Beso Carmesí

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Zarlek

Beso Carmesí

Mensaje por Zarlek »

Pedí a un amigo que me dejara colgar una parte de un relato suyo, hay que decir que esta muy muy bien y merece la pena, lo puse en esta parte del foro porque el relato esta basado en faerûn, disfrutadlo ^^

Beso Carmesí
Por: Wanderer.


De la más oscura y profunda celda:

Otra vez aquella sensación. Fuego, un hierro candente de marcar, un dolor agudo en la espalda tras el hombro izquierdo, gritos ahogados por la mordaza, un golpe en la base del cráneo, y finalmente oscuridad.

–Vamos, no te entretengas y camina.
El centinela a su espalda le azuzaba con una lanza corta, obligándole a caminar por un estrecho pasadizo de piedra, donde las antorchas iluminaban aquí y allá pequeños cubículos enrejados. Imperaba un olor nauseabundo, mezcla de restos de comida, deshechos, y varias cosas más que era mejor no conocer. Y a toda esta escena le acompañaba la mejor banda sonora que se podía pedir. Gruñidos, gemidos lastimeros varios, gritos, y ruido de pelea; tan solo interrumpidos por los poco usuales gritos de los carceleros, poco usuales pues preferían usar el garrote antes que alzar la voz.
–Esta parece estar bien –dijo uno de los guardias con una mueca torva–. Solo hay un único prisionero.
Uno de ellos sacó una llave de latón un tanto maltrecha, forcejeó varias veces con la cerradura oxidada de la puerta de reja, y al final con un fuerte chirrido de metal, esta se abrió hacia un cubículo oscuro en el que se intuían varios bultos.
Le quitaron con rudeza la venda de los ojos, y de un empellón le metieron dentro.
–Os dejaremos solos… Para que intiméis.
Él continuó tumbado en el suelo mientras los carceleros cerraban la puerta de nuevo y remontaban el pasillo entre carcajadas. Cuando por fin se marcharon, se reincorporó y se frotó los ojos.
–Vaya –comentó una voz ronca al fondo de la celda–. Así pues un enano me honra con su visita.
El aludido dio un respingo y buscó la procedencia de la voz con la mirada. Recostado contra la pared al fondo de la celda había un hombre de piel pálida, cabello negro como las plumas de un cuervo, y el aspecto desaliñado de un preso antiguo y olvidado. Poseía unos rasgos que, en condiciones normales, parecían ser finos, sin embargo sus fieros ojos grises le daban una apariencia peligrosa.
Con la velocidad del rayo, el hombre moreno se levantó y golpeó en el rostro al enano, derribándole de nuevo. Tras ello comenzó a rebuscar entre sus ropajes.
–Maldita sea. Veo que a ti también te han quitado todo menos esos trapos.
Con un bufido se alejó y se volvió a recostar contra la pared del fondo. El enano se quedó un momento en el suelo, respirando pesadamente.
–Vaya un enano más extraño eres. Hasta ahora todos los que había conocido eran peludos. Tú sin embargo estás completamente pelado.
El enano se levantó trabajosamente y devolvió una mirada hostil a su compañero de celda.
– ¡Eh, eh! Tranquilo amigo –le respondió con una sonrisa cínica–. Todavía no soy tan idiota como para buscar pelea contra un enano. Vamos, dime tu nombre.
El silencio se adueñó de la habitación. El enano simplemente permaneció en su sitio.
–Maldita sea. Tenía que toparme con un idiota.
El hombre se alzó y agarró al enano del cuello de sus ropajes raídos.
– ¡Estúpido idiota! ¡Te he hecho una maldita pregunta y quiero que me la contestes!
Mientras lo zarandeaba, el enano dio un par de pasos hacia atrás, donde la luz de una antorcha iluminó mejor sus rasgos. Por su parte el agresor soltó al enano con una mueca de repulsión. Tal como había dicho el hombre, el enano estaba completamente afeitado, además multitud de cicatrices recorrían su cabeza sin ton ni son. En ella se mezclaban tanto cicatrices antiguas como recientes. Sin embargo portaba una mirada intensa y orgullosa, con ojos de color verde como las esmeraldas.
– ¡Joder! –exclamó impresionado al tiempo que retrocedía–. Si que te han dado bien esos perros del alguacil.
–Hulderk –pronunció el enano.
– ¿Cómo has dicho?
