El regreso de las Arenas
Dekhanas atrás, en las alcantarillas de Sundabar…
—Id todos atentos, a ver si vemos alguna armadura roída. Seguro que las ratas no han masticado eso.
—¿Algún rastro que veais? Más allá de la mugre.
—No se me da bien buscar rastro —gruñó uno.
—Por ahí el olor es distinto.
—Sigo mejor a la del buen olfato… que yo me pierdo, la verdad.
—En caso de duda sigue a tu nariz, decía mi maestro de herbología.
—Por aquí es más intenso.
—¿Cuánto llevamos dando vueltas?
—¿Aquí?
—Os cubro.
Khorver, Erika, Eolas y Seda descendían por las alcantarillas de Sundabar, guiados por el olfato de la guerrera enmascarada. Desde hacía dekhanas, los Escudos de Sundabar estaban preocupados por lo que sucedía allí abajo y… bueno, digamos que los cuatro habían decidido echarle un ojo a aquellas alcantarillas por diferentes motivos, aunque algunos de ellos fueran simplemente la curiosidad morbosa o una borrachera de esas locas.
Al principio no parecía una misión complicada, aunque la fauna habitual había desaparecido, reemplazada por una peculiar fauna alzada no-muerta y roedora cubierta de vendas, y unos seres aún más peligrosos que dejaban a su muerte sólo polvo y piedras. Nada que Khorver no pudiera matar, aunque orientarse… era algo que el grupo llevaba peor.
El rastro les dirigió finalmente a las ruinas que se encontraban en los niveles inferiores de Sundabar, y llegaron al lugar que los sectarios de la ciudad usaban para sus ritos más oscuros, según cuentan siniestros rumores por los rincones de la ciudadela. Cuando llegaron, el templo del Señor Oscuro estaba cubierto por medio metro de aguas residuales, y, en el lugar donde se había alzado el altar de su dios, un ankh de piedra llenaba todo con su presencia ominosa; una presencia que hablaba por las bocas de los que se perdían en su imagen, sumiéndolos en un trance extraño.
Primero fue Khorver, luego cayó Seda, y así, en aquel lugar perdido de la mano de Selune, distintas voces repitieron su mantra.
"Y las Arenas se levantaron para dar la nueva venida al Faraón... Regocijaos, porque lo que estaba muerto ha vuelto a su trono. Ni vivo, ni muerto. Regocijaos por el Rey. Arrodillaos ante él. Pues todo cambia y todo permanece en las Arenas que él domina y dominará."
—¡No miréis el ankh! —advirtió Khorver.
Pero a Seda aquello le sonaba familiar, y antes de la advertencia ya estaba tocando y agarrando el ankh, tanteando y forzando la Urdimbre, con una maldición entre dientes, buscando la fuerza que controlaba aquel punto de poder y posiblemente a los alzados.
Fue así, con ese gesto y una explosión en su mente, que una puerta que permanecía allí cerrada reventó.
Y recordó una ciudad magnífica, una mano momificada guiando a un semiorco a través del Anaurokh bajo un sol de justicia,
una aventura que acabó mal... y a alguien en un trono con ropajes de faraón. Una tormenta de arena, un vórtice en ella que empezaba a escupir aventureros inconscientes, una figura que emergía de allí con una máscara de metal, portando un bastón con forma de calavera. Una voz suave que murmuraba: “Aún no es el momento".
Seda recuperaba poco a poco destellos inconexos de una memoria robada. La sorpresa la dejó por un momento aturdida, pero apretó los dientes y profundizó más con su mente en la conexión del ankh con un renovado propósito de llegar al otro lado.
—Termina rápido, Seda, o destruiré esa cosa —advertía Khorver impaciente.
—Quizá sea lo más inteligente, teniendo en cuenta que hasta hace un rato esa estaba bebiendo —murmuraba Erika.
Y entonces el otro lado la encontró. Mirándola con una máscara metálica a los ojos.
“Arrodíllate, pues pronto las arenas llegarán”.
La hizo saltar por los aires, aunque antes casi de que tocara el suelo Khorver ya había destruido el ankh.
Atontada y cubierta de aguas fecales, Seda maldijo en todos los idiomas posibles. Jamás habría imaginado que aquello que liberaron en Cumbre volvería para morderles el culo…
Unos pocos días atrás, en las ruinas de Ascore
Seda terminó de matar a los alzados del Faraón, que ahora trabajaban con los umbra. Recogió las piedras de colores para investigar, muestras de agua de las fuentes y marchó sin querer tentar su suerte. Tarde o temprano tendrían que cruzar ellos al desierto y necesitarían toda la información que pudieran reunir. Había que prepararse.
Estaba dolorida. Maldita Ashelia y maldito su Príncipe, que concedía paso franco al podrido del Faraón y sus esbirros. Sí que eran duros, sí…