Göyth. Crónicas de un Destierro.
Publicado: Jue Ene 03, 2008 5:33 pm
// Es una historia introductiva de cómo llegó mi PJ a La Marca, suelo dotar a mis PJ's de un profundo trasfondo así que perdonad si la historia es larga, espero que no os aburráis :s
Crónicas de un Destierro: Prólogo.
El tiempo parecía haberse detenido, tenía los ojos cerrados, llorosos, mi alma permanecía apagada, tal y como hoy día continúa, mis brazos no se atrevían a moverse, y ciertamente no me atrevía a abrir los ojos, temeroso a encontrarme ante mí un frío sable que me despojara de toda vida. Aún recuerdo las palabras, y cómo mientras recitaba Naraldur la sentencia que él mismo me imponía bajo su propio criterio en mi interior un vacío se hizo presente, el cual aún permanece, y que nadie, jamás, llenará… a veces aún se clavan en mí como cuchillas afiladas cuando me sorprendo a mí mismo recordando aquellos aciagos momentos.
Me hago llamar Göyth, dicen que es un nombre que suena a orco, realmente, con el tiempo ha dejado de interesarme la opinión buena o mala que tengan sobre mí las personas con las que me cruzo a lo largo de mi camino. Y ésta, es mi historia.
Toda historia tiene un comienzo, realmente, no sé dónde empieza exactamente mi verdadera vida, ya que la vida que anteriormente conocía, no era más que un efímero reflejo salvaguardado por las tradiciones de mi pueblo, los elfos. Pasé mis primeros 150 años de vida en la arboleda, ajeno a todo mal, los protectores se encargaban ciertamente muy bien de su trabajo, eran muy afamados por la gente, a todo el mundo caían bien. Eran casi todos de procedencia noble, muchos de ellos seguidores fervientes de alguna deidad benigna, paladines. Muy pronto me di cuenta que no poseía ninguna de sus cualidades, yo, un simple elfo de una familia humilde dedicada a la arquería, que no poseía nada más que un viejo estoque que pude encontrar hace años, siquiera seguía fervientemente a ninguna deidad, nunca se me ha dado bien eso de seguir estrictos códigos… pero poseía la determinación de querer ser alguien, alguien de renombre, alguien al que tuvieran que alabar, sueños egocéntricos de críos, de los que ya solo recuerdo el agitado latir de mi corazón cada vez me adentraba en mis sueños, intentando vivir una vida que no era la mía. Pasé como pude mis primeros años de vida, entre sueños y golpes, nunca fui alguien muy tranquilo, y poco tiempo podía pasar en un mismo sitio, pues en mi interior una voz me pedía a gritos que conociera lo que el mundo realmente escondía y si de algo me puedo enorgullecer es de que nunca he sido tonto, ni estúpido.
No tenía demasiados amigos, la verdad que nunca he sido lo que se dice sociable, ya que la mayoría de los chicos de mi edad pensaban en diferentes cosas que yo, ya fuera la magia, la naturaleza u otras cosas. Pero sí tenía una amiga, Alatáriël. Alatáriël era la menor de las hermanas de uno de los cargos más importantes en la arboleda. Había nacido con un don que le obligaban a explotar, era una hechicera, algo verdaderamente raro en la Arboleda. Alatáriël y yo pasábamos mucho tiempo juntos, creo que con el tiempo comprendí que la amaba, pero en la vida nunca son las cosas cómo queremos, y al final ocurren cosas, que obligan a echar a andar a unos u otros, separándose del camino juntos, separándose de por vida… realmente, mi vida giraba en torno a ella, era bastante simpática y tenía una fuerza de personalidad realmente fuerte, era mi único pilar de apoyo, aquella persona que todo ser necesita para poder desahogarse, una confidente, una amiga…
Pero siempre ocurre algo que manda al traste todo lo conseguido, todo lo deseado, y aunque nunca fue algo inmediato, sí que me ocurrieron una serie de sucesos que me llevaron a ser lo que hoy día soy, un renegado, un vagabundo, alguien que no tiene objetivo ni causa, una flecha perdida….
Crónicas de un Destierro: Estoques sangrientos, conciencias mancilladas.