–Mi nombre, Hulderk.
–Eso está mejor –dijo el hombre–. Ya que vamos a pasar un tiempo juntos es mejor que al menos sepamos nuestros nombres. Yo soy Shemnas, espero que estés disfrutando de mi hospitalidad.
Tras ello hizo una reverencia exagerada.
–Bueno Hulderk, ¿qué hace un enano como tú en una prisión tan lúgubre de Puerta del Oeste?
El enano profirió un gruñido al tiempo que se dirigía hacia el único camastro de la habitación. Shemnas se interpuso antes de que llegara.
–No, no. La antigüedad cuenta. Siendo enano como eres, dormirás más a gusto en el suelo. ¿No te sientes como estar en casa?
El hombre comenzó a reír, pero una tos seca le hizo convulsionarse. Con un ademán indicó al enano que se apartara del camastro. Luego escupió y se aclaró la garganta antes de seguir:
–Como te iba diciendo –dijo mientras se sentaba–. ¿Qué has hecho para que te metieran aquí como a una vulgar rata calishita?
Hulderk miró a Shemnas, y por un instante sus rasgos perdieron tensión mientras afirmaba:
–Yo soy un mártir por la causa.
Las carcajadas de Shemnas fueron audibles a varias celdas de distancia.
–Lo que me faltaba por oír –dijo mientras se enjugaba las lágrimas–. Así pues, eres un mártir. ¿Y qué noble causa, oh gran mártir de mártires, es por la que te estás sacrificando?
Mientras lo decía se retorcía las manos intentando reprimir otra carcajada.
–Formo parte de un grupo de liberación de esclavos.
–Oh, enternecedor –aplaudió con sorna–. Y fíjate, aquí estás predicando el ejemplo. Ya solo me falta que digas que eres seguidor de Ilmater.
Hulderk ni siquiera se dignó a responder.
– ¿En serio? –Shemnas volvió a deshacerse en carcajadas–. ¡Por las tetas claveteadas de Loviatar! Es lo más absurdo que jamás he oído.
Lo siguiente que vio el hombre fue el puño furioso de un enano estrellarse contra su mandíbula. Shemnas salió despedido contra la pared por la fuerza del golpe. El enano respiraba trabajosamente mientras intentaba calmarse, con la mirada cargada de ira.
Shemnas se reincorporó frotándose la mejilla y limpiándose la sangre del labio.
–Golpeas duro, ¿eh amigo? Nadie diría que eres pacifista con esos puños como rocas. ¿Eh?
El enano se había aproximado a Shemnas, y arrancando un pequeño trozo de sus ropajes, atendió la herida en su rostro.
–No fue mi intención golpearte –comentó arrepentido Hulderk–. Permíteme enmendar mi error.
–Maldita sea. Pues para no ser tu intención golpeas como un puñetero rozhé en desbandada.
Permanecieron ambos en silencio mientras el enano le curaba la herida al otro. Tras ello cada uno estuvieron en una parte de la habitación, en silencio.

El silencio fue su compañero durante sus días de reclusión, solo interrumpido por alguna que otra conversación trivial, o por las escasas rondas que hacían los centinelas para repartir el rancho, si se le podía llamar así. Sus únicas competidoras por dicho manjar eran las ratas que pululaban libremente por el subterráneo, quizá las únicas criaturas libres ahí abajo.
Una noche, mientras el enano dormitaba, Shemnas se mantuvo despierto, perdido en sus cavilaciones. De repente Hulderk se agitó en sueños y se levantó de un respingo. Rápidamente el hombre se hizo el dormido, intentando no perder de vista la situación. Hulderk se dirigió directamente hacia Shemnas, pero antes de que lo tocase el humano se levantó y alzó sus puños, listo para protegerse. Confuso por su repentina reacción, los ojos de Hulderk pronto volvieron a denotar urgencia, así como su forma de gesticular mientras decía:
–Shemnas, voy a necesitar tu ayuda. He tenido una premonición mientras dormía, algo malo sucede.
–Oh, habló el hombre santo. ¿Y que requiere vuestra merced?
–Déjate de ironías –atajó firmemente–. Si haces lo que digo tendremos una oportunidad de escapar, he pensado un plan.
–¿Un enano pensando? Demonios, he ido a parar ante el más atípico de ellos. No obstante esto me interesa –mirando fijamente al enano añadió–. ¿Cuál es ese plan y cual es mi parte en él?
