Historia de Wuivre (Parte I, parte II y parte III)
Publicado: Mar Abr 18, 2006 7:57 am
Recuerdos, tan solo eso, vagos recuerdos de una época en la que la felicidad, las risas de los más pequeños y los cantos elficos de mi tierra se mezclaban con la belleza de extensos campos cubiertos por el rocío de la mañana.
Los primeros reflejos dorados de sol se filtraban curiosos por la ventana de nuestro humilde hogar, elevándose lentamente desde los pies de mi lecho hasta conseguir rozar levemente mi rostro, como la mano que mece una cuna y suspende el ritmo en una caricia. Sin poner resistencia alguna, abría los ojos junto con la incipiente sonrisa que salía a través de mis labios cuando nuestra madre acudía a darnos a Kalizhra y a mi, los buenos días. Recuerdo sus pausados movimientos, el sonido zigzagueante de sus ropas al acercase y darnos un beso en la mejilla a cada una, el olor a hierbabuena que desprendía llenaba mi corazón de alegría. Su amor y su presencia siempre fueron parte de nosotras. Y ahora, en estos tiempos, cuando todo ha quedado en mi nostalgia, percibo que ella aun esta entre nosotras, acompañándonos en nuestras dichas o en nuestras penurias. Si algo he aprendido es que hay lazos que no se rompen, que perduran inclusive más allá de la muerte...
El bosque alto, tierra de los no humanos, druidas, exploradores y aventureros, nuestra querida tierra…, a la que llevábamos siempre en nuestras oraciones y en nuestros pensamientos. Recuerdo como nuestra madre nos contaba las leyendas donde Chauntea era de tan suprema belleza que los pajaros cantaban a su paso y hasta las bestias más feroces le rendían homenaje. Más cuando pienso en ello me emociono y los ojos se me llenan de lágrimas que encharcan mi visión y la nublan. Nuestra niñez fue inmensamente feliz, mi hermana y yo llenábamos nuestra casa de risas e inocentes juegos donde más de una vez nuestra madre fue partícipe, uniéndose al júbilo saltando de cama en cama, cada una con el pequeño saco de plumas que nos hacía de almohada. Lo lanzábamos una contra otra, hasta que caíamos extenuadas con los cabellos llenos de plumas; o cuando Kalizhra escondía una prenda y debíamos hallarla, no había rincón que no quedara registrado y debidamente alborotado mientras Kaliz se encargaba de asustarnos estando nosotras desprevenidas…
Kaliz y yo nacimos el mismo día, a la misma hora y a escaso intervalo la una con la otra. Somos hermanas gemelas y nuestro parecido es abismal, pese que no lo es en cuento a carácter. Kaliz ha heredado la esencia de nuestra madre, su serenidad, su elocuencia, sus portes tranquilos y sosegados, la paciencia. En cuanto a mi, cuentan que soy el vivo reflejo de nuestro padre, poseo el vigor de su juventud más traviesa, más inquieta e intranquila. Mis formas son dulces pero me delata la impaciencia. Dicen que cuando nuestro padre nos vio por primera vez, no supo diferenciarnos y nos colgó un amuleto de distinta gema alrededor del cuello, alegando que la misma Chauntea le había regalado dos ángeles idénticos, puesto que los sentimientos que inundarían nuestro corazón eran tan grandes que no podían repartirse en un mismo cuerpo. Nuestra madre rió de las conjeturas de su esposo sin saber que perdurarían durante años, y que su conclusión no era tan equívoca como pareciese.
Tanto Kaliz como yo, no guardamos recuerdo alguno de nuestro padre. Tal hecho es debido a que murió tres años después de nuestro nacimiento sumido en un sueño, y murió dormido; dejando así viuda a nuestra madre con dos criaturas por las que veló en vida y aun, en muerte.
Nuestra infancia transcurrió feliz, en medio de la frondosidad de los bosques, donde cada día nos adentrábamos avanzada la mañana, entre la espesura de la vegetación buscando el fruto que nos haría subsistir durante esos años de inocencia. Nuestra madre había descubierto una zona donde las lluvias hacían crecer las más hermosas setas. Un alimento que por aquel entonces en nuestra aldea, era del placer y el deleite de muchos guisos. La idea principal había sido abastecernos de ellas para nuestro propio alimento pero cuando los demás elfos del lugar olfatearon el arte culinario de nuestra madre por el olor que desprendía nuestra chimenea, no pudieron resistirse a solicitar a mi madre encargos de tal exquisito hongo. Y así fue como empezó nuestro pequeño mercado en nuestra aldea del Bosque Alto… Nuestras incursiones a los bosques fueron tan comunes que a medida que Kaliz y yo fuimos creciendo, pasábamos más tiempo entre los verdes caminos que en nuestra propia aldea. Nuestra madre seguía acompañándonos pero más infrecuentemente debido al tiempo que le hubo de dedicar finalmente a su pequeño negocio, que cada día se hacia más amplio y próspero.
