Lealtad de sangre y espada (Blackwood y Zesh'van)

Los trovadores de la región narran la historia de sus héroes. (Historias escritas por los jugadores)

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InaBlackwood
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Lealtad de sangre y espada (Blackwood y Zesh'van)

Mensaje por InaBlackwood »

(historia de Zesh'van Sadel)

Suele decirse, de bocas insensatas, que una vida entera es irrelevante a la conclusión del destino de un mundo. Probablemente este hecho teórico se acentúe en gran medida en La Antípoda Oscura, donde no solo la vida de los esclavos - en cuya espalda recae el peso del levantamiento de toda una podrida sociedad - cae en el olvido de manera fugaz, sino que es habitual también en excepcionales seres de grandes y épicas cualidades, demostrando una vez más aquél viejo dicho que ahora me viene a la cabeza: “Cuando termina la partida, el peón y el rey vuelven a la misma caja”.
Estas bocas insensatas acostumbran a provenir de mentes hastiadas y almas rendidas, criaturas inteligentes cuyas decisiones en la vida no han hecho más que empeorarla, al poner a buen recaudo su pellejo antes que el del prójimo, o al seguir erróneos ideales, los cuales probablemente en alguna ocasión se pusieron a sí mismos en evidencia en el oscuro corazón que los alberga.
Esta es la historia del que quizás fue una excepción a lo mucho que ahora he dicho en tan pocas palabras, mas no un ejemplo a seguir para aquél que busque virtud en el empedrado camino que siempre se extiende ante nosotros en el momento de nuestro nacimiento.

Parte primera: Metáfora divina

Una oscuridad - muy habitual para muchos, aquí donde no sale el sol - se cernía sobre Saloer Sadel, un gladiador de renombre en la vieja Menzoberranzán, mientras corría tan rápido como se lo permitían las piernas en dirección opuesta a la mencionada ciudad con su hijo en los hombros, dormido a causa de un veneno somnífero.

En el pasado su gran espada, demasiado pesada para cualquiera cuya disciplina sea el combate sutil, le otorgó tanta gloria y dinero como pueda desear cualquier varón, e incluso un puesto envidiable en la quinta qu’ellar como maestro de armas. Su fortaleza y su brutal musculatura, tan poco habitual entre drows como su manera de combatir – el phindar streeaka, una disciplina que ni siquiera es considerada como tal entre los sutiles guerreros de la antípoda – atrajo la atención de una fanática sacerdotisa de Lloth, Aesh’van, responsable de la ascensión de Saloer hasta semejante posición. Lo utilizó de todos los modos en que se puede utilizar un miserable varón, – desoyendo los consejos de sus superioras, a las que luego asesinó con ayuda de Saloer - desde herramienta de brutales y sangrientos cometidos hasta la complacencia de sus más oscuros apetitos de la carne, causa del nacimiento de Zesh’van Sadel, único hijo de Saloer Sadel.
De las muchas cosas poco habituales en esta historia se me antoja remarcar el extraño aprecio que Saloer tuvo desde el primer momento hacia su hijo. Todos pensaron, incluida Aesh’van, que el orgulloso guerrero veía su propio reflejo en un bien formado niño varón, con una envidiable fortaleza física ya desde pequeño y una curiosa facilidad para aguantar reprimendas y castigos. Lo cierto es que el maestro de armas – teniendo ya avanzada edad - decidió poner más empeño en el entrenamiento de Zesh’van que en sus propios deberes.