El enano echó un vistazo rápido a su entorno y entonces reparó en las cadenas oxidadas que sujetaban el camastro a la pared.
– ¿Podríamos arrancarlas entre ambos?
– ¿Y un enano pregunta eso? Sinceramente, ¿estás seguro que antes no eras un elfo? Pues los he visto con más fuerza y arrojo que tu.
Shemnas prácticamente escupió esas palabras, y contempló con deleite como varias de las venas en la calva del enano comenzaban a pulsar con más intensidad.
–Intentémoslo, pero no se como quieres que esto marque alguna diferencia.
Las curtidas manos del humano se cerraron entorno al extremo de la cadena anclada en el camastro, mientras que las manazas callosas del enano cogieron con fuerza el extremo que se anclaba a la pared. Tiraron con todas sus fuerzas de la cadena, pero esta resistió.
–Maldita sea. Esto no cede.
–Intentémoslo una vez más –contestó Hulderk decidido.
Volvieron a tirar con todas sus fuerzas, la sangre se les comenzaba a agolpar en la cabeza por el esfuerzo. Y entonces, con un sonoro chasquido la cadena se quebró por la mitad. Varios de los eslabones de hierro salieron despedidos y se desparramaron por la celda.
–Genial, se nos ha roto. ¿Ahora qué sugieres?
–Es justo lo que necesitaba –dijo el enano recogiendo los eslabones del suelo.
– ¿Cómo? ¿No necesitabas la cadena entera?
–No, solo necesitaba algo de hierro. Ahora necesito algo con lo que darle una forma recta.
–Oh claro –se mofó Shemnas sonriendo sarcásticamente–. Ten, coge mi martillo. Lo dejé al lado de las herramientas de escapismo.
Tras ello recogió una piedra del suelo, probablemente algún fragmento caído de las paredes o del techo, y se lo pasó con desgana al enano. Este comenzó a trabajar el metal con la piedra a un ritmo constante, como si la hubiese utilizado como herramienta toda la vida.
–Bueno, ahora cuéntame. ¿Para qué quieres ese fragmento de hierro?
–Cuando entré aquí me quitaron la representación de Ilmater que uso para canalizar el Poder –explicó Hulderk elevando la voz entre el golpeteo del metal contra la piedra–. Y para este conjuro lo necesito, así que tendré que improvisar uno. Ahora ve y vigila si viene algún carcelero atraído por el ruido.
Shemnas arqueó una ceja sorprendido, pero se abstuvo de hacer comentario alguno, y con un suspiro se dirigió ante la puerta, asomando la cabeza todo lo que pudo para vigilar el corredor. Al parecer no era el único que había sido alertado por el ruido, pues varios de los presos también pugnaban por asomar la cabeza todo lo que pudieran entre los barrotes para ver qué estaba ocurriendo. Uno de ellos reconoció al hombre moreno.
– ¡Eh Shemnas! –gritó varias celdas más allá un hombre robusto de tez bronceada–. ¿Qué cojones estás haciendo ahí?
–Contemplar el panorama y confraternizar con mis vecinos, Bones. ¿Quieres pasar a tomar un refrigerio?
El tipo al que se había referido Shemnas como Bones le respondió con un gesto obsceno de la mano, revelando un brillante anillo a la luz de las antorchas. Shemnas sonrió para si, y tras ello siguió su vigilancia. Los pasos y las voces de los centinelas no tardaron en hacerse evidentes, mientras ponían orden en la algarabía que rápidamente se había organizado.
–Hulderk, más te vale que hayas terminado tu trabajo de herrería. Vienen problemas.
El enano asintió al tiempo que trabajaba en el tercer eslabón roto. El sudor resbalaba por su calva afeitada, y se perdía en los indicios de barba que habían comenzado a crecerle en el cautiverio.
Ante ellos un par de carceleros, un semiorco y un hombre bajo que portaba una red y una porra a la vista. Los ojos del semiorco estaban inyectados en sangre, y brillando a la tenue luz del lugar se discernía un pequeño hilillo de baba que goteaba de su boca. El hombre que lo acompañaba era regordete y con precaria falta de higiene, al cual le faltaban ya varios dientes, y que hacía gala de ello riendo a carcajadas. A Shemnas le recordó a un caballo por la forma de reírse y por su peinado recogido en una única cola de tal animal.
