El Funeral

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Zai
Tejón Convocado
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El Funeral

Mensaje por Zai »

//Os dejo aquí un pequeño cierre de la escenita que hemos tenido hoy. En realidad el funeral tuvo algunos detalles muy druídicos de parte de Eolas, pero como no los recuerdo los resumo infinto y le echamos la culpa a la mala memoria de la niña xD



Una noche de lluvia tras las puertas del cementerio de Nevesmortas, ante una cripta de dudosa reputación, un abanico de lápidas talladas y desgastadas por el tiempo, un lugar con la tierra fría y húmeda, las siluetas de una mujer y dos hombres daban sepultura a mi padre. Cuando trato de recordar, tan solo viene a mi memoria la mano de mi madre sosteniendo la mía con demasiada fuerza, como si así quisiera acallar su pesar, mientras las palabras mortecinas de la sacerdotisa fúnebre que oficiaba el entierro caían en aquella losa, pétreo testigo de como aquellos dos hombres que ayudaban a la sacerdotisa empujaban el preparado cadáver, resbalando este por el aguacero como cera fundida hacia ese foso cavado en la tierra y en el que yo creía oír la voz de mi padre, llamándome, suplicándome con desesperación que le liberase de aquella prisión de tierra y negrura mientras yo sólo podía temblar y maldecir sin voz por todo aquello que quizá pude hacer y no hice.

Recuerdo con certeza aquel olor a tierra fresca, tierra de ceniza y lluvia, que lo devoraba todo con despiadada eficacia.


- Juez de los Condenados, Señor de los Muertos y guardián de las puertas del último reino, en vuestro nombre envío el alma de este padre en busca de un descanso eterno. Tened misericordia de su prematura muerte y ayúdadle a cruzar el umbral, pues tan solo bajo vuestra protección alcanzará el sosiego. No permitáis, os lo suplico, que aquellos que os desafían reclamen su alma como su mujer y su hija no permitirán, con mi ayuda, que sus esfuerzos caigan en el olvido. Acepta esta ofrenda de tierra, oro y esta pequeña vara de fresno.

Tras ello, la sacerdotisa colocó una moneda de oro en sus labios y otra en su frente, y dejó caer una pequeña ramita de fresno sobre su pecho mientras sus compañeros lo cubrían todo con tierra.

Cuando los funerarios se habían ido y el silencio lo cubrió todo como un manto de tinieblas, lo entendí. Entendí que jamás volvería a verle. Entendí que jamás volvería a contarme aquellas historias tan graciosas, ni ha gritar furioso cuando le ganaba haciendo trampas con los dados. Entendí que no volvería a sonreírme con aquella cara de afilados colmillos, ni a abrigarme con su vieja capa las noches en las que frío se colaba por las veladas telas que cubrían el carruaje.

Flora me llamó, porque fui la flor que creció su corazón consumido por la ira. Y es esta flor la que perdió su color cuando él se marchó.









Trovador, cuentacuentos y escultor de sueños.
La Voz del Camino.
La Sacerdote Fúnebre.
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