Historia de Atraya y Archilles
Publicado: Lun Abr 09, 2007 1:44 pm
HISTORIA DE ATRAYA NUI
La pantera, silenciosa y con la mirada fija en el hombre tuerto que encendía fuego en el claro del bosque, se acercó hasta la confiada presa hasta que casi podía rozarla. El tuerto se creía seguro ante las fieras por la gran fogata que había encendido, pero Atraya no era una pantera normal. Cuando el hombre del parche acabó de encender el fuego y se recostó sobre una manta vieja y roída, la pantera vio su momento y saltó sobre la presa, asfixiándolo con sus fuertes mandíbulas, agarradas al gaznate con una intensidad sin igual. Fue rápido, poco doloroso, tal vez el más fácil.
“Éste ya no volverá a adorar a Shar” pensó la inteligente pantera mientras se escabullía por la espesura, con un brillo casi humano en su rostro.
Tres años antes…
Emmekh, una de las ciudades costeras más importantes de la península de Aglarond. Sin duda la pesca es uno de los negocios más prolíferos de este país ya que la extensión de costa era muy considerable. También el comercio proliferaba pues muchos eran los barcos que llegaban a las costas desde el mar de las estrellas fugaces, y de muchas tierras y comarcas, traían seda, joyas, pieles, metales preciosos, vino y especias. Aunque la parte semielfa del bosque Yuir apenas se interesaba por el comercio, la parte humana invadía los mercados en busca de multitud de objetos exóticos. Y eso a pesar de la desconfianza hacia los extranjeros…
La niña, de tres años, jugaba junto al riachuelo emocionada cada ver que veía un pez, momento en el que aplaudía y le sonreía a su madre feliz. Atraya controlaba a su hija con la vista mientras descamaba el pescado capturado. Estaba sentada en un pequeño taburete y soltaba las escamas en un cubo de madera, y en otro mas grande tenía los peces ya listos para la cena. Desde allí sonreía a su hija Sorya, la que era su mayor alegría durante todo el día.
Atraya jamás se había avergonzado de ser madre soltera, ni siquiera cuando los vecinos del pueblo en el que vivía empezaron a cuchichear y a hacer circular diversos bulos y rumores. Ciertamente sí le había dolido que el amor de su juventud se fugara un día sin más y la dejara a ella sola con la niña. Pero era una mujer fuerte. Simplemente se retiró a los bosques cerca de la costa, y allí construyó una casa y formó un hogar con su hija. No les hacía falta más. Desde entonces sólo se acercaba al pueblo a vender pescado y con ello salían adelante. Desde luego más de una vez Atraya tuvo que “tomar prestado” ciertas herramientas o comida para salir adelante, tuvo que aprender algunas mañas para ser autosuficiente.
Una vez descamado el pescado, Atraya salió de sus pensamientos y llamó a su hija para volver a la cabaña y cenar, pues ya había trabajado suficiente. Cuando miró a donde anteriormente estaba la niña, se percató con horror que la había perdido de vista. La llamó a voces mientras se maldecía por no haber estado lo suficientemente alerta, pero a la vez se asombraba de que la chiquilla hubiera desaparecido en tan poco tiempo delante de sus narices y se hubiera alejado tanto, pues la buscaba en círculos por los alrededores y no la encontraba.
Llegó a un pequeño claro, y divisó a una figura con ropajes negros que estaba de espaldas a ella, caminando. Atraya se dio cuenta de que la niña podía haber sido secuestrada y corrió hacia el extraño horrorizada por la suerte de la pequeña. Al llegar al claro la figura de negro, no muy alta, con capucha y piel pálida, se volvió hacia ella, le hizo una mueca y le preguntó con voz siniestra y rota:
-¿Qué quieres, mujer?
-Mi…mi hija…- Atraya estaba aterrada y no sabía con seguridad si ese hombre tenía algo que ver con la desaparición de su hija, pero la contestación de él le quitó las dudas.