– ¿Ocurrir qué? –bramó el semiorco.
–Urgz, déjame hablar a mí –dijo el otro con un leve acento calishita en la voz–. ¿Qué es todo este ruido Shemnas? ¿Acaso buscas otra lección? Ahora se buen chico y retrocede para que podamos entrar a mirar. Sabes que Urgz se enfada rápido.
Con una exagerada reverencia, Shemnas dio dos pasos hacia atrás, cubriendo en todo momento al enano de la vista de aquellos dos matones. Las llaves entraron en la cerradura con un chirrido, y tras ello el hombre caballo abrió la puerta.
Justo en ese momento, Hulderk apareció desde su improvisado escondite y comenzó a murmurar unas palabras extrañas mientras sostenía los tres eslabones, ahora retorcidos entre si para formar una especie de trenza o soga, y apuntó a Urgz.
– ¡Que el Poder te detenga!
La efigie chisporroteó brevemente en las manos del enano, y tras ello ardió con una llama azulada que le quemó los dedos. Una esfera translúcida de tono blancuzco surcó rápidamente la distancia entre el enano y el semiorco, impactándole en pleno pecho. El orbe incrementó rápidamente su tamaño, y empezaron a aparecerle fisuras por su superficie, por la que comenzó a filtrarse un olor nauseabundo. La esfera estalló entonces en una explosión de sonido discordante, mezcla de una corneta desafinada, el ulular de un oso-lechuza, y un zumbido grabe, que lanzó despedidos por los aires Urgz, al hombre caballo, y a Shemnas. Hulderk contempló la escena completamente aturdido.
–Jod… ¿Qué demonios ha sido eso? –protestó Shemnas mientras se levantaba dolorido.
–Esto… Esto no tendría que haber ocurrido así –balbuceaba el enano.
En ese mismo instante el hombre caballo pareció recuperar también la consciencia. Trató de ponerse en pie, pero una violenta patada de Shemnas en plena cara lo hizo caer de nuevo contra el suelo. El hombre moreno se montó a horcajadas a la espalda del rechoncho carcelero, y cogiéndole de la cola de caballo para obligarle a levantar la cara le dijo con un susurro:
–Es hora de tu lección, Wane.
La cara del hombre caballo se contrajo en una mueca de pánico terrible. Shemnas sujetó la cabeza del hombre por el cogote, y comenzó a aporrearla contra el suelo con todas sus fuerzas. Las tres primeras veces retumbó el sonido contundente de su cabeza, tras la tercera un horrible crujido cambió dicho sonido por un sonido blando y viscoso.
–Ah… Nada mejor que un poco de sangre calishita por la noche.
Limpió su mano manchada de sangre en las ropas de aquel desgraciado, y tras ello se giró para comprobar el estado del semiorco.
–¿Cómo has podido hacerle eso? –dijo el enano sin salir de su asombro.
–Tú no has sido muy diferente –respondió Shemnas con una sonrisa pícara–. Mira sino lo que ha sido del pobre Urgz.
Siguiendo la mirada de Shemnas, Hulderk contempló con horror lo que un momento antes había sido el semiorco Urgz. Su pecho estaba completamente abierto, mostrando el esternón completamente quebrado e incrustado en los pulmones del semiorco. El rostro del semiorco se había congelado en una mueca de horror conforme sus pulmones se habían ido encharcando con su propia sangre. Al parecer algunos otros órganos también habían recibido parte del impacto. Hulderk retrocedió horrorizado, llevándose las manos a la cabeza afeitada, apretando con fuerza hasta que sus uñas abrieron pequeñas heridas en su cuero cabelludo.
Shemnas mientras tanto había aprovechado la conmoción del enano para registrar las posesiones de Wane. Le quitó sus botas, y tras comparar la suela con su propio pie se las puso a toda prisa.
–Son feas, pero al menos son de mi talla –indicó.
Tras ello le quitó una pequeña saca con dinero y se apoderó de la red que tenía en la mano. Una vez concluida la búsqueda, se dio media vuelta y rebuscó en el cadáver del semiorco. Su rostro se iluminó cuando vio colgando del cinto una cimitarra un tanto mellada.
–Todavía me pregunto como un tonto como él no manejaba algo más decente para su tamaño –dijo mientras soltaba la hebilla de su cinturón–. De todas formas, jamás pensé que yo mismo usaría un mondadientes de estos. Es una estupidez usar un arma tan corta.
