Fëanáro Felagund: El Exiliado
Publicado: Vie Ago 03, 2007 7:33 pm
Fëanáro Felagund, un elfo sin nada particular, comenzaba su eterna vida en Arvandor-Taure, una ciudad élfica en la lejana región de Asgoria. Desde su niñez, sobresalía entre sus pares por sus extraordinarias dotes para la magia arcana. Podía aprender con facilidad los conjuros básicos, y ejecutarlos correctamente.
Pero Fëanáro sentía una una gran atracción hacia los conjuros especialmente destructivos, algo anormal en un sujeto que proviene de una respetable familia de druidas. Al principio, su madre era la única que se preocupaba, pero conforme pasaba el tiempo, las manías de Fëanáro comenzaron a preocupar a toda su familia y amigos. El pequeño elfo solía jugar con pequeñas llamas en sus manos, lanzar conjuros para atontar a los pájaros o dormir a sus amigos. Y todo esto lo divertía, aunque era pesimamente visto por los otros elfos de su comunidad. "Es una etapa... espero" le decía su padre a su madre cada vez que Fëanáro hacía gala de sus talentos "ya se la pasara...".
Pero nunca se le pasó. El pequeño elfo creció, y para cuando había cumplido los 75 años (en la escala de tiempo humana) ya dominaba bastantes conjuros avanzados y "destructivos", como los llamaban los Altos Elfos.
Mas allá de los intentos de persuasión por parte de los amigos de Fëanáro, y pese a los esfuerzos de su familia de entrenarlo como druida, el elfo continuó con su entrenamiento, hasta que un día sucedió un incidente que cambiaría el curso de su vida...
Fëanáro iba caminando por el bosque, despreocupado, y jugando con una pequeña llama en su mano. De pronto, gracias a sus sentidos agudos (propios de su raza) percibió que un animal lo estaba observando. Su vista escudriñió los arbustos hasta dar con los ojos de esa criatura. Y esos ojos pertenecian a un enorme Oso Negro. Fëanáro se quedó inmovil. Nunca se había llevado bien con los animales del bosque, quizas por como los molestaba, o tal vez porque simplemente era el único elfo no-druida en millas a la redonda. De cualquier forma, el oso avanzó hacia él, con un paso cada vez mas acelerado. "Acercate si quieres... pero llo haces bajo tu propio riesgo" susurró Fëanáro. Obviamente el oso no comprendió sus palabras, y cuando estuvo suficientemente cerca, intentó embestir a el elfo. Digo "intentó", porque antes que lo lograra, Fëanáro le lanzó un conjuro de "Manos ardientes" que en un instante acabó con la vida del pobre animal. Algo perturbado por lo que había hecho, Fëanáro permaneció largo rato observando el cadaver del oso. No había sido su intencion matarle, esperaba que un animal de ese tamaño soportara un conjuro así, pero se había equivocado... había matado a un oso. Él, justo él, el miembro de una familia de druidas respetada.
No pudo mover sus piernas... se quedó allí, hasta que oyó los cantos de otros elfos que se acercaban. Ni siquiera intentó disimular lo que había sucedido. De pronto, los cantos se detuvieron, y numerosas miradas frías como el hielo se posaron en nuestro elfo. Preocupado por lo que fuera a pasar con él, partió escoltado por los otros elfos hacia su hogar. Allí, le relató a su padre lo sucedido. El bosque entero tembló cuando la ira de este se desencadenó contra su hijo. Le ordenó que, si no iniciaba sus estudios como druida, debía abandonar su casa para no volver jamás. En ese momento, la mente de Fëanáro dejó de lado su preocupación y su miedo por lo sucedido, y tan pronto como su padre dejó de hablar, en completo silencio recogió sus pocas pertenencias, y sin despedirse partió. Pero antes de abandonar el bosque, uno de sus mejores amigos, cuyo nombre no es importante, le comunicó que los Altos Elfos de Arvandor-Taure se habían enterado de lo sucedido, y que había decidido exiliarle como castigo, sin posibilidad de retornar a su ciudad, jamás...
Fëanáro partió así, sin un destino fijo, pero con una meta más que clara: aprender más y más, entrenar hasta agotar sus fuerzas y entregar todo lo que tenía, con tal de llegar a ser un mago tan, pero tan poderosos, como para desafiar a quienes le habían quitado su hogar, sus amigos, su familia, su vida entera...
Ya ha pasado más de medio siglo desde aquel día, pero este elfo de cabellos rojos y alborotados, cuyos ojos verdes de mirada penetrante han estudiado tantos conjuros, y cuyas manos han traído muerte a tantos, sigue con su meta fija. No sabe cuanto falta para lograr su objetivo... ¿pero que es el tiempo para alguien que vive eternamente?
