La senda del Tiempo (los Bedín del Anaurokh).
Publicado: Jue Feb 21, 2008 3:02 am
I. Leyendas de Elah Zad.
“… sin embargo poco más sabemos sobre este esquivo pueblo. A ello sin duda contribuye que, por su condición nómada, no establecen los pueblos Bedín asentamientos fijos prácticamente en ningún lugar de La Espada, ni siquiera en la época invernal cuando el Mar de arena se ve barrido incesantemente por tormentas de nieve y hielo (las pequeñas tribus desaparecen de un día para otro para reaparecer cuando la temporada del vendaval aullante remite, sin que nada se sepa sobre qué ocurre con ellas en éste intervalo) a excepción, sin duda alguna, de ese oasis que sobrevive entre poderosos peñascos – ver informe correspondiente – al que los nómadas llaman en secreto Elah Zad…”
Informe de Phandaal, Caballero Arcano.
“Anaurokh: breve guía para la Orden Arcana”, Tomo III, pergamino 264.
Nevesmortas, La Marca Argéntea, 1289.
El farallón rocoso resplandecía en rojos al atardecer. A sus pies el horizonte dibujaba la imagen más bella, el sol inmenso hundiéndose en la arena empujado por el estrellado manto de la noche del desierto, azul degradando a negro el inhóspito Anaurokh. Como si la lanza de un dios hubiera arañado la extremidad de un coloso de piedra, un angosto desfiladero conducía al inesperado paraíso, único refugio en varias vidas a la redonda, oasis de supervivencia y protección que albergaba un minúsculo palmeral. Las rocas levantaban muros contra el desierto, protegiendo la laguna de agua pura de hielo que todos los años renacía sin antes llegar a morir, impidiendo su evaporación, a salvo de las salvajes tormentas de arena, hielo, rayos y truenos que hacían a los que resistían merecedores de conservar la vida en aquel maravilloso e implacable mundo.
Lentamente los últimos rayos del día abandonaban, reptando por paredes verticales de piedra, la superficie de arena que rodeaba al palmeral. El enclave comercial Bedín asentado sobre ellas suspiraba a las primeras estrellas llenándose de mil aromas, dando por terminada otra agotadora jornada de resistencia. La guardia de Estrellas enfilaba el desfiladero para reemplazar a la del Ocaso mientras mercaderes, sabios y artesanos bullían de actividad aprovechando el lapso de temperatura, ese umbral entre el día y la noche del que los hombres del desierto se sirven para realizar sus cometidos. Varios hornos comenzaban a humear, dibujando espirales en el atardecer, mientras las mujeres preparaban la abundante cena conmemorativa. Ese día incluso se podía comer carne en el desierto.
Ashraf Mu´jib ya no era joven. Su poblada barba blanca, bendición de los dioses, así lo atestiguaba. Pero el honor, el respeto del que gozaba y toda su consideración no le ayudaban con aquella empinada escalera, apenas unos toscos peldaños tallados en roca, erosionados por siglos de viento y arena. Cada día le costaba más llegar a la elevada plataforma que se asomaba a la lejanía sobresaliendo del abrupto conjunto rocoso. Si, ese lugar tenía algo, el baño de luz de atardecer frente al horizonte abierto era una experiencia casi mística.
Maldiciendo para sus adentros subía pesadamente, sin dejar escapar queja alguna pues así lo dictaba la tradición. La tabla de la sabiduría, en aquel lugar era donde siempre se había enseñado historia a los valiosos niños Bedín. Vástagos de diferentes tribus que por destino de sus progenitores disfrutaban de la existencia en el Oasis, privilegiados principitos del desierto. La posesión más valiosa del pueblo de las arenas. Aquellos demonios de pelo enmarañado le habían dejado atrás hace tiempo, casi a la carrera, y disfrutaban ahora en algarabía lejos de estricta disciplina de su sabio maestro. Risas y juegos que finalizaron abruptamente cuando la agitada respiración del anciano Bedín comenzaba a oírse en el extremo superior del pasadizo excavado.