No obstante, y por voluntad de Lloth, Aesh’van tuvo una visión poco concisa en una de sus meditaciones, en la que se veía a si misma partida en dos ante la reina araña. Las palabras de su diosa no eran claras, pero tenían un obvio tono de rabia por algo que se escapaba incluso de sus designios. La visión llegó a su final con la imagen de dos partos simultáneos. El primero era una sutil representación de la concepción de Vhaerun – hijo de Lloth y enemigo de esta -, salido del vientre de la Ultrine con sobrenatural dolor.
El segundo fue el de Aesh’van, en el que el niño no salía del vientre de la madre por el camino habitual, sino abriéndose paso desde el interior con la espada de Saloer, destripándola y partiéndola por la mitad.
No hace falta ser ducho en la cultura de los más poderosos señores de la infraoscuridad, ni siquiera alguien con gran capacidad deductiva, para adivinar el siguiente paso de Aesh’van. Aún en ropas ligeras de descanso –un grave error por su parte - cogió sus armas ceremoniales, y con una mezcla de miedo y fanatismo en el rostro, fue directa a la cama donde reposaba Zesh’van, su hijo de apenas quince años. Utilizando un veneno somnífero, se lo llevó del lecho en dirección a un altar de sacrificios. Dicen que fue la voluntad de Vhaerun la que despertó a Saloer en la habitación de al lado, armándose tan solo con su viejo espadón, tantas veces reforjado, y comenzará la sigilosa persecución de Aesh’van en dirección al altar, donde ahora un crío de muy oscura piel se postraba aún dormido.
Una daga con símbolos de la reina araña se elevaba sobre el cuello de la víctima, acompañada por cánticos de sacrificio salidos de la garganta de su fanática madre: debía matarlo, a cualquier precio. Pero cualquier precio fue su propia vida, cuando la espada de Saloer la partió en dos de un solo tajo. Entre su propia sangre, perdiendo completamente la vida por el vientre – en todos los sentidos – Aesh’van escuchó cada vez más alto las palabras de ira de su diosa a medida que su alma corría a reunirse con ella en un tormento eterno por haber fracasado en semejante cometido.
El niño seguía dormido, junto con el cadáver dividido de la que fue su preciosa y malvada madre. Se puede decir que la reacción de Saloer fue la más insensata desde el punto de vista de un drow; o también que fue el acto valeroso de un padre en defensa de su hijo. De cualquier modo, en una curiosa ironía de la vida, la espada que tan alto le alzó acababa de quitarle todo lo que esta misma le había otorgado, ganándose la maldición de Lloth en una metáfora que haría reír hasta al más inexpresivo de los dioses.
Escapó de Menzoberranzán rápidamente, sin utilizar su espadón y con exiguo equipaje. No jadeó hasta los dos ciclos de carrera continua y aún así, siguió corriendo. De las personas que han sobrevivido a las torturas drow, no hay ninguna que no prefiera morir de agotamiento. Zesh’van se despertó al primer ciclo. No dijo nada, pues aunque tenía completa confianza en su padre, nadie ha dicho jamás que éste no lo tratara con cruel dureza. Saloer se lo contó todo, sin tabúes, durante el camino.

A pesar de que la resistencia de Saloer fuera increíble, jamás vencería a un escuadrón de batidores drow en velocidad, y como obvio resultado, una andanada de virotes pasó relativamente cerca de ellos, en el tercer día de huída desesperada, y sin previo aviso. El camino en el que ambos se encontraban no tenía muy buen aspecto: un corredor con un acantilado de longitud indiscernible a un lado y una pared abrupta al otro, con pequeños salientes y astilladas piedras. Sin apoyar apenas los pies, y a fuerza de pulso, el agotado maestro de armas comenzó a escalar la pared en busca de un camino alternativo. Con todo el equipaje, un espadón de peso y tamaño brutal y una criatura de quince años a la espalda, unos marcados músculos que llegaban al fin de su resistencia denotaban lo que la fuerza de la desesperación puede hacer en un mortal.
El escuadrón se dividió en dos grupos, uno esperaba bajo los dos fugitivos, junto a la pared que acaban de comenzar a escalar, a la espera de que alguna parte del cuerpo de estos se pusiera a tiro. El otro grupo trató de cortarle la retirada en una vía alternativa que se ocultaba sobre la pared que ahora ambos escalaban. Saloer pudo sonreír cuando vio aquella maniobra: ningún batidor se quedó solo. Era obvio que le temían, pero comprendió que debían temer aún más las represalias de la matrona de la quinta casa, al ordenarles que capturaran, a poder ser vivo, al asesino de su hija Aesh’van. Fue una suerte para Zesh’van Sadel que su madre jamás llegara a contarle a la matrona su visión.

Un suspiro de alivio se configuró en los labios de Saloer al llegar a una repisa que parecía un camino, un suspiro que pronto se transformó en una mirada inquieta hacia un sutil ruido de pisadas que pudo escuchar. Se incorporó rápidamente y, agotado, descolgó el espadón de sus hombros. Se desabrochó el fajín donde aguantaba parte del equipaje y una vaina con una espada larga, de pésima manufactura, y se la tendió a Zesh’van, aun siendo un trozo de metal demasiado grande para el crío. Al mirarle sonrió de pronto, y solo una frase salió de sus labios “¿Sabes? Creo que tarde o temprano habría acabado cortándola en dos.” Un virote inclemente se clavó de pronto en su omoplato, prácticamente junto al pulmón, incapacitándole un hombro. Zesh’van miró sorprendido como la coordinación entre drows toma lugar en el combate, al ver como de la pared inmediatamente superior a ellos se descolgaba un elfo oscuro con una daga en cada mano, para saltar sobre el cuello de Saloer, justo en el momento en que se clavaba el virote. Fue una lástima para el batidor que el viejo maestro de armas le hubiera enseñado tanto, porque no llego al suelo al ser literalmente bateado por Saloer en dirección al precipicio, momento en el cual se le clavó un segundo virote, esta vez en el bíceps de su brazo diestro. Saloer gritó a Zesh’van que corriera, que siguiera el camino. Se extrañó, cuando el veneno de uno de los dardos comenzó a hacer efecto, de que ninguno de los batidores persiguiera al crío. Un asustado muchacho, con pocas provisiones y una espada mellada que pesaba más que él mismo, se adentraba en lo más profundo de la antípoda, con miedo a unos perseguidores que no le seguían a él.