Kaliz y yo aprendimos a vivir en plena naturaleza, guiándonos por nuestro sentido de la orientación, por el vuelo de las aves migratorias, por la caída otoñal de las hojas o incluso por el tejón escondido que corría hacia su guarida.. Todo al fin y al cabo eran signos que marcaron la agudez de nuestros sentidos. Pero a medida que fuimos creciendo nuestro afán de conocimiento y nuestra in medida curiosidad, nos arrastró a querer saber más sobre todo aquello que nos rodeaba, empezamos a emprender viajes cada vez más profundos, más abruptos, más estrechos. Recuerdo los arañazos de las zarzas, el crujido de sus cortes con mis dos espadas cortas para así poder abrirnos camino entre ellos. Nuestra investigación fue tan desmesurada, que recorrimos partes jamás pisadas, desconocidos por los más expertos exploradores. Aprendimos a esquivar los peligros que nos acechaban ocultándonos entre las sombras de las ramas que cobijan nuestro paso. Más no por ello dejamos de querer y saber más. Un día nuestra insensatez nos abrió las puertas hacia lo que sería nuestro inevitable destino.
Aquella mañana se presentaba nebulosa, donde el viento azotaba nuestras capas y la humedad afloraba en cada planta, acentuando el olor a tierra mojada. Pese a que las nubes se aglomeraban dejando entrever la tormenta que se avecinaba, Kaliz y yo no pudimos dejarnos estar de nuestra usual visita a los más recónditos caminos. Rastreamos el lugar con las formas ya habituales adquiridas durante tanto tiempo, alejándonos de los campos abiertos y de la compañía de los robles más próximos, bien sabiendo a ciencia cierta que era imprudente dado los primeros signos de tempestad, que emergían del temblor del cielo bajo la apariencia de ocasionales relámpagos. Para nuestro regocijo y asombro hallamos la entrada a una cueva oculta entre las rocas, sin pensarlo dos veces, nos aventuramos a refugiarnos del mal tiempo, con la esperanza de que menguase lo más pronto posible.
La entrada estaba oscura y tan solo el eco del tintineo de la lluvia que se había precitado sobre nosotras se hacia presente entre las rocas de la cueva haciéndola adquirir vida propia, tan solo una tenue luz en la profundidaz de la misma nos hizo encaminarnos hacia los misterios que en ella se escondían. A cada paso que avanzábamos las paredes de la cueva se extendían hasta llegar a un lugar iluminado por antorchas donde sorprendentemente reparamos que no estaba deshabitada o donde al menos no hacia mucho, había sido un lugar de culto hacia algún dios ajeno a nuestra comprensión. Un altar de piedra se alzaba en medio de lo que parecía una gran sala, y un cáliz de plata reposaba en su superficie lleno de un liquido rojizo, similar al vino pero mas denso que este. Con la yema de los dedos alcancé a palpar su tacto llevándomelo a los labios, el sabor era dulce y a su vez salado, y su textura viscosa provocaron en mi nauseas y arcadas.. Miré a los lados, restos de sangre reciente impregnaban el suelo, alrededor de una álgida estatua de formas femeninas. Mi hermana parecía deslumbrada ante el viciado ambiente de la peculiar estancia. El sonido de un crujido que pareció provenir de las mismas entrañas de la tierra nos sobresaltó a ambas haciéndonos retroceder un paso atrás, por lo visto no estábamos solas. Eché la vista atrás observando con sorpresa la forma de una figura humana entre las sombras. Se mantenía en cuclillas con los brazos enlazados a sus piernas y su cabeza reposaba entre ellas, debajo del mismo altar en el que instantes antes yo misma había estado sin percatarme de su presencia. Un sollozo emergió de su garganta. Miré a mi hermana confusa y Kaliz estaba tan sobresaltada como yo.
- ¿Quién sois? ¡Descubrios! - le ordené alterada por el nerviosismo.