Niños y niñas, pues a esa edad aún aprendían juntos, formaban un círculo perfecto tomando asiento sobre la tibia superficie de roca negra. Exactamente en el Este dejaron un hueco a su maestro, que los encontró formados y sonrientes al acercarse a su posición habitual. Sentándose pesadamente Ashraf entornaba los ojos, comenzando el cántico tradicional preludio de la lección diaria. Como durante días anteriores versaba sobre historia, pero aquella jornada tenía un matiz festivo. Celebraban un afortunado suceso del pasado y los niños estaban ansiosos por devorar los dulces de hojaldre que humeaban en los hornos.
El anciano abandonó el canto y, tomando una bolsa de guijarros blancos, se dispuso a contar la vieja leyenda mientras dibujaba formas disponiéndolos en el suelo. Su voz era pausada y suave y los niños escuchaban embelesados, bajo el influjo de la sabiduría del maestro más que por la férrea disciplina de la educación Bedín, aún no patente del todo en sus tiernos espíritus.
“Levantad la cabeza a At´ar, que da vida y la quita. Abrid las orejas a Elah la de luz blanca, mostrad respeto ante el caos de Kozah. Escuchad atentos, cachorros de león, hijos de la arena. Pues ésta es vuestra historia y no debéis permitir que sea arrasada por el olvido.”
Los niños escuchaban respetuosos, salvo dos pillos que, sentados frente a Ashraf en el extremo opuesto del círculo, jugaban a pellizcarse por la espalda como pérfidos escorpiones.
“Toda mi vida la he pasado aquí. Mi padre, y el padre de mi padre también vivieron aquí. Os contaré cómo, tres generaciones atrás, la oscuridad se abatió sobre el bastión de los hombres libres. Los cuernos de alarma no sonaron aquel atardecer, pues las sombras los habían silenciado. Sí, jóvenes guerreros, hasta nuestra defensa oculta puede ser burlada, y es una lección que no olvidaremos…
…demonios de la noche se abatieron sobre nuestros antepasados, robándoles la vida y el honor. Asesinados a sangre fría, ocultos por su silencio mortal. Umbra es el nombre maldito que más allá del mundo tienen, el ejército de las sombras, ¡magos! Seres deformados por la magia, pues no es otro el destino de quien maneja las artes de la corrupción. Son hechos como éste los que demuestran lo acertado de las tradiciones de vuestro pueblo, esperanza de los Bedín, los que afianzan su validez. La magia sólo trae destrucción, y debe ser erradicada en cualquiera de sus manifestaciones.”
Un ligero griterío de horror se extiende sobre la joven audiencia ante la simple pronunciación de la palabra “magia”. Incluso Asham y Al´Asr, los más intrépidos alumnos del oasis, detienen su lucha subrepticia y vuelven su atención a las palabras del anciano. Poco a poco el brillo rojizo abandona las paredes de roca, dando paso al gris azulado que precede a la noche. Quizá fuera la bajada de temperatura la que provocara que un escalofrío recorriera el cuerpo de todos los infantes cuando su maestro comenzó a hablar del arte prohibido.
“Difícil de creer resulta que los antiguos dioses abandonaran a sus elegidos. Pero fue así, pues un inadvertido mercader Ruwaldi, su familia se pierda entre las dunas, atrajo la desolación y el deshonor. Cegado sin duda por él, trajo consigo de un imprudente viaje por el Océano de piedra un antiguo medallón. Un artefacto de tiempos pasados cargado de magia mortal. No era, desgraciadamente, una de esas baratijas que vendemos a los comerciantes del orbe. Tan poderosa era que incluso pasó desapercibida a los sabios, ni siquiera las certeras videntes más ancianas acertaron a ver la amenaza que se cernía sobre Elah Zad.
Distintas tribus guardan este sagrado refugio y poseen honor suficiente para mantener aquí delegaciones, pero ni siquiera los mejores entre los Bedín pudieron evitarlo, aprended de la tragedia. Nuestros guerreros saben luchar mirando a la muerte sin miedo, pues la vida nada es sin honor, pero nada pueden hacer contra sombras intangibles. Dice la tradición que una oscuridad antinatural envolvió el palmeral y destellos morados incendiaron las pieles de camello de las tiendas, explosiones rojizas derribaron los hornos y yunques, los tapices de la Estancia del Amanecer fueron rasgados por filos invisibles que herían a nuestros mejores guerreros sin dar oportunidad a respuesta alguna. Sin honor, aprendices, aunque cueste concebir tal horror. La magia es capaz de rebajar a los hombres al nivel de las bestias. Aquel día la desolación cayó sobre vuestro pueblo.”