-Tu hija es un sacrificio para nuestra diosa.
-¡Nooo!- Acto seguido Atraya intentó detener al hombre, aunque no sabía si eso podría ayudarle, pero en ese momento la lucha era lo que le parecía la mejor opción.
El hombre encapuchado le dio un fuerte golpe con el puño derecho y Atraya cayó al suelo con el labio inferior sangrando. Cuando intentó levantarse recibió un puntapié del extraño en la cabeza y unos segundos después éste tenía una daga curva en la mano.
- Será divertido disciplinarte…- masculló entre dientes mientras se acercaba a la mujer.
Entonces ocurrió algo, uno de los compañeros del siniestro extraño, un hombre más alto, también de negro y encapuchado, le ordenó con voz grave que se detuviera.
- Vamos, el tiempo corre, no te entretengas con esa zorra, ella no es importante.
En un momento, el criminal que le había pegado guardó el cuchillo y se le acercó muy cerca de Atraya, y le siseó al oído:
- Has tenido suerte. Shar te reclamará otro día.
En pocos segundos, ambos desaparecieron como por arte de hechicería. A Atraya le costó recomponerse, pero cuando lo hizo intentó seguir las huellas de los hombres que se habían llevado a su hija, mas el rastro acababa allí mismo a unos metros, con un pequeño charco de sangre.
Atraya comenzó a llorar, su esperanza se desvanecía, ya no creía que encontraría a su hija viva, se la habían arrebatado. Esa noche se quedó allí durante horas, sin moverse, llorando y mirando el charco de sangre…
Un susurro le sacó de su trance, una voz, cálida y suave, que con tono dulce se dirigía a ella:
- No llores más… y explícame qué ha ocurrido- La mujer miró con asombro a la extraña criatura que le hablaba, era mas parecido a un gato que a un hombre, sin embargo caminaba y hablaba como un humano. No sabía si era amigo o enemigo, pero sus palabras eran amables y ella, al fin de al cabo, ya no tenía nada que perder.
-Los oscuros se la han llevado, malditos sean… Sorya, mi niña… no volveré a verla.
-Cuéntame todo lo que a pasado, yo podría ayudarte. Respondió el hombre-gato.
Atraya le relató a la extraña criatura todo lo ocurrido, tal vez con la esperanza de conseguir algo de ayuda aunque fuera de un ser tan poco común.
- Hay una forma de vengarte, Atraya. Tendrás de abandonar la vida de los humanos durante las noches y en muchas ocasiones pensarás que quizá te equivocaste… Pero te aseguro que siendo como yo, esos malditos lo pagaran.
Atraya no sabía bien de qué hablaba, sólo quería aferrarse a la esperanza de salvar a su hija, si es que aún estuviera viva. Se dejó llevar por el extraño. Éste se le acercó, parecía que iba a besarle el cuello, luego sintió un pequeño mordisco, y se estremeció cuando los colmillos de la criatura penetraron hasta su torrente sanguíneo. Segundos después sintió un calor, una energía en esa zona del cuello, es como si el hombre-gato le estuviera transmitiendo algo. Luego se desvaneció, quedando inconsciente durante unas horas.
Atraya despertó tras horribles pesadillas en las que ella y su hija eran torturadas hasta la muerte. Sin embargo no se sentía mal, todo lo contrario, se encontraba con una fuerza y una energía sin precedente. Casi deseaba saltar y correr hasta extenuarse. Al ver el pescado crudo de su propio cubo se lanzó a devorarlo con un apetito propio más de una bestia que de un humano.
Antes de que pudiera saciarse, escuchó una voz suave tras de sí llamándola:
-Ven, Atraya, primero he de presentarte a unas amigas, y luego haremos un viaje largo hacia el norte de Faerum, pues ellas han seguido el rastro de los hombres oscuros. Aún habrá una oportunidad para tu hija, si aún sigue viva- Dicho esto, el hombre-gato se dio la vuelta y caminó en dirección norte. Atraya lo siguió...