La historia oficial en Menzoberranzán, lo que la matrona y sus allegadas supusieron, fue que Saloer asesinó brutalmente a Aesh’van, por alguna razón que quizás solo ellos dos supieran y que el maestro de armas debió llevarse a su único hijo por aquellos rumores que decían que era su mejor discípulo. En otra de las ironías de la vida: se había llevado al chico de la ciudad en la que estaría seguro, al único lugar donde no lo estaría – junto a él - para protegerle, pues ¿Alguien, aparte de su madre, pretendía su sacrificio? La respuesta es no. Aunque, de todos modos, tampoco podía pedírsele a Saloer que supiera eso.

Antes de terminar esta primera parte, debo aclarar el por qué de que las dirigentes de la quinta casa hicieran sus propias deducciones: sencillamente no atraparon a Saloer con vida. Cualquier maestro de armas con dos dedos de frente prepararía su cuerpo contra unos venenos que – tomando en cuenta los preceptos de la sociedad drow - tendría que probar algún día. Eso hizo el bersérker Saloer Sadel, quien menospreciado cientos de veces por el falso rumor de que no tenía inteligencia suficiente para luchar de otro modo, engañó a los batidores que lo llevaban de vuelta, al despertar mucho antes de lo esperado por ellos. Se dice que encontraron a esos muchachos sin un solo corte: asesinados a golpes de piedra o de puño. También se dice que Saloer Sadel se marchó de la antípoda oscura.

De todos modos, pensemos en el muchacho que obligó a Lloth a enviarle un mensaje a una de sus sacerdotisas, mostrándole probablemente algo de lo que la diosa se arrepiente enormemente: su hijo Vhaerun.

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Fuente (Gracias por poner tanta info, me he pasado más rato leyendo que escribiendo xD): http://marcaargentea.net/modules.php?na ... 01&start=0
Última edición por InaBlackwood el Mar Sep 01, 2009 6:02 am, editado 2 veces en total.
lora_mira

Mensaje por lora_mira »

Muy bonito el relato, pero cuidado...La mano de la Ultrine es oscura y alargada...Y a veces...bastante brusca

:P
InaBlackwood
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Mensaje por InaBlackwood »

(Historia de Ijan Blackwood, conocido sencillamente como Blackwood)

Las palabras de los ancianos que pasan por nuestros oídos suelen ser tomadas como ciertas, pero nunca tenidas en cuenta. Los caminos difíciles que tal vez tengamos que tomar no nos angustian cuando la línea temporal que nos separa de ellos es aún larga. Lo cierto es que podemos estar toda una vida preparándonos para un gran golpe, pero este siempre tendrá cientos de matices que nunca podríamos haber imaginado.

Parte Segunda: El anciano y el mestizo

Para Saloer Sadel, estos matices eran los rayos del sol. Claro que había oído hablar de ellos, pero jamás había experimentado esa terrible sensación. El infierno ardía en sus ojos y el fuego brotaba por sus heridas. Para alguien como él, cuya mirada solo se habia posado en las sombras durante toda una vida, esa visión - o esa ceguera - fue recordada como un nacimiento: igual de doloroso, igual de desconcertante, aun sin tener cuenta que también iva cubierto de sangre, salvo que esta vez no era la su madre. La segunda diferencia radica en que su vista no se acostumbró a esa luz hasta pasadas prácticamente cuatro deckhanas, tiempo en el cual trataba de cazar, casi siempre sin éxito, por la noche. Seguro que muchos drows siguen preguntándose aún como el maestro de armas consiguió escapar de ese bien entrenado escuadrón de batidores que lo llevaba de vuelta a Menzoberranzán, y lo cierto es que, aunque en las historias se represente esa escena como una masacre por parte de Saloer, éste jamás pudo volver a caminar con normalidad y su brazo derecho perdió casi toda la movilidad por falta de atención médica.

Cierta noche de incierto día de los muchos que se enumeran en la era de la humanidad, Saloer yacía moribundo junto a un arbol, contemplando como una de las últimas flores de la estación se marchitaba. Es lógico imaginar que era el hambre y las heridas mal curadas las que provocaban en el organismo del guerrero una sensación de funesta desdicha, no obstante, lejos de ser esa la realidad, lo que verdaderamente le carcomía era la soledad. Los primeros en cobrar un tributo de insultos fueron los dioses, en uno de los habituales monólogos que los mortales dirigen al cielo cuando ya no tienen base sobre la que asentarse ni destino en el que soñar, cuando cae la estructura que toda una vida cuesta de levantar: Zesh'van probablemente había muerto, pues el muchacho, aunque hábil, no podría sobrevivir mucho tiempo en la despiadada infraoscuridad. Y él mismo, antigua gloria de su nación, andaba hacia una cercana muerte. Todo su legado se desmoronaba junto a esa flor. Aunque se diga que la esperanza es lo último que se pierde, la verdad es que esta desaparece unas cuantas veces antes de nuestra hora, para desvelar ante nosotros, tiempo después, que las decisiones de un mortal no son trascendentes.