Haciendo una breve pausa, el veterano orador invocó el favor de At´ar y, extendiendo una mano sobre unas ramas que por allí yacían dispuestas, encendió un fuego en el centro del círculo. La diosa sol no permitiría que sus príncipes cayeran enfermos por la noche del Anaurokh. Y sus madres maldecirían cientos de generaciones de su familia si Ashraf lo consentía. Animados por la aparición de las llamas los ojos de los dos pequeños luchadores brillaron de nuevo, reanudando su mortal duelo con renovadas energías, imaginándose en medio de una infiltración a campamento enemigo. Dejándose llevar, perdieron el disimulo, y el maestro hubo de llamar su atención suavemente mientras, mesando su barba, reanudaba la lección.
“Aquel día cayó el padre del padre de tu padre, Asham, y el campeón de la tribu Ash – Khara luchó con bravura hundiéndose en las arenas el último de los presentes. Con las cimitarras aún empuñadas, tieso como una lanza, sin doblarse nunca ante el imposible enemigo. Concentrado, Asham, concentrado. Todos lucharon con valor, todos con honor, todos cayeron en breves minutos. El silencio se hizo completo y el pueblo de las arenas fue derrotado.”
La tristeza inundó los corazones de los niños mientras comenzaban a echarse las capas por los hombros, abrigándose junto al fuego. Ashraf dejó pasar unos instantes antes de continuar la narración. La noche se cerraba sobre ellos, pronto sería incómodo permanecer allí.
“Sin duda parecía que los dioses nos habían abandonado. Pero el grito de los Bedín clamando ante la injusticia llegó a los cielos, atravesó piedra y arena y finalmente fue escuchado. Pues contra todo pronóstico, algo después de que los chacales huyeran con su maldito botín, dos viajeros de otro mundo fueron enviados por la más alta, que brilla cada mañana.
Dos campeones de At´ar, macho y hembra, personificación de venganza y justicia. La venganza tomaba el nombre de Ael-en-Zhyl, la justicia de cabello cobrizo Ahir-teh-mish. Empuñaban arcos tan largos como un hombre y vestían exóticas vestiduras. Dicen los sabios que aquellos avatares de los dioses eran “elhfocs”, criaturas sacadas de cuentos para soñadores, y puede que lo fueran pues tan extraño fue el acontecimiento que entonces sucedió que nunca antes ojos Bedín contemplaron. Con el inmenso poder de Elah sanaron a los moribundos, y el mismísimo Kozah, reza la tradición, reanimó a los caídos tomando forma de bastón brillante y labrado. El noble pueblo fue restituido en su afrenta y, para evitar que vuestro linaje fuera manchado por la magia oscura, los salvadores se tornaron en vengadores, partiendo hacia destinos desconocidos.”
El brillo de esperanza en los ojos de sus alumnos recompensó al maestro por la costosísima escalada. Aquello lo pagaba todo, se decía mientras intentaba apresurar el relato antes de que el frío empezara a ser peligroso, pues el aguante de los niños Bedín es prodigioso pero no tanto como lo es el de sus mayores.
“Nadie sabe a dónde fueron. Nadie sabe qué hicieron, ni cómo lo lograron. Pero al cabo de una luna regresaron vencedores, portando con ellos el maldito medallón y cientos de vidas de los impuros asaltantes como muescas en sus armas. Y he aquí que los dioses, una vez más, ponían a prueba al pueblo que no falla. Pues a devolvernos el medallón se ofrecieron, en nuestras manos arrojaban tan inmenso y horrible poder. Nuestra infalible tradición se hizo ley, y una vez más la tentación fue rechazada. Rechazado el medallón y su magia, los enviados nos abandonaron de vuelta al confín del mundo, donde habitan con otros seres de leyenda.
Los dioses siempren vigilan, jóvenes bedín, y la magia debe ser erradicada.”
Cerrada la historia y aprendida la lección, los niños fueron liberados de su deber de instrucción. Abandonaron respetuosos la atalaya, dando rienda suelta a su condición infantil bajando al trote el pasadizo escalonado. Ashraf recorría menos fatigosamente el camino hacia el centro del Oasis en ese sentido, sin duda, pero su rostro se contraía en la oscuridad acuciado por oscuros pensamientos.