La pantera, silenciosa y con la mirada fija en el hombre tuerto que encendía fuego en el claro del bosque, se acercó hasta la confiada presa hasta que casi podía rozarla. El tuerto se creía seguro ante las fieras por la gran fogata que había encendido, pero Atraya no era una pantera normal. Cuando el hombre del parche acabó de encender el fuego y se recostó sobre una manta vieja y roída, la pantera vio su momento y saltó sobre la presa, asfixiándolo con sus fuertes mandíbulas, agarradas al gaznate con una intensidad sin igual. Fue rápido, poco doloroso, tal vez el más fácil.
“Éste ya no volverá a adorar a Shar” pensó la inteligente pantera mientras se escabullía por la espesura, con un brillo casi humano en su rostro.
Tres años antes…
Emmekh, una de las ciudades costeras más importantes de la península de Aglarond. Sin duda la pesca es uno de los negocios más prolíferos de este país ya que la extensión de costa era muy considerable. También el comercio proliferaba pues muchos eran los barcos que llegaban a las costas desde el mar de las estrellas fugaces, y de muchas tierras y comarcas, traían seda, joyas, pieles, metales preciosos, vino y especias. Aunque la parte semielfa del bosque Yuir apenas se interesaba por el comercio, la parte humana invadía los mercados en busca de multitud de objetos exóticos. Y eso a pesar de la desconfianza hacia los extranjeros…
La niña, de tres años, jugaba junto al riachuelo emocionada cada ver que veía un pez, momento en el que aplaudía y le sonreía a su madre feliz. Atraya controlaba a su hija con la vista mientras descamaba el pescado capturado. Estaba sentada en un pequeño taburete y soltaba las escamas en un cubo de madera, y en otro mas grande tenía los peces ya listos para la cena. Desde allí sonreía a su hija Sorya, la que era su mayor alegría durante todo el día.
Atraya jamás se había avergonzado de ser madre soltera, ni siquiera cuando los vecinos del pueblo en el que vivía empezaron a cuchichear y a hacer circular diversos bulos y rumores. Ciertamente sí le había dolido que el amor de su juventud se fugara un día sin más y la dejara a ella sola con la niña. Pero era una mujer fuerte. Simplemente se retiró a los bosques cerca de la costa, y allí construyó una casa y formó un hogar con su hija. No les hacía falta más. Desde entonces sólo se acercaba al pueblo a vender pescado y con ello salían adelante. Desde luego más de una vez Atraya tuvo que “tomar prestado” ciertas herramientas o comida para salir adelante, tuvo que aprender algunas mañas para ser autosuficiente.
Una vez descamado el pescado, Atraya salió de sus pensamientos y llamó a su hija para volver a la cabaña y cenar, pues ya había trabajado suficiente. Cuando miró a donde anteriormente estaba la niña, se percató con horror que la había perdido de vista. La llamó a voces mientras se maldecía por no haber estado lo suficientemente alerta, pero a la vez se asombraba de que la chiquilla hubiera desaparecido en tan poco tiempo delante de sus narices y se hubiera alejado tanto, pues la buscaba en círculos por los alrededores y no la encontraba.
Llegó a un pequeño claro, y divisó a una figura con ropajes negros que estaba de espaldas a ella, caminando. Atraya se dio cuenta de que la niña podía haber sido secuestrada y corrió hacia el extraño horrorizada por la suerte de la pequeña. Al llegar al claro la figura de negro, no muy alta, con capucha y piel pálida, se volvió hacia ella, le hizo una mueca y le preguntó con voz siniestra y rota:
-¿Qué quieres, mujer?
-Mi…mi hija…- Atraya estaba aterrada y no sabía con seguridad si ese hombre tenía algo que ver con la desaparición de su hija, pero la contestación de él le quitó las dudas.
-Tu hija es un sacrificio para nuestra diosa.