Siguió su escrutinio mientras los presos rogaban a gritos al fugado que les concediera la libertad. Hulderk pareció entonces recuperar la compostura, mas cuando se acercó hacia la llave la bota de Shemnas la pisó. Le hizo un gesto de negación con la mano, y tras ello la cogió él.
–Tenemos que liberar a los prisioneros.
–Corrección –interrumpió Shemnas–. Tú tienes que liberar a los prisioneros, señor libertador ilmaterino. Yo solo quiero una cosa.
Tras ello se acercó a la prisión del hombre conocido como Bones.
–Shemnas, maldito bastardo sabía que vendrías a por mí. Venga, abre de una vez esta celda.
Los otros dos presos que acompañaban a Bones en la celda se acercaron rogando por su libertad, sin embargo Shemnas alzó la cimitarra y ellos se detuvieron en el acto.
–Solo sacaré a Bones. Por lo que a mi respecta os podéis pudrir aquí dentro.
Ambos hombres miraron con impotencia como el hombre de piel bronceada salía por la puerta que acababa de abrir Shemnas, una puerta a una libertad que les había sido denegada. Uno de ellos, presa de la desesperación, se abalanzó hacia esta con la intención de salir por la fuerza. Sin embargo lo único que encontró fue el puñetazo demoledor de Bones que lo derribó de vuelta a dentro. Tras ello Shemnas cerró de nuevo la puerta con llave.
–Vaya estúpido –dijo Bones palmeando la espalda de su libertador–. Ese maldito idiota ha hecho que me ensuciara la mano con sangre.
Tras ello se echó a reír, sin embargo en el rostro de Shemnas brillaba una sonrisa que distaba de ser cómplice de su ocurrencia.
–Tranquilo. Puede que aun te manches más.
Dicho esto lanzó un certero tajo hacia el cuello. No obstante Bones hizo gala de buenos reflejos, y logró desviar el golpe con la palma de la mano, la cual se llevó la peor parte.
–Je, buenos reflejos Bones. La próxima vez no será tu mano lo que acabe mal.
El robusto mulhorandino retrocedió sujetando su mano malherida al tiempo que respondía:
– ¿Por qué me haces esto Shemnas? ¡Fuimos compañeros!
–Oh, si. Lo fuimos –dijo haciendo hincapié en esa última palabra–. No me intentes engañar ahora, idiota. Se que tú me vendiste a los Máscaras Nocturnas, aunque veo que te pagaron con la misma moneda.
–No digas tonterías amigo. Sabes que no te vendería a esos chupasangres.
–Claro… Por supuesto que no lo harías –dijo con voz calmada–. Dime Bones. ¿Cómo lograste ese anillo?
Aun con la poca luz que imperaba en el lugar, Bones perdió visiblemente el color del rostro, y sus ojos comenzaron a mirar nerviosamente al anillo en su mano, y de ahí al rostro impasible de Shemnas.
–Si es esto lo que quieres tómalo, yo no lo quiero.
Bones se quitó con torpeza el anillo y lo arrojó al suelo, Shemnas se agachó con calma y lo recogió. Tras ello lo miró a conciencia y se lo colocó con calma en el dedo de la mano derecha, sin perder de vista a su interlocutor.
–Bien, pero no es solo eso. Me traicionaste Bones. Nadie me asegura que no vuelvas a hacerlo. Así pues me cobraré el precio de tu silencio… con tu cabeza.
Shemnas trazó un amplio arco con su espada, buscando una vez más la garganta de su oponente, pero este evitó el golpe flexionando sus piernas todo lo que su corpachón le permitió. Aprovechando ese momento, Bones se impulsó hacia delante, golpeando duramente al espadachín en el abdomen con los codos, y derribando a ambos. La cimitarra salió despedida, estrellándose contra una de las paredes, y mellando su ya maltrecha hoja.
Siguieron forcejeando durante unos segundos, pero la fuerza del mulhorandino era superior, y no tardó en imponerse ante el hombre moreno. Rodeó con sus fuertes manazas el cuello de Shemnas y tras ello comenzó a apretar. Forcejeando con una mano para intentar liberarse del impasible apretón de Bones, Shemnas asió la red con su otra mano, y la apretó con fuerza contra la cara del hombretón, clavándose los ganchos interiores por todo el rostro. Con un grito de dolor, Bones soltó a su presa y se llevó las manos a la cara para tratar de soltarse la red, mientras Shemnas se puso de nuevo en pie, tambaleándose todavía por la falta de aire.