No era Asham el travieso el único descendiente de los que aquella historia vivieron. La propia madre de Ashraf, muy niña entonces, también fue vuelta a la vida. Poco después de aquello fue cuando aparecieron los sueños, cuando el consejo de ancianos la examinó en profundidad ante el temor de que encarnara a una bruja. Sin embargo no era maldición sino gracia, y pronto pasó a ser una de las videntes del Oasis interpretando signos para el pueblo Bedín, cargo que ahora él mismo ostentaba. Había vivido feliz con su padre, emisario del jeque de su tribu, y todo hubiera sido perfecto de no ser por ese sueño que, mezclado entre sus premoniciones, le atormentaba. Se despertaba sudando, sin recordar nada de él, sólo un nombre en su cabeza resonando como una advertencia. Una y otra vez, repitiéndose cíclicamente hasta el día en que su cuerpo fue lavado por última vez.
Aquel sueño, como el cargo y la habilidad, había sido transmitido a su descendencia. Pero, al contrario que en la mayoría de los casos, no había pasado de madres a hijas, sino a él, el hijo menor de la familia, convirtiéndose así en uno de los pocos e improbables videntes masculinos del desierto.
Abandonando al fin las escaleras, Ashraf arrastraba su viejo cuerpo hacia las hogueras del Oasis. La fiesta ya estaba preparada, exquisitos aromas llenaban la apacible noche. Deseaba más que nunca disfrutar de la cocina de su fiel primera esposa en el regazo de la segunda, más joven y cálida aunque no tan sabia y comprensiva. Deseaba, más que nada, que los dioses le concedieran una noche de tranquilidad.
Ahora, como desde hace tanto tiempo que no podía recordarlo, el sueño le asaltaba cíclicamente, aumentando su frecuencia lenta pero inexorablemente. Tampoco nada de él recordaba, sólo un nombre en la incierta premonición:
Al´Asr.
... continuará.
Al´Asr el Bedín
Elenthyl Quart´Hadast
//Bueno, aqui está el porqué (al menos el capítulo de presentación) de la presencia de un Bedín en la Marca. Me ha costado empezar la historia y aún me estoy documentando, asíque no sé si seré ágil en la escritura. Espero que os guste, al menos.
Un saludo!
“… sin embargo poco más sabemos sobre este esquivo pueblo. A ello sin duda contribuye que, por su condición nómada, no establecen los pueblos Bedín asentamientos fijos prácticamente en ningún lugar de La Espada, ni siquiera en la época invernal cuando el Mar de arena se ve barrido incesantemente por tormentas de nieve y hielo (las pequeñas tribus desaparecen de un día para otro para reaparecer cuando la temporada del vendaval aullante remite, sin que nada se sepa sobre qué ocurre con ellas en éste intervalo) a excepción, sin duda alguna, de ese oasis que sobrevive entre poderosos peñascos – ver informe correspondiente – al que los nómadas llaman en secreto Elah Zad…”
Informe de Phandaal, Caballero Arcano.
“Anaurokh: breve guía para la Orden Arcana”, Tomo III, pergamino 264.
Nevesmortas, La Marca Argéntea, 1289.
El farallón rocoso resplandecía en rojos al atardecer. A sus pies el horizonte dibujaba la imagen más bella, el sol inmenso hundiéndose en la arena empujado por el estrellado manto de la noche del desierto, azul degradando a negro el inhóspito Anaurokh. Como si la lanza de un dios hubiera arañado la extremidad de un coloso de piedra, un angosto desfiladero conducía al inesperado paraíso, único refugio en varias vidas a la redonda, oasis de supervivencia y protección que albergaba un minúsculo palmeral. Las rocas levantaban muros contra el desierto, protegiendo la laguna de agua pura de hielo que todos los años renacía sin antes llegar a morir, impidiendo su evaporación, a salvo de las salvajes tormentas de arena, hielo, rayos y truenos que hacían a los que resistían merecedores de conservar la vida en aquel maravilloso e implacable mundo.