La figura se movió en lo que pareció más un temblor que una acción deseada del mismo. Levantó la cabeza y una capucha descendió por su espalda, dejando al descubierto su rostro. Por lo que pudimos contemplar, era la imagen de un elfo, de tez oscura y ojos brillantes que nos miraron penetrantes debajo de su anonimato. Su blanco cabello de destellos azulados brilló ante la luz de las antorchas, elevó su rostro y una media sonrisa cambió su aspecto afligido y dió origen a una expresión, más bien agradecida por su suerte. Sus pupilas saltaron de una a la otra repetidamente, probablemente fascinado ante nuestra similitud, conservando el mismo silencio que finalmente me inquietó.
Cogí mi arco y le apunté con una flecha directamente.
- ¿Quién sois?!! - repetí con impaciencia. Mi mirada era in pasiva, dispuesta a defenderme ante cualquier peligro que pudiera causarnos aquel extraño.
- ¡Hermana! ¡Bajad las armas ahora mismo, os lo suplico! .- gritó Kaliz dando un paso hacia delante, interpóniendose entre ambos. - ¿Acaso no veis que esta herido?
Con confusión observé como mi hermana se precipitaba hacia él, agachándose y sujetándole un brazo que efectivamente, pareció magullado y sangrante. Sin esperar nada a cambio Kaliz abrió su mochila sacando su cantimplora y se dispuso a limpiar sus heridas, cubriéndole antes con hojas de romero el vendaje que con tanto detenimiento le aplicó.
- Si madre os viera no estaría orgullosa de vuestra acción hermana. ¿Cómo podeís apuntar con vuestro arco a un indefenso? .- Me preguntó indignada continuando su labor.
- ¡Kaliz! ¿Qué sabeis de él, mas que es un oscuro elfo?!! ¿No veis el peligro ante vos ahora mismo? .-Repliqué inmediatamente, sin apartarle aún la mirada desconfiada. - ¡No sabeís quien es!.- Di un ligero paseo por la sala y continué con mi arco aferrado en una de mis manos sin bajar la guardia.
El elfo a expensas de nuestras palabras miró a mi hermana incrementando su fascinación por ella y cogió sin previó aviso la gema que colgaba en su cuello. Kaliz le correspondió con una dulce sonrisa y le añadió:
- Fue un regalo de nuestro padre. ¿Estais mejor? ¿Quereis agua?
- Os quiero a vos. - pronunció.
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Continuará... espero que os guste, si es que habeis conseguido llegar al final...
Los primeros reflejos dorados de sol se filtraban curiosos por la ventana de nuestro humilde hogar, elevándose lentamente desde los pies de mi lecho hasta conseguir rozar levemente mi rostro, como la mano que mece una cuna y suspende el ritmo en una caricia. Sin poner resistencia alguna, abría los ojos junto con la incipiente sonrisa que salía a través de mis labios cuando nuestra madre acudía a darnos a Kalizhra y a mi, los buenos días. Recuerdo sus pausados movimientos, el sonido zigzagueante de sus ropas al acercase y darnos un beso en la mejilla a cada una, el olor a hierbabuena que desprendía llenaba mi corazón de alegría. Su amor y su presencia siempre fueron parte de nosotras. Y ahora, en estos tiempos, cuando todo ha quedado en mi nostalgia, percibo que ella aun esta entre nosotras, acompañándonos en nuestras dichas o en nuestras penurias. Si algo he aprendido es que hay lazos que no se rompen, que perduran inclusive más allá de la muerte...
