Valen Le´for
Publicado: Lun Jun 19, 2006 1:31 pm
Cael contemplaba orgulloso el resultado de su trabajo, con la yema de los dedos repasaba suavemente la máscara esculpida en piedra que tantas veces había repetido. No le gustaba nada lo que representaba aquel símbolo, y hubiera preferido trabajar en la construcción de cualquier otro templo, pero no tenía otra opción. Sin embargo, había pasado el último año trabajando con Kerik, uno de los mejores arquitectos de La Marca. En el gremio todos conocían su fama, se decía que incluso los maestros enanos lo consideraban un igual entre ellos, algo digno de mencionar teniendo en cuenta que Kerik era humano.
Kerik había resultado ser aún mejor de lo que había oido, y le parecía que había aprendido más en un año que en toda su carrera como artesano de la piedra. La sabiduría de aquel anciano calvo de barba gris era un pozo sin fondo. Sus conocimientos sobre los distintos tipos de roca eran abrumadores, parecía adivinar donde colocar el cincel para que la talla resultara perfecta:
- "Escucha la piedra Cael... ¡Escúchala!... Ella te dirá donde debes golpear, pues no eres tú quien crea la forma si no quien la libera de su interior"
El anciano siempre sonreía cuando pronunciaba aquella frase, como si supiera que Cael iba a tomarse al pie de la letra aquellas indicaciones. Y así era, cuando Cael se quedaba a solas, en más de una ocasión este había pegado la oreja a la roca intentando oir cualquier sonido que pudiera darle alguna indicación... por desgracia, hasta ahora todas habían resultado ser mudas.
Pero Kerik no sólo sabía de roca, sabía de todo lo relacionado con la arquitectura. Manejaba las proporciones, las perspectivas, el conocimiento simbólico, todo lo que hacía, por muy insignificante que fuera, tenía siempre alguna razón de ser. En los pocos descansos que tenían a lo largo del día, Cael se sentaba a escuchar las enseñanzas de aquel anciano junto al resto de aprendices arquitectos que pululaban alrededor de Kerik. La presencia de un vulgar artesano de la piedra en aquellas lecciones desconcertaba a los más jóvenes, los cuales, con la arrogancia propia de los de su edad, miraban con desaprobación al intruso. Aunque ahora al menos se callaban y lo dejaban en paz, pero la primera vez, Kerik había tenido que intervenir al ver como se caldeaban los ánimos.
- "¡Encauzad vuestros estúpidos prejuicios sobre algo útil y dejad en paz al hermano Cael!" gritó el anciano con esa voz queda que le caracterizaba.
El silencio que resultó tras aquellas palabras perduró durante mucho tiempo. Kerik no había utilizado en balde la palabra hermano, así se llamaban entre sí los miembros del gremio de los arquitectos. Los aprendices no merecían ese título pues aún estaban en periodo de formación, la envidia corroía los corazones de muchos de los allí presentes: que el propio maestro lo considerara un hermano posicionaba a Cael en una posición superior a todos. Algo intolerable para muchos de ellos.
Cael se preguntaba sin cesar cómo Kerik había aceptado este trabajo, tras un año junto a él conocía bien al anciano. Su pasíon por la arquitectura no era suficiente como para trabajar en la construcción de este templo de latrocinio, y aunque ponía todo su empeño en esta tarea Cael sabía muy bien que era lo propio de un gran maestro. Como Kerik solía decirle a sus aprendices cuando hacían algo mal:
- "¡Si haz de hacer algo, hazlo bien, y si no, ni te molestes en intentarlo!".
¿Pero cómo habían conseguido obligarle a trabajar para ellos? pensándolo bien, conocía las artimañas de quienes lo habían contratado. Seguramente habrían encontrado la manera de presionarlo: familia, deudas... Sabía muy bien de lo que hablaba. Él mismo no había podido negarse. De haberlo hecho ahora estaría tirado en alguna cloaca con un puñal clavado en la espalda. Eso solía ocurrirles a los que no saldaban sus deudas con la cofradía y él debía mucho, mucho más de lo que hubiera podido ganar en 10 años.
Aún recordaba como Catherine le había hecho jurar que nunca recurriría a la cofradía, pero el nacimiento del pequeño Hart lo había cambiado todo. El parto no había salido bien y Catherine nunca se había recuperado del todo. Con su mujer postrada en la cama y un recien nacido, Cael se había visto obligado a recurrir a la ayuda de la cofradía. El trabajo escaseaba y sabía que nunca podría devolver el préstamo, y más aún con unos intereses tan altos, pero su familia dependía de él.
- "Cael, al darte el dinero que pides, la cofradía deposita toda su confianza en ti... Pero sabemos que tú y tu familia seréis merecedores de ella."
Al oir esas palabras, a Cael se le había formado un nudo en el estómago, nunca hubiera creido que las palabras "confianza" y "familia" pudieran sonar tan mal. Sentado tras la mesa el hombre de la cofradía había levantado la mano. Sus gruesos dedos adornados con anillos caían hacia abajo esperando que Cael sellara el trato con un beso en alguna de sus opulentas joyas. El hedor que desprendía aquel hombre era insoportable, una melena grasienta sobresalía por debajo de su capucha gris, y si no hubiera sido porque no podía verle la cara Cael habría jurado que aquel hombre se relamía disfrutando de aquella situación. Aún así Cael se había acercado y había contraido la deuda con una de las organizaciones más peligrosa de Argluna.