Lentamente los últimos rayos del día abandonaban, reptando por paredes verticales de piedra, la superficie de arena que rodeaba al palmeral. El enclave comercial Bedín asentado sobre ellas suspiraba a las primeras estrellas llenándose de mil aromas, dando por terminada otra agotadora jornada de resistencia. La guardia de Estrellas enfilaba el desfiladero para reemplazar a la del Ocaso mientras mercaderes, sabios y artesanos bullían de actividad aprovechando el lapso de temperatura, ese umbral entre el día y la noche del que los hombres del desierto se sirven para realizar sus cometidos. Varios hornos comenzaban a humear, dibujando espirales en el atardecer, mientras las mujeres preparaban la abundante cena conmemorativa. Ese día incluso se podía comer carne en el desierto.
Ashraf Mu´jib ya no era joven. Su poblada barba blanca, bendición de los dioses, así lo atestiguaba. Pero el honor, el respeto del que gozaba y toda su consideración no le ayudaban con aquella empinada escalera, apenas unos toscos peldaños tallados en roca, erosionados por siglos de viento y arena. Cada día le costaba más llegar a la elevada plataforma que se asomaba a la lejanía sobresaliendo del abrupto conjunto rocoso. Si, ese lugar tenía algo, el baño de luz de atardecer frente al horizonte abierto era una experiencia casi mística.
Maldiciendo para sus adentros subía pesadamente, sin dejar escapar queja alguna pues así lo dictaba la tradición. La tabla de la sabiduría, en aquel lugar era donde siempre se había enseñado historia a los valiosos niños Bedín. Vástagos de diferentes tribus que por destino de sus progenitores disfrutaban de la existencia en el Oasis, privilegiados principitos del desierto. La posesión más valiosa del pueblo de las arenas. Aquellos demonios de pelo enmarañado le habían dejado atrás hace tiempo, casi a la carrera, y disfrutaban ahora en algarabía lejos de estricta disciplina de su sabio maestro. Risas y juegos que finalizaron abruptamente cuando la agitada respiración del anciano Bedín comenzaba a oírse en el extremo superior del pasadizo excavado.
Niños y niñas, pues a esa edad aún aprendían juntos, formaban un círculo perfecto tomando asiento sobre la tibia superficie de roca negra. Exactamente en el Este dejaron un hueco a su maestro, que los encontró formados y sonrientes al acercarse a su posición habitual. Sentándose pesadamente Ashraf entornaba los ojos, comenzando el cántico tradicional preludio de la lección diaria. Como durante días anteriores versaba sobre historia, pero aquella jornada tenía un matiz festivo. Celebraban un afortunado suceso del pasado y los niños estaban ansiosos por devorar los dulces de hojaldre que humeaban en los hornos.
El anciano abandonó el canto y, tomando una bolsa de guijarros blancos, se dispuso a contar la vieja leyenda mientras dibujaba formas disponiéndolos en el suelo. Su voz era pausada y suave y los niños escuchaban embelesados, bajo el influjo de la sabiduría del maestro más que por la férrea disciplina de la educación Bedín, aún no patente del todo en sus tiernos espíritus.
“Levantad la cabeza a At´ar, que da vida y la quita. Abrid las orejas a Elah la de luz blanca, mostrad respeto ante el caos de Kozah. Escuchad atentos, cachorros de león, hijos de la arena. Pues ésta es vuestra historia y no debéis permitir que sea arrasada por el olvido.”
Los niños escuchaban respetuosos, salvo dos pillos que, sentados frente a Ashraf en el extremo opuesto del círculo, jugaban a pellizcarse por la espalda como pérfidos escorpiones.
“Toda mi vida la he pasado aquí. Mi padre, y el padre de mi padre también vivieron aquí. Os contaré cómo, tres generaciones atrás, la oscuridad se abatió sobre el bastión de los hombres libres. Los cuernos de alarma no sonaron aquel atardecer, pues las sombras los habían silenciado. Sí, jóvenes guerreros, hasta nuestra defensa oculta puede ser burlada, y es una lección que no olvidaremos…
…demonios de la noche se abatieron sobre nuestros antepasados, robándoles la vida y el honor. Asesinados a sangre fría, ocultos por su silencio mortal. Umbra es el nombre maldito que más allá del mundo tienen, el ejército de las sombras, ¡magos! Seres deformados por la magia, pues no es otro el destino de quien maneja las artes de la corrupción. Son hechos como éste los que demuestran lo acertado de las tradiciones de vuestro pueblo, esperanza de los Bedín, los que afianzan su validez. La magia sólo trae destrucción, y debe ser erradicada en cualquiera de sus manifestaciones.”