A mis 130 años, prácticamente recién cumplidos, conocí a un espadachín, mejor dicho, un maestro espadachín, no era noble, y sin embargo, pertenecía a los Protectores de la Arboleda. Lo cual, como la alegría de ver un rayo de sol entre un cielo totalmente cubierto de nubes, se apoderó de mí, creyendo que yo también podría ser como aquél hombre, Jëd’leràs.
Le caí bien desde un principio, no suelo obtener esa actitud de la gente, quizá todo lo que me ha pasado me ha agriado el carácter, cierto es, que por aquél entonces yo solo era un crío con aires de grandeza que deseaba con todas mis fuerzas convertirme en uno de ellos, y quizá por eso mostré mi cara más amable a aquél elfo. Me enseñó que aparte de paladines, los protectores podían ser perfectamente ávidos guerreros y verdaderos maestros en su arma, solo bastaba tener un buen corazón, y querer defender a la arboleda… y pasar la prueba, claro.
También me enseñó que había consagrado su vida a su arma, que la verdadera grandeza de un guerrero era conseguir que su arma fuera la viva extensión de su brazo, que no hiciera falta nada más que tu arma, y el entrenamiento adecuado para convertirte en alguien verdaderamente hábil, y del cómo alcanzar la maestría con un arma a través del control y el estudio del Ki, algo así como los monjes, pero simplemente dedicado a un arma. Realmente, me fascinó tanto lo que me contaba día tras día, que mi curiosidad y ganas por alcanzar su maestría con el estoque que me propuse seguir sus pasos, y controlar el estoque de la misma forma que él lo hacía, y quién sabe, quizá mejor.
Pero todo se truncó, y creo que aquí es dónde empieza mi verdadera vida. Una tarde, tras hablar con Jëd’leràs un poco más sobre el Ki, su manera de empuñar el arma y las miles de preguntas con las que le asaltaba día tras día, me encaminé hacia mi antiguo hogar, estaba casi llegando, maldigo hasta el momento que me paré unos instantes para recoger una pequeña piedra, pues allí estaba él, Exilion.
Exilion era el hijo mayor de uno de los ancianos de la arboleda, los ancianos eran sabios, mucho más famosos en la arboleda que los protectores, quiénes servían a los Ancianos. Me saludó alegremente y le devolví el saludo sin demasiado entusiasmo, y fue entonces cuando se inició la cuenta atrás para mi desgracia.
- Eh, hola. ¿Qué tal te encuentras hoy? ¿Ya has terminado de avasallar a Jëd con tus preguntas? – Dijo riéndose.
- Bueno, me gusta aprender cosas sobre lo que él mejor sabe hacer. – Respondí.
- ¿Y qué saber hacer? ¿Matar? Pero si nunca has hecho nada parecido, ¿cómo sabes que te gustará? – me respondió con sorna.
- Eh… -
Realmente, no supe responder, ahora, si pudiera volver atrás, le respondería, estampándole su fina y delicada cara de noble en el más sucio barro, enseñándole que para poder sobrevivir en el mundo real, hay que luchar día tras día, unos deciden luchar pacíficamente , otros usando la espada, soy de los segundos.
- Te llevaré a un lugar dónde podrás comprobarlo, ya verás - Me dijo sonriendo.
"Está bien” pensé. Era una buena forma de comprobar lo que él decía, pues me había hecho dudar si estaba hecho para ello, por aquél entonces no había matado nada, ahora simplemente miro atrás y veo un reguero de sangre, de la cuál gran parte va siendo mía.
- Bien, ¿es muy lejos? – Dije enérgicamente.
- Qué va, ya verás, es aquí al lado, eh… oye, tienes… - Dijo mientras me mostraba una espada corta del metal más brillante que había visto.
Eché un vistazo a mi cinturón, y vi mi estoque, descansando en su vaina, lo saqué unos centímetros, lo justo para que viera que sí, la hoja estaba algo oxidada, pero estaba afilado como el que más. Exilion asintió, y salió corriendo con un sonoro… “¡Sígueme!”
No sé cuántas veces he maldecido ese momento durante mi vida, pero me reconforta saber que para aprender de los errores, primero hay que cometerlos, y ciertamente, ese día aprendí una lección importante, de las más importantes si has de moverte por un mundo repleto de nobles: No acatar sus ideas.
Corrimos, salimos de la arboleda, y nos movíamos por un frondoso bosque a las afueras de la Arboleda.
