Hvergelmir - Clan de la Piedra

Los trovadores de la región narran la historia de sus héroes. (Historias escritas por los jugadores)

Moderadores: DMs de tramas, DMs

Restos_del_Juicio

Hvergelmir - Clan de la Piedra

Mensaje por Restos_del_Juicio »

Hvergelmir
Rogue/Fighter/Shadowdancer
Deidad: Moradin Edad: 43


I – Desviaciones de la Piedra


¿Cómo es que nuestro hijo haya nacido siendo tan débil?
¡Es imposible! ¡No toleraré a un debilucho en nuestro clan!


Sin miramientos, el padre de Hvergelmir, cabeza del clan de la Piedra, tomó a su hijo con sus brazos, y lo arrojó por la ladera de la montaña.
Un clan enano no podía permitirse el lujo de tener hijos débiles. Aunque es bastante cierto, que los enanos que carecen de una fuerza suficiente como para pelear junto a los suyos, se dedican a otras tareas. Pero para Hasur, padre de Hvergelmir y líder del clan, era intolerable semejante aberración. Sus doce hijos anteriores, seis hombres y seis mujeres, habían nacido con una fuerza extraordinaria, sin excepción. Todos ellos fueron entrenados por su padre, y algún día se convertirían en grandes guerreros.

Para Hasur, tener un hijo débil, le haría quedar en ridículo frente a los demás clanes, y simplemente no se permitió el lujo de tenerlo. Puede sonar barbárico arrojar a un niño de apenas diez años por un precipicio, pero el destino de Hvergelmir estaba ya escrito.

Cayendo por la montaña, sin ninguna posibilidad de sobrevivir, el destino de Hvergelmir era simplemente, una muerte segura. Talvez moriría en la caída, o lo acabarían las criaturas salvajes. Pero algo pasó, que el destino no había previsto: un gigante y dos orcos debatían en su lenguaje rústico, cuál era la mejor forma de despellejar a un elfo del bosque, cuando Hvergelmir cae justo delante de ellos, con heridas de gravedad latentes. Sólo se limitaron a mirarlo por un momento. Si se paraba por sí mismo, sería una verdadera prueba del espíritu de los enanos.

Poco a poco, Hvergelmir, mirando fijamente al gigante y a los orcos, viendo en ellos, la mirada de admiración, comenzó a levantarse. Cuando estuvo de pie, y mirándolos fijamente espetó:

-La muerte posee mil puertas por donde la vida se aleja… Pero mi puerta no se abrirá por ningún motivo hoy.

El gigante, asombrado, tomó a este niño herido en sus brazos, y lo vendó. Algo semejante jamás se había visto por aquellos lugares. Él sabía muy bien, que un enano adulto lo primero que haría sería intentar eliminarlo. Pero sentía, en el fondo, que este niño necesitaba algún tipo de ayuda, la cual accedió a entregársela.

Mirando a ambos orcos, y amenazándolos con la mirada, los obligó a que le ayudaran, y se llevaron al niño Hvergelmir a su cueva. Desde entonces, criaron a Hvergelmir como si fuera un hijo, y le enseñaron las cosas que ellos sabían. Pero el destino de Hvergelmir estaba lejos de ser un hijo de gigante.


II – Extraños Caminantes


Muchos años pasaron. Hvergelmir tenía un defecto muy notorio: era un debilucho. El buen gigante intentó por mucho tiempo ayudarlo a desarrollar su fuerza. Pero era inútil. Los orcos dudaban que la fuerza fuese su punto fuerte, así que intentaron potenciar sus habilidades, en vez de intentar en vano potenciar sus debilidades.

Hvergelmir sentía que la fuerza no lo era todo, sentía en el fondo, que podía derrotar a un gran oso pardo sin necesidad de la fuerza bruta.

Entonces, un buen día de invierno, se encontraba en la copa de un árbol, esperando a un cervatillo para cazar, cuando vio un poco más allá, un gran oso, que se disponía a atacar el mismo cervatillo de Hvergelmir. No podía concebir la idea de que un oso le quitara su alimento, y bajó del árbol. Se irguió delante del oso, dispuesto a matarlo de la forma que fuese. El oso, mirándolo fijamente, y adivinando su pensamiento, se irguió también, justo delante de Hvergelmir, doblándolo en estatura.

En ese momento, cuando el oso se disponía a atacarlo, drásticamente un rugido ensordecedor hizo congelar los movimientos de Hvergelmir. Pero antes de que se diera cuenta, el oso comenzó a desvanecerse, y cayó muerto en el suelo. Aterrorizado, miró por detrás del oso, para saber quién o qué había conseguido derribar a un oso de ese tamaño, y de un solo golpe.

