Valen Le´for

Los trovadores de la región narran la historia de sus héroes. (Historias escritas por los jugadores)

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Bhaal
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Valen Le´for

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Cael contemplaba orgulloso el resultado de su trabajo, con la yema de los dedos repasaba suavemente la máscara esculpida en piedra que tantas veces había repetido. No le gustaba nada lo que representaba aquel símbolo, y hubiera preferido trabajar en la construcción de cualquier otro templo, pero no tenía otra opción. Sin embargo, había pasado el último año trabajando con Kerik, uno de los mejores arquitectos de La Marca. En el gremio todos conocían su fama, se decía que incluso los maestros enanos lo consideraban un igual entre ellos, algo digno de mencionar teniendo en cuenta que Kerik era humano.

Kerik había resultado ser aún mejor de lo que había oido, y le parecía que había aprendido más en un año que en toda su carrera como artesano de la piedra. La sabiduría de aquel anciano calvo de barba gris era un pozo sin fondo. Sus conocimientos sobre los distintos tipos de roca eran abrumadores, parecía adivinar donde colocar el cincel para que la talla resultara perfecta:

- "Escucha la piedra Cael... ¡Escúchala!... Ella te dirá donde debes golpear, pues no eres tú quien crea la forma si no quien la libera de su interior"

El anciano siempre sonreía cuando pronunciaba aquella frase, como si supiera que Cael iba a tomarse al pie de la letra aquellas indicaciones. Y así era, cuando Cael se quedaba a solas, en más de una ocasión este había pegado la oreja a la roca intentando oir cualquier sonido que pudiera darle alguna indicación... por desgracia, hasta ahora todas habían resultado ser mudas.

Pero Kerik no sólo sabía de roca, sabía de todo lo relacionado con la arquitectura. Manejaba las proporciones, las perspectivas, el conocimiento simbólico, todo lo que hacía, por muy insignificante que fuera, tenía siempre alguna razón de ser. En los pocos descansos que tenían a lo largo del día, Cael se sentaba a escuchar las enseñanzas de aquel anciano junto al resto de aprendices arquitectos que pululaban alrededor de Kerik. La presencia de un vulgar artesano de la piedra en aquellas lecciones desconcertaba a los más jóvenes, los cuales, con la arrogancia propia de los de su edad, miraban con desaprobación al intruso. Aunque ahora al menos se callaban y lo dejaban en paz, pero la primera vez, Kerik había tenido que intervenir al ver como se caldeaban los ánimos.

- "¡Encauzad vuestros estúpidos prejuicios sobre algo útil y dejad en paz al hermano Cael!" gritó el anciano con esa voz queda que le caracterizaba.

El silencio que resultó tras aquellas palabras perduró durante mucho tiempo. Kerik no había utilizado en balde la palabra hermano, así se llamaban entre sí los miembros del gremio de los arquitectos. Los aprendices no merecían ese título pues aún estaban en periodo de formación, la envidia corroía los corazones de muchos de los allí presentes: que el propio maestro lo considerara un hermano posicionaba a Cael en una posición superior a todos. Algo intolerable para muchos de ellos.

Cael se preguntaba sin cesar cómo Kerik había aceptado este trabajo, tras un año junto a él conocía bien al anciano. Su pasíon por la arquitectura no era suficiente como para trabajar en la construcción de este templo de latrocinio, y aunque ponía todo su empeño en esta tarea Cael sabía muy bien que era lo propio de un gran maestro. Como Kerik solía decirle a sus aprendices cuando hacían algo mal:

- "¡Si haz de hacer algo, hazlo bien, y si no, ni te molestes en intentarlo!".

¿Pero cómo habían conseguido obligarle a trabajar para ellos? pensándolo bien, conocía las artimañas de quienes lo habían contratado. Seguramente habrían encontrado la manera de presionarlo: familia, deudas... Sabía muy bien de lo que hablaba. Él mismo no había podido negarse. De haberlo hecho ahora estaría tirado en alguna cloaca con un puñal clavado en la espalda. Eso solía ocurrirles a los que no saldaban sus deudas con la cofradía y él debía mucho, mucho más de lo que hubiera podido ganar en 10 años.

Aún recordaba como Catherine le había hecho jurar que nunca recurriría a la cofradía, pero el nacimiento del pequeño Hart lo había cambiado todo. El parto no había salido bien y Catherine nunca se había recuperado del todo. Con su mujer postrada en la cama y un recien nacido, Cael se había visto obligado a recurrir a la ayuda de la cofradía. El trabajo escaseaba y sabía que nunca podría devolver el préstamo, y más aún con unos intereses tan altos, pero su familia dependía de él.