- ¿No estamos muy lejos ya? – Pregunté.
- ¿Tienes miedo? – Me respondió mientras me miraba burlón.
- No, claro que no, por favor, no me asustan unas cuantas ramas. – Dije rápidamente, intentando hacer ver que no sentía miedo.
- Pues deberías… aquí dicen que habita un increíble monstruo… dicen que va repleto de ramas… que mide bien poco, pero que su fuerza es descomunal… iremos a por él, ¡y lo matarás! –
- ¿QUÉ? – Dije sobresaltado, recuerdo la sensación en aquél momento, todo me temblaba, las piernas casi no podían sostenerme, llevé una de mis manos de manera involuntaria al cuello, y la otra la dirigí a mi estoque, aferrándolo con fuerza, como si en aquél momento fuera la única cosa que me separaba de la segura muerte.
- Vamos, queda poco... – Me dijo mientras caminaba lentamente.
Caminábamos lentamente atravesando la frondosa maleza, de repente, oí un ruido, todo sucedió muy rápido, vi una figura pequeña y llena de ramas abalanzarse sobre mí, abrí los ojos horrorizado mientras veía como la garra de la muerte se cernía sobre mí, solo pude desenvainar mi viejo estoque y ponerlo contra la extraña figura, oí las risas de Exilion, y después un grito desgarrador, sentí la sangre de aquél ser salpicar mi rostro, le había dado de lleno, caí hacia atrás, con la bestia conmigo, la sangre emanaba con fluidez, y la sentía caer en mi rostro, yo había cerrado los ojos, por propio instinto de supervivencia. Tras unos segundos que me parecieron eternos, pues no pude ni moverme, aterrorizado por lo que había pasado, creí oír la voz de Exilion.
- ¡Nooooo! ¡Enarlor! ¡Hermaaaaano! ¡Noooooo! –
Sus gritos mientras su voz se entrecortaba, seguramente por el llanto al que momentos después presencié me hizo abrir los ojos, solo veía un matojo de ramas, me toqué la cara, y miré la mano, llena de sangre, contuve mi respiración unos segundos para comprobar si era yo el herido, no sentía ninguna herida. De repente, como un relámpago que ilumina el cielo, supe lo que realmente pasaba. Exilion y Enarlor eran hermanos, y eran célebres por sus bromas de mal gusto. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, sabiendo lo que realmente ocurría, me volteé rápidamente, haciendo caer el cuerpo sin vida de esa cosa enramada al suelo boca arriba con el estoque clavado en pleno corazón, otra cosa no… pero puntería creo que nunca me ha fallado. Exilion permanecía arrodillado ante aquella cosa llena de ramas, por un momento entrecerré los ojos y pude sentir mi corazón desbocado, la sensación del combate, la descarga propia del combate de la tensión anterior, me sentía raramente en paz. Un grito me sacó de mis instantes pensativos, y ví a Exilion balanceándome los hombros mientras gritaba.
- ¡LO HAS MATADO! ¡HAS MATADO A MI HERMANO! ¡ESTÁS LOCO! ¡ASESINO! –
Di un respingón, volviendo en mí y viendo la gravedad de lo que había hecho, me dejé caer sobre el cuerpo de aquella cosa enramada y empecé a retirar ramas rápidamente, pronto vi las delicadas facciones de Enarlor, su gesto era horroso, sus ojos, abiertos de par en par, parecían salirse casi de sus órbitas, realmente, no se esperaba que algo así pasase, y claramente, yo tampoco. Retiré mi estoque rápidamente del cuerpo y levantando a Enarlor con mis propios brazos me encaminé en silencio hacia la Arboleda, llorando en secreto, Exilion me seguía, gritando, maldiciéndome, por algo que él mismo había desencadenado, maldito él y sus juegos…
Llegamos pronto a la arboleda, y justo al entrar nos encontramos con Alatáriël. Gritó desesperada al verme ensangrentado y con el cuerpo sin vida y sangrante de su hermano mediano. Pronto corrieron hacia mí los protectores, Exilion gritaba “¡Ha sido él, ha sido él, él lo ha matado, él ha sido!”