-¡Nooo!- Acto seguido Atraya intentó detener al hombre, aunque no sabía si eso podría ayudarle, pero en ese momento la lucha era lo que le parecía la mejor opción.
El hombre encapuchado le dio un fuerte golpe con el puño derecho y Atraya cayó al suelo con el labio inferior sangrando. Cuando intentó levantarse recibió un puntapié del extraño en la cabeza y unos segundos después éste tenía una daga curva en la mano.
- Será divertido disciplinarte…- masculló entre dientes mientras se acercaba a la mujer.
Entonces ocurrió algo, uno de los compañeros del siniestro extraño, un hombre más alto, también de negro y encapuchado, le ordenó con voz grave que se detuviera.
- Vamos, el tiempo corre, no te entretengas con esa zorra, ella no es importante.
En un momento, el criminal que le había pegado guardó el cuchillo y se le acercó muy cerca de Atraya, y le siseó al oído:
- Has tenido suerte. Shar te reclamará otro día.
En pocos segundos, ambos desaparecieron como por arte de hechicería. A Atraya le costó recomponerse, pero cuando lo hizo intentó seguir las huellas de los hombres que se habían llevado a su hija, mas el rastro acababa allí mismo a unos metros, con un pequeño charco de sangre.
Atraya comenzó a llorar, su esperanza se desvanecía, ya no creía que encontraría a su hija viva, se la habían arrebatado. Esa noche se quedó allí durante horas, sin moverse, llorando y mirando el charco de sangre…
Un susurro le sacó de su trance, una voz, cálida y suave, que con tono dulce se dirigía a ella:
- No llores más… y explícame qué ha ocurrido- La mujer miró con asombro a la extraña criatura que le hablaba, era mas parecido a un gato que a un hombre, sin embargo caminaba y hablaba como un humano. No sabía si era amigo o enemigo, pero sus palabras eran amables y ella, al fin de al cabo, ya no tenía nada que perder.
-Los oscuros se la han llevado, malditos sean… Sorya, mi niña… no volveré a verla.
-Cuéntame todo lo que a pasado, yo podría ayudarte. Respondió el hombre-gato.
Atraya le relató a la extraña criatura todo lo ocurrido, tal vez con la esperanza de conseguir algo de ayuda aunque fuera de un ser tan poco común.
- Hay una forma de vengarte, Atraya. Tendrás de abandonar la vida de los humanos durante las noches y en muchas ocasiones pensarás que quizá te equivocaste… Pero te aseguro que siendo como yo, esos malditos lo pagaran.
Atraya no sabía bien de qué hablaba, sólo quería aferrarse a la esperanza de salvar a su hija, si es que aún estuviera viva. Se dejó llevar por el extraño. Éste se le acercó, parecía que iba a besarle el cuello, luego sintió un pequeño mordisco, y se estremeció cuando los colmillos de la criatura penetraron hasta su torrente sanguíneo. Segundos después sintió un calor, una energía en esa zona del cuello, es como si el hombre-gato le estuviera transmitiendo algo. Luego se desvaneció, quedando inconsciente durante unas horas.
Atraya despertó tras horribles pesadillas en las que ella y su hija eran torturadas hasta la muerte. Sin embargo no se sentía mal, todo lo contrario, se encontraba con una fuerza y una energía sin precedente. Casi deseaba saltar y correr hasta extenuarse. Al ver el pescado crudo de su propio cubo se lanzó a devorarlo con un apetito propio más de una bestia que de un humano.
Antes de que pudiera saciarse, escuchó una voz suave tras de sí llamándola:
-Ven, Atraya, primero he de presentarte a unas amigas, y luego haremos un viaje largo hacia el norte de Faerum, pues ellas han seguido el rastro de los hombres oscuros. Aún habrá una oportunidad para tu hija, si aún sigue viva- Dicho esto, el hombre-gato se dio la vuelta y caminó en dirección norte. Atraya lo siguió...