Lealtad de sangre y espada (Blackwood y Zesh'van)
Publicado: Lun Ago 11, 2008 3:32 am
(historia de Zesh'van Sadel)
Suele decirse, de bocas insensatas, que una vida entera es irrelevante a la conclusión del destino de un mundo. Probablemente este hecho teórico se acentúe en gran medida en La Antípoda Oscura, donde no solo la vida de los esclavos - en cuya espalda recae el peso del levantamiento de toda una podrida sociedad - cae en el olvido de manera fugaz, sino que es habitual también en excepcionales seres de grandes y épicas cualidades, demostrando una vez más aquél viejo dicho que ahora me viene a la cabeza: “Cuando termina la partida, el peón y el rey vuelven a la misma caja”.
Estas bocas insensatas acostumbran a provenir de mentes hastiadas y almas rendidas, criaturas inteligentes cuyas decisiones en la vida no han hecho más que empeorarla, al poner a buen recaudo su pellejo antes que el del prójimo, o al seguir erróneos ideales, los cuales probablemente en alguna ocasión se pusieron a sí mismos en evidencia en el oscuro corazón que los alberga.
Esta es la historia del que quizás fue una excepción a lo mucho que ahora he dicho en tan pocas palabras, mas no un ejemplo a seguir para aquél que busque virtud en el empedrado camino que siempre se extiende ante nosotros en el momento de nuestro nacimiento.
Parte primera: Metáfora divina
Una oscuridad - muy habitual para muchos, aquí donde no sale el sol - se cernía sobre Saloer Sadel, un gladiador de renombre en la vieja Menzoberranzán, mientras corría tan rápido como se lo permitían las piernas en dirección opuesta a la mencionada ciudad con su hijo en los hombros, dormido a causa de un veneno somnífero.
En el pasado su gran espada, demasiado pesada para cualquiera cuya disciplina sea el combate sutil, le otorgó tanta gloria y dinero como pueda desear cualquier varón, e incluso un puesto envidiable en la quinta qu’ellar como maestro de armas. Su fortaleza y su brutal musculatura, tan poco habitual entre drows como su manera de combatir – el phindar streeaka, una disciplina que ni siquiera es considerada como tal entre los sutiles guerreros de la antípoda – atrajo la atención de una fanática sacerdotisa de Lloth, Aesh’van, responsable de la ascensión de Saloer hasta semejante posición. Lo utilizó de todos los modos en que se puede utilizar un miserable varón, – desoyendo los consejos de sus superioras, a las que luego asesinó con ayuda de Saloer - desde herramienta de brutales y sangrientos cometidos hasta la complacencia de sus más oscuros apetitos de la carne, causa del nacimiento de Zesh’van Sadel, único hijo de Saloer Sadel.
De las muchas cosas poco habituales en esta historia se me antoja remarcar el extraño aprecio que Saloer tuvo desde el primer momento hacia su hijo. Todos pensaron, incluida Aesh’van, que el orgulloso guerrero veía su propio reflejo en un bien formado niño varón, con una envidiable fortaleza física ya desde pequeño y una curiosa facilidad para aguantar reprimendas y castigos. Lo cierto es que el maestro de armas – teniendo ya avanzada edad - decidió poner más empeño en el entrenamiento de Zesh’van que en sus propios deberes.
No obstante, y por voluntad de Lloth, Aesh’van tuvo una visión poco concisa en una de sus meditaciones, en la que se veía a si misma partida en dos ante la reina araña. Las palabras de su diosa no eran claras, pero tenían un obvio tono de rabia por algo que se escapaba incluso de sus designios. La visión llegó a su final con la imagen de dos partos simultáneos. El primero era una sutil representación de la concepción de Vhaerun – hijo de Lloth y enemigo de esta -, salido del vientre de la Ultrine con sobrenatural dolor.
El segundo fue el de Aesh’van, en el que el niño no salía del vientre de la madre por el camino habitual, sino abriéndose paso desde el interior con la espada de Saloer, destripándola y partiéndola por la mitad.
No hace falta ser ducho en la cultura de los más poderosos señores de la infraoscuridad, ni siquiera alguien con gran capacidad deductiva, para adivinar el siguiente paso de Aesh’van. Aún en ropas ligeras de descanso –un grave error por su parte - cogió sus armas ceremoniales, y con una mezcla de miedo y fanatismo en el rostro, fue directa a la cama donde reposaba Zesh’van, su hijo de apenas quince años. Utilizando un veneno somnífero, se lo llevó del lecho en dirección a un altar de sacrificios. Dicen que fue la voluntad de Vhaerun la que despertó a Saloer en la habitación de al lado, armándose tan solo con su viejo espadón, tantas veces reforjado, y comenzará la sigilosa persecución de Aesh’van en dirección al altar, donde ahora un crío de muy oscura piel se postraba aún dormido.
