En tierra de Nadie

Los trovadores de la región narran la historia de sus héroes. (Historias escritas por los jugadores)

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Jysegnwn

En tierra de Nadie

Mensaje por Jysegnwn »

Amanecía. Tenues rayos de sol se filtraban a través de los altos árboles de la floresta, mientras la luz de los rayos de sol arrancaban matices de color al bosque que despertaba un día más.
Lentamente, Nawen comenzó a desperezarse, alzandose sobre el lecho de mullidas hojas de sombrazul sobre las que había pasado la noche. Poco a poco se irguió cuan larga era al lado del árbol que le había cobijado, levantando la cabeza tratando de localizar las primeras gotas de rocío con las que calmar la sed que la atenazaba cada mañana al despertar.


Pronto, la sombra que ocupaba su gran corazón hizo que una luz de tristeza y arrepentimiento surcara sus verdes ojos. Tan sólo habían pasado algunos días desde aquella desdichada decisión...

- Te echo de menos, Padre.

Su voz se alzó entre los susurros que el aún desperezante bosque lanzaba a todas las direcciones. Asustado, un pequeño conejo que roía levemente las pequeñas hojas del sotobosque, huyó raudo a su cercana madriguera. Mientras, el bosque seguía despertando, comenzando la vida que cada mañana surgía, la vida que cada día era diferente, tan diferente como lo son las miles de gotas de agua que formaban el vasto océano, o las innumerables hojas que cubrían el cielo a los ojos de la elfa.

Nawen no quiso rezar. Sabía que no tenía nada que perder o ganar con hacerlo, pero desde el ataque decidió que no perdería el tiempo en asuntos de seres que no comprenden los sentimientos de una criatura mortal. ¿De qué sirvieron tantos años de su madre dedicados a su dios? Ellos no lo habían salvado, no consiguieron curar su cuerpo herido a pesar de que había dado su vida por ellos. Ni aún su representante en la tierra, un poderoso clérigo de su pueblo, había logrado nada.

- No - se dijo a sí misma - no malgastaré mi tiempo con los dioses como ellos no lo han gastado con nosotros.


Una pequeña lágrima, mezcla de dulzura y acidez, surcó la mejilla arrebolada de la elfa. Poco a poco, se fue deslizando hasta que alcanzó la afilada barbilla, donde, por un instante, formó un aroiris de color al ser irradiada por uno de los rayos de sol que se dejaban entrever entre las copas de los grandes árboles. Rauda, Nawen dejó caer la minúscula lágrima al suelo con un leve movimiento de cabeza, apretando los labios fuertemente y mirando decidida adelante.

- No es tiempo de llorar, es hora de partir.

Aferró su arco, aquel pequeño arco que su padre le regaló aún siendo una niña. Sabía que no le sería muy útil, pero no estaba dispuesta a separarse de él. Era lo único que le quedaba, además del triste recuerdo.

Junto con los primeros albores de la mañana, Nawen se dirigió hacia las afueras del bosque.
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