El bosque alto, tierra de los no humanos, druidas, exploradores y aventureros, nuestra querida tierra…, a la que llevábamos siempre en nuestras oraciones y en nuestros pensamientos. Recuerdo como nuestra madre nos contaba las leyendas donde Chauntea era de tan suprema belleza que los pajaros cantaban a su paso y hasta las bestias más feroces le rendían homenaje. Más cuando pienso en ello me emociono y los ojos se me llenan de lágrimas que encharcan mi visión y la nublan. Nuestra niñez fue inmensamente feliz, mi hermana y yo llenábamos nuestra casa de risas e inocentes juegos donde más de una vez nuestra madre fue partícipe, uniéndose al júbilo saltando de cama en cama, cada una con el pequeño saco de plumas que nos hacía de almohada. Lo lanzábamos una contra otra, hasta que caíamos extenuadas con los cabellos llenos de plumas; o cuando Kalizhra escondía una prenda y debíamos hallarla, no había rincón que no quedara registrado y debidamente alborotado mientras Kaliz se encargaba de asustarnos estando nosotras desprevenidas…
Kaliz y yo nacimos el mismo día, a la misma hora y a escaso intervalo la una con la otra. Somos hermanas gemelas y nuestro parecido es abismal, pese que no lo es en cuento a carácter. Kaliz ha heredado la esencia de nuestra madre, su serenidad, su elocuencia, sus portes tranquilos y sosegados, la paciencia. En cuanto a mi, cuentan que soy el vivo reflejo de nuestro padre, poseo el vigor de su juventud más traviesa, más inquieta e intranquila. Mis formas son dulces pero me delata la impaciencia. Dicen que cuando nuestro padre nos vio por primera vez, no supo diferenciarnos y nos colgó un amuleto de distinta gema alrededor del cuello, alegando que la misma Chauntea le había regalado dos ángeles idénticos, puesto que los sentimientos que inundarían nuestro corazón eran tan grandes que no podían repartirse en un mismo cuerpo. Nuestra madre rió de las conjeturas de su esposo sin saber que perdurarían durante años, y que su conclusión no era tan equívoca como pareciese.
Tanto Kaliz como yo, no guardamos recuerdo alguno de nuestro padre. Tal hecho es debido a que murió tres años después de nuestro nacimiento sumido en un sueño, y murió dormido; dejando así viuda a nuestra madre con dos criaturas por las que veló en vida y aun, en muerte.
Nuestra infancia transcurrió feliz, en medio de la frondosidad de los bosques, donde cada día nos adentrábamos avanzada la mañana, entre la espesura de la vegetación buscando el fruto que nos haría subsistir durante esos años de inocencia. Nuestra madre había descubierto una zona donde las lluvias hacían crecer las más hermosas setas. Un alimento que por aquel entonces en nuestra aldea, era del placer y el deleite de muchos guisos. La idea principal había sido abastecernos de ellas para nuestro propio alimento pero cuando los demás elfos del lugar olfatearon el arte culinario de nuestra madre por el olor que desprendía nuestra chimenea, no pudieron resistirse a solicitar a mi madre encargos de tal exquisito hongo. Y así fue como empezó nuestro pequeño mercado en nuestra aldea del Bosque Alto… Nuestras incursiones a los bosques fueron tan comunes que a medida que Kaliz y yo fuimos creciendo, pasábamos más tiempo entre los verdes caminos que en nuestra propia aldea. Nuestra madre seguía acompañándonos pero más infrecuentemente debido al tiempo que le hubo de dedicar finalmente a su pequeño negocio, que cada día se hacia más amplio y próspero.
Kaliz y yo aprendimos a vivir en plena naturaleza, guiándonos por nuestro sentido de la orientación, por el vuelo de las aves migratorias, por la caída otoñal de las hojas o incluso por el tejón escondido que corría hacia su guarida.. Todo al fin y al cabo eran signos que marcaron la agudez de nuestros sentidos. Pero a medida que fuimos creciendo nuestro afán de conocimiento y nuestra in medida curiosidad, nos arrastró a querer saber más sobre todo aquello que nos rodeaba, empezamos a emprender viajes cada vez más profundos, más abruptos, más estrechos. Recuerdo los arañazos de las zarzas, el crujido de sus cortes con mis dos espadas cortas para así poder abrirnos camino entre ellos. Nuestra investigación fue tan desmesurada, que recorrimos partes jamás pisadas, desconocidos por los más expertos exploradores. Aprendimos a esquivar los peligros que nos acechaban ocultándonos entre las sombras de las ramas que cobijan nuestro paso. Más no por ello dejamos de querer y saber más. Un día nuestra insensatez nos abrió las puertas hacia lo que sería nuestro inevitable destino.
Aquella mañana se presentaba nebulosa, donde el viento azotaba nuestras capas y la humedad afloraba en cada planta, acentuando el olor a tierra mojada. Pese a que las nubes se aglomeraban dejando entrever la tormenta que se avecinaba, Kaliz y yo no pudimos dejarnos estar de nuestra usual visita a los más recónditos caminos. Rastreamos el lugar con las formas ya habituales adquiridas durante tanto tiempo, alejándonos de los campos abiertos y de la compañía de los robles más próximos, bien sabiendo a ciencia cierta que era imprudente dado los primeros signos de tempestad, que emergían del temblor del cielo bajo la apariencia de ocasionales relámpagos. Para nuestro regocijo y asombro hallamos la entrada a una cueva oculta entre las rocas, sin pensarlo dos veces, nos aventuramos a refugiarnos del mal tiempo, con la esperanza de que menguase lo más pronto posible.