Una daga con símbolos de la reina araña se elevaba sobre el cuello de la víctima, acompañada por cánticos de sacrificio salidos de la garganta de su fanática madre: debía matarlo, a cualquier precio. Pero cualquier precio fue su propia vida, cuando la espada de Saloer la partió en dos de un solo tajo. Entre su propia sangre, perdiendo completamente la vida por el vientre – en todos los sentidos – Aesh’van escuchó cada vez más alto las palabras de ira de su diosa a medida que su alma corría a reunirse con ella en un tormento eterno por haber fracasado en semejante cometido.
El niño seguía dormido, junto con el cadáver dividido de la que fue su preciosa y malvada madre. Se puede decir que la reacción de Saloer fue la más insensata desde el punto de vista de un drow; o también que fue el acto valeroso de un padre en defensa de su hijo. De cualquier modo, en una curiosa ironía de la vida, la espada que tan alto le alzó acababa de quitarle todo lo que esta misma le había otorgado, ganándose la maldición de Lloth en una metáfora que haría reír hasta al más inexpresivo de los dioses.
Escapó de Menzoberranzán rápidamente, sin utilizar su espadón y con exiguo equipaje. No jadeó hasta los dos ciclos de carrera continua y aún así, siguió corriendo. De las personas que han sobrevivido a las torturas drow, no hay ninguna que no prefiera morir de agotamiento. Zesh’van se despertó al primer ciclo. No dijo nada, pues aunque tenía completa confianza en su padre, nadie ha dicho jamás que éste no lo tratara con cruel dureza. Saloer se lo contó todo, sin tabúes, durante el camino.
A pesar de que la resistencia de Saloer fuera increíble, jamás vencería a un escuadrón de batidores drow en velocidad, y como obvio resultado, una andanada de virotes pasó relativamente cerca de ellos, en el tercer día de huída desesperada, y sin previo aviso. El camino en el que ambos se encontraban no tenía muy buen aspecto: un corredor con un acantilado de longitud indiscernible a un lado y una pared abrupta al otro, con pequeños salientes y astilladas piedras. Sin apoyar apenas los pies, y a fuerza de pulso, el agotado maestro de armas comenzó a escalar la pared en busca de un camino alternativo. Con todo el equipaje, un espadón de peso y tamaño brutal y una criatura de quince años a la espalda, unos marcados músculos que llegaban al fin de su resistencia denotaban lo que la fuerza de la desesperación puede hacer en un mortal.
El escuadrón se dividió en dos grupos, uno esperaba bajo los dos fugitivos, junto a la pared que acaban de comenzar a escalar, a la espera de que alguna parte del cuerpo de estos se pusiera a tiro. El otro grupo trató de cortarle la retirada en una vía alternativa que se ocultaba sobre la pared que ahora ambos escalaban. Saloer pudo sonreír cuando vio aquella maniobra: ningún batidor se quedó solo. Era obvio que le temían, pero comprendió que debían temer aún más las represalias de la matrona de la quinta casa, al ordenarles que capturaran, a poder ser vivo, al asesino de su hija Aesh’van. Fue una suerte para Zesh’van Sadel que su madre jamás llegara a contarle a la matrona su visión.
Un suspiro de alivio se configuró en los labios de Saloer al llegar a una repisa que parecía un camino, un suspiro que pronto se transformó en una mirada inquieta hacia un sutil ruido de pisadas que pudo escuchar. Se incorporó rápidamente y, agotado, descolgó el espadón de sus hombros. Se desabrochó el fajín donde aguantaba parte del equipaje y una vaina con una espada larga, de pésima manufactura, y se la tendió a Zesh’van, aun siendo un trozo de metal demasiado grande para el crío. Al mirarle sonrió de pronto, y solo una frase salió de sus labios “¿Sabes? Creo que tarde o temprano habría acabado cortándola en dos.” Un virote inclemente se clavó de pronto en su omoplato, prácticamente junto al pulmón, incapacitándole un hombro. Zesh’van miró sorprendido como la coordinación entre drows toma lugar en el combate, al ver como de la pared inmediatamente superior a ellos se descolgaba un elfo oscuro con una daga en cada mano, para saltar sobre el cuello de Saloer, justo en el momento en que se clavaba el virote. Fue una lástima para el batidor que el viejo maestro de armas le hubiera enseñado tanto, porque no llego al suelo al ser literalmente bateado por Saloer en dirección al precipicio, momento en el cual se le clavó un segundo virote, esta vez en el bíceps de su brazo diestro. Saloer gritó a Zesh’van que corriera, que siguiera el camino. Se extrañó, cuando el veneno de uno de los dardos comenzó a hacer efecto, de que ninguno de los batidores persiguiera al crío. Un asustado muchacho, con pocas provisiones y una espada mellada que pesaba más que él mismo, se adentraba en lo más profundo de la antípoda, con miedo a unos perseguidores que no le seguían a él.