- "Cael, al darte el dinero que pides, la cofradía deposita toda su confianza en ti... Pero sabemos que tú y tu familia seréis merecedores de ella."

Al oir esas palabras, a Cael se le había formado un nudo en el estómago, nunca hubiera creido que las palabras "confianza" y "familia" pudieran sonar tan mal. Sentado tras la mesa el hombre de la cofradía había levantado la mano. Sus gruesos dedos adornados con anillos caían hacia abajo esperando que Cael sellara el trato con un beso en alguna de sus opulentas joyas. El hedor que desprendía aquel hombre era insoportable, una melena grasienta sobresalía por debajo de su capucha gris, y si no hubiera sido porque no podía verle la cara Cael habría jurado que aquel hombre se relamía disfrutando de aquella situación. Aún así Cael se había acercado y había contraido la deuda con una de las organizaciones más peligrosa de Argluna.
Última edición por Bhaal el Lun Jun 19, 2006 7:07 pm, editado 2 veces en total.
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Tras repasar algunas asperezas de la última pieza colcada, contempló con cierto orgullo el resultado de su trabajo. La sala donde se encontraba llamada nave era un inmensa sala de unos 50 metros de largo por unos 20 de ancho. En el punto opuesto a lo que sería la entrada al templo, la nave se unía con una sala semicircular abovedada llamada cabecera. Los gruesos muros de granito negro habían sido pulidos de tal forma que reflejaban como espejos la poca luz del lugar. Dos filas de columnas, también de granito, recorrían la nave a ambos lados de la sala y se perdían en la oscuridad del techo situado a unos 15 metros por encima.

Sus conversaciones con Kerik le habían servido de mucho, y ahora reconocía el simbolismo presente en cada piedra, columna o banco del lugar. La nave de estructura rectangular representaba con sus cuatro lados a Toril. El cuatro, es el símbolo de Toril por excelencia: cuatro puntos cardinales, cuatro elementos, las cuatro estaciones... La cabecera, de perfil semicircular representa la divinidad. El círculo siempre había representado la perfección para los arquitectos. La unión de la nave con la cabecera representaba así el intento de la naturaleza terrenal de unirse con lo divino.

Las columnas habían sido adornadas por capiteles a media altura y sobre estos, esculpidas con gran esmero, se situaban figuras de obsidiana pulida. Realizadas por Cael en su mayoría, las figuras representaban diversas escenas donde aparecía la figura de un humano enfundado en una armadura de cuero, con capa y portando una máscara.

Al principio, Cael no sabía muy bien lo que estaba esculpiendo, tan sólo sabía que debía basarse en unos bocetos que le habían traido al inicio de la obra. Un año después, aún sin haberse atrevido a preguntar, tenía muy claro que aquellas figuras representaban a Máscara, el dios de las sombras, de los ladrones... Fue entonces cuando comprendió por qué la cabecera estaba orientada hacia poniente, hacia las sombras y fue también entonces cuando lo invadió una profunda tristeza, pero la imagen de Catherine y del pequeño Hart con ya año y medio disipaban cualquier duda. Debía hacerlo por ellos.

Mientras recogía sus herramientas, el eco de las palabras de Kerik resonaban en las paredes del ahora silencioso y por siempre oscuro templo de Máscara.

- "...descartadas las superficies planas, se erizan de puntas, de calados, de proyecciones, se rompen en el juego complejo de los salientes y las aberturas, donde las líneas tropiezan, se cortan, se interseccionan con aspereza, donde todas las previsiones de la inteligencia son derrotadas por el imperioso dictado de los hechos..."

El anciano estaba reunido con sus aprendices, y como siempre había hecho, trataba de inculcarles los conocimientos que tanto le habían servido a él. La suave y grave voz de Kerik era transportada a través de las salas de aquel templo. Como era de esperar de él, aquello no no era casual, así lo había querido el anciano y así había resultado. Aquel templo era sin duda una obra maestra. Cael volvió a pensar en el dualismo simbólico entre nave y cabecera, terrenal y divino. Al fin y al cabo este templo no era tan diferente a él, pues él sentía tristeza y alegría al mismo tiempo. Alegría porque al fin, terminado el templo, su deuda estaba saldada. Tristeza porque Kerik partiría en busca de nuevos desafíos arquitectónicos y él debería quedarse aquí.