Dormido ya, sobre un manto de la hierba húmeda del norte, un muchacho encapuchado, con una daga en el cinto y unas botas de piel de oso, llegó a hurtadillas, alertado por los improperios que Saloer había arrojado por su garganta hacía ya un buen rato. Es curioso que hubiera pensado que los dioses no habían escuchado sus quejas, puesto que ese muchacho jamás había visto a un drow, y en su inocencia, en vez de rematarlo como cualquier habitante de la superficie sensato hubiera hecho, el chico le curó las heridas y lo tapó con su propia capa. También resulta curioso que al levantarse el anciano drow la mañana siguiente y ver a ese semielfo tan joven adormilado cerca de él, su primer pensamiento no fuera el de asesinar, robar y marcharse. Por crueles que fueran sus métodos y oscuro su corazón, Saloer seguía teniendo el recuerdo de un hijo perdido, cuya imágen más cercana era el muchacho que tenía delante, Ijan Blackwood.

Los bosques de Noyvern fueron testigos de una poco habitual amistad, cuando Ijan tomó por costumbre visitar al drow en su lugar de descanso periódicamente. Ambos aprendieron mucho el uno del otro: historias, idiomas o maneras de sobrevivir y combatir. Saloer entrenó al muchacho, el cual se fortaleció, e Injan le enseñó a cazar con el arco y a moverse con cierta cautela por las tierras salvajes del norte, lo que ayudó al viejo guerrero a recuperar parte de su movilidad, pero lo cierto es que no aprendieron verdad más profunda que la que nunca se transmitió con palabras. No importa el color de tu piel, tu condición social o tu patrimonio, ni siquiera tus sueños; solo tu capacidad para volverte a levantar.
Eenna Blackwood

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InaBlackwood
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Re: Lealtad de sangre y espada

Mensaje por InaBlackwood »

(Historia de Ijan Blackwood, conocido sencillamente como Blackwood)

Solemos tomar decisiones por miedo. Miedo a nuestro pasado, miedo a nuestras elecciones de hoy, miedo a las repercusiones del mañana. Lo utilizamos inconscientemente como factor predominante en nuestro camino, tratando de evitar que la angustia que permanece en la memoria vuelva a resurgir. Dicen que el hombre feliz es el que se despoja de él, tomando decisiones sin preocupación al sufrimiento, sin temor. También dicen que el hombre feliz es un inconsciente, un idiota que no teme porque no ha vivido lo suficiente como para conocer el dolor. Lo cierto es que yo creo que al hombre feliz eso le trae sin cuidado, ya que lejos de lo que otros piensan de él, ha aprendido mejor que nadie el significado del perdón, sobre todo del perdón a uno mismo.

Parte Tercera: En memoria del olvido.

Por aquél entonces, Ijan Blackwood pertenecía a una bien asentada sociedad de los bosques de Noyvern. Un círculo druídico en torno al cual vivían por igual elfos, humanos y mestizos. Las leyendas cuentan que sus hogares no solían estar más de dos deckhanas en el mismo lugar, y que estuvieran donde estuvieran, siempre permanecían ocultos a los ojos de los extraños. Pocas cosas se les pasaban por alto dentro de los límites del bosque, tan solo aquello que sus guardabosques preferían obviar, como por ejemplo la extraña amistad entre el drow y el joven semielfo, algo que la madre de Ijan decidió observar con paciencia durante años, ocultándolo al resto de druidas. Del padre de Ijan poco se sabe, salvo que era un montaraz elfo de dura personalidad que desapareció cuando el pequeño nació. Su madre, en cambio, era una pastora de árboles de rubios cabellos desgreñados y salvajes, y una tenacidad que pocos humanos poseen. Cuidaba de él y le enseñaba a convivir en armonía con los dones de los que Silvanus provee la naturaleza. La llamaban “La Aurora”, en alusión a sus penetrantes ojos y a su optimista carácter. Algunos ancianos del círculo la miraban con recelo, pues lo cierto es que a pesar de su corta vida en comparación de la de los longevos elfos, era más sabia que muchos de ellos. Al principio, observó con desconfianza el adiestramiento que su hijo recibía a manos del anciano maestro de armas de Menzoberranzán, siempre con una flecha atravesada en el arco, dispuesta a ser disparada directa a la cabeza del elfo oscuro. Sin embargo, la sangre humana que corría en sus venas no portaba el odio ancestral, fruto del eterno conflicto entre elfos y drows, por lo que esa flecha jamás fue disparada por sus manos y, deckhana tras deckhana, año tras año, La Aurora comenzó a acostumbrarse a la presencia del intruso de la infraoscuridad. A lo largo de la juventud del chico, el maestro de armas desarrolló ciertas características inusuales en un drow: camadería, honor y en menor grado, humildad. En cierta manera siempre adiestró a sus anteriores aprendices de ese modo, aunque a diferencia de esta vez, les inculcaba sin demasiado entusiasmo los dogmas de la reina araña. Suelo pensar que entre guerreros no hay distinción de cultura, al fin y al cabo todos saben que dependen tanto de su espada como de la de su compañero, y que su sangre se derramará tarde o temprano en honor a oscuro dios o, en el mejor de los casos, de un ideal o divinidad escogida libremente.

