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La rosa del desierto...

Publicado: Dom Feb 18, 2007 12:53 am
por Freiya_Wingrove
Saludos a todos! :)

Este es mi primer mensaje en el foro, y me enorgullece el presentar la historia de mi personaje, Na'imah See'rah.

Cabe resaltar que todos estos acontecimientos son previos a su llegada a las tierras de la Marca Argéntea, espero que disfruten mucho de este relato, pues yo lo hice mientras escribía.

Por favor, mándenme la retro de la historia, se los agradecería de todo corazón!!!

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Abrazos!

Publicado: Dom Feb 18, 2007 12:57 am
por Freiya_Wingrove

***El link de la versión en Word está ¡AQUÍ! , pero también lo postearé aquí para los que lo necesiten***




ROSA DEL DESIERTO




"He nacido para recoger las rosas del camino de la muerte..."

El cielo del amanecer tomó una coloración rojiza y dorada, mientras un frío sol comenzaba a elevarse tras las dunas. El viento, helado todavía, azotaba la cara de Na'imah, quien se encontraba abstraída ante lo que pudiera ser la última vez que capturara la imagen de su ciudad, su amada Al-Kahn, en la lejanía. De sus ojos salió una lágrima que al poco tiempo fue lavada por el intenso viento de la región.
Hermoso mundo —pensó.

Los estrepitosos ruidos matutinos de un batallón preparándose para la batalla despertaron súbitamente a la joven guerrera, llevándosela lejos del mundo de ensueños que traía aquellos recuerdos de su hogar regido por el gran Sultán Mafid Ibn Medjadi; sus memorias aún borrosas, revoloteaban en su mente, al tiempo que ella despertaba por completo y se levantaba en su tienda de campaña.

¿De nuevo ese sueño, Na'imah? — Se preguntó a si misma, con un pequeño tono de reproche.

Bastó un instante, después de que asomara la cabeza fuera de la tienda de campaña, para que todo pensamiento remanente del misterioso oasis donde habitaba se esfumara por completo de su mente. El olor de guerra; una extraña combinación de sangre, metal y sudor impregnaba por completo el ambiente, llenando a todo aquel que lo percibiera con la adrenalina de la anticipación a la batalla.

Se dirigió a través de las tiendas de campaña que hacían de refugio a su Ortai Yenisseri, portando orgullosamente la armadura en colores negros y purpúreos, la cual la distinguía entre los guerreros como Sezenit, título que le confería poder sobre un grupo cien hombres de las fuerzas de ataque. Su cabello oscuro como el ébano, en combinación con sus ojos cuidadosamente delineados, hacía resaltar las finas facciones de su rostro; sus pómulos prominentes enmarcaban el perfil recatado de su nariz, finalizando con labios gruesos de tono naturalmente carmesí.

El traje de combate, creado a sus exigentes especificaciones por los artesanos más respetados del desierto, dejaba al descubierto innumerables símbolos que contrastaban su piel clara con tonalidades iguales a su armadura; tatuados para siempre en prácticamente todo el cuerpo de la guerrera. Tales ornamentos eran en realidad plegarias que solicitaban la protección divina de los mismos dioses; sólo unos pocos favorecidos obtenían tal honor, pues se comentaba entre las ciudades-estado que aquellas divinas palabras ofrecían a sus portadores habilidades místicas más allá de la comprensión de los mortales.

El obtener tales privilegios no había resultado fácil; el cómo ella había obtenido tal título se veía reflejado en la dureza que se presentaba en algunas ocasiones en su rostro, dentro de las comisuras de su boca y en su intensa mirada. Aquellos que no la conocían, intuían que esas facciones reflejaban que ella era en realidad fría, inalcanzable y de cierto modo, salvaje. Dicha percepción, misma que se le atribuía a los guerreros de más alto rango entre los Al-Khan, se había forjado en la mente de los pobladores de la ciudad dado que la única forma de probar su valía entre las tropas, era mediante una demostración dirigida por la máxima autoridad del ejército conocido como el Ağa. Dicha muestra era efectuada bajo el ritual de los sagrados combates, realizados generalmente entre un combatiente de rango superior y uno inferior respectivamente, declarando al vencedor cuando uno de ellos se encontrara al borde de la muerte; en ocasiones, algunos guerreros perdían para siempre la capacidad para volver a batallar por lo que se consideraba una verdadera hazaña el alcanzar la superioridad de entre las tropas.

Na'imah se detuvo finalmente frente a una hoguera que habían preparado los hombres a fin de preparar algunos alimentos, sus sentidos, percibiendo el aroma de especias y carne quemada la hicieron reaccionar, apartando los pensamientos tenebrosos que nublaban tanto su mente como su conciencia. Acercándose a aquel lugar distraídamente, tomó asiento entre los hombres; después de que uno de ellos le ofreciera algo de tomar, bebió el caliente y reconfortante líquido del jarro de arcilla que ahora sostenía entre sus manos.
Detrás de ella, el ruido característico de una pesada armadura en movimiento le indicó que uno de sus compañeros se reunía alrededor del calor del fuego.