El furioso mulhorandino, envalentonado por lo cerca que había estado de alzarse con la victoria ahora que su oponente había sido desarmado, se preparó para abalanzarse sobre Shemnas de nuevo, cuando de repente se oyó un fuerte ruido a su espalda, sus músculos se relajaron súbitamente, y con los ojos en blanco cayó desplomado al suelo. Tras él Hulderk blandía la porra que anteriormente había pertenecido a Wane.
–Ugh… Bien hecho enano, pero no esperes que te deba ahora un favor.
Tras limpiarse la sangre del cuello que había dejado la mano del mulhorandino, Shemnas recogió de nuevo la cimitarra y la red. Tras ello, con una sonrisa victoriosa alzó la cimitarra hacia Bones, pero en el último momento Hulderk se interpuso blandiendo de nuevo la porra.
–No es este el momento de dar muerte a más personas –dijo con decisión–. Ahora dame la llave y liberemos a los presos de aquí.
Shemnas frunció el entrecejo y resopló con frustración, pero no bajó la cimitarra ni hizo gesto alguno para entregar la llave.
–No
–Matarle no es necesario, huir sí. Podemos huir si todos colaboramos.
Un atisbo de sonrisa se dibujó en el rostro de Shemnas, y tras ello dijo:
–No he dicho en ningún momento que quiera huir con vosotros. Gracias por la ayuda enano, y adiós.
Tras ello lanzó rápidamente la red sobre el enano, el cual no pudo reaccionar a tiempo para evitar enredarse con los clavos y ganchos interiores de la red. Shemnas le propinó una fuerte patada para apartarle del camino, y tras ello comenzó a huir a la carrera por la dirección en la que habían venido los carceleros.
– ¡Escúchame Shemnas! –bramó Hulderk–. ¡Si huyes jamás podrás atrapar al hombre que buscas! ¡El que mató a tu esposa!
Estas palabras provocaron un efecto devastador en el hombre, el cual frenó en seco, y volvió a la carrera con el rostro contraído por el enfado.
– ¿Cómo sabes eso? ¿Quién te lo ha contado? ¡Contesta a mi maldita pregunta!
Shemnas estaba a pocos pasos del enano en actitud amenazadora, pero Hulderk le sostuvo la mirada sin inmutarse.
– ¡Contesta joder!
El enano encajó una fuerte patada en la cara que le abrió una herida bajo la ceja, pero mantuvo su mutismo. Shemnas respiraba agitadamente, presa de la furia.
De repente todo el corredor retumbó y se agitó con una brutal sacudida. Algunos fragmentos del techo comenzaron a caer, y tras unas breves sacudidas más, se desplomó el techo a la altura donde Shemnas había dado media vuelta. Ambos se miraron confusos y aturdidos, pero de repente los ojos de Hulderk se abrieron como platos y comenzó a vociferar:
– ¡Rápido Shemnas, sácame de aquí! La estructura de este pasadizo poco aguantará.
Sin embargo, no bien había dicho estas palabras cuando un segundo temblor de igual violencia sacudió el corredor. Rápidamente se extendieron por todas partes finas grietas que no tardaron en ensancharse. Shemnas comenzó a levantar la red en la que se hallaba atrapado el enano.
Entonces el suelo cedió bajo sus pies con un sonoro crujido y ambos cayeron. Los escombros volaban alrededor suyo en su rápido descenso a dondequiera que fueran. No obstante quiso la fortuna que ellos siguieran cogiendo la red con todas sus fuerzas, pues esta se enredó en cierto punto de la caída en un saliente rocoso, frenándoles en seco. El impacto contra la roca los dejó sin aliento momentáneamente, y varias gotas de sangre resbalaron por sus manos laceradas por la red. Los diversos cascotes de piedra les llovieron sin piedad, amenazándolos con arrancarlos de la pared.
Tras un tenso minuto se hizo el silencio.
–Shemnas –dijo Hulderk rompiendo el silencio–. ¿Estás bien?
–Oh si, claro. Nada supera a estar colgando en medio de la oscuridad agarrado a una red que me destroza la mano con el más leve movimiento y acompañado de un enano idiota. Pero no me puedo quejar, sigo vivo.