Los protectores me separaron del cuerpo, empujándome, desenvainaron sus espadas, y me custodiaron, Jëd pronto llegó y se informó de la situación, vino a mí, y mientras se acercaba solo pude decir:
“Solo quería ser como tú.”
Continuará.
Crónicas de un Destierro: Prólogo.
El tiempo parecía haberse detenido, tenía los ojos cerrados, llorosos, mi alma permanecía apagada, tal y como hoy día continúa, mis brazos no se atrevían a moverse, y ciertamente no me atrevía a abrir los ojos, temeroso a encontrarme ante mí un frío sable que me despojara de toda vida. Aún recuerdo las palabras, y cómo mientras recitaba Naraldur la sentencia que él mismo me imponía bajo su propio criterio en mi interior un vacío se hizo presente, el cual aún permanece, y que nadie, jamás, llenará… a veces aún se clavan en mí como cuchillas afiladas cuando me sorprendo a mí mismo recordando aquellos aciagos momentos.
Me hago llamar Göyth, dicen que es un nombre que suena a orco, realmente, con el tiempo ha dejado de interesarme la opinión buena o mala que tengan sobre mí las personas con las que me cruzo a lo largo de mi camino. Y ésta, es mi historia.
Toda historia tiene un comienzo, realmente, no sé dónde empieza exactamente mi verdadera vida, ya que la vida que anteriormente conocía, no era más que un efímero reflejo salvaguardado por las tradiciones de mi pueblo, los elfos. Pasé mis primeros 150 años de vida en la arboleda, ajeno a todo mal, los protectores se encargaban ciertamente muy bien de su trabajo, eran muy afamados por la gente, a todo el mundo caían bien. Eran casi todos de procedencia noble, muchos de ellos seguidores fervientes de alguna deidad benigna, paladines. Muy pronto me di cuenta que no poseía ninguna de sus cualidades, yo, un simple elfo de una familia humilde dedicada a la arquería, que no poseía nada más que un viejo estoque que pude encontrar hace años, siquiera seguía fervientemente a ninguna deidad, nunca se me ha dado bien eso de seguir estrictos códigos… pero poseía la determinación de querer ser alguien, alguien de renombre, alguien al que tuvieran que alabar, sueños egocéntricos de críos, de los que ya solo recuerdo el agitado latir de mi corazón cada vez me adentraba en mis sueños, intentando vivir una vida que no era la mía. Pasé como pude mis primeros años de vida, entre sueños y golpes, nunca fui alguien muy tranquilo, y poco tiempo podía pasar en un mismo sitio, pues en mi interior una voz me pedía a gritos que conociera lo que el mundo realmente escondía y si de algo me puedo enorgullecer es de que nunca he sido tonto, ni estúpido.
No tenía demasiados amigos, la verdad que nunca he sido lo que se dice sociable, ya que la mayoría de los chicos de mi edad pensaban en diferentes cosas que yo, ya fuera la magia, la naturaleza u otras cosas. Pero sí tenía una amiga, Alatáriël. Alatáriël era la menor de las hermanas de uno de los cargos más importantes en la arboleda. Había nacido con un don que le obligaban a explotar, era una hechicera, algo verdaderamente raro en la Arboleda. Alatáriël y yo pasábamos mucho tiempo juntos, creo que con el tiempo comprendí que la amaba, pero en la vida nunca son las cosas cómo queremos, y al final ocurren cosas, que obligan a echar a andar a unos u otros, separándose del camino juntos, separándose de por vida… realmente, mi vida giraba en torno a ella, era bastante simpática y tenía una fuerza de personalidad realmente fuerte, era mi único pilar de apoyo, aquella persona que todo ser necesita para poder desahogarse, una confidente, una amiga…
Pero siempre ocurre algo que manda al traste todo lo conseguido, todo lo deseado, y aunque nunca fue algo inmediato, sí que me ocurrieron una serie de sucesos que me llevaron a ser lo que hoy día soy, un renegado, un vagabundo, alguien que no tiene objetivo ni causa, una flecha perdida….
Crónicas de un Destierro: Estoques sangrientos, conciencias mancilladas.
A mis 130 años, prácticamente recién cumplidos, conocí a un espadachín, mejor dicho, un maestro espadachín, no era noble, y sin embargo, pertenecía a los Protectores de la Arboleda. Lo cual, como la alegría de ver un rayo de sol entre un cielo totalmente cubierto de nubes, se apoderó de mí, creyendo que yo también podría ser como aquél hombre, Jëd’leràs.