Un ligero griterío de horror se extiende sobre la joven audiencia ante la simple pronunciación de la palabra “magia”. Incluso Asham y Al´Asr, los más intrépidos alumnos del oasis, detienen su lucha subrepticia y vuelven su atención a las palabras del anciano. Poco a poco el brillo rojizo abandona las paredes de roca, dando paso al gris azulado que precede a la noche. Quizá fuera la bajada de temperatura la que provocara que un escalofrío recorriera el cuerpo de todos los infantes cuando su maestro comenzó a hablar del arte prohibido.
“Difícil de creer resulta que los antiguos dioses abandonaran a sus elegidos. Pero fue así, pues un inadvertido mercader Ruwaldi, su familia se pierda entre las dunas, atrajo la desolación y el deshonor. Cegado sin duda por él, trajo consigo de un imprudente viaje por el Océano de piedra un antiguo medallón. Un artefacto de tiempos pasados cargado de magia mortal. No era, desgraciadamente, una de esas baratijas que vendemos a los comerciantes del orbe. Tan poderosa era que incluso pasó desapercibida a los sabios, ni siquiera las certeras videntes más ancianas acertaron a ver la amenaza que se cernía sobre Elah Zad.
Distintas tribus guardan este sagrado refugio y poseen honor suficiente para mantener aquí delegaciones, pero ni siquiera los mejores entre los Bedín pudieron evitarlo, aprended de la tragedia. Nuestros guerreros saben luchar mirando a la muerte sin miedo, pues la vida nada es sin honor, pero nada pueden hacer contra sombras intangibles. Dice la tradición que una oscuridad antinatural envolvió el palmeral y destellos morados incendiaron las pieles de camello de las tiendas, explosiones rojizas derribaron los hornos y yunques, los tapices de la Estancia del Amanecer fueron rasgados por filos invisibles que herían a nuestros mejores guerreros sin dar oportunidad a respuesta alguna. Sin honor, aprendices, aunque cueste concebir tal horror. La magia es capaz de rebajar a los hombres al nivel de las bestias. Aquel día la desolación cayó sobre vuestro pueblo.”
Haciendo una breve pausa, el veterano orador invocó el favor de At´ar y, extendiendo una mano sobre unas ramas que por allí yacían dispuestas, encendió un fuego en el centro del círculo. La diosa sol no permitiría que sus príncipes cayeran enfermos por la noche del Anaurokh. Y sus madres maldecirían cientos de generaciones de su familia si Ashraf lo consentía. Animados por la aparición de las llamas los ojos de los dos pequeños luchadores brillaron de nuevo, reanudando su mortal duelo con renovadas energías, imaginándose en medio de una infiltración a campamento enemigo. Dejándose llevar, perdieron el disimulo, y el maestro hubo de llamar su atención suavemente mientras, mesando su barba, reanudaba la lección.
“Aquel día cayó el padre del padre de tu padre, Asham, y el campeón de la tribu Ash – Khara luchó con bravura hundiéndose en las arenas el último de los presentes. Con las cimitarras aún empuñadas, tieso como una lanza, sin doblarse nunca ante el imposible enemigo. Concentrado, Asham, concentrado. Todos lucharon con valor, todos con honor, todos cayeron en breves minutos. El silencio se hizo completo y el pueblo de las arenas fue derrotado.”
La tristeza inundó los corazones de los niños mientras comenzaban a echarse las capas por los hombros, abrigándose junto al fuego. Ashraf dejó pasar unos instantes antes de continuar la narración. La noche se cerraba sobre ellos, pronto sería incómodo permanecer allí.
“Sin duda parecía que los dioses nos habían abandonado. Pero el grito de los Bedín clamando ante la injusticia llegó a los cielos, atravesó piedra y arena y finalmente fue escuchado. Pues contra todo pronóstico, algo después de que los chacales huyeran con su maldito botín, dos viajeros de otro mundo fueron enviados por la más alta, que brilla cada mañana.