La entrada estaba oscura y tan solo el eco del tintineo de la lluvia que se había precitado sobre nosotras se hacia presente entre las rocas de la cueva haciéndola adquirir vida propia, tan solo una tenue luz en la profundidaz de la misma nos hizo encaminarnos hacia los misterios que en ella se escondían. A cada paso que avanzábamos las paredes de la cueva se extendían hasta llegar a un lugar iluminado por antorchas donde sorprendentemente reparamos que no estaba deshabitada o donde al menos no hacia mucho, había sido un lugar de culto hacia algún dios ajeno a nuestra comprensión. Un altar de piedra se alzaba en medio de lo que parecía una gran sala, y un cáliz de plata reposaba en su superficie lleno de un liquido rojizo, similar al vino pero mas denso que este. Con la yema de los dedos alcancé a palpar su tacto llevándomelo a los labios, el sabor era dulce y a su vez salado, y su textura viscosa provocaron en mi nauseas y arcadas.. Miré a los lados, restos de sangre reciente impregnaban el suelo, alrededor de una álgida estatua de formas femeninas. Mi hermana parecía deslumbrada ante el viciado ambiente de la peculiar estancia. El sonido de un crujido que pareció provenir de las mismas entrañas de la tierra nos sobresaltó a ambas haciéndonos retroceder un paso atrás, por lo visto no estábamos solas. Eché la vista atrás observando con sorpresa la forma de una figura humana entre las sombras. Se mantenía en cuclillas con los brazos enlazados a sus piernas y su cabeza reposaba entre ellas, debajo del mismo altar en el que instantes antes yo misma había estado sin percatarme de su presencia. Un sollozo emergió de su garganta. Miré a mi hermana confusa y Kaliz estaba tan sobresaltada como yo.
- ¿Quién sois? ¡Descubrios! - le ordené alterada por el nerviosismo.
La figura se movió en lo que pareció más un temblor que una acción deseada del mismo. Levantó la cabeza y una capucha descendió por su espalda, dejando al descubierto su rostro. Por lo que pudimos contemplar, era la imagen de un elfo, de tez oscura y ojos brillantes que nos miraron penetrantes debajo de su anonimato. Su blanco cabello de destellos azulados brilló ante la luz de las antorchas, elevó su rostro y una media sonrisa cambió su aspecto afligido y dió origen a una expresión, más bien agradecida por su suerte. Sus pupilas saltaron de una a la otra repetidamente, probablemente fascinado ante nuestra similitud, conservando el mismo silencio que finalmente me inquietó.
Cogí mi arco y le apunté con una flecha directamente.
- ¿Quién sois?!! - repetí con impaciencia. Mi mirada era in pasiva, dispuesta a defenderme ante cualquier peligro que pudiera causarnos aquel extraño.
- ¡Hermana! ¡Bajad las armas ahora mismo, os lo suplico! .- gritó Kaliz dando un paso hacia delante, interpóniendose entre ambos. - ¿Acaso no veis que esta herido?
Con confusión observé como mi hermana se precipitaba hacia él, agachándose y sujetándole un brazo que efectivamente, pareció magullado y sangrante. Sin esperar nada a cambio Kaliz abrió su mochila sacando su cantimplora y se dispuso a limpiar sus heridas, cubriéndole antes con hojas de romero el vendaje que con tanto detenimiento le aplicó.
- Si madre os viera no estaría orgullosa de vuestra acción hermana. ¿Cómo podeís apuntar con vuestro arco a un indefenso? .- Me preguntó indignada continuando su labor.
- ¡Kaliz! ¿Qué sabeis de él, mas que es un oscuro elfo?!! ¿No veis el peligro ante vos ahora mismo? .-Repliqué inmediatamente, sin apartarle aún la mirada desconfiada. - ¡No sabeís quien es!.- Di un ligero paseo por la sala y continué con mi arco aferrado en una de mis manos sin bajar la guardia.
El elfo a expensas de nuestras palabras miró a mi hermana incrementando su fascinación por ella y cogió sin previó aviso la gema que colgaba en su cuello. Kaliz le correspondió con una dulce sonrisa y le añadió:
- Fue un regalo de nuestro padre. ¿Estais mejor? ¿Quereis agua?
- Os quiero a vos. - pronunció.
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Continuará... espero que os guste, si es que habeis conseguido llegar al final...