Le caí bien desde un principio, no suelo obtener esa actitud de la gente, quizá todo lo que me ha pasado me ha agriado el carácter, cierto es, que por aquél entonces yo solo era un crío con aires de grandeza que deseaba con todas mis fuerzas convertirme en uno de ellos, y quizá por eso mostré mi cara más amable a aquél elfo. Me enseñó que aparte de paladines, los protectores podían ser perfectamente ávidos guerreros y verdaderos maestros en su arma, solo bastaba tener un buen corazón, y querer defender a la arboleda… y pasar la prueba, claro.
También me enseñó que había consagrado su vida a su arma, que la verdadera grandeza de un guerrero era conseguir que su arma fuera la viva extensión de su brazo, que no hiciera falta nada más que tu arma, y el entrenamiento adecuado para convertirte en alguien verdaderamente hábil, y del cómo alcanzar la maestría con un arma a través del control y el estudio del Ki, algo así como los monjes, pero simplemente dedicado a un arma. Realmente, me fascinó tanto lo que me contaba día tras día, que mi curiosidad y ganas por alcanzar su maestría con el estoque que me propuse seguir sus pasos, y controlar el estoque de la misma forma que él lo hacía, y quién sabe, quizá mejor.
Pero todo se truncó, y creo que aquí es dónde empieza mi verdadera vida. Una tarde, tras hablar con Jëd’leràs un poco más sobre el Ki, su manera de empuñar el arma y las miles de preguntas con las que le asaltaba día tras día, me encaminé hacia mi antiguo hogar, estaba casi llegando, maldigo hasta el momento que me paré unos instantes para recoger una pequeña piedra, pues allí estaba él, Exilion.
Exilion era el hijo mayor de uno de los ancianos de la arboleda, los ancianos eran sabios, mucho más famosos en la arboleda que los protectores, quiénes servían a los Ancianos. Me saludó alegremente y le devolví el saludo sin demasiado entusiasmo, y fue entonces cuando se inició la cuenta atrás para mi desgracia.
- Eh, hola. ¿Qué tal te encuentras hoy? ¿Ya has terminado de avasallar a Jëd con tus preguntas? – Dijo riéndose.
- Bueno, me gusta aprender cosas sobre lo que él mejor sabe hacer. – Respondí.
- ¿Y qué saber hacer? ¿Matar? Pero si nunca has hecho nada parecido, ¿cómo sabes que te gustará? – me respondió con sorna.
- Eh… -
Realmente, no supe responder, ahora, si pudiera volver atrás, le respondería, estampándole su fina y delicada cara de noble en el más sucio barro, enseñándole que para poder sobrevivir en el mundo real, hay que luchar día tras día, unos deciden luchar pacíficamente , otros usando la espada, soy de los segundos.
- Te llevaré a un lugar dónde podrás comprobarlo, ya verás - Me dijo sonriendo.
"Está bien” pensé. Era una buena forma de comprobar lo que él decía, pues me había hecho dudar si estaba hecho para ello, por aquél entonces no había matado nada, ahora simplemente miro atrás y veo un reguero de sangre, de la cuál gran parte va siendo mía.
- Bien, ¿es muy lejos? – Dije enérgicamente.
- Qué va, ya verás, es aquí al lado, eh… oye, tienes… - Dijo mientras me mostraba una espada corta del metal más brillante que había visto.
Eché un vistazo a mi cinturón, y vi mi estoque, descansando en su vaina, lo saqué unos centímetros, lo justo para que viera que sí, la hoja estaba algo oxidada, pero estaba afilado como el que más. Exilion asintió, y salió corriendo con un sonoro… “¡Sígueme!”
No sé cuántas veces he maldecido ese momento durante mi vida, pero me reconforta saber que para aprender de los errores, primero hay que cometerlos, y ciertamente, ese día aprendí una lección importante, de las más importantes si has de moverte por un mundo repleto de nobles: No acatar sus ideas.
Corrimos, salimos de la arboleda, y nos movíamos por un frondoso bosque a las afueras de la Arboleda.
- ¿No estamos muy lejos ya? – Pregunté.