Los años transcurrían entre primaveras e inviernos siempre fríos en el norte. El terreno cambiaba con las estaciones de fangoso a nevado, algo que el joven Ijan, ahora un muchacho de fuerte complexión debido al entrenamiento, no tuvo en cuenta cierto día, corriendo entre las ramas y los árboles, dejando más rastros de los habituales. El anciano maestro de armas parecía haber enfermado con ese clima, mucho más frio que el de la antípoda. Yacía estirado boca arriba cubierto por una piel de oso, en una cueva que el muchacho le había buscado para guarecerse, observando con desánimo como las gotas de agua caían desde las estalactitas sobre el suelo húmedo. Sin siquiera intuirlo, el joven montaraz marcaba con sus pies el camino del final de la vida de Saloer Sadel, cuando horas antes, el chico salía de la arboleda a toda prisa con un remedio. Ijan Blackwood nunca fue bueno con las palabras, ni siquiera cuando tuvo que mentir a uno de los ancianos druidas, Ëlanior, cuando este le preguntó “¿A dónde te diriges con el rostro apesadumbrado y ese brebaje de tu madre en las manos?”, a lo que el joven mintió poco hábilmente, diciendo que se lo llevaba a una criatura del bosque enferma. Bajo la atenta mirada del anciano elfo, había un destello de compasión y de incredulidad, algo que le instó a pedir a dos de sus mejores batidores que siguieran con sigilo al joven semielfo.

Cuando Ijan llegó a la cueva, hizo tragar el brebaje al drow casi sin pedir explicaciones. La sabiduría de una poco habladora druida de rubios cabellos corría entre los líquidos del brebaje, reanimando en pocos minutos el cuerpo del elfo oscuro, algo que los batidores, escondidos junto a la entrada de la cueva, observaron con rabia y asombro. Tras sopesar las posibilidades contra la inusual musculatura del anciano drow decidieron disparar desde la cautela de las palabras advirtiendo a los druidas de la arboleda los quehaceres del joven Ijan Blackwood, ahora considerado un traidor por sus complicidades con el enemigo. Mientras Saloer descansaba para recuperar fuerzas y el joven montaraz buscaba una buena pieza de conejo para alimentarlo, los batidores se aproximaban seguidos por unos refuerzos que consistían en Ëlanior y dos habilidosos arqueros más.

Las razones que nos brinda el miedo suelen ser bien simples, esas mismas razones que llevaban ahora a los hijos de la arboleda a asesinar a un muchacho mestizo y a un anciano drow sin siquiera un juicio con defensa de los acusados, las mismas razones por las que La Aurora perseguía a cinco hombres en defensa de su hijo.

Dos pasos fuera de la cueva, un pie tras otro. Dos rayos de sol, uno en cada ojo. Dos sueños, una sonrisa y una pesadilla. La primera vez que Saloer Sadel vio la luz del sol sin dolor fue la última vez. El batidor que disparó nunca supo porqué el maestro de armas sonreía con la flecha atravesándole el torso, tampoco adivinó qué era esa ráfaga de viento cálido que le azotó la cara, cuando un lobo de pelaje gris y ojos inteligentes se abalanzó sobre él. La Aurora había llegado. Ijan tomó el arco sin pensarlo dos veces, Saloer hizo un esfuerzo para utilizar su viejo espadón, mientras dos flechas más lo atravesaban sin piedad. El joven mestizo tuvo suerte de que un objetivo tan grande y peligroso como era el drow estuviera junto a él, pues era lo único a lo que miraban los batidores. Ëlanior en cambio, esquivó uno de los ataques del joven con estoicidad, mientras en silenciosa concentración sugestionaba a dos gruesas raíces bajo los pies de Ijan a que lo inmovilizaran. Comenzó a andar hacia él, con rostro inexpresivo y una espada corta en la mano; el cuello de chico estaba a descubierto y sus extremidades estaban entre gruesas raíces, fuertemente entrelazadas. El lobo aulló de miedo y rabia, un aullido que helaba la sangre. Ëlanior tuvo que girarse con los ojos fuera de sus orbitas, cuando dos fuertes mandíbulas se cerraban en torno a su cuello. Fue lo último que hizo La Aurora, ahora con el lomo y el pecho atravesado por los disparos de los batidores que quedaban en pie. En un escenario de combate grotesco, Ijan observaba como el cuerpo del lobo se transformaba poco a poco en el de su madre, a medida que ella perdía la vida. Mientras tanto, Saloer solo tuvo que hacer dos cosas: avanzar y cercenar. Los últimos batidores sencillamente morían con la expresión de quien no cree lo que ve, en sus ojos se reflejaba un torso erizado por las flechas, y dos brazos atados a una espada demasiado grande para moverse a tal velocidad, la velocidad de la danza de la muerte a la que solo un muchacho mestizo sobrevivió. Algunos dicen que no es extraño que el anciano drow siguiera luchando aún con el corazón atravesado, pues cuentan que Saloer Sadel no tenía corazón. Yo me decanto por creer que su corazón ya no residía en su pecho, sino junto a quien defendía. Antes de exhalar su último suspiro, ya en el suelo, su sonrisa y su mirada estaban enfocadas al cielo, hacia el mismo cielo al que gritaba maldiciendo a los dioses, el día que conoció a aquél por el que dio la vida.