–Veo que no pierdes el humor. A un metro escaso de donde estamos colgados veo una repisa donde quizá podamos afianzarnos. Subiré yo primero y luego te iré guiando.
Shemnas notó las sacudidas de la red conforme el enano trepaba por ella. Ambos dejaban escapar leves gruñidos de dolor debido a los garfios puntiagudos. Al cabo de lo que para Shemnas fueron unos minutos interminables, Hulderk alcanzó la repisa.
–Hm… Parece un tipo de túnel. Ahora escúchame. Te guiaré en la subida hasta aquí. Tú tan solo busca los asideros que te iré indicando y todo saldrá bien.
Mientras seguía las indicaciones del enano, Shemnas recapacitó sobre lo “bien” que por ahora estaba saliendo todo. Resopló con frustración al tiempo que alcanzaba la repisa y se echaba jadeante sobre la roca. Tras recuperar un poco el aliento, hizo indicaciones a Hulderk para que le sostuviera las piernas y así poder recuperar la red.
–Bueno –dijo Shemnas–. Ahora mismo estamos a oscuras, así que tienes ventaja enano. Pero aun nos necesitamos el uno al otro para salir de aquí.
–Deja tus fanfarronadas, humano –reprochó Hulderk–. De todas formas no tenía intención de dejarte atrás. Primero porque no soy como tu, y segundo porque todavía necesito de tu ayuda.
– ¿Quién te dice que te vaya a ayudar?
–La información que yo poseo.
Shemnas gruñó con frustración y atravesó con la mirada donde él creía que se encontraba su interlocutor.
–Por ahora tenemos que salir de aquí. Por lo que veo este es un túnel que ha sido excavado aprovechando una gruta natural. Dame la mano, yo te guiaré.
Esperando notar una mano áspera, Shemnas se llevó una sorpresa cuando notó un líquido algo viscoso que impregnaba la mano del enano.
«Sangre» se dijo a si mismo. No obstante decidió hacer caso omiso de su curiosidad y se dejó guiar por Hulderk. Los pasos del enano eran un tanto vacilantes, y en alguna ocasión se detuvo respirando con dificultad. De vez en cuando se oía el rugido atronador de una detonación, potente pese a estar amortiguada por la tierra y la piedra.
Pasado el que para los viajeros fue un interminable paseo por la oscuridad, estos divisaron tras girar un recodo un leve destello de luz a no demasiada distancia. Ambos apretaron el paso, ansiosos por volver a la superficie.
El resplandor parecía provenir de una trampilla en el techo, gracias al cual se iluminaba una pequeña escala de metal anclada a la pared.
–Maldita sea enano, te debo otra –dijo un Shemnas sonriente de expectación mientras remontaba la escalera–. Tan solo por esto pienso ayudarte en esa estúpida misión tuya.
Al llegar a la parte superior, tanteó la trampilla buscando algún tipo de cierre. Al no encontrarlo hizo presión para abrirla, pero esta no cedió. Frustrado comenzó a aporrearla con todas sus fuerzas, hasta que al final logró desplazarla varios centímetros, suficiente para poder presionar con ambas manos y abrirla del todo. Una lengua de aire caliente le aturdió momentáneamente, a la vez que la luz se hacía más intensa.
–Mierda, fuego. Vamos Hulderk, no tenemos tiempo que perder.
Shemnas comenzó a explorar la sala donde se hallaban sin esperar al enano. Era una habitación grande, con paredes de piedra y suelo de madera. Alrededor suyo había diversos cajones y barriles de madera, algunos con su contenido desparramado. La única puerta que daba acceso a la habitación era ahora poco más que ascuas encendidas, y las llamas habían comenzado a consumir algunos de los muebles de alrededor, pero por suerte para ellos aun no había avanzado demasiado.
El humano reparó con alivio en el destello de lo que parecían ser empuñaduras de espadas que sobresalían entre una de las cajas apiladas.
–Bien, armas –musitó con impaciencia mientras tomaba del cajón una burda espada de hoja ancha con vaina y se la ceñía al cinto–. Me vendrá bien alguna si salimos de esta. Ven Hulderk, coge alguna.
Pero el enano no pareció responder. Alarmado, Shemnas miró en su dirección entre la densa humareda que poco a poco se había ido formando. El enano yacía a pocos pasos de la escala, respirando trabajosamente. Tenía una fea herida en el costado derecho de la cabeza.