La historia oficial en Menzoberranzán, lo que la matrona y sus allegadas supusieron, fue que Saloer asesinó brutalmente a Aesh’van, por alguna razón que quizás solo ellos dos supieran y que el maestro de armas debió llevarse a su único hijo por aquellos rumores que decían que era su mejor discípulo. En otra de las ironías de la vida: se había llevado al chico de la ciudad en la que estaría seguro, al único lugar donde no lo estaría – junto a él - para protegerle, pues ¿Alguien, aparte de su madre, pretendía su sacrificio? La respuesta es no. Aunque, de todos modos, tampoco podía pedírsele a Saloer que supiera eso.
Antes de terminar esta primera parte, debo aclarar el por qué de que las dirigentes de la quinta casa hicieran sus propias deducciones: sencillamente no atraparon a Saloer con vida. Cualquier maestro de armas con dos dedos de frente prepararía su cuerpo contra unos venenos que – tomando en cuenta los preceptos de la sociedad drow - tendría que probar algún día. Eso hizo el bersérker Saloer Sadel, quien menospreciado cientos de veces por el falso rumor de que no tenía inteligencia suficiente para luchar de otro modo, engañó a los batidores que lo llevaban de vuelta, al despertar mucho antes de lo esperado por ellos. Se dice que encontraron a esos muchachos sin un solo corte: asesinados a golpes de piedra o de puño. También se dice que Saloer Sadel se marchó de la antípoda oscura.
De todos modos, pensemos en el muchacho que obligó a Lloth a enviarle un mensaje a una de sus sacerdotisas, mostrándole probablemente algo de lo que la diosa se arrepiente enormemente: su hijo Vhaerun.
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Fuente (Gracias por poner tanta info, me he pasado más rato leyendo que escribiendo xD): http://marcaargentea.net/modules.php?na ... 01&start=0
Suele decirse, de bocas insensatas, que una vida entera es irrelevante a la conclusión del destino de un mundo. Probablemente este hecho teórico se acentúe en gran medida en La Antípoda Oscura, donde no solo la vida de los esclavos - en cuya espalda recae el peso del levantamiento de toda una podrida sociedad - cae en el olvido de manera fugaz, sino que es habitual también en excepcionales seres de grandes y épicas cualidades, demostrando una vez más aquél viejo dicho que ahora me viene a la cabeza: “Cuando termina la partida, el peón y el rey vuelven a la misma caja”.
Estas bocas insensatas acostumbran a provenir de mentes hastiadas y almas rendidas, criaturas inteligentes cuyas decisiones en la vida no han hecho más que empeorarla, al poner a buen recaudo su pellejo antes que el del prójimo, o al seguir erróneos ideales, los cuales probablemente en alguna ocasión se pusieron a sí mismos en evidencia en el oscuro corazón que los alberga.
Esta es la historia del que quizás fue una excepción a lo mucho que ahora he dicho en tan pocas palabras, mas no un ejemplo a seguir para aquél que busque virtud en el empedrado camino que siempre se extiende ante nosotros en el momento de nuestro nacimiento.
Parte primera: Metáfora divina
Una oscuridad - muy habitual para muchos, aquí donde no sale el sol - se cernía sobre Saloer Sadel, un gladiador de renombre en la vieja Menzoberranzán, mientras corría tan rápido como se lo permitían las piernas en dirección opuesta a la mencionada ciudad con su hijo en los hombros, dormido a causa de un veneno somnífero.
En el pasado su gran espada, demasiado pesada para cualquiera cuya disciplina sea el combate sutil, le otorgó tanta gloria y dinero como pueda desear cualquier varón, e incluso un puesto envidiable en la quinta qu’ellar como maestro de armas. Su fortaleza y su brutal musculatura, tan poco habitual entre drows como su manera de combatir – el phindar streeaka, una disciplina que ni siquiera es considerada como tal entre los sutiles guerreros de la antípoda – atrajo la atención de una fanática sacerdotisa de Lloth, Aesh’van, responsable de la ascensión de Saloer hasta semejante posición. Lo utilizó de todos los modos en que se puede utilizar un miserable varón, – desoyendo los consejos de sus superioras, a las que luego asesinó con ayuda de Saloer - desde herramienta de brutales y sangrientos cometidos hasta la complacencia de sus más oscuros apetitos de la carne, causa del nacimiento de Zesh’van Sadel, único hijo de Saloer Sadel.
