Imprevisibilidad musical
Publicado: Lun Jun 16, 2008 2:53 pm
Con o sin ninguna motivación, siendo William su nombre y considerable su patrimonio en la nación, un artista prometedor que apenas llega a la quincena abandona Athkatla por la enorme puerta de la ciudad de la moneda.
El señor Zaleem, respetado hombre de negocios, siempre dijo que en el muchacho no había noción alguna de razón. Incauto, temerario, delirante de poesía y sin visión de futuro. Aunque ciertamente William nunca fue un chico estúpido, tampoco fue (ni será) un hombre razonable.
De la mano de Tymora, siempre sonriente y con tan poco dinero como miedo en los bolsillos, comenzó a andar, viajar y tocar. Los conocimientos adquiridos con profesores privados, gallitos y con malos modales, le sirvieron al fin y al cabo para aprender lo que no es el arte. Para él siempre sirvió la expresión "por mi cara bonita". Las aventuras eran motivo para continuar el viaje, las desventuras motivo para encontrar rutas alternativas a los caminos de almas desesperanzadas.
Cuando necesitaba dinero lo conseguía en tabernas de conciencias poco despiertas, cuando quería hacer volar su arte lo cantaba a los cuatro vientos en las plazas populares, en ocasiones repletas de ricos personajes que, aunque no saben apreciar las buenas canciones, saben aparentar el gusto que no comparten.
El dinero se lo lleva el viento o los ladrones, la fortuna es pasajera e infructuosa en ocasiones y el amor no es eterno en mentes irracionales.
Pero aunque se encuentre en estos fríos lares, de montañas nevadas, mujeres frías y cervezas amargas, la música no dejará de sonar ni en su laúd ni en su garganta pues esta es la historia de William Zaleem, ese caradura que ya habéis visto en la Marca.

El señor Zaleem, respetado hombre de negocios, siempre dijo que en el muchacho no había noción alguna de razón. Incauto, temerario, delirante de poesía y sin visión de futuro. Aunque ciertamente William nunca fue un chico estúpido, tampoco fue (ni será) un hombre razonable.
De la mano de Tymora, siempre sonriente y con tan poco dinero como miedo en los bolsillos, comenzó a andar, viajar y tocar. Los conocimientos adquiridos con profesores privados, gallitos y con malos modales, le sirvieron al fin y al cabo para aprender lo que no es el arte. Para él siempre sirvió la expresión "por mi cara bonita". Las aventuras eran motivo para continuar el viaje, las desventuras motivo para encontrar rutas alternativas a los caminos de almas desesperanzadas.
Cuando necesitaba dinero lo conseguía en tabernas de conciencias poco despiertas, cuando quería hacer volar su arte lo cantaba a los cuatro vientos en las plazas populares, en ocasiones repletas de ricos personajes que, aunque no saben apreciar las buenas canciones, saben aparentar el gusto que no comparten.
El dinero se lo lleva el viento o los ladrones, la fortuna es pasajera e infructuosa en ocasiones y el amor no es eterno en mentes irracionales.
Pero aunque se encuentre en estos fríos lares, de montañas nevadas, mujeres frías y cervezas amargas, la música no dejará de sonar ni en su laúd ni en su garganta pues esta es la historia de William Zaleem, ese caradura que ya habéis visto en la Marca.
