Las raíces del bosque
Publicado: Sab Jun 14, 2008 2:31 am
En el Refugio
Se habían reunido aquellos dos elfos en el cómodo refugio, un verdadero hogar digno de admiración por parte de una mente humana impresionable. Cascadas de pura agua se deslizaban suavemente por las paredes al tiempo surcadas por enredaderas que se extendían gentiles por todas las estancias. La hierba, flores y brotes crecían todos conjuntamente en una extraña armonía. Una sobrenatural paz emanaba el refugio. Pequeños animalillos hacían además su hogar allí, inmaculado sin ningún detrito o resto orgánico. Un altar dedicado a Rílifein Ralathil se alzaba cercano al árbol central de la sala principal, sirviendo a modo de pilar base.
Qué más podríamos decir de semejante lugar? La sensación de pertenencia que emanaba era palpable. Incluso aquellos de espíritu más inquieto se podían consolar en un pensamiento de pertenencia, de hogar alcanzado. Pertenencia. Una palabra que podría sonar contradictoria para el solar sentado frente a la Silvana, sonriente, acariciando su mano con un galante gesto. Sin embargo, aquella reunión distaba de las picarescas batallas de insinuaciones y cortesía citadina. Estaban desnudos en espíritu, escuchándose ambos (o en parte) con una extraña complicidad. Habiéndose reunido para tratar de simples detalles, no tan simples en realidad, las condiciones estaban dispuestas para componer un fresco de lo más romántico en ojos y destreza de un pintor que pudiese atestiguarlo.
Damián Astarte sonreía con una expresión algo más tímida que de costumbre, pero infinitamente más sincera. La primigenia lo observaba con ojos afables a pesar de su pétreo rostro. Formaban un dúo de lo más singular. Ella normalmente tenía los cabellos despeinados y apenas recogidos en caóticas trenzas, aquí y allá, como de un ademán caprichoso de tratase. La sempiterna serenidad que acompañaba su expresión contrataba con su ruda y delgada complexión, de fibrosa y definida musculatura, senos casi inexistentes y estrechas caderas. Despedía un aroma inconfundible a bosque, tan codiciado por los caprichos de los nobles que argumentaban “tener un lazo con sus raíces” mediante el complemento. Él vestía ropas galantes, hechas de seda, como un guante sentadas en su torso adornado por una capa de terciopelo a su espalda. Sonrisa de marfil y brillo de plata en sus esmeraltados ojos. Una mirada que ofrecía consuelo, comprensión.
-No os preocupéis.- dijo sin dejar de sonreír- Hablaré con el Concilio. Descubriremos que causa esa mancha y ayudaremos al bosque. Tenéis mi palabra.
La caricia seguida del pulgar que rozaba la yema de sus dedos la desconcertó. Retraída como era con extraños, se veía bloqueada cuando debía de emprender un extenso reracionamiento social. Cuanto más, pseudoamoroso. Bajó la mirada no por vergüenza, si no timidez. Apartó la mano y la replegó ligeramente hacia su regazo, ocultándola. Él no dejaba de sonreír. Cree en el sueño esmeralda, se repitió de súbito, aquella frase de su maestra. Nuestra senda lo hace difícil de hallar aunque no imposible. Sueña y estarás siempre en compañía.
Estaba ofuscada. Todo aquello surgía a partir de su misma llegada a la Marca Argéntea. Siguiendo su interminable viaje se estableció en el bosque y encontrara aquél santuario abandonado, quizás perteneciente a otro druida. Lo convirtió en su propia arboleda tras el ritual adecuado y pasó sus días siguientes, semanas, meses, a establecer conexión con aquél nuevo pero hermoso bosque. Encontró serios problemas que afectaban directamente a la Armonía. Animales rabiosos que no cesaban de reproducirse. La conexión hacia el Otro Mundo tenue y malograda, como si hubiera sido maltratada. Fue su tarea comenzar a restablecerla por el bien de ambos mundos, físico y espiritual. Recorrió y aprendió los caminos del bosque siguiendo más la memoria que la intuición. Observó a los humanos, elfos y demás razas que se establecían allí…
Y conoció a él. El primero, en principio extraño solar humanizado, una vergüenza a los ojos de los Seldarine y visto en pena por sus congéneres, protegía con celo su propio orgullo ofuscado en la frivolidad del Pueblo Breve. Las primeras palabras que le dirigió a ella, jamás las olvidaría. En un principio lo encontró en una extraña reunión que por aún desconocido motivo ella se presentara: un llamamiento a todo ser que deseara escuchar a la famosa Iruss Oira, caballera de la Legión Argéntea, capitana de la Orden de Caballeros y un sinfín de títulos que probablemente no la ayudarían a saber trepar mejor un árbol.
-El ataque de los dhaerow.- Repetían nerviosos los aventureros parroquianos.-Van a organizar una partida para contraatacarlos.