De las muchas cosas poco habituales en esta historia se me antoja remarcar el extraño aprecio que Saloer tuvo desde el primer momento hacia su hijo. Todos pensaron, incluida Aesh’van, que el orgulloso guerrero veía su propio reflejo en un bien formado niño varón, con una envidiable fortaleza física ya desde pequeño y una curiosa facilidad para aguantar reprimendas y castigos. Lo cierto es que el maestro de armas – teniendo ya avanzada edad - decidió poner más empeño en el entrenamiento de Zesh’van que en sus propios deberes.
No obstante, y por voluntad de Lloth, Aesh’van tuvo una visión poco concisa en una de sus meditaciones, en la que se veía a si misma partida en dos ante la reina araña. Las palabras de su diosa no eran claras, pero tenían un obvio tono de rabia por algo que se escapaba incluso de sus designios. La visión llegó a su final con la imagen de dos partos simultáneos. El primero era una sutil representación de la concepción de Vhaerun – hijo de Lloth y enemigo de esta -, salido del vientre de la Ultrine con sobrenatural dolor.
El segundo fue el de Aesh’van, en el que el niño no salía del vientre de la madre por el camino habitual, sino abriéndose paso desde el interior con la espada de Saloer, destripándola y partiéndola por la mitad.
No hace falta ser ducho en la cultura de los más poderosos señores de la infraoscuridad, ni siquiera alguien con gran capacidad deductiva, para adivinar el siguiente paso de Aesh’van. Aún en ropas ligeras de descanso –un grave error por su parte - cogió sus armas ceremoniales, y con una mezcla de miedo y fanatismo en el rostro, fue directa a la cama donde reposaba Zesh’van, su hijo de apenas quince años. Utilizando un veneno somnífero, se lo llevó del lecho en dirección a un altar de sacrificios. Dicen que fue la voluntad de Vhaerun la que despertó a Saloer en la habitación de al lado, armándose tan solo con su viejo espadón, tantas veces reforjado, y comenzará la sigilosa persecución de Aesh’van en dirección al altar, donde ahora un crío de muy oscura piel se postraba aún dormido.
Una daga con símbolos de la reina araña se elevaba sobre el cuello de la víctima, acompañada por cánticos de sacrificio salidos de la garganta de su fanática madre: debía matarlo, a cualquier precio. Pero cualquier precio fue su propia vida, cuando la espada de Saloer la partió en dos de un solo tajo. Entre su propia sangre, perdiendo completamente la vida por el vientre – en todos los sentidos – Aesh’van escuchó cada vez más alto las palabras de ira de su diosa a medida que su alma corría a reunirse con ella en un tormento eterno por haber fracasado en semejante cometido.
El niño seguía dormido, junto con el cadáver dividido de la que fue su preciosa y malvada madre. Se puede decir que la reacción de Saloer fue la más insensata desde el punto de vista de un drow; o también que fue el acto valeroso de un padre en defensa de su hijo. De cualquier modo, en una curiosa ironía de la vida, la espada que tan alto le alzó acababa de quitarle todo lo que esta misma le había otorgado, ganándose la maldición de Lloth en una metáfora que haría reír hasta al más inexpresivo de los dioses.
Escapó de Menzoberranzán rápidamente, sin utilizar su espadón y con exiguo equipaje. No jadeó hasta los dos ciclos de carrera continua y aún así, siguió corriendo. De las personas que han sobrevivido a las torturas drow, no hay ninguna que no prefiera morir de agotamiento. Zesh’van se despertó al primer ciclo. No dijo nada, pues aunque tenía completa confianza en su padre, nadie ha dicho jamás que éste no lo tratara con cruel dureza. Saloer se lo contó todo, sin tabúes, durante el camino.
A pesar de que la resistencia de Saloer fuera increíble, jamás vencería a un escuadrón de batidores drow en velocidad, y como obvio resultado, una andanada de virotes pasó relativamente cerca de ellos, en el tercer día de huída desesperada, y sin previo aviso. El camino en el que ambos se encontraban no tenía muy buen aspecto: un corredor con un acantilado de longitud indiscernible a un lado y una pared abrupta al otro, con pequeños salientes y astilladas piedras. Sin apoyar apenas los pies, y a fuerza de pulso, el agotado maestro de armas comenzó a escalar la pared en busca de un camino alternativo. Con todo el equipaje, un espadón de peso y tamaño brutal y una criatura de quince años a la espalda, unos marcados músculos que llegaban al fin de su resistencia denotaban lo que la fuerza de la desesperación puede hacer en un mortal.