No trato de imaginar el pensamiento de Ijan Blackwood en esos instantes, mientras observaba los inertes cuerpos de su madre y su amigo, rodeados de sangre y muerte. No pretendo saber que tenía en mente cuando enterraba a ambos, ni cuando observaba la espada de Saloer Sadel clavada en el suelo, entre su tumba y la de su madre. Solo sé lo que deseaba; olvidar. Pero el olvido es caprichoso e indomable, podemos tratar de obviar nuestro pasado, pero no podemos olvidar. Ijan Blackwood lo sabía, al igual que sabía que ya no podía regresar a la arboleda. Deseaba que sus lágrimas fueran parte de su memoria, que quedaran perdidas para siempre entre la tierra húmeda que tapaba los restos de su familia. Por ello su nombre está junto al último aullido de su madre, y junto al descomunal espadón de Saloer Sadel. Yace junto a ellos en memoria de lo que no desea recordar, el nombre de Blackwood yace junto a ellos en memoria del olvido.
Eenna Blackwood

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Monja

Re: Lealtad de sangre y espada (Blackwood y Zesh'van)

Mensaje por Monja »

Si ! muy bueno Blacki ! genial historia !
InaBlackwood
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Re: Lealtad de sangre y espada (Blackwood y Zesh'van)

Mensaje por InaBlackwood »

(Historia de Zesh'van Sadel)

Teoría, lecciones, palabras. Todas están muertas ante el silencio de la desdicha. La realidad sólo puede describirse con matices demasiado ténues para la razón de un mortal, y la desgracia utiliza las tonalidades más oscuras de todas: difíciles de observar y entender y, sin embargo, más profundas que los pozos del abismo. Dicen también que en esas profundidades se cimentan las torres más altas de las regiones celestiales, en cuyas puertas esperan incansables aquellos que nos susurraron que nos esperarán siempre. Es, supongo, la parte oculta del espectro que sólo puede apreciarse desde la perspectiva de la esperanza; esa postura que acepta la victoria y la derrota como las dos caras del mismo embuste. Una mentira que creen aquellos que deciden asomarse al abismo con la pretensión de dominarlo, sin saber que la única mirada que puede preservarte del abismo es aquella que se hace de modo inocente: desde los ojos de un niño. Hecho así, el abismo entero tiembla y con éste la eternidad entera.

Parte Final. La última palabra

La percepción del tiempo resulta prácticamente inexistente lejos de cualquier ciudad de la Antípoda Oscura. Entre los ecos sordos de los pasos metálicos en las inmensas paredes de las abruptas cavernas bajo tierra pueden distinguirse con oídos entrenados innumerables siseos, extraños ruidos y amenazantes chasquidos procedentes de indistinguibles fuentes. Ambas, animales o vegetales, al contrario que en la superficie, entrañan el mismo peligro. No son pocos los que sucumben a sus nefastas trampas y tanto cadáveres extranjeros como nativos yacen en los túneles como advertencia de que ni siquiera el conocimiento del terreno es suficiente sin una absoluta y constante atención, además de una indeterminada dosis de buena fortuna, aunque ese hecho pese sobre la soberbia de muchos. Por ello se dice que la mejor herramienta para recorrer la Antípoda es - además de un versátil equipo en buen estado - estar en paz con los dioses.

Uno de los habitantes de esas regiones pone los ojos en blanco tras afilar la mirada hacia un punto luminoso en mitad de una de las bastas regiones cavernosas: Sólo los rivvin son tan obtusos como para encender un fuego ahí... como en casi cualquier lugar de la Infraoscuridad, de hecho. Sólo tiene que esperar a que, con suerte, un grupo de eslizones o micónidos brote de cualquier grieta o charco directos a sus órganos vitales y tendrá un buen surtido de equipo de la exótica superficie si la avaricia de los atacantes no lo reclama todo. De cualquier modo siempre puede terminar con los supervivientes de ambos grupos una vez estén agotados, al fin y al cabo su phindar streeaka está casi tan avanzado como el de su padre, pese a que su cuerpo carece de las mismas dotes. Y aunque el espadón que le regaló el maestro de armas de una de las grandes casas de Bel'aragh por sus servicios como mercenario en la Krione Velve es de excepcional calidad, no rivaliza con la artesanía duérgar mezclada con la poderosa magia imbuída del mandoble de Saloer Sadel. No puede evitar desviar la atención hacia otros tiempos mientras observa la lejana hoguera, planteándose acerca de la suerte de su padre y todo lo que podría haber aprendido de él.

