Historia de Nadalia Gilthany, la maga avariel
Publicado: Sab May 24, 2008 3:37 pm
HISTORIA DE NADALIA GILTHANY
Saludos
Mi nombre es Nadalia Gilthany, de la antigua casa de Gilthany de los Avariel, hoy día caída en desgracia.
Seguramente no queréis escuchar la historia de mi vida, mis tranquilos 143 años, mi tierna y alada infancia, mi alocada y dulce juventud. No. La verdadera pregunta es:
“¿Qué hace una elfa avariel en La Marca Argéntea?” Cierto es que se me hace extraño que ya no pueda sobrevolar los pináculos de la Gran Plaza de Myrravin, la ciudad aérea situada sobre el monte Sundabar, en Sossal. Añoro los tenderetes de la Plaza, llenos de piedras preciosas de intercambio, a todos los avariel, mis hermanos, sobrevolando los cielos de la ciudad y ocupándose de sus cosas cotidianas, los amplios edificios que son nuestros hogares (o eran para mí), los fuegos sagrados en las multitudinarias fiestas religiosas… Ya no los veré de nuevo. Ésta es mi historia:
Mi padre, Althazar Gilthany, de familia “noble”, era uno de los Nueve Ciudadanos del Concilio Gobernante de la ciudad de Myrravin. Era un avariel firme, de ideas altruistas, con carácter, y siempre seguía el dictado de su corazón. Siempre quiso que yo siguiera sus pasos en la política, pero a mi lo que me atraía era dedicar mi vida a ese fantástico conocimiento que es la magia, a pesar de que la mayoría de las elfas de mi edad soñaban con ser sacerdotisas del culto oficial de Myrravin que es el de Erdrie Fenya. Siempre me solía ir por las tardes a la Cámara de los Ancianos para poder estudiar los pergaminos de la más antigua de las artes de los elfos, el conocimiento arcano.
Mi padre pensaba que debíamos comerciar con otras razas élficas además de los Elfos Plateados, porque eso nos enriquecería en nuestra cultura y saber. Pero el resto del Concilio se negaba en rotundo a esta posibilidad, ya que desde hacía siglos habíamos tenido poco o nada de contacto con otras razas. Yo, por mi cuenta, solía a veces volar bajo cuando pasaba por las tierras de los Elfos Salvajes, cuya cultura me apasionaba. Me gustaba ver sus verdes casitas sobre los árboles. Yo no hablaba nunca de mis excursiones aéreas, pero a mi padre sí se lo conté y entonces me encargó que tomara contacto con los Elfos Salvajes para futuras relaciones culturales y comerciales. Esto lo hizo sin el consentimiento del Concilio, que se negaba a abrir relaciones con el resto de las razas de Faêrum. Yo seguí el consejo de mi padre con alegría, tomé contacto con ellos y a los pocos años gozaba de una incipiente pero inquebrantable amistad con los Elfos Salvajes.
Meses después ocurrió algo horrible, los Elfos Salvajes eran atacados por un grupo numeroso de osgos aliados con grandes trasgos. No tenían una oportunidad, así que el pueblo Salvaje me pidió ayuda. Yo, sin ocultar ya mi relación secreta con ellos ante el Concilio, les pedí ayuda a los Nueve. Ellos montaron en cólera por desobedecer abiertamente sus leyes, y empezaron a pensar en un castigo para mí. Tras pensarlo mucho, decidieron ayudar al Pueblo Salvaje mandando un grupo de guerreros avariel de élite, de los cuáles, solo la mitad llegó con vida de nuevo a su hogar. No sólo yo me sentí absolutamente responsable de sus muertes, sino que además el Concilio me impuso la peor medida punitiva que puede administrarse a un avariel: El Exilio.
Mi padre intercedió por mí, pero su autoridad había quedado en tela de juicio después de todo, y la decisión estaba tomada. Entre lágrimas amargas, las primeras de mi vida, me despedí de un pueblo de Myrravin que me miraba solemne.
Mi primer contacto en mi nueva vida terrenal fue con los Elfos Plateados, los cuales me acogieron como mi propio pueblo, y me abrieron la mente a un mundo nuevo y a nuevos conocimientos mágicos. La magia seguía siendo para mí la única forma que tenía una débil avariel de protegerse. Llegué a acostumbrarme a ellos y a vivir en tierra, aunque siempre mi corazón estaría entre las nubes. Decidí que, si ya no podía estar en mi hogar, entonces no tendría ninguno, y me pasaría el resto de mi vida conociendo el resto de Faêrum y a sus habitantes. Así llegué a La Marca…
Saludos
Mi nombre es Nadalia Gilthany, de la antigua casa de Gilthany de los Avariel, hoy día caída en desgracia.
