Arlequín (Revisado)
Publicado: Vie Sep 01, 2006 12:09 am
Nombre: Arlequín
Raza: Humano (Amniano)
Nacimiento: 1351 CV
Edad: 21
Género: Varón
Clase Inicial: Bardo
Apariencia: De estatura media para un humano, su cabello es negro como el carbón y sus ojos celestes. Su sonrisa es hermosa y su cuerpo está bien proporcionado y estilizado.
Personalidad: Educado, amable y jovial, pero también simpático, cordial y bromista. Como cualquier bardo, vamos. A veces llega a tener momentos de ironía, pero suelen ser contados.
Motivaciones: Vivir la vida de la mejor forma, enseñar a ver que la música es algo bonito y que hay que proteger a todo el mundo. Evitar que la maldad le arrebate todos aquellos seres queridos que hace en sus viajes.
Odios: El tomate crudo. Todos aquellos que promueven el Mal y la Destrucción.
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Ya caía la noche cuando una tempestad azotaba los fortificados muros de la bilbioteca de Candelero. Las olas chocaban ferozmente contra los acantilados y inútilmente los desgastaban para hacer caer tal bastión de saber. Los relámpagos caían en el mar y en la tierra, pero los habitantes de ese lugar estaban seguros detrás de las protecciones mágicas de la Biblioteca. Muchos creían que era un mal presagio, en estos días de Flamarûl, pues no eran muy frecuentes tormentas veraniegas como estas. Algunos decían que era algo que algún día u otro tenía que ocurrir, pero los menos agudos de mente creían que Talos o Umberli querían un sacrificio para que Candelero siguiera en pie. Nadie caminaba con tan mal tiempo, a excepción de un aventurero, que cubierto por su capa y su capucha, caminaba contra el viento alzando un farol con su mano derecha. Sus vestimentas estaban desgastadas, de color azul y blanco, aunque con tal mal tiempo estaban llenas de lodo y fango. Una mochila colgaba de su espalda, y un brillante amuleto aguantaba fielmente en el cuello de su portador contra las arremetidas del viento.
Tras caminar en tan malas condiciones, el aventurero llegó a las puertas de Candelero, donde dos vigías con armaduras de placas y ballesta en mano le recibieron. Las gotas que caían golpeaban duramente las armaduras de los dos soldados ensordeciéndoles y dificultando la comunicación entre ellos. El aventurero se retiró la capucha antes de hablar y presentarse.
-Mi nombre es Arlan, soy un trovador de Puerta de Baldur, sería de mi agradecer que pudiera hospedarme en vuestra posada ante tan inclemente mal tiempo, ya que no permiten continuar mi viaje con relativa calma. Ya tuve suficientes problemas con los trasgos asaltadores de caminos.
Los vigías asintieron y las puertas fueron abiertas para Arlan, que así se decía llamar. Caminó por el interior del círculo amurallado hasta encontrar la taberna, de la cual provenía el sonido de música y de bastante ajetreo. Parecía que dentro se lo psaban bien, pese que fuera no se estaba tan comodamente. Arlan abrió la puerta poco a poco y multitud de aromas invadieron sus fosas nasales, abriéndole un buen hueco en el estómago. Sabrosa carne asada, con patatas y una buena salsa como condimento. Jarras y jarras de buena cerveza, y un gran movimiento de monedas, ya sea por las consumiciones, o los juegos como los dados o las cartas. En fin, un ambiente muy diferente al que había visto durante las últimas cinco horas de trayecto. Lentamente se retiró la capucha y mostró su rostro. Unos bellos ojos azules acompañados de una sonrisa y de los castaños cabellos que poblaban su melena.
Se sacudió la ropa y se dirigió hacia la barra, esquivando gente y procurando no molestar a nadie, mientras educadamente saludaba a todo aquel que le miraba.
Con relativa dificultad llegó hasta ella, donde esperó unos minutos hasta ser atendido. Una joven moza, de cabellos dorados y sonrisa encantadora. Sus verdes ojos se posaron en Arlan, mientras limpiaba una jarra de madera tachonada. Sus labios se movieron dulcemente y una angelical voz dominaron al trovador.
-¿En que puedo servirle?¿Desea tomar algo, señor, o mejor hospedarse en alguna de nuestras habitaciones? Es probable que alguna tengamos libre.
-Tomaré algo mientras me divierto un poco antes de irme a descansar, así que póngame una cerveza y obsequieme con la llave de alguna de vuestras habitaciones.
