.
Alzó la cabeza aturdida y se incorporó.
- ¿Qué... era eso?

Observaba las líneas en el libro.
Trazos a trazo se iban conformando.
- Interesante. - Dijo mientras golpeaba con el índice enguantado una de las líneas. - Y esto también.
Cruzó las manos tras la espalda y se encaminó al fondo de la sala.
El agua borboteaba en la pequeña fuente a los pies del árbol.
Examinó la corteza arrugada , cuarteada ...

- Tal vez haya más de una respuesta a este dilema. Que fascinante. - emitió lo que quizás fuese un quedo suspiro y dirigió su mirada a un lugar de la sala.
Una estatua de ámbar reposaba allí. Aguardando.

- Tendré que hacer algunas visitas primero... antes de seguir contigo.

Extendió una mano comenzando la conjuración para iniciar su viaje.
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Vio como se abría el portal al lanzar el pergamino.
Como lo cruzaba presurosamente.

- Que... decepcionante. - Observó la ciudad por unos instantes antes de abrir su propio camino de salida.

El crepitar de la energía arrastró las hojas secas del suelo.
Se fijó nuevamente en la estatua de ámbar.
Los guantes de cuero crujieron al moverse los dedos en un intrincado baile.
El sarcófago se alzó del suelo y mientras avanzaba por el aire se volteó hasta ponerse en posición vertical.

A un gesto de la cabeza del encapuchado, una mesa de laboratorio trotó hasta colocarse bajo el ámbar.

Apretó con fuerza el puño izquierdo y el ámbar comenzó a resquebrajarse, liberando a su cautiva.
La elfa permanecía amordazada por una bandana de hierro.
Cadenas con runas grabadas, inmovilizaban brazos y piernas.

Una mesa más pequeña trotó hasta poner el instrumental al alcance del encapuchado.
Observó el árbol, a la elfa y por último el instrumental.
- Comencemos.
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No había estado mal.
La práctica hace al hombre.

Sonrió mientras guardaba el cuchillo.

- ¿Alguno más tiene algo que objetar?

El grupo de bandidos acababa de ver como su líder era degollado en un abrir y cerrar de ojos.

- ¿Y qué tendríamos que hacer..... jefe?

Mauvais sonrió, extrajo un pergamino del interior del chaleco y lo extendió sobre la mesa, apartando el oro y las botellas.

- Alguno de vosotros sabrá leer, espero.

El grupo se apiñó alrededor de la mesa leyendo u observando el pergamino del nuevo jefe.
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- Con cuidado. Con mucho cuidado.

Los dedos se movían hábilmente entretejiendo la Urdimbre.
La energía bullía del pecho de la niña. Chispazos arañaban la carne mientras hilos de luz se hundían en ella.
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- Mucho. Cuidado.

Los dedos comenzaron a estirar de los hilos como si de una marioneta se tratase.
La niña sufrió un estertor, un pequeño grito... y las runas y glifos que flotaban sobre el camastro se desvanecieron.

- ¡NO! ¡Maldita sea!

Los hilos de luz se desvanecieron.
Alzó la vista al techo.
- Id. Buscad. Encontrad
Luego la bajó a los camastros. Todos tenían un cadáver. Un fracaso.

- Más, necesito más.


- Comencemos.

El cuerpo de la elfa convulsionaba.
Fracciones de su cuerpo cambiaban a agua, fuego, aire, tierra , escamas...
Las cadenas brillaban constantemente, aprisionándola.

Los guantes de cuero emitieron los crujidos característicos al comenzar las acciones.

Cortaba, abría, implantaba las sondas.

Los minutos pasaban y la operación seguía.
A pesar de la bandana metálica que la amordazaba, los gritos de dolor no eran amortiguados en su totalidad.

No había palabras en quien llevaba la operación.
Solo la pulcritud de movimientos.
Fríos.
Metódicos.
Perfectos.

Dejó sobre la mesa el bisturí y las pinzas.
Tocó la bandana, la cual se desvaneció como si nunca hubiese existido.

- ¿Puedes oírme?

La elfa abrió la boca, trató de hablar, tragó saliva y emitió un ronco si por respuesta.
Los guantes colocaron el pelo negro con cuidado tras las orejas.

- Excelente. Ya casi he terminado contigo.

Retrocedió mientras conjuraba, alzando el cuerpo de la elfa de la mesa.
Girándolo.
Colocando su espalda contra el viejo árbol.

- Ahora...despertémosla.

Las ramas del árbol se movieron, extendiéndose y hundiéndose en las sondas.
La sangre manó, alimentando la corteza.
Alimentando el árbol.

Se cruzó de brazos, observando el proceso.
Gritaba. Seguramente dolía. Pero para el bien de ella pronto terminaría.

El tronco palpitó una vez. Y otra. Y otra. Y otra. Y otra.
Hasta que finalmente comenzó a resquebrajarse.
Dos manos apartaron la corteza desde el interior.
Una figura bañada en savia negruzca emergió y abría los ojos.

La Archidruida dejó de gritar cayendo inconsciente.

La figura femenina recién salida del árbol paso las manos por su cuerpo, retirando la savia.
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- Bienvenida. - Dijo a una.
- Ya has cumplido tu utilidad para mi. - Dijo a la Archidruida inconsciente mientras conjuraba nuevamente.

El cuerpo de Vildiara Selh se desvaneció del árbol...


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Re: La Madre.

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Dejó el bastón apoyado en el altar de encantamientos.
Se cruzó de brazos observando.
Recordando el momento.

La voz.
La apariencia.
Los ojos negros.
Las afiladas uñas goteando sangre.
La cabeza cercenada.

- ¿Tan mal puede ponerse? - Dijo para si misma.

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El tronco palpitó una vez. Y otra. Y otra. Y otra. Y otra.
Hasta que finalmente comenzó a resquebrajarse.
Dos manos apartaron la corteza desde el interior.
Una figura bañada en savia negruzca emergió y abría los ojos.

La figura femenina recién salida del árbol paso las manos por su cuerpo, retirando la savia.

- Ten. - dijo mientras ofrecía una saca a la mujer desnuda.

La mujer olfateó la saca, luego la abrió y sacó la ropa que había en ella.
Ciñó la armadura, las botas y colocó la capa con capucha sobre sus hombros.
Escurrió el resto de savia de su pelo antes de ponerse la capucha.

- ¿Qué tal estoy? - preguntó jovial.

Los pesados ropajes crujieron cuando se volteó sin dar una respuesta a la mujer...


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Re: La Madre.

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El fuerte crujido asustó a los animales.
La tierra se rasgó desde sus profundidades.
Emergió.
Los ojos parpadearon ante la luz de Selune, adaptándose a la claridad.

Alzó el hocico y olfateó en todas direcciones...

Se incorporó precipitadamente del camastro y recogió el casco, colocándoselo.
Los ronquidos de su compañera eran suaves.
Seguía dormida.
¿Qué le había sobresaltado a él?
Echó mano a la cercana lanza y se levantó.

Todo parecía tranquilo.
¿Un mal sueño?
Observó la pequeña fogata casi apagada. Las débiles lenguas de fuego bailaban mortecinas.
Debía ser casi la hora del alba.
Inspiró hondo y se estiró con la lanza aferrada en ambas manos.

Seguramente solo había sido un mal sueño lo que le había inquietado.

Cuando bajó los brazos, la vio.

Su compañera se había despertado y pertrechado en pocos segundos.

- ¿Lo has notado? - preguntó ella.

Frunció el ceño observándola.
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No había sido un mal sueño.

Era la hora.
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