Primero fueron los interminables ciclos en la soledad y oscuridad de la periferia de Menzoberranzán, sólo con el exiguo equipaje proporcionado por su padre durante la huída de la oscura megalópolis. Una espada larga que le sirvió mayormente para abrirse paso por antiguas galerías llenas de telas de araña. Siempre se sintió afortunado de no haber encontrado ninguna de tamaño mayor a un perro en ese lugar. Luego los ocasionales asentamientos svirfneblis, con los que intercambió direcciones, gemas y comida y que constituyeron las últimas etapas antes de llegar a Ched Nassad, donde se entrenaría durante años con la milicia local, siempre bajo el yugo opresivo del clero de Llolth. No fue hasta su mayoría de edad que llegaría a Bel'aragh, donde ingresaría en la cofraría mercenaria local y tendría sus primeras misiones relevantes, una de las cuales constituiría la razón de su segundo y probablemente último exilio. Aunque los años habían suavizado su temperamental carácter y brutales maneras (con el apremiante incentivo de los indiscriminados latigazos de las sacerdotisas), asemejando su porte al de un autómata ejecutor de la muerte, los rencores acumulados durante años estallaron cuando la ambiciosa sacerdotisa que lideraba la expedición - principal y más apta sucesora de la matriarca de la primera que'llar de la ciudad - decidió castigar a uno de sus subordinados dentro de la jerarquía mercenaria por una nimiedad irrelevante, como tan usualmente ocurría entre los puestos de poder de una sociedad tan irracionalmente basada sólo en el temor y la astucia: cuando los miembros de ésta no distinguen aliados de enemigos se puede comparar a una araña que engulle sus propias extremidades. En este caso, sin embargo, y aunque pocas de las extremidades de la sacerdotisa no acabaran separadas a varios metros del resto, los que se dieron un festín fueron las reptadoras y viles criaturas del submundo; Zesh'van Sadel acabó junto con sus allegados con una veintena de drows leales a la primera que'llar de Bel'aragh. Sólo se contaron cuatro supervivientes mercenarios, de entre los cuales había tres duérgar. Tras pactar un reparto equitativo de las pertenencias - los negocios entre espadas de alquiler con armas de tamaño equivalente siempre son fáciles - los tres enanos de las profundidades regresaron al asentamiento duérgar más cercano, puesto que tanto si daban falso testimonio como verdadero, sus destinos ya estarían sellados en el vientre de alguna araña del templo. El miedo al dolor y a la muerte pueden ser superados con el mero instinto de preservación, y dado que el miedo es la única lealtad entre drow, sólo era cuestión de tiempo hasta que alguno especialmente maltratado terminara haciendo algo inesperado. Dicen que este hecho desencadenó un período de inestabilidad en la antigua Bel'aragh, propiciando una de las más cruentas batallas entre casas nobiliarias ansiosas de poder, y una larga época de tranquilidad en los bosques de la Marca Argéntea, en los que hasta hace relativamente pocos años provocó incluso escasez de aventureros. Zesh'van Sadel tomó su parte y se adentró en los túneles en busca de cualquier otro asentamiento en el que establecer un nuevo comienzo, aunque probablemente la soledad en esos parajes abisales es preferible, si se tienen recursos, a la vida en sus sociedades.

Cavilando sobre su pasado, el musculoso drow envuelto en metal apenas prestó atención al comienzo de la masacre en el campamento de rivvin, pocas decenas de metros más abajo: un nutrido grupo de sauriones - maldijo por lo bajo el no haber podido apostar con nadie la identidad de los invasores - emergió de entre los lodos y charcas circundantes a la infame hoguera en mitad de la oscuridad. Mientras el mercenario descendía por un abrupto camino empedrado, podía escuchar la sangrienta refriega compuesta por angustiados gritos y el entrechocar del metal. Para cuando puso el pie en el interior del radio lumínico de la hoguera, sólo había un probablemente joven humano manteniendo con dificultad la distancia entre él y cinco sauriones a golpe de espada y la guardia de su reluciente escudo. En ese preciso momento el veterano mercenario entró como un relámpago en la escena. La misma trayectoria al desenvainar el espadón terminó con dos sauriones y antes de que el último tuviera tiempo a reaccionar su cabeza ya rodaba en dirección al joven humano, cuyo pulso no temblaba pese a que su guardia dejaba demasiado descubierto un flanco inferior. Bravo pero inexperto, reconoció el drow. Dado que eran los dos únicos contendientes, y que los sentidos de un elfo oscuro siempre sobrepasan a los de un humano - especialmente bajo tierra - el tiempo jugaba a favor de Zesh'van: probablemente él sería el primero en percatarse de cualquier eventualidad externa, por lo que la primera fase del duelo consistió en unos pocos largos minutos de tanteo para incrementar la ansiedad del guerrero reluciente. El drow entendió finalmente cuan inferior era su oponente, así que sencillamente bajó el arma descubriendo su defensa a la espera de un precipitado golpe que, en efecto, tuvo lugar algo más tarde de lo que se esperaba. A pesar de que también subestimó su fuerza, fue capaz de desarmarlo de un golpe potente, no sin antes recibir un corte en el antebrazo. La espada salió despedida hacia un precipicio cercano, y la batalla estaba concluída. - "¿A quién sirves?" - Inquirió el drow, empleando el común toscamente y elevando su espada. - "Sune me guía..." - Comenzó el valiente caballero, lanzando el escudo a un lado y sacando el pecho en postura de desafiar a la muerte "...y si me ha llegado la hora de contemplar su hermoso rostro, no rehuiré a mi destino". - El drow lo miró alzando una ceja antes de proceder, sus palabras y actitud definitivamente le habían impresionado.