A la par de sus palabras, el trovador dejaba un saquito de monedas sobre la barra. Sus miradas, de la joven y del trovador, no se desviaron un solo instante, y en el corazón de la joven Evangeline, que era así como se llamaba, unas chispas crecieron poco a poco.
Arlan se sentó en alguna mesa charlando cordialmente y jugando a los diversos entretenimientos que le ofrecían los asiduos al lugar, mientras escuchaban buena música. Evangeline no quitaba ojo de encima de Arlan, algo le había hechizado de aquel aventurero que ningún otro había conseguido. Servía jarras y más jarras, y siempre buscando a Arlan entre la espesura de la taberna. Él también la miraba, de vez en cuando, y sus miradas se cruzaban, rápidamente desviaban los dos la mirada, disimulando.
Las horas pasaron, y su juego continuó hasta pasada la medianoche, cuando la gente comenzó a retirarse y el ambiente se calmó relativamente. Algunos se marcharon a sus hogares. Otros, en cambio, a sus habitaciones. Solo quedaron algunos que seguían jugando o tenían una interesante charla sobre la venta de hierro de las minas del Nashkel.
Arlan no fue de esos, y ante una última mirada a Evangeline, se retiró a su habitación. La joven, agotada de tanto trabajo, dejó a los pocos clientes en manos del tabernero, y con disimulo se fue por las escaleras de la posada. Al llegar al replano del segundo piso, se quitó los zapatitos y caminó descalza, levantándose su blanca falda, sobre la crujiente madera. Portaba un vestido blanco, precioso, que resaltaba su ya de por si belleza. Hacía que a los hombres se les cayera la baba mostrando un escote digno, y su piel fina y delicada se contemplaba con las mangas recogidas del vestido.
Su respiración era irregular, y sentía un cosquilleo en el ombligo, sabiendo que algo que no debía hacer lo estaba haciendo. Encontró la puerta de la habitación correspondiente a Arlan entornada, sin acabar de cerrar. No pudo evitar sonreir, y lentamente entró en ella, en la más absoluta oscuridad. Posó los zapatitos sobre un mueble antes de que un relámpago iluminara la habitación. La figura estilizada de un hombre yacía tumbada en la cama, cubierto de sábanas.
Cerró la puerta y poco a poco se acercó hasta donde él se encontraba, sentándose en el borde de la cama y atrayendo la atención de él.
-Se que vendrías, tus ojos me han dicho que tú y yo somos más que conocidos, Evangeline. Tus sabrosos labios han conquistado a más de un hombre, pero he sido yo al que Tymora ha sonreido. Quizás, sean designios de Alaundo, pero....
Al aventurero no le dió tiempo a acabar con sus palabras cuando la joven le besó cálidamente en sus labios, haciendo fluir las chispas de su interior, convirtiéndolas en puras llamas de placer. Los dos se desnudaron delicadamente, disfrutando del momento. Besos y caricias, conjuntamente a susurros de seda llenaron el vacío que los dos amantes mantenían en su interior. El amor se propagó rápidamente mientras sus cuerpos se frotaban entre uno y el otro. Gemidos sordos para que nadie les descubriera en su pecado, llegaron al límite de su voluntad para descargar un torrente de placer en sus cuerpos, impregnando en Evangeline la semilla de la creación y haciendo que el puro cuerpo de ella hubiera sentido por primera vez algo que no había probado nunca.
A la mañana siguiente, ya bien entrada, Evangeline se encontró desnuda, solo cubierta por las sábanas y sola. Los gallos cantaban alegremente, y mirando por el ventanal, parecía que nunca hubiera ocurrido es tormenta. Nadie más había en la habitación, solamente ella, pero las pertenencias de Arlan aun seguían aquí. Sus ropas, sus armas, sus instrumentos, y un pequeño librito con el símbolo de Milil en relieve. Aunque lo más destacable de todo fue el amuleto que colgaba del bello cuello de Evangeline, no más que un argénteo amuleto con el símbolo de los Arpistas tallado en él.
Pasaron los días, y las dekhanas, pero nunca más apareció aquel bardo, Arlan, que se dejó su equipamiento junto a su amada. Pero también dejó algo más que todo eso, sino un futuro heredero que pronto crecería y descubriría todo un mundo por conocer.
Raza: Humano (Amniano)
Nacimiento: 1351 CV
Edad: 21
Género: Varón
Clase Inicial: Bardo
Apariencia: De estatura media para un humano, su cabello es negro como el carbón y sus ojos celestes. Su sonrisa es hermosa y su cuerpo está bien proporcionado y estilizado.