- ¿Tienes miedo? – Me respondió mientras me miraba burlón.
- No, claro que no, por favor, no me asustan unas cuantas ramas. – Dije rápidamente, intentando hacer ver que no sentía miedo.
- Pues deberías… aquí dicen que habita un increíble monstruo… dicen que va repleto de ramas… que mide bien poco, pero que su fuerza es descomunal… iremos a por él, ¡y lo matarás! –
- ¿QUÉ? – Dije sobresaltado, recuerdo la sensación en aquél momento, todo me temblaba, las piernas casi no podían sostenerme, llevé una de mis manos de manera involuntaria al cuello, y la otra la dirigí a mi estoque, aferrándolo con fuerza, como si en aquél momento fuera la única cosa que me separaba de la segura muerte.
- Vamos, queda poco... – Me dijo mientras caminaba lentamente.
Caminábamos lentamente atravesando la frondosa maleza, de repente, oí un ruido, todo sucedió muy rápido, vi una figura pequeña y llena de ramas abalanzarse sobre mí, abrí los ojos horrorizado mientras veía como la garra de la muerte se cernía sobre mí, solo pude desenvainar mi viejo estoque y ponerlo contra la extraña figura, oí las risas de Exilion, y después un grito desgarrador, sentí la sangre de aquél ser salpicar mi rostro, le había dado de lleno, caí hacia atrás, con la bestia conmigo, la sangre emanaba con fluidez, y la sentía caer en mi rostro, yo había cerrado los ojos, por propio instinto de supervivencia. Tras unos segundos que me parecieron eternos, pues no pude ni moverme, aterrorizado por lo que había pasado, creí oír la voz de Exilion.
- ¡Nooooo! ¡Enarlor! ¡Hermaaaaano! ¡Noooooo! –
Sus gritos mientras su voz se entrecortaba, seguramente por el llanto al que momentos después presencié me hizo abrir los ojos, solo veía un matojo de ramas, me toqué la cara, y miré la mano, llena de sangre, contuve mi respiración unos segundos para comprobar si era yo el herido, no sentía ninguna herida. De repente, como un relámpago que ilumina el cielo, supe lo que realmente pasaba. Exilion y Enarlor eran hermanos, y eran célebres por sus bromas de mal gusto. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, sabiendo lo que realmente ocurría, me volteé rápidamente, haciendo caer el cuerpo sin vida de esa cosa enramada al suelo boca arriba con el estoque clavado en pleno corazón, otra cosa no… pero puntería creo que nunca me ha fallado. Exilion permanecía arrodillado ante aquella cosa llena de ramas, por un momento entrecerré los ojos y pude sentir mi corazón desbocado, la sensación del combate, la descarga propia del combate de la tensión anterior, me sentía raramente en paz. Un grito me sacó de mis instantes pensativos, y ví a Exilion balanceándome los hombros mientras gritaba.
- ¡LO HAS MATADO! ¡HAS MATADO A MI HERMANO! ¡ESTÁS LOCO! ¡ASESINO! –
Di un respingón, volviendo en mí y viendo la gravedad de lo que había hecho, me dejé caer sobre el cuerpo de aquella cosa enramada y empecé a retirar ramas rápidamente, pronto vi las delicadas facciones de Enarlor, su gesto era horroso, sus ojos, abiertos de par en par, parecían salirse casi de sus órbitas, realmente, no se esperaba que algo así pasase, y claramente, yo tampoco. Retiré mi estoque rápidamente del cuerpo y levantando a Enarlor con mis propios brazos me encaminé en silencio hacia la Arboleda, llorando en secreto, Exilion me seguía, gritando, maldiciéndome, por algo que él mismo había desencadenado, maldito él y sus juegos…
Llegamos pronto a la arboleda, y justo al entrar nos encontramos con Alatáriël. Gritó desesperada al verme ensangrentado y con el cuerpo sin vida y sangrante de su hermano mediano. Pronto corrieron hacia mí los protectores, Exilion gritaba “¡Ha sido él, ha sido él, él lo ha matado, él ha sido!”
Los protectores me separaron del cuerpo, empujándome, desenvainaron sus espadas, y me custodiaron, Jëd pronto llegó y se informó de la situación, vino a mí, y mientras se acercaba solo pude decir:
“Solo quería ser como tú.”
Continuará.