A quién lo lea...
(En unos papeles sellados bajo la cama de Seda)
...Para mí, todo comenzó con aquella incursión fallida a la Sundabar ocupada. El orog Talonar tenía allí sus tropas, nos apresaron a varios. Ya nos habían obligado a portar un tatuaje mágico que controlaba nuestros movimientos, pero ahora nos marcaron con siete pinchazos . No fue Talonar, no fueron sus chamanes lo que lo hicieron, sino uno de sus aliados humanos.
Valen EnThur inyectó el líquido al miserable espía que me acompañaba, y después, tras un largo interrogatorio un una lúgubre sala de torturas, hizo lo mismo en mi tatuaje.
Supe después, gracias a Elminster, que aquel líquido era un ser vivo que se había diluido con mi propia alma. Que no podría extraerlo sin morir y que, por ahora, sólo podía esperar a la muerte de Talonar. También, que tras la magia superficial que usarían sus chamanes para intentar utilizarme, había algo más profundo y antiguo que no llegaba a discernir.
Ya se intuía, en aquellos momentos, que el orog estaba siendo manipulado y guiado por alguien capaz de enseñarle rituales antiguos de Ghónador de las Profundidades, rutas perdidas entre las fortalezas netherese y a dominar objetos —y personas— que iban mucho más allá de la magia común.
El tiempo lo confirmó. Talonar murió dejando una marca profunda en La Marca, aunque paradójicamente desaparecieran con él todos los tatuajes del Gran Clan, que eran cientos. Y al romperse aquel "sello", se encendieron cientos de luces para mí, que eran los cientos de seres que Valen EnThur había distribuido por La Marca, despertando a la vez.
¿Cómo lo sé? Porque el mío había despertado antes.
El tatuaje del Gran Clan había sido para Talonar, durante todo aquel tiempo, una herramienta de comunicación con los espías de los orcos, y de control a través de los cientos de ojos que había conseguido, por la fuerza, en Sundabar. Sin embargo, para los que conocíamos la Urdimbre, aunque sea por voluntad bruta, podía convertirse en una mirilla con doble dirección. Como tal, la utilicé sin contemplaciones para rastrear a mi enemigo.
Cada intento tenía un coste elevado. Venas negras se fueron extendiendo por mi brazo. Venas que eran zarcillos oscuros de la criatura que se fortalecía cada vez que me salvaba de una muerte segura, padecía, o forzaba la Urdimbre para intentar adelantarme a Talonar, hasta el punto en que era capaz de controlar mis acciones si aquello le servía para sobrevivir.
Busqué formas de librarme de ella sin morir sin mucho éxito. Busqué a EnThur, ser al que odio como pocos, para que me la quitara. Pero se negó y ni siquiera Khorver fue capaz de forzarle a hacerlo. De aquel encuentro sólo quedaron cicatrices, humillación, y la certeza de que esa criatura zarcillosa, que en mi caso había crecido a una velocidad increíble, se iba a desarrollar en mi interior antes de salir, como sucedería con todas las demás víctimas. Aquello sonaba aterrador aunque ese "tipo" lo llamara maternidad.
Sin embargo, aquel ser interno me salvó, en cierto modo, la vida. Porque fui tan tonta de insultar a alguien más poderoso que yo, que me atrapó en el tiempo y el espacio en una roca rodeada por un mar de lava. Un año de prisión en algún lugar del Abismo o los Infiernos a causa de una testarudez desmedida (la mía), y que hubiera terminado en locura y muerte de no ser por una voz que sonó en mi cabeza.
"Bicho" despertó. Creció con el hambre, la sed y el calor, pero me mantuvo cuerda y viva. Y durante un año no tuvimos más remedio ambos que negociar los dos por la supervivencia. Las venas se extendieron por todo el cuerpo antes de retroceder, mientras comenzábamos a conocernos, nos enseñábamos lo que podíamos y llegábamos a una tregua reposada.
Sobrevivir. Aquello era todo lo que Bicho quería. Yo me mantenía con vida, y el respetaría mi autonomía y voluntad. Incluso retrocedió hasta dejar sólo una extraña marca en mi piel.
Y por ello, el día que Talonar murió, Bicho me describió el despertar de los Acechadores como estrellas que se encendían... y comenzaban a crecer.
Los Acechadores, supe después, son una extraña raza con un depredador mítico. En la naturaleza, sólo uno de ellos se desarrollaba bajo la amenaza de su cazador Orgouth, el Devorador. Ahora mismo, había cientos de ellos, similares pero diferentes, modificados de forma desconocida por Valen EnThur y a saber quién más. Y aquello hizo despertar al Devorador.
La presencia descontrolada de acechadores y el regreso de Orgouth hizo que los druidas más poderosos de La Marca decidieran convocar a La Semilla, una nieta del Abuelo Árbol —un ser respetado hasta por el mismísimo Silvanus— para proteger lo que ellos llaman Equilibrio. Al mismo tiempo, Valen secuestró y torturó a la mismísima archidruida Vildiara, madre de La Semilla original, para dar nacimiento, de un Árbol seco y olvidado, a su caprichosa y salvaje hermana Enilkia.
A su vez, la torre del archimago JorHal Dan reapareció en los caminos, iniciando sus propias investigaciones forzosas con los portadores de acechador, para bien o para mal. Las profundidades de la tierra han escupido, igualmente, a Orgouth, que nos va cazando poco a poco. Y entre los mismos portadores, aquellos que no controlan o se integran con su ente interior se dejan llevar por una bestia salvaje que les incita a matar al resto, volviéndose en el proceso más poderosos.
Cada vez somos menos, y reconozco que a estas alturas quiero que Bicho y yo sobrevivamos, y que siento una gran empatía por los demás en mi situación. Pero no puedo dejar de advertir al que quiera escucharme que en última instancia somos peones de Valen EnThur, un arcano poderoso y sin escrúpulos, que está esperando con esa Semilla Podrida a dar su siguiente paso.
La decisión está en luchar contra El Devorador salvando a las personas que albergan un acechador, o dejar que él nos mate y el Equilibrio (en el que sólo puede quedar uno) quede intacto.
Yo tengo mi posición clara. Protegeré a Bicho, aunque para ello tenga que pactar con extraños compañeros de viaje, pero no me juzguéis demasiado si esta vez no voy a dar la cara directa, porque ya he recibido demasiadas contusiones...
Buena suerte.
Seda colocó el papel secante dejando que empapara la tinta sobrante, y guardó el cálamo con parsimonia.
—¿Crees que me dejado algo importante por señalar, Bicho?
—Muchas cosas, Daan —respondió una voz en su mente.
—Supongo que Khorver, Korissa o Zalcor podrán ampliar lo que falte si no estoy yo.
—Puede que sí, Daan.
Suspiró y dejó la carta en un lugar escondido en su cuarto, pero no tanto como para que no pudiera encontrarse si la buscaban. Era hora de ponerse en marcha.
Sólo unas pocas acciones más.