Mientras metía en su funda el último escoplo, Cael se percató del silencio que de pronto se había apoderado de la sala. La voz de Kerik ya no se escuchaba. Extrañado miró hacia la pequeña abertura que conducía a las salas más interiores donde se suponía estaba el anciano con algunos aprendices. El templo estaba a punto de terminarse y pocos eran los que quedaban trabajando, pero aquel silencio... Aquel silencio no era normal.

Cael seguía mirando hacia aquella abertura y observó como una sombra avanzaba por ella, con paso lento alguien se acercaba. Al reconocer la túnica de Kerik, Cael suspiró aliviado. El anciano parecía cansado, algo normal después del trabajo frenético de los ultimos días.

- "Cael..." dijo con un fino hilo de voz "...vete"

Desconcertado, Cael miró a Kerik.

- "¿Qué ocurre Maestro?"

- "¡Vete!... ¡Antes de que sea tarde!."

La cara del maestro se retorcía en un gesto de dolor y fue entonces cuando Cael se percató del líquido oscuro que impregnaba la túnica de Kerik y como éste trataba con una mano de tapar en vano la herida. El anciano cayó de rodillas. Cael tardó en reaccionar, no podía creerse lo que estaba viendo. ¿Qué había pasado? ¿Quién le había hecho esto?

Corriendo se acercó a su maestro y lo cogió entre sus brazos. Kerik apenas podía hablar. Seguramente le habían seccionado una arteria. La sangre salía a borbotones de la herida formando un charco que poco a poco iba extendiéndose sobre la piedra desnuda del suelo. En un último esfuerzo, kerik murmuró unas palabras.

- "Sundabar... mi hija... Alice..." Los ojos de Kerik suplicaban su ayuda.

Las lágrimas recorrieron las mejillas de Cael, Kerik había sido como un padre para él, tratando de mantener la serenidad le contestó.

- "Descuide maestro... cuidaré de ella"

- "Vete..."

Cael dudó por un momento, pero enseguida se dió cuenta de que él también corría peligro. El asesino de su maestro debía seguir en el templo pues la única salida se encontraba detrás de él. No podía hacer nada por Kerik, secándose las lágrimas con la manga de su túnica Cael posó con cuidado la cabeza de su maestro sobre el suelo ahora empapado por la sangre. Fue entonces cuando dislumbró un destello en los ojos del anciano, pudo ver como el miedo se apoderaba del semblante de su maestro. Fue lo último que vió.

La sangre de Cael salpicó con fuerza una columna cercana, detrás de él, una figura oscura limpiaba la daga ensangrentada sobre su capa.

- "No te preocupes Cael, yo me ocuparé de ella..." dijo con ironía

Cael se desplomó sobre Kerik y una lágrima brotó de los ojos del anciano.
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El elfo hizo una señal con la mano y de entre las sombras surgieron 4 figuras oscuras. Todos iban vestidos con los mismos ropajes de terciopelo de un negro tan profundo que rivalizaba con el de las figuras de obsidiana talladas por el pobre Cael. A diferencia de las 4 "sombras", el elfo no llevaba capucha. Situado en el centro de la nave contemplaba orgulloso los cuerpos de sus dos víctimas. La puñalada en el estómago del viejo había sido un golpe digno de un maestro, la vida del anciano había durado lo justo para ir hacia Cael y contemplar la muerte del desgraciado cuando le había seccionado la carótida izquierda.

A Selenor le encantaba dar ese toque de dramatismo a sus "actuaciones" (así es como él las llamaba). Como él decía:

- "Lo que realmente nos diferencia de los animales es la puesta en escena... Debemos vibrar con cada muerte como si fuera la primera"

El elfo señaló a los dos cadáveres y mientras las sombras se llevaban los cuerpos declaró con solemnidad:

- "Señores... Yo, Selenor Le'for, por la autoridad que me ha sido conferida, declaro inaugurado el primer templo mascarino de Argluna."

Las cuatro sombras dejaron caer los cuerpos por un momento y vitorearon a su maestro. Agradecido por los aplausos, y con la teatralidad que le caracterizaba Selenor saludó a los presentes con una amplia y grotesca reverencia.

- "Gracias señores..." contestó, "Pero el trabajo aún no ha acabado. Como bien sabéis soy un caballero, y he dado mi promesa para ayudar a la pobre Alice, así que partiré de inmediato a Sundabar." Se oyeron risas ante el cinismo de Selenor.

- "¡Rángar! tengo una misión para ti durante mi ausencia"

Uno de las sombras, un humano corpulento, se acercó a Selenor.

