"Mi nombre es Titus IX Contrarrestro, tengo diecinueve años y acabo de matar a mi madre". Es lo que me hubiera gustado escribir en estas páginas pero desafortunadamente no es cierto.
El empeño de mi madre en alistarme en la escuela de ilusionistas Luskanita ha hecho crecer aún más el floreciente odio que he estado desarrollando últimamente hacia ella. Cree que internándome en esa escuela podrá alejarse de "mi mala influencia" como ella dice y ya de paso asegurarme un futuro si hay suerte y algún día acabo formando parte de la Hermandad Arcana.
La verdad es que pasar mis días confinado en esa enorme torre no es lo que había pensado como un futuro ideal, pero el poder realizar conjuros es algo tentador para un joven de mi edad.
Día 2
Hoy ha sido mi primer día de clase. La escuela queda un poco apartada de la ciudad y para llegar hasta ella he de traspasar los muros de Luskan. Ha sido la primera vez que he salido de la fortaleza, pero la experiencia ha valido la pena.
Día 3
La magia ilusionista no parece ser lo mío y me han expulsado de la escuela. La razón no ha sido mi falta de talento, sino mi afincada curiosidad por el conocimiento.
Tras revisar varios libros de conjuros encontré la fórmula para conseguir un conjuro que mantuviera mi pelo rígido de por vida. Pensé que eso me evitaría la pérdida de tiempo que supone peinarse a diario. El problema es que "robé" los ingredientes de la propia escuela (tan solo un diente de Tarasca, un ojo de Titán y polvo de cuerno de un dragón negro). El director optó por eliminar mi presencia de su escuela.
He vuelto a casa pero no he dicho nada a mis padres (no es menester desilusionarles).
Día 137
Tanto tiempo apartado de mi diario ha dado para revolver mi personalidad por completo.
En estos momentos me dirijo hacia Mirabar y la guardia Luskanita me busca por traición a los Generales.
Todo cambió drásticamente el día que, inocentemente, volví a la escuela de ilusionistas con la intención de que volvieran a aceptar mi solicitud.
Justo antes de entrar por la puerta una gran explosión, procedente del interior de la torre, sacudió el lugar. El impacto me hizo volar por los aires hasta caer de espaldas en la fría nieve que cubría la ribera del Mirar. Junto con las llamas salieron despedidos miles de escombros, documentos y los inhertes cuerpos de cientos de magos.
Mi confusión era tan abrumadora como alentadora, no sabía que había causado esa tremenda explosión, pero era mi pasaporte a una vida de libertad. Mis padres aun no sabían que me habían expulsado y ahora tendría la escusa perfecta.
Mi alegría duró bien poco. De entre las llamas y el humo, una pequeña horda de esqueletos apareció rematando a los que aun se movían ensangrentados por la nieve. Intenté levantarme para salir corriendo pero la caída me había dejado entumecido. Uno de los huesudos soldados se acercó precipitadamente empuñando una cimitarra y mirándome sin expresión alguna, me lanzó una estocada. El golpe me cercenó media cara y la herida, hundida por el frío acero surcó desde mi frente hasta la mejilla, dividiendo en dos mi ojo derecho.
El no muerto levantó de nuevo su brazo armado para arremeter la estocada final pero algo, una orden lejana, le hizo pararse en seco.

Una silueta se acercó sinuosamente y, hasta que no estuvo a un par de metros de distancia, no pude diferenciar con claridad su forma exacta.
Era un individuo alto, de metro noventa aproximadamente. Vestía una túnica ocre oscura y su rostro se mantenía oculto tras una máscara en forma de cráneo. En sus muñecas, dos brazaletes plateados, como si de grilletes se tratasen, lucían el labrado sello del Príncipe de las Mentiras, Cyric.
- ¿Qué destino te reserva el todopoderoso para hacerme siquiera plantearme la posibilidad de ser piadoso contigo, humano?- dijo aquel hombre -. No te conozco de nada, a simple vista eres un ilusionista cualquiera, pero el gran Cyric me ha hablado y me ordena que te mantenga con vida.
-Tened piedad, pues soy uno de sus siervos- contesté yo mientras aferraba con fuerza mi herida sangrante.
Era la primera vez que revelaba a alguien mis creencias y, pese al tabú generalizado que existía sobre mi deidad, no tuve miedo en confesárselo, pues algo me decía que aquel hombre iba a cambiar mi vida.