Fëanáro Felagund, Mago Evocador...
Pero Fëanáro sentía una una gran atracción hacia los conjuros especialmente destructivos, algo anormal en un sujeto que proviene de una respetable familia de druidas. Al principio, su madre era la única que se preocupaba, pero conforme pasaba el tiempo, las manías de Fëanáro comenzaron a preocupar a toda su familia y amigos. El pequeño elfo solía jugar con pequeñas llamas en sus manos, lanzar conjuros para atontar a los pájaros o dormir a sus amigos. Y todo esto lo divertía, aunque era pesimamente visto por los otros elfos de su comunidad. "Es una etapa... espero" le decía su padre a su madre cada vez que Fëanáro hacía gala de sus talentos "ya se la pasara...".
Pero nunca se le pasó. El pequeño elfo creció, y para cuando había cumplido los 75 años (en la escala de tiempo humana) ya dominaba bastantes conjuros avanzados y "destructivos", como los llamaban los Altos Elfos.
Mas allá de los intentos de persuasión por parte de los amigos de Fëanáro, y pese a los esfuerzos de su familia de entrenarlo como druida, el elfo continuó con su entrenamiento, hasta que un día sucedió un incidente que cambiaría el curso de su vida...
Fëanáro iba caminando por el bosque, despreocupado, y jugando con una pequeña llama en su mano. De pronto, gracias a sus sentidos agudos (propios de su raza) percibió que un animal lo estaba observando. Su vista escudriñió los arbustos hasta dar con los ojos de esa criatura. Y esos ojos pertenecian a un enorme Oso Negro. Fëanáro se quedó inmovil. Nunca se había llevado bien con los animales del bosque, quizas por como los molestaba, o tal vez porque simplemente era el único elfo no-druida en millas a la redonda. De cualquier forma, el oso avanzó hacia él, con un paso cada vez mas acelerado. "Acercate si quieres... pero llo haces bajo tu propio riesgo" susurró Fëanáro. Obviamente el oso no comprendió sus palabras, y cuando estuvo suficientemente cerca, intentó embestir a el elfo. Digo "intentó", porque antes que lo lograra, Fëanáro le lanzó un conjuro de "Manos ardientes" que en un instante acabó con la vida del pobre animal. Algo perturbado por lo que había hecho, Fëanáro permaneció largo rato observando el cadaver del oso. No había sido su intencion matarle, esperaba que un animal de ese tamaño soportara un conjuro así, pero se había equivocado... había matado a un oso. Él, justo él, el miembro de una familia de druidas respetada.
No pudo mover sus piernas... se quedó allí, hasta que oyó los cantos de otros elfos que se acercaban. Ni siquiera intentó disimular lo que había sucedido. De pronto, los cantos se detuvieron, y numerosas miradas frías como el hielo se posaron en nuestro elfo. Preocupado por lo que fuera a pasar con él, partió escoltado por los otros elfos hacia su hogar. Allí, le relató a su padre lo sucedido. El bosque entero tembló cuando la ira de este se desencadenó contra su hijo. Le ordenó que, si no iniciaba sus estudios como druida, debía abandonar su casa para no volver jamás. En ese momento, la mente de Fëanáro dejó de lado su preocupación y su miedo por lo sucedido, y tan pronto como su padre dejó de hablar, en completo silencio recogió sus pocas pertenencias, y sin despedirse partió. Pero antes de abandonar el bosque, uno de sus mejores amigos, cuyo nombre no es importante, le comunicó que los Altos Elfos de Arvandor-Taure se habían enterado de lo sucedido, y que había decidido exiliarle como castigo, sin posibilidad de retornar a su ciudad, jamás...
Fëanáro partió así, sin un destino fijo, pero con una meta más que clara: aprender más y más, entrenar hasta agotar sus fuerzas y entregar todo lo que tenía, con tal de llegar a ser un mago tan, pero tan poderosos, como para desafiar a quienes le habían quitado su hogar, sus amigos, su familia, su vida entera...
Ya ha pasado más de medio siglo desde aquel día, pero este elfo de cabellos rojos y alborotados, cuyos ojos verdes de mirada penetrante han estudiado tantos conjuros, y cuyas manos han traído muerte a tantos, sigue con su meta fija. No sabe cuanto falta para lograr su objetivo... ¿pero que es el tiempo para alguien que vive eternamente?
Fëanáro Felagund, Mago Evocador...