En aquél encuentro se encontrara con un círculo de lo más variopinto: humanos, elfos, un mediano, entre otros. Algunos sin siquiera, como la druida, con noción de su presencia. Se intercambiaron argumentos y pareceres. Nada demasiado relevante que no fuesen los ataques, contiendas y medidas a tomar, más movidas por la ira y la venganza a su parecer que la divina justicia con la que se imbuía la espada. Aborrecía a sus viles primos y no daría cobijo jamás en su arboleda a ninguno, pero tampoco se decidiera por ello lanzarse directamente a una angosta cueva donde la oscuridad era interminable.
Suicidio.
Aunque se comprobara que no era ése el planteamiento inicial, Damián se revolvía inquieto en su silla, bufando. Terminando por levantarse y despidiéndose con airado gesto.
-Ya he escuchado suficiente. No creo que sea para más este asunto.
Ella lo siguiera de súbito, despertando en su mente aquel grito de la consciencia que la incitaba a abandonar lugares tan fríos y cerrados como aquella prisión de piedra. Caminó rápidamente rumbo hacia la salida, siguiendo el pasillo alfombrado hasta cruzar la puerta de la verja metálica. Saliendo aspiró profundamente el frío aire invernal en sus pulmones, pues caía nevada. Su cuerpo ya se acostumbrara a la caricia heladora del frío. El cronista se subía la capucha mientras rezongaba para sí.
-Estúpidos necios....Qué sabrán ellos del Equilibrio.
Las palabras la atingieron extrañada, pues en un hombre aparentemente tan demente no podría salir un comentario tan lúcido. Enarcó una ceja mientras lo observaba de espaldas.
-Y tú lo sabes? –Pronunció Xanaphia en un perfecto élfico natal, que era obviamente su idioma predilecto.
-El Arpa lo sabe todo. –Se giró hacia ella y sonrió afable de nuevo. – Aunque no es algo que los señores caballeros estén al tanto.
El Arpa. Rebuscó en sus pensamientos tratando de encajar las piezas. Sabia de la existencia de un grupo que se relacionara con su círculo de cuando en cuando, en el Bosque Alto. Pero jamás había conocido alguno. Más adelante, en sus siguientes encuentros, Damián se explicara con una inusitada sinceridad que mostraba su extraña conexión con la druida. Un lazo de confianza a pesar de ser perfectos desconocidos.
-Os ayudaré en lo que haga falta. Confiad en mí.
Ladeó el rostro volviendo a la realidad. Él volviera a coger su mano y la alzó un poco, besándole los nudillos. Sintió un escalofrío y seguidamente, sin pensarlo siquiera, una sonrisa afloró en su rostro. Asintió y con la otra mano le rozó la cara mostrando una delicada caricia pese a sus silvestres manos.
-Lo haré.
Continuará…
Se habían reunido aquellos dos elfos en el cómodo refugio, un verdadero hogar digno de admiración por parte de una mente humana impresionable. Cascadas de pura agua se deslizaban suavemente por las paredes al tiempo surcadas por enredaderas que se extendían gentiles por todas las estancias. La hierba, flores y brotes crecían todos conjuntamente en una extraña armonía. Una sobrenatural paz emanaba el refugio. Pequeños animalillos hacían además su hogar allí, inmaculado sin ningún detrito o resto orgánico. Un altar dedicado a Rílifein Ralathil se alzaba cercano al árbol central de la sala principal, sirviendo a modo de pilar base.
Qué más podríamos decir de semejante lugar? La sensación de pertenencia que emanaba era palpable. Incluso aquellos de espíritu más inquieto se podían consolar en un pensamiento de pertenencia, de hogar alcanzado. Pertenencia. Una palabra que podría sonar contradictoria para el solar sentado frente a la Silvana, sonriente, acariciando su mano con un galante gesto. Sin embargo, aquella reunión distaba de las picarescas batallas de insinuaciones y cortesía citadina. Estaban desnudos en espíritu, escuchándose ambos (o en parte) con una extraña complicidad. Habiéndose reunido para tratar de simples detalles, no tan simples en realidad, las condiciones estaban dispuestas para componer un fresco de lo más romántico en ojos y destreza de un pintor que pudiese atestiguarlo.
Damián Astarte sonreía con una expresión algo más tímida que de costumbre, pero infinitamente más sincera. La primigenia lo observaba con ojos afables a pesar de su pétreo rostro. Formaban un dúo de lo más singular. Ella normalmente tenía los cabellos despeinados y apenas recogidos en caóticas trenzas, aquí y allá, como de un ademán caprichoso de tratase. La sempiterna serenidad que acompañaba su expresión contrataba con su ruda y delgada complexión, de fibrosa y definida musculatura, senos casi inexistentes y estrechas caderas. Despedía un aroma inconfundible a bosque, tan codiciado por los caprichos de los nobles que argumentaban “tener un lazo con sus raíces” mediante el complemento. Él vestía ropas galantes, hechas de seda, como un guante sentadas en su torso adornado por una capa de terciopelo a su espalda. Sonrisa de marfil y brillo de plata en sus esmeraltados ojos. Una mirada que ofrecía consuelo, comprensión.
-No os preocupéis.- dijo sin dejar de sonreír- Hablaré con el Concilio. Descubriremos que causa esa mancha y ayudaremos al bosque. Tenéis mi palabra.