Aquel discípulo del dios impío se agachó sobre el lecho de nieve y dibujó con su dedo unas pocas runas sobre el blanco polvo. Yo no comprendía que clase de ritual preparaba, estaba asustado y los gritos de los que aun intentaban salvar su vida de las garras de los esqueletos engrandecían esa sensación de terror.
El mago oscuro pareció entran en trance por un momento y, al poco, dirigió su mirada hacia mis ojos.
-No sé que estará tramando, pero Cyric desea que seas adiestrado en el campo de la nigromancia. Vendras conmigo.
-¿Tengo elección?- pregunté ignorantemente.
-Los caminos de Cyric son irrenegables, puedes acompañarme o morir aqui mismo.- respondío seriamente el nigromante.
Finalmente, y como era de esperar, acompañé al mago oscuro que me llevó hasta un viejo caserón abandonado a medio camino entre Luskan y Mirabar. Contaba, era en tiempos una residencia vacacional de Lord Nasher, rey de Noyvern, cuyos muros habían sido devorados por las llamas hacía varios años ya.
Netrhos, como llamaban al nigromante, la había reconstruido lo mejor que había podido, pero los gustos decorativos de los magos de la muerte dejaban mucho que desear.
Una vez dentro de la construcción encendió un fuego en la chimenea, me hizo sentar en un sofá cenizoso y sacó un pergamino de un viejo cajón de madera.
-Déjame ver ese ojo- dijo Netrhos mientras me apartaba la mano de la cara -. No soy clérigo, soy nigromante, la curación no es lo mío, pero creo que con este conjuro podré cortar la hemorragia.
El mago leyó en voz alta el contenido del papiro, que fue desapareciendo progresivamente mientras un haz curativo fue cicatrizando poco a poco el corte de mi cara.
La cicatriz nunca desapareció por completo pero mi ojo, a pesar de lo exagerado de la herida, recuperó parte de la visibilidad (detalle que arreglé usando permanentemente un monóculo).
Pasaron los días y Netrhos cada vez se mostraba más tolerante conmigo. Poco a poco fue ilustrándome en el arte de la nigromancia y yo con más frecuencia me preguntaba qué destino me había reservado Cyric y de qué forma lograría descubrir el entramado que hábía preparado.
Pasados dos meses fue cuando decidí abandonar a Netrhos y seguir mi búsqueda en solitario. Pero en el momento de partir Netrhos vió oportuno inculcarme una última lección.
-Sigo sin comprender que cometido te aguarda- comenzó a explicar el nigromante -pero en mis rezos al Sol Oscuro, Cyric me ha advertido que es necesario que sepas de la existencia de un artefacto místico, Aslazhar.
-¿Aslazhar?- pregunté ingenuo.
-Así se la conoce en los tratados sobre los planos infernales.
Contaba yo con tu edad apróximadamente cuando leí en alguna parte sobre la existencia de ese artilugio. Contaba el manuscrito que Aslazhar era la conjunción de las inmunidades, la reunión de las propiedades de los seres más longevos de Faerûn y de los conjuros más poderosos engendrados por "La Ramera" (o Mystra, como la llaman los paganos). Aslazhar a simple vista parece un labrado rubí de resplandor rojizo pero lo que contiene esa piedra es ni más ni menos que una selección de fluídos tales como sangre élfica, sangre dracónica, sangre de troll y multitud de conjuros remanentes que otorgan a su portador una inmunidad ante todo tipo de daño conocido, ya sea mágico o natural. El que pueda ser dueño de Aslazhar no tendrá motivo alguno para morir ni envejecer.
-Y... ¿tiene dueño?-
El nigromante afirmó con la cabeza tristemente -Hace años logré encontrar la posición exacta de la piedra en uno de los Nueve Infiernos. Aprobechando una puerta planaria de la Torre de lo Arcano me colé en el inframundo y...-
-¿Has entrado en la Torre?- pregunté sorprendido.
-Así es, fuí integrante, en tiempos, de la Hermandad Arcana.
...y despues de atravesar el portal busqué la piedra hasta dar con ella. Mi vanidad me hizo perder el control de la situación y onbviar que yo no era el único que ansiaba por encima de todo poseer a Aslazhar. Gilianor, un viejo enemigo de la hermandad, había estado siguiendo mis pasos y usando mi talento para llegar hasta ella.