–Maldita sea mi suerte –masculló irritado mientras atendía al enano–. ¡Vamos Hulderk, no es momento para dormir!
–No… No estoy dormido… Humano –masculló el enano entre jadeos.
–En ese caso levántate y ayúdame a buscar una salida si no quieres convertirte en un verdadero mártir por la causa, pues yo no tengo intención alguna de serlo.
Se levantó apoyándose en el humano, y entre ambos inspeccionaron la habitación, el aire de la cual se iba volviendo por momentos más y más denso.
–Ahí –señaló el enano con un dedo tembloroso–. La pared presenta fisuras. Busca algo fuerte con qué golpearla.
Tal como afirmaba el enano, entre dos añejos barriles de madera se adivinaba una profunda grieta en la pared. Dejándole de vuelta en el suelo, Shemnas se abalanzó sobre el cajón de armas y buscó con frenesí algo que pudiera ayudarle. Al cabo de un rato volvió aferrando un pesado martillo de guerra.
–Indícame exactamente donde –dijo jadeando por la falta de aire.
Hulderk tardó un tiempo en responder mientras intentaba centrar de nuevo su atención en lo que le rodeaba. Tras ello mojó su mano en la sangre que bañaba parte de su cara e hizo una marca en la pared. Shemnas golpeó una vez, pero la pared resistió sin inmutarse. Frustrado golpeó una segunda vez con más fuerza, pero la pared seguía sin responder. Intentó tomar aire involuntariamente pero el pecho se le llenó de aire caliente y humo, que lo hizo toser. Tras recuperarse dio un tercer golpe, el cual pareció hacer mella en la pared. El cuarto rebotó sin más. Con un grito de impotencia, lanzó un quinto golpe contra la grieta, pero solo logró hacer un agujero por el que apenas cabía un dedo.
Dejó caer el martillo con pesadez, resignado a su suerte, pero de repente un potente grito de guerra resonó a su espalda. Se volvió a tiempo de ver como Hulderk, el cual se había colocado la hombrera izquierda y las protecciones para el brazo con guantelete de una armadura de metal, cargaba a la carrera contra la pared.
– ¡Maldito loco, detente! ¡No pod…!
El hombre perdió el habla cuando vio que el enano atravesó literalmente la pared, haciéndola saltar en pedazos. Hulderk cayó poco más a delante, rodando por el suelo. A Shemnas se le escapó una sonora carcajada de triunfo mientras salía por el agujero creado por el enano, sin embargo se le congeló en la cara cuando llegó a su altura.
Si ya el enano estaba en malas condiciones, ahora presentaba un aspecto terrible. Varios cortes y arañazos convivían ahora con la herida de la cabeza, compartiendo y derramando la sangre como amables vecinos. El brazo con el que había embestido la pared parecía dislocado.
–Estúpido. Mira en qué estado estás –regañó Shemnas a Hulderk mientras le ayudaba a reincorporarse.
–He… He estado peor –protestó este–. Además… Prefiero la carne poco hecha.
Por un segundo la atmósfera de tensión se desvaneció, no obstante los temblores volvieron a sacudir los alrededores, devolviéndoles a la realidad.
Shemnas ayudó al enano a ponerse en pie, y tras ello lo ayudó a caminar por el patio de lo que parecía ser un pequeño almacén de algún mercader de la zona. Algunas de las murallas ardían ya por el fuego que se había propagado por la mitad de la estructura. Por suerte esta vez la puerta seguía intacta, así pues ambos salieron con paso vacilante.
–Sal de Mulhorand para caer en Thay…
Ambos contemplaron boquiabiertos el panorama a su alrededor. Gran parte de la ciudad de Puerta del Oeste era pasto de las llamas, iluminando el cielo nocturno con tonos anaranjados. La calle a la que daba el fuerte estaba diseminada de cadáveres, muertos estos hace poco según parecía.
Y al final de la calle, como si de una obra escrita por un demente se tratara, se alzaba un hombre de tres metros de altura y seis poderosos brazos blandiendo sendas espadas. La criatura estaba literalmente bañada en sangre, y rugía con fiereza mientras mataba a aquellos que se le oponían. Hulderk contempló a la criatura, aturdido entre sus heridas y la conmoción de la vista, y dijo con incredulidad:
–No… No es posible. Gáragos…



Ahi lo teneis, un saludo :D
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