- "¿Sí Maestro?"
- "Ve a casa de Cael y termina el trabajo, nadie debe saber de la existencia de este templo. No creo que tengas problemas con una mujer enferma y una criatura de año y medio ¿verdad humano?"
- "No maestro, me ocuparé de ellos"

Selenor detestaba a los humanos, para él eran una raza impura, no comprendía como los mascarinos habían admitidio a sujetos como Rángar en un cuerpo de élite como las sombras. Además, siempre que pensaba en humanos pensaba en su hermano Valen, lo cual lo ponía de muy mal humor. Desde pequeños Valen siempre había defendido a los humanos, incluso una vez se había interpuesto entre Selenor y un pobre comerciante de Cormyr. Selenor había bebido mucho aquella noche, había atado al pobre desgraciado de pies y manos y él y sus compañeros de juerga lo pateaban al ritmo de la música de una taberna cercana. Valen había aparecido de pronto y se había encarado a su hermano:

- "Valen, aparta..." dijo Selenor tambaleándose
- "¿Por qué no lo intentas conmigo estúpido descerebrado?"
- "Valen, no hagas que te de una paliza delante de todos..."

La rivalidad entre los hermanos hizo el resto, en menos de un segundo los dos estaban enzarzados en una pelea. Valen era de complexión más fuerte que Selenor, pero este último era mucho más ágil. No era la primera vez que se peleaban entre ellos aunque si la primera en que debido al estado de embriaguez de Selenor, Valen iba ganando. Selenor, viendo que las cosas se torcían se empleó a fondo y consiguió desequilibrar y derribar a su hermano. Valen cayó a plomo en el suelo y el crujido sonó tan fuerte que el silencio se apoderó de todos los presentes. Valen yacía boca arriba, con la mirada perdida y con la cabeza girada en una posición imposible.

Selenor recordaba que la muerte de su hermano no le había importado lo más mínimo. Pero había tenido que dejar Argluna por culpa del estúpido de Valen, y eso sí que le había cabreado, de hecho, aún seguía cabreado por ello.
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Selenor no tardó en encontrar a la hija de Kerik. Alojada en la casa Balcolimbo de Sundabar, el elfo se divirtió con ella y terminó con su sufrimiento ahogándola en la bañera. La peinó, la limpió, y la colocó sobre la cama totalmente desnuda con los brazos en cruz. Por último le abrió las venas y se quedó mirando como la sangre fluía por sus manos y caía sobre el suelo de madera.

- "El azul de su cara... el rojo oscuro de la sangre... Una combinación perfecta de colores" pensó admirando su obra.

La sangre era de un rojo oscuro, casi negro. Según le habían enseñado la falta de aire provocaba esa tonalidad en la sangre de la víctima, y la verdad es que nunca se cansaba de comprobarlo.

Por su parte Rángar encontró a Catherine agonizando en su lecho, el último invierno la había debilitado mucho. Con una mano, apretó la almohada contra su cara y se limitó a esperar. El niño no estaba, seguramente la mujer que los cuidaba se lo habría llevado, y dado el estado de la madre no debería haber ido muy lejos. Abrió la despensa, sacó un trozo de carne ahumada y se sentó cerca de la puerta de entrada. No tuvo que esperar mucho, una mujer entró con un niño de corta edad entre sus brazos. Aún masticando la carne, las gruesas manos de Rángar le rompieron su delicado cuello. Tenía práctica, Selenor lo tenía siempre de cocinero cuando iban de viaje, y era el encargado de matar a los conejos y a las gallinas. La chica se desplomó y el niño calló llorando sobre su pecho.

Rángar observó a la criatura, el niño parecía fuerte, y tenía un pelo negro azabache. Alrededor de su cuello, llevaba un trozo de cordel con una figura de obsidiana, sin duda tallada por su padre. Con la mirada encontró lo que buscaba, agarró un cojín y se dispuso a ahogarlo. Pero algo lo detuvo...

- "Un niño..." pensó.

Al servicio de Selenor, Rángar había cometido infinidades de asesinatos: mujeres, hombres, enfermos, ancianos... pero nunca niños. Aquello lo desconcertó ¿Por qué iba a sentir ahora el más mínimo remordimiento? no tenía ningún sentido. Retiró poco a poco el cojín, el niño se había callado y miraba a Rángar de forma serena. Aquella mirada sobrecogió al asesino.

- "Nadie tiene por qué enterarse..."

Cogió al niño, lo envolvió en una manta, y salió de la casa mordiendo el trozo de carne ahumada que aún le quedaba. Tras media hora callejeando el pequeño Hart acabó en la puerta de un hospicio en la zona portuaria de Argluna.

- "Si me criaron a mi... Sabrán encargarse de él."y Rángar desapareció entre las sombras.
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