Yo sabía que mis poderes sobrepasaban con creeces los suyos, así que en cuanto le ví conjuré un artificio para paralizarle. Pensé que así obtendría doble victoria. Conseguría la roca y además mi archienemigo estaría presente para verlo y luego morir. Pero ignorantemente obvié que la magia no funciona igual en todos los planos y mi conjuró no resultó. Gilianor aprobechó el momento para noquearme y coger la pierda. Después cerró la puerta planaria confinándome en los infiernos para siempre.
-¿Y cómo saliste?-
-Verás, logré encontrar un bálor, rajarle el estómago, introducirme dentro de él y esperé hasta que alguien le convocara. Así salí.
-Eso es imposible...- la verdad es que la historia parecía verídica hasta ese punto, asi que no tuve más remedio que contradecirle.
-Es la versión que he estado contando hasta ahora y nadie se ha quejado, asi que tendrás que conformarte con esa- Rechistó Netrhos -. Después me enteré de que Gilianor se había rajado el pecho y se había incrustado la piedra junto al corazón. Si tenemos en cuenta que ningún arma puede atravesar su piel, materielmente Gilianor es inmortal.

Después de escuchar la historia de Netrhos puse rumbo a Luskan, pero al llegar allí todo había cambiado, paladines custodiaban las murallas y se había abierto la veda de los nigromantes.
Intentando pasar desapercibido crucé los muros de Luskan, pero alguno de esos malditos Helmitas me reconoció en el acto, Todos me relacionaban con el incidente de la escuela de ilusionistas y ahora mi cabeza tenía un precio.
Unos siete paladines salieron tras de mí al grito de "es un nigromante", Parece ser que ese día iba a ser el protagonista de la caza de brujas, así que puse pies en polvorosa y corrí hasta los muelles. La intención era refugiarme en la goltea de mis padres y camuflarme omo un marinero más, pero al llegar al puerto ví como en ese momento la nave zarpaba sin mi.
Estaba acorralado en un callejón sin salida, El mar de las Espadas a un lado y siete paladines hambrientos de sangre en el otro. Sentía como mi próspera esperanza de vida se reducía por instantes, a la par que aquellos paladines armados se acercaban.
Fue en ese preciso momento, cuando una espesa nube verde nubló mi campo de visión. Podría aventurarme a escribir, incluso, que unas fantasmagóricas calaveras flotaban entre la nube de gas venenoso, pero lo que más se hacía ver en aquella densidad verdosa era una delgada y cerúlera figura de ojos oscuros. Era Cyric.

Por un momento perdí la noción del tiempo y del espacio, no sabía si estaba confinado en una mazmorra del cuartel Luskanita o atrapado en una pesadilla. no sabía como había llegado hasta allí, pero los paladines ya no estaban, ni tampoco, el muelle. La brisa salada había desaparecido y un olor a muerte inundaba el ambiente.
El lugar estaba oscuro y cuando por fin mis ojos se acostumbraron a las penumbras volví a tener frente a mí aquella presencia que había interrumpido mi particular persecución.
El individuo era largo y fino, de piel blanca como la nieve, ojos negros y un cabello puntiagudo oscuro y largo. Portaba una larga espada delgada y, de no ser por la forma tan efectista en la que apareció, jamás le hubiera catalogado como al dios al que yo adoro.
Estaba ante Cyric, supongo que esperaba este momento con anhelo, pero aun no me había repuesto de los nervios de la persecución.
-Voy a serte franco, mortal- dijo el dios (un buen comienzo para venir del Príncipe de las Mentiras) -Mi iglesia esta en decadencia desde que La Ramera (se refería a Mystra una vez más) difundió esa estúpida biografía titulada "La verdadera Vida de Cyric". Puede que en tiempos la "Cyrinishad" causara mi propia enagenación, pero tenía controlado a todo el panteón gracias a los mortales que la habían leido.
Ahora necesito de miserables como tú para poder recuperar mis dominios y no voy a cejar en mi empeño hasta que no haya recuperado lo que es mío.
-¿Qué quieres de mi?- Pregunté.
-Vas a destruir Luskan y la Torre de lo Arcano en mi nombre, tienes toda una vida mortal de plazo y si no lo consigues me aseguraré de que tu descanso eterno jamás sea merecido.
He puesto en tus manos todas las facilidades posibles, te he adiestrado como mago y....
[...]
(mañana sigo que me tengo que ir xD)