Asombrado, contempló la aparición un poco violácea al principio, de un ser humano, blandiendo un estoque ensangrentado, que miraba sonriente al enano. Se acercó a él, y mirándolo fijamente le dijo:

-¿Porqué mira tan asombrado, maese? ¿Acaso nunca había visto a un ser humano?

-No es por eso, señor… Quiero saber como ha sido posible, que usted, tan débil como se ve, pudo matar de un solo golpe, a ese oso… Realmente no me lo explico…

-¿Débil? ¿Usted realmente cree maese, que la fuerza se mide por los músculos?

-Eso es lo que recuerdo haber oído a mi padre…

-Pues no es del todo correcto. Verá… mi fuerza no puede compararse con la de su padre, claro. Pero para matarme, primero tendrá que verme. Luego, deberá hacer un enorme esfuerzo por tocarme con su hacha. Si logra hacerlo, el daño que recibiré será muchas veces menor, que el daño que yo le haré antes siquiera de que me pueda ver. ¿Entiende de lo que le hablo?

-Realmente no…

Fue entonces, que ese hombre tan extraño al parecer, le enseñó a Hvergelmir el arte de las sombras. El arte de la ocultación. El arte magnífico, de la agilidad. Poco a poco, Hvergelmir, fue comprendiendo que para aprender todo lo que él le enseñaba, no necesitaba una fuerza descomunal, sino que necesitaba saber dónde golpear, dónde ganarse, y cómo hacerlo, para producir un golpe magistral, y al mismo tiempo, mortal.
Años y años, le costó a Hvergelmir aprender las cosas más básicas. Todas las tardes las clases tomaban lugar en el bosque, en las cuales el gigante y los orcos también iban, para ayudar de alguna forma.


III – Manos ensangrentadas


Al pasar de los años, Hvergelmir sabía que debería volver a su vieja montaña, y enfrentar a su padre, ponerlo en su lugar.

Se despidió amablemente del buen gigante, de los dos orcos, y del caminante, para ir a un viaje del cual no sabía si volvería. Pero iba bastante confiado en sus nuevas habilidades.

Cuando llegó a los pasillos en la montaña del clan de la Piedra, se encontró frente a frente con su padre. Él no lo había reconocido, ya que Hvergelmir iba envuelto en un manto que lo cubría por completo, y una capucha, que sólo mostraba sus ojos.

Se presentó ante su padre y le dijo:

-He vuelto, padre. Soy Hvergelmir.

Su padre, devorado por la ira, ya que para él, resultaba una ofensa volver y presentarse vestido así, ya que no era común en los enanos. Tomó de a poco su hacha, la empuñó y amenazó a Hvergelmir con ella.

-¿Cómo te atreves a volver? ¡Eres un desterrado! ¡Regresa por donde viniste, y no vuelvas nunca!

Hvergelmir, sin contenerse, rápido como el pensamiento, se ocultó en las sombras, como bien había aprendido. Hasur, su padre, en cambio, comenzó a lanzar hachazos en todas direcciones, pronunciando maldiciones a su hijo, convocando a todos sus dioses.
Hvergelmir sólo se mantenía en un rincón. Lloraba. Lloraba de rabia, de odio. Quiso estar en paz con su padre, y sólo consiguió que casi lo maten. Eso no podía quedarse así.

Se acercó levemente, caminando sigilosamente, y se posicionó justo detrás de su padre. Con el dolor de su alma, le clavó el estoque en la espalda. Hasur, con un grito de dolor, que se escuchó en toda la montaña, maldijo a su hijo por esta traición.

Sus otros doce hijos, llegaron rápidamente, y se encontraron con este encapuchado, con sus manos con sangre, y su padre muerto en medio de la sala. Juraron destruir al malhechor, y lo persiguieron por toda la montaña. Hvergelmir se escondió nuevamente en las sombras, sin ser visto por ellos, y volvió a su hogar en el bosque de Noyvern.

Una vez que había llegado, les contó al gigante, a los dos orcos, y al caminante, la tragedia. Y decidió que era tiempo de irse de aquella región para siempre, y olvidarse de todo. No podía resistir la vergüenza, y quería alejarse de una vez por todas.

Se despidió una vez más de quienes le ayudaron en todos esos largos años, y se marchó con rumbo desconocido para él.


IV – Nevesmortas


Hvergelmir, tratando de olvidar su pasado, y de lavar sus manos ensangrentadas, llegó de casualidad a la ciudad de Nevesmortas, en donde decidió establecerse, ya que posee un bosque en el cual puede seguir desarrollando sus habilidades, y también por la gente amigable que vive allí.

Para mantenerse ocupado, ha decidido dedicarse a ser carpintero, para estar más tiempo junto al bosque de Nevesmortas, que tan amistoso le sienta para él.

Mientras tanto, otras aventuras se preparan para él…
Responder