Kerik había resultado ser aún mejor de lo que había oido, y le parecía que había aprendido más en un año que en toda su carrera como artesano de la piedra. La sabiduría de aquel anciano calvo de barba gris era un pozo sin fondo. Sus conocimientos sobre los distintos tipos de roca eran abrumadores, parecía adivinar donde colocar el cincel para que la talla resultara perfecta:
- "Escucha la piedra Cael... ¡Escúchala!... Ella te dirá donde debes golpear, pues no eres tú quien crea la forma si no quien la libera de su interior"
El anciano siempre sonreía cuando pronunciaba aquella frase, como si supiera que Cael iba a tomarse al pie de la letra aquellas indicaciones. Y así era, cuando Cael se quedaba a solas, en más de una ocasión este había pegado la oreja a la roca intentando oir cualquier sonido que pudiera darle alguna indicación... por desgracia, hasta ahora todas habían resultado ser mudas.
Pero Kerik no sólo sabía de roca, sabía de todo lo relacionado con la arquitectura. Manejaba las proporciones, las perspectivas, el conocimiento simbólico, todo lo que hacía, por muy insignificante que fuera, tenía siempre alguna razón de ser. En los pocos descansos que tenían a lo largo del día, Cael se sentaba a escuchar las enseñanzas de aquel anciano junto al resto de aprendices arquitectos que pululaban alrededor de Kerik. La presencia de un vulgar artesano de la piedra en aquellas lecciones desconcertaba a los más jóvenes, los cuales, con la arrogancia propia de los de su edad, miraban con desaprobación al intruso. Aunque ahora al menos se callaban y lo dejaban en paz, pero la primera vez, Kerik había tenido que intervenir al ver como se caldeaban los ánimos.
- "¡Encauzad vuestros estúpidos prejuicios sobre algo útil y dejad en paz al hermano Cael!" gritó el anciano con esa voz queda que le caracterizaba.
El silencio que resultó tras aquellas palabras perduró durante mucho tiempo. Kerik no había utilizado en balde la palabra hermano, así se llamaban entre sí los miembros del gremio de los arquitectos. Los aprendices no merecían ese título pues aún estaban en periodo de formación, la envidia corroía los corazones de muchos de los allí presentes: que el propio maestro lo considerara un hermano posicionaba a Cael en una posición superior a todos. Algo intolerable para muchos de ellos.
Cael se preguntaba sin cesar cómo Kerik había aceptado este trabajo, tras un año junto a él conocía bien al anciano. Su pasíon por la arquitectura no era suficiente como para trabajar en la construcción de este templo de latrocinio, y aunque ponía todo su empeño en esta tarea Cael sabía muy bien que era lo propio de un gran maestro. Como Kerik solía decirle a sus aprendices cuando hacían algo mal:
- "¡Si haz de hacer algo, hazlo bien, y si no, ni te molestes en intentarlo!".
¿Pero cómo habían conseguido obligarle a trabajar para ellos? pensándolo bien, conocía las artimañas de quienes lo habían contratado. Seguramente habrían encontrado la manera de presionarlo: familia, deudas... Sabía muy bien de lo que hablaba. Él mismo no había podido negarse. De haberlo hecho ahora estaría tirado en alguna cloaca con un puñal clavado en la espalda. Eso solía ocurrirles a los que no saldaban sus deudas con la cofradía y él debía mucho, mucho más de lo que hubiera podido ganar en 10 años.
Aún recordaba como Catherine le había hecho jurar que nunca recurriría a la cofradía, pero el nacimiento del pequeño Hart lo había cambiado todo. El parto no había salido bien y Catherine nunca se había recuperado del todo. Con su mujer postrada en la cama y un recien nacido, Cael se había visto obligado a recurrir a la ayuda de la cofradía. El trabajo escaseaba y sabía que nunca podría devolver el préstamo, y más aún con unos intereses tan altos, pero su familia dependía de él.
- "Cael, al darte el dinero que pides, la cofradía deposita toda su confianza en ti... Pero sabemos que tú y tu familia seréis merecedores de ella."
Al oir esas palabras, a Cael se le había formado un nudo en el estómago, nunca hubiera creido que las palabras "confianza" y "familia" pudieran sonar tan mal. Sentado tras la mesa el hombre de la cofradía había levantado la mano. Sus gruesos dedos adornados con anillos caían hacia abajo esperando que Cael sellara el trato con un beso en alguna de sus opulentas joyas. El hedor que desprendía aquel hombre era insoportable, una melena grasienta sobresalía por debajo de su capucha gris, y si no hubiera sido porque no podía verle la cara Cael habría jurado que aquel hombre se relamía disfrutando de aquella situación. Aún así Cael se había acercado y había contraido la deuda con una de las organizaciones más peligrosa de Argluna.