El escuadrón se dividió en dos grupos, uno esperaba bajo los dos fugitivos, junto a la pared que acaban de comenzar a escalar, a la espera de que alguna parte del cuerpo de estos se pusiera a tiro. El otro grupo trató de cortarle la retirada en una vía alternativa que se ocultaba sobre la pared que ahora ambos escalaban. Saloer pudo sonreír cuando vio aquella maniobra: ningún batidor se quedó solo. Era obvio que le temían, pero comprendió que debían temer aún más las represalias de la matrona de la quinta casa, al ordenarles que capturaran, a poder ser vivo, al asesino de su hija Aesh’van. Fue una suerte para Zesh’van Sadel que su madre jamás llegara a contarle a la matrona su visión.
Un suspiro de alivio se configuró en los labios de Saloer al llegar a una repisa que parecía un camino, un suspiro que pronto se transformó en una mirada inquieta hacia un sutil ruido de pisadas que pudo escuchar. Se incorporó rápidamente y, agotado, descolgó el espadón de sus hombros. Se desabrochó el fajín donde aguantaba parte del equipaje y una vaina con una espada larga, de pésima manufactura, y se la tendió a Zesh’van, aun siendo un trozo de metal demasiado grande para el crío. Al mirarle sonrió de pronto, y solo una frase salió de sus labios “¿Sabes? Creo que tarde o temprano habría acabado cortándola en dos.” Un virote inclemente se clavó de pronto en su omoplato, prácticamente junto al pulmón, incapacitándole un hombro. Zesh’van miró sorprendido como la coordinación entre drows toma lugar en el combate, al ver como de la pared inmediatamente superior a ellos se descolgaba un elfo oscuro con una daga en cada mano, para saltar sobre el cuello de Saloer, justo en el momento en que se clavaba el virote. Fue una lástima para el batidor que el viejo maestro de armas le hubiera enseñado tanto, porque no llego al suelo al ser literalmente bateado por Saloer en dirección al precipicio, momento en el cual se le clavó un segundo virote, esta vez en el bíceps de su brazo diestro. Saloer gritó a Zesh’van que corriera, que siguiera el camino. Se extrañó, cuando el veneno de uno de los dardos comenzó a hacer efecto, de que ninguno de los batidores persiguiera al crío. Un asustado muchacho, con pocas provisiones y una espada mellada que pesaba más que él mismo, se adentraba en lo más profundo de la antípoda, con miedo a unos perseguidores que no le seguían a él.
La historia oficial en Menzoberranzán, lo que la matrona y sus allegadas supusieron, fue que Saloer asesinó brutalmente a Aesh’van, por alguna razón que quizás solo ellos dos supieran y que el maestro de armas debió llevarse a su único hijo por aquellos rumores que decían que era su mejor discípulo. En otra de las ironías de la vida: se había llevado al chico de la ciudad en la que estaría seguro, al único lugar donde no lo estaría – junto a él - para protegerle, pues ¿Alguien, aparte de su madre, pretendía su sacrificio? La respuesta es no. Aunque, de todos modos, tampoco podía pedírsele a Saloer que supiera eso.
Antes de terminar esta primera parte, debo aclarar el por qué de que las dirigentes de la quinta casa hicieran sus propias deducciones: sencillamente no atraparon a Saloer con vida. Cualquier maestro de armas con dos dedos de frente prepararía su cuerpo contra unos venenos que – tomando en cuenta los preceptos de la sociedad drow - tendría que probar algún día. Eso hizo el bersérker Saloer Sadel, quien menospreciado cientos de veces por el falso rumor de que no tenía inteligencia suficiente para luchar de otro modo, engañó a los batidores que lo llevaban de vuelta, al despertar mucho antes de lo esperado por ellos. Se dice que encontraron a esos muchachos sin un solo corte: asesinados a golpes de piedra o de puño. También se dice que Saloer Sadel se marchó de la antípoda oscura.
De todos modos, pensemos en el muchacho que obligó a Lloth a enviarle un mensaje a una de sus sacerdotisas, mostrándole probablemente algo de lo que la diosa se arrepiente enormemente: su hijo Vhaerun.
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Fuente (Gracias por poner tanta info, me he pasado más rato leyendo que escribiendo xD): http://marcaargentea.net/modules.php?na ... 01&start=0