Seguramente no queréis escuchar la historia de mi vida, mis tranquilos 143 años, mi tierna y alada infancia, mi alocada y dulce juventud. No. La verdadera pregunta es:
“¿Qué hace una elfa avariel en La Marca Argéntea?” Cierto es que se me hace extraño que ya no pueda sobrevolar los pináculos de la Gran Plaza de Myrravin, la ciudad aérea situada sobre el monte Sundabar, en Sossal. Añoro los tenderetes de la Plaza, llenos de piedras preciosas de intercambio, a todos los avariel, mis hermanos, sobrevolando los cielos de la ciudad y ocupándose de sus cosas cotidianas, los amplios edificios que son nuestros hogares (o eran para mí), los fuegos sagrados en las multitudinarias fiestas religiosas… Ya no los veré de nuevo. Ésta es mi historia:
Mi padre, Althazar Gilthany, de familia “noble”, era uno de los Nueve Ciudadanos del Concilio Gobernante de la ciudad de Myrravin. Era un avariel firme, de ideas altruistas, con carácter, y siempre seguía el dictado de su corazón. Siempre quiso que yo siguiera sus pasos en la política, pero a mi lo que me atraía era dedicar mi vida a ese fantástico conocimiento que es la magia, a pesar de que la mayoría de las elfas de mi edad soñaban con ser sacerdotisas del culto oficial de Myrravin que es el de Erdrie Fenya. Siempre me solía ir por las tardes a la Cámara de los Ancianos para poder estudiar los pergaminos de la más antigua de las artes de los elfos, el conocimiento arcano.
Mi padre pensaba que debíamos comerciar con otras razas élficas además de los Elfos Plateados, porque eso nos enriquecería en nuestra cultura y saber. Pero el resto del Concilio se negaba en rotundo a esta posibilidad, ya que desde hacía siglos habíamos tenido poco o nada de contacto con otras razas. Yo, por mi cuenta, solía a veces volar bajo cuando pasaba por las tierras de los Elfos Salvajes, cuya cultura me apasionaba. Me gustaba ver sus verdes casitas sobre los árboles. Yo no hablaba nunca de mis excursiones aéreas, pero a mi padre sí se lo conté y entonces me encargó que tomara contacto con los Elfos Salvajes para futuras relaciones culturales y comerciales. Esto lo hizo sin el consentimiento del Concilio, que se negaba a abrir relaciones con el resto de las razas de Faêrum. Yo seguí el consejo de mi padre con alegría, tomé contacto con ellos y a los pocos años gozaba de una incipiente pero inquebrantable amistad con los Elfos Salvajes.
Meses después ocurrió algo horrible, los Elfos Salvajes eran atacados por un grupo numeroso de osgos aliados con grandes trasgos. No tenían una oportunidad, así que el pueblo Salvaje me pidió ayuda. Yo, sin ocultar ya mi relación secreta con ellos ante el Concilio, les pedí ayuda a los Nueve. Ellos montaron en cólera por desobedecer abiertamente sus leyes, y empezaron a pensar en un castigo para mí. Tras pensarlo mucho, decidieron ayudar al Pueblo Salvaje mandando un grupo de guerreros avariel de élite, de los cuáles, solo la mitad llegó con vida de nuevo a su hogar. No sólo yo me sentí absolutamente responsable de sus muertes, sino que además el Concilio me impuso la peor medida punitiva que puede administrarse a un avariel: El Exilio.
Mi padre intercedió por mí, pero su autoridad había quedado en tela de juicio después de todo, y la decisión estaba tomada. Entre lágrimas amargas, las primeras de mi vida, me despedí de un pueblo de Myrravin que me miraba solemne.
Mi primer contacto en mi nueva vida terrenal fue con los Elfos Plateados, los cuales me acogieron como mi propio pueblo, y me abrieron la mente a un mundo nuevo y a nuevos conocimientos mágicos. La magia seguía siendo para mí la única forma que tenía una débil avariel de protegerse. Llegué a acostumbrarme a ellos y a vivir en tierra, aunque siempre mi corazón estaría entre las nubes. Decidí que, si ya no podía estar en mi hogar, entonces no tendría ninguno, y me pasaría el resto de mi vida conociendo el resto de Faêrum y a sus habitantes. Así llegué a La Marca…