—Te vas a congelar aquí afuera Seer'in —dijo Ke'rahn, llamándole por su apodo, prestando atención a sus facciones, que denotaban cansancio y pesadez—. ¿No dormiste nada?.
—¡Es See'rah!, caballero de tropas Haskahla. —corrigió, con un tono enojado —. Ke'rahn Haskahla, segundo al mando en su división, era el único que se atrevía a llamarla de esa forma; ambos habían seguido el camino del guerrero desde pequeños formando un lazo único, igualable al de una hermandad. Tal vez era esa la razón por la que, siendo Ke'rahn más fuerte que Na'imah, nunca había intentado retarla en un duelo a muerte por el liderazgo de los hombres.
— Ella, volviendo al punto, agregó mintiendo. — No podía dormir... — pausando un poco la conversación, comentó —. Nunca pude antes de una... batalla como la que nos enfrentaremos hoy. —Agregó pensativamente — No entiendo cómo es que tú puedes dormir sin problemas.
— ¿Nunca te vas a acostumbrar a esto, cierto? Ya sabes que no es culpa nuestra. Nosotros jamás hubiéramos llegado a esto si esos… lacayos del Alquimista no se hubieran escondido en este poblado… ¡MALDITOS SEAN! —gritó Ke'rahn, evidentemente consternado.
—Hace unos días hablé con el lugarteniente, nuestro Ifrei; en nuestra reunión, me informó que el gran Sultán ha iniciado el proceso de negociación con los otros oasis, recordándoles a todos de lo mucho que ha hecho nuestra amada ciudad por ellos. ¡Es cuestión de tiempo para que nuevos refuerzos lleguen hasta donde nosotros y terminemos de una vez por todas con todo esto! … Yo… yo creo firmemente que...— habló Na'imah, tratando de reconfortarlo —.
—!Bah¡, tu confías demasiado en la gente, Sezenit See'rah — la interrumpió, burlándose juguetonamente de su título —. Sabes que hemos ayudado a las regiones vecinas cuando ha sido necesario, pero esta amenaza sobrepasa todas las adversidades a las que nos hemos enfrentado anteriormente… la noticia de nuestra tragedia ha llegado rápidamente a oídos de las caravanas; infundiéndoles miedo por el Alquimista con las historias de escorpiones gigantes y aberraciones que aparecen en las arenas del desierto, como salidos de la nada. En su temor, negarán nuestras súplicas de ayuda, querida Seer'in... —profetizó Ke'rahn en un tono desolado —. Lo negarán.
—¿Sabes?, uno de los basibozuk, Ga'rehl, se encuentra infiltrado todavía con esa familia que se encuentra en una de las caravanas al norte de la región. — dijo ella, en un último esfuerzo por consolarlo —. Sospecha que los seguidores del Alquimista se ocultaron entre los locales, y que hasta ahora no pudieron trasladarse de aquel lugar. Anoche, como lo habíamos planeado, nos encontramos en el lugar acostumbrado; él me informó que por el momento nuestro filtrado sería imposible, ya que el enemigo ha logrado corromper a los dirigentes, y que la… — agregó amargamente, mientras su mirada se oscurecía al tiempo que su mente se llenaba de terribles pensamientos — …la… masacre de la zona le parece inevitable. Ga’rehl dijo además que, de cualquier forma, tratará de salvar al menos a la familia que nos ayudó…
—Triste consuelo, Seer'in.
Ella enmudeció, dirigiendo su vista al horizonte, vacía por dentro.

El sol del candente desierto se había levantado ya, entibiando un poco el congelado ánimo de la Sezenit. Cerrando sus ojos, volvió a sumergirse dentro de sus pensamientos; tratando de viajar entre recuerdos a aquel lugar que estaba destinado a ser destruido por sus propias manos. —¡Qué estupendos individuos había dado esa tierra! — El escaso tiempo que había pasado en aquella región había sido suficiente para apreciarla en toda su magnitud. Esas pocas semanas dentro de la caravana le habían hecho ver... disfrutar la alegría de una vida a la que ella no estaba acostumbrada; experimentando una hospitalidad ya olvidada en el violento universo que le tocaba vivir. Era increíble lo mucho que le había proporcionado una humilde familia que le ofreció cobijo sin esperar nada a cambio; ellos la habían tratado como a uno de los suyos, instruyéndola en las artes de las danzas de la región junto con las mujeres, jugado con los pequeños niños y entablando intensas discusiones acerca del origen de los dioses con los ancianos. — Casi salvajes, indómitos y violentos, pero con una nobleza capaz de arrollar al universo mismo... Si tan sólo tuviéramos otra alternativa… dioses… — suspiró, resignada —.

— ¿Sezenit, See'rah? — uno de los hombres la llamó, haciendo la reverencia adecuada a un superior, llevando la mano derecha al pecho en forma de puño, después dirigiéndola a su frente y hacia ella. Junto al guerrero, se encontraba Ke'rahn ya vestido con la armadura correspondiente a su rango; túnicas hechas de piel y metal en colores rojos y dorados como las mismas dunas. Formalmente, él le indicó que los hombres estaban preparados para la batalla; por lo que ella, aceptando su destino, apartó tanto las emociones como los pensamientos que la turbaban, decidida a cumplir con su papel de combatiente ante los Al-Khan.

En su ardua carrera como guerrera, había combatido en innumerables batallas, sembrando a su paso terror, muerte y destrucción; no sólo entre el enemigo, sino también en las inocentes poblaciones de que los habitaban. Pero esta vez era diferente... nunca lo había hecho en un mundo que fuera tan bello... casi tan hermoso como su hogar. Era una lástima... una verdadera lástima.

Conforme ordenaba a los hombres la formación de batalla, Na'imah sentía el peso de esas muertes royéndole las entrañas, robándole por completo su humanidad. Ella sabía que, después de esto, los dioses mismos con su infinito poder, no podrían quitarle nunca esa pesadez en su alma.

En el momento predecesor a lo que podría ser la última de sus batallas, Na'imah dirigió unas palabras de consuelo a su gente, mientras lágrimas incontenibles brotaban de entre sus ojos...
'Hadi Muda Tweela Wana... Nhawis ana Wa A'la Ghazalti. Omri Fiki Antiya Ma Ghir Anitya
Estoy dispuesta a librar una batalla más... pero sé que no tengo potestad para decidir. Bienvenida seas muerte y compañera.

Freiya Wingrove