La caricia seguida del pulgar que rozaba la yema de sus dedos la desconcertó. Retraída como era con extraños, se veía bloqueada cuando debía de emprender un extenso reracionamiento social. Cuanto más, pseudoamoroso. Bajó la mirada no por vergüenza, si no timidez. Apartó la mano y la replegó ligeramente hacia su regazo, ocultándola. Él no dejaba de sonreír. Cree en el sueño esmeralda, se repitió de súbito, aquella frase de su maestra. Nuestra senda lo hace difícil de hallar aunque no imposible. Sueña y estarás siempre en compañía.
Estaba ofuscada. Todo aquello surgía a partir de su misma llegada a la Marca Argéntea. Siguiendo su interminable viaje se estableció en el bosque y encontrara aquél santuario abandonado, quizás perteneciente a otro druida. Lo convirtió en su propia arboleda tras el ritual adecuado y pasó sus días siguientes, semanas, meses, a establecer conexión con aquél nuevo pero hermoso bosque. Encontró serios problemas que afectaban directamente a la Armonía. Animales rabiosos que no cesaban de reproducirse. La conexión hacia el Otro Mundo tenue y malograda, como si hubiera sido maltratada. Fue su tarea comenzar a restablecerla por el bien de ambos mundos, físico y espiritual. Recorrió y aprendió los caminos del bosque siguiendo más la memoria que la intuición. Observó a los humanos, elfos y demás razas que se establecían allí…
Y conoció a él. El primero, en principio extraño solar humanizado, una vergüenza a los ojos de los Seldarine y visto en pena por sus congéneres, protegía con celo su propio orgullo ofuscado en la frivolidad del Pueblo Breve. Las primeras palabras que le dirigió a ella, jamás las olvidaría. En un principio lo encontró en una extraña reunión que por aún desconocido motivo ella se presentara: un llamamiento a todo ser que deseara escuchar a la famosa Iruss Oira, caballera de la Legión Argéntea, capitana de la Orden de Caballeros y un sinfín de títulos que probablemente no la ayudarían a saber trepar mejor un árbol.
-El ataque de los dhaerow.- Repetían nerviosos los aventureros parroquianos.-Van a organizar una partida para contraatacarlos.
En aquél encuentro se encontrara con un círculo de lo más variopinto: humanos, elfos, un mediano, entre otros. Algunos sin siquiera, como la druida, con noción de su presencia. Se intercambiaron argumentos y pareceres. Nada demasiado relevante que no fuesen los ataques, contiendas y medidas a tomar, más movidas por la ira y la venganza a su parecer que la divina justicia con la que se imbuía la espada. Aborrecía a sus viles primos y no daría cobijo jamás en su arboleda a ninguno, pero tampoco se decidiera por ello lanzarse directamente a una angosta cueva donde la oscuridad era interminable.
Suicidio.
Aunque se comprobara que no era ése el planteamiento inicial, Damián se revolvía inquieto en su silla, bufando. Terminando por levantarse y despidiéndose con airado gesto.
-Ya he escuchado suficiente. No creo que sea para más este asunto.
Ella lo siguiera de súbito, despertando en su mente aquel grito de la consciencia que la incitaba a abandonar lugares tan fríos y cerrados como aquella prisión de piedra. Caminó rápidamente rumbo hacia la salida, siguiendo el pasillo alfombrado hasta cruzar la puerta de la verja metálica. Saliendo aspiró profundamente el frío aire invernal en sus pulmones, pues caía nevada. Su cuerpo ya se acostumbrara a la caricia heladora del frío. El cronista se subía la capucha mientras rezongaba para sí.
-Estúpidos necios....Qué sabrán ellos del Equilibrio.
Las palabras la atingieron extrañada, pues en un hombre aparentemente tan demente no podría salir un comentario tan lúcido. Enarcó una ceja mientras lo observaba de espaldas.
-Y tú lo sabes? –Pronunció Xanaphia en un perfecto élfico natal, que era obviamente su idioma predilecto.
-El Arpa lo sabe todo. –Se giró hacia ella y sonrió afable de nuevo. – Aunque no es algo que los señores caballeros estén al tanto.
El Arpa. Rebuscó en sus pensamientos tratando de encajar las piezas. Sabia de la existencia de un grupo que se relacionara con su círculo de cuando en cuando, en el Bosque Alto. Pero jamás había conocido alguno. Más adelante, en sus siguientes encuentros, Damián se explicara con una inusitada sinceridad que mostraba su extraña conexión con la druida. Un lazo de confianza a pesar de ser perfectos desconocidos.
-Os ayudaré en lo que haga falta. Confiad en mí.
Ladeó el rostro volviendo a la realidad. Él volviera a coger su mano y la alzó un poco, besándole los nudillos. Sintió un escalofrío y seguidamente, sin pensarlo siquiera, una sonrisa afloró en su rostro. Asintió y con la otra mano le rozó la cara mostrando una delicada caricia pese a sus silvestres manos.
-Lo haré.
Continuará…