Se dice que los hijos de una araña no se distinguen del resto de insectos atrapados en su red a menos que sean útiles a su progenitora. Esa fue la relación de Llolth con respecto a su hijo Vheron, de quien dicen los bardos que aconsejó a su madre no tomar las formas de una araña durante su rebelión contra el panteón élfico, ya que aunque ocho piernas puedan tejer las más entramadas argucias, es extremadamente fácil meter la pata. Otras voces dicen que sencillamente a ningún hijo le gusta ver a su madre convertida en un insecto vil y manipulador. De cualquier modo, de entre dioses y mortales, a menudo son los segundos los que resultan utilizar mejor las armas que les brindan los imprevisibles vaivenes del destino. Zesh'van Sadel se planteó su propósito mientras salía de la Infraoscuridad. Pensó en entrar de nuevo en la batalla de conspiraciones e intrigas de Menzoberranzán, Ched Nassad o Bel'aragh, en buscar el declive y el desequilibrio del clero de Lolth en el nombre de Vheron y sumir en la medida de lo posible esa podrida sociedad en el caos. Por un momento ardió en su interior la ira y la amargura, tras años de maltratos, humillaciones y dolores, y la venganza parecía querer envolverle. Algo en el brillo de la salida le hizo percatarse de que ese deseo no procedía de sí mismo: Su dios le reclamaba desde las profundidades y sus cavilaciones parecían no pertenecerle completamente. Al alzar la mirada hacia la salida su mente entró instintivamente en el trance de combate sin entender muy bien por qué; su mente se libro de las nieblas y oscuridades para poder percibir con completa calma la realidad que le rodeaba, alrededor y en sí mismo. Distinguir las razones propias de las exteriores es imprescindible para entender la dirección que uno toma, y aunque algunas historias dicen que sencillamente se hartó de la Antípoda Oscura, la realidad es que ascendió guiado por la curiosidad de conocer a una diosa por la que sus vasallos se sentían honrados de dar su vida. Al fin y al cabo concluyó que ya había cumplido cualquier deber con respecto a Vheron al acabar con la primogénita de la primera que'llar de Bel'aragh. Sin embargo la fuerza con la que la voz le reclamaba creció súbitamente, de la sugerente propuesta a la iracunda exigencia. Tras una larga inspiración por la nariz y una fuerte exhalación el drow desenvainó, y encarándose hacia el oscuro túnel de bajada lanzó con impresionante fuerza su espadón hacia abajo. - "Ahí dejo lo único de mi que te pertenece, con mi herramienta te pago cualquier deuda que tuviera". Muchos coincidirán en que fue un error acordar con el caballero reluciente - cuyo nombre nadie recuerda ya, dado que aunque todos creyeran que estaba muerto, probablemente lo esté ya - su vida a cambio de sus servicios como guía hacia la superficie, puesto que en cuanto Zesh'van le dió la espalda para lanzar su arma hacia las profundidades del túnel, éste aprovecho para atravesarle el corazón con un puñal. Así, con la vida del elfo derramada, Vheron vio su reclamo cumplido con sangre y espada.

Y así termina la historia de un elfo oscuro que procuró cumplir con su palabra, a pesar de vivir rodeado de oscuridad y mentira. Por ese simple medio logró deshacerse del yugo de un dios y alcanzar su libertad. Cuando despertó, y tras percatarse de que había dejado sin dientes a puñetazos a un sunita de dudosa lealtad, se palpó la herida cerrada en la espalda. Su corazón no había dejado de latir: Alguien recibió esa mortal herida antes que él.

//Y con esta creo que no me quedan más historias que contar de los Reinos Olvidados. Espero que haya gustado a cualquiera que la haya leído. Como siempre, las autoridades Argénteas recomiendan no mezclarse en los asuntos de dioses oscuros sin las agallas suficientes y una espada bien larga para respaldarlas, así como recordar que los drows siguen sin ser de fiar a pesar de las historias de los bardos. Al fin y al cabo... ¿Desde cuando son los bardos de fiar?
Eenna Blackwood

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