Dos campeones de At´ar, macho y hembra, personificación de venganza y justicia. La venganza tomaba el nombre de Ael-en-Zhyl, la justicia de cabello cobrizo Ahir-teh-mish. Empuñaban arcos tan largos como un hombre y vestían exóticas vestiduras. Dicen los sabios que aquellos avatares de los dioses eran “elhfocs”, criaturas sacadas de cuentos para soñadores, y puede que lo fueran pues tan extraño fue el acontecimiento que entonces sucedió que nunca antes ojos Bedín contemplaron. Con el inmenso poder de Elah sanaron a los moribundos, y el mismísimo Kozah, reza la tradición, reanimó a los caídos tomando forma de bastón brillante y labrado. El noble pueblo fue restituido en su afrenta y, para evitar que vuestro linaje fuera manchado por la magia oscura, los salvadores se tornaron en vengadores, partiendo hacia destinos desconocidos.”
El brillo de esperanza en los ojos de sus alumnos recompensó al maestro por la costosísima escalada. Aquello lo pagaba todo, se decía mientras intentaba apresurar el relato antes de que el frío empezara a ser peligroso, pues el aguante de los niños Bedín es prodigioso pero no tanto como lo es el de sus mayores.
“Nadie sabe a dónde fueron. Nadie sabe qué hicieron, ni cómo lo lograron. Pero al cabo de una luna regresaron vencedores, portando con ellos el maldito medallón y cientos de vidas de los impuros asaltantes como muescas en sus armas. Y he aquí que los dioses, una vez más, ponían a prueba al pueblo que no falla. Pues a devolvernos el medallón se ofrecieron, en nuestras manos arrojaban tan inmenso y horrible poder. Nuestra infalible tradición se hizo ley, y una vez más la tentación fue rechazada. Rechazado el medallón y su magia, los enviados nos abandonaron de vuelta al confín del mundo, donde habitan con otros seres de leyenda.
Los dioses siempren vigilan, jóvenes bedín, y la magia debe ser erradicada.”
Cerrada la historia y aprendida la lección, los niños fueron liberados de su deber de instrucción. Abandonaron respetuosos la atalaya, dando rienda suelta a su condición infantil bajando al trote el pasadizo escalonado. Ashraf recorría menos fatigosamente el camino hacia el centro del Oasis en ese sentido, sin duda, pero su rostro se contraía en la oscuridad acuciado por oscuros pensamientos.
No era Asham el travieso el único descendiente de los que aquella historia vivieron. La propia madre de Ashraf, muy niña entonces, también fue vuelta a la vida. Poco después de aquello fue cuando aparecieron los sueños, cuando el consejo de ancianos la examinó en profundidad ante el temor de que encarnara a una bruja. Sin embargo no era maldición sino gracia, y pronto pasó a ser una de las videntes del Oasis interpretando signos para el pueblo Bedín, cargo que ahora él mismo ostentaba. Había vivido feliz con su padre, emisario del jeque de su tribu, y todo hubiera sido perfecto de no ser por ese sueño que, mezclado entre sus premoniciones, le atormentaba. Se despertaba sudando, sin recordar nada de él, sólo un nombre en su cabeza resonando como una advertencia. Una y otra vez, repitiéndose cíclicamente hasta el día en que su cuerpo fue lavado por última vez.
Aquel sueño, como el cargo y la habilidad, había sido transmitido a su descendencia. Pero, al contrario que en la mayoría de los casos, no había pasado de madres a hijas, sino a él, el hijo menor de la familia, convirtiéndose así en uno de los pocos e improbables videntes masculinos del desierto.
Abandonando al fin las escaleras, Ashraf arrastraba su viejo cuerpo hacia las hogueras del Oasis. La fiesta ya estaba preparada, exquisitos aromas llenaban la apacible noche. Deseaba más que nunca disfrutar de la cocina de su fiel primera esposa en el regazo de la segunda, más joven y cálida aunque no tan sabia y comprensiva. Deseaba, más que nada, que los dioses le concedieran una noche de tranquilidad.
Ahora, como desde hace tanto tiempo que no podía recordarlo, el sueño le asaltaba cíclicamente, aumentando su frecuencia lenta pero inexorablemente. Tampoco nada de él recordaba, sólo un nombre en la incierta premonición:
Al´Asr.
... continuará.
Al´Asr el Bedín
Elenthyl Quart´Hadast
//Bueno, aqui está el porqué (al menos el capítulo de presentación) de la presencia de un Bedín en la Marca. Me ha costado empezar la historia y aún me estoy documentando, asíque no sé si seré ágil en la escritura. Espero que os guste, al menos.
Un saludo!