Personalidad: Educado, amable y jovial, pero también simpático, cordial y bromista. Como cualquier bardo, vamos. A veces llega a tener momentos de ironía, pero suelen ser contados.
Motivaciones: Vivir la vida de la mejor forma, enseñar a ver que la música es algo bonito y que hay que proteger a todo el mundo. Evitar que la maldad le arrebate todos aquellos seres queridos que hace en sus viajes.
Odios: El tomate crudo. Todos aquellos que promueven el Mal y la Destrucción.
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Ya caía la noche cuando una tempestad azotaba los fortificados muros de la bilbioteca de Candelero. Las olas chocaban ferozmente contra los acantilados y inútilmente los desgastaban para hacer caer tal bastión de saber. Los relámpagos caían en el mar y en la tierra, pero los habitantes de ese lugar estaban seguros detrás de las protecciones mágicas de la Biblioteca. Muchos creían que era un mal presagio, en estos días de Flamarûl, pues no eran muy frecuentes tormentas veraniegas como estas. Algunos decían que era algo que algún día u otro tenía que ocurrir, pero los menos agudos de mente creían que Talos o Umberli querían un sacrificio para que Candelero siguiera en pie. Nadie caminaba con tan mal tiempo, a excepción de un aventurero, que cubierto por su capa y su capucha, caminaba contra el viento alzando un farol con su mano derecha. Sus vestimentas estaban desgastadas, de color azul y blanco, aunque con tal mal tiempo estaban llenas de lodo y fango. Una mochila colgaba de su espalda, y un brillante amuleto aguantaba fielmente en el cuello de su portador contra las arremetidas del viento.
Tras caminar en tan malas condiciones, el aventurero llegó a las puertas de Candelero, donde dos vigías con armaduras de placas y ballesta en mano le recibieron. Las gotas que caían golpeaban duramente las armaduras de los dos soldados ensordeciéndoles y dificultando la comunicación entre ellos. El aventurero se retiró la capucha antes de hablar y presentarse.
-Mi nombre es Arlan, soy un trovador de Puerta de Baldur, sería de mi agradecer que pudiera hospedarme en vuestra posada ante tan inclemente mal tiempo, ya que no permiten continuar mi viaje con relativa calma. Ya tuve suficientes problemas con los trasgos asaltadores de caminos.
Los vigías asintieron y las puertas fueron abiertas para Arlan, que así se decía llamar. Caminó por el interior del círculo amurallado hasta encontrar la taberna, de la cual provenía el sonido de música y de bastante ajetreo. Parecía que dentro se lo psaban bien, pese que fuera no se estaba tan comodamente. Arlan abrió la puerta poco a poco y multitud de aromas invadieron sus fosas nasales, abriéndole un buen hueco en el estómago. Sabrosa carne asada, con patatas y una buena salsa como condimento. Jarras y jarras de buena cerveza, y un gran movimiento de monedas, ya sea por las consumiciones, o los juegos como los dados o las cartas. En fin, un ambiente muy diferente al que había visto durante las últimas cinco horas de trayecto. Lentamente se retiró la capucha y mostró su rostro. Unos bellos ojos azules acompañados de una sonrisa y de los castaños cabellos que poblaban su melena.
Se sacudió la ropa y se dirigió hacia la barra, esquivando gente y procurando no molestar a nadie, mientras educadamente saludaba a todo aquel que le miraba.
Con relativa dificultad llegó hasta ella, donde esperó unos minutos hasta ser atendido. Una joven moza, de cabellos dorados y sonrisa encantadora. Sus verdes ojos se posaron en Arlan, mientras limpiaba una jarra de madera tachonada. Sus labios se movieron dulcemente y una angelical voz dominaron al trovador.
-¿En que puedo servirle?¿Desea tomar algo, señor, o mejor hospedarse en alguna de nuestras habitaciones? Es probable que alguna tengamos libre.
-Tomaré algo mientras me divierto un poco antes de irme a descansar, así que póngame una cerveza y obsequieme con la llave de alguna de vuestras habitaciones.
A la par de sus palabras, el trovador dejaba un saquito de monedas sobre la barra. Sus miradas, de la joven y del trovador, no se desviaron un solo instante, y en el corazón de la joven Evangeline, que era así como se llamaba, unas chispas crecieron poco a poco.
Arlan se sentó en alguna mesa charlando cordialmente y jugando a los diversos entretenimientos que le ofrecían los asiduos al lugar, mientras escuchaban buena música. Evangeline no quitaba ojo de encima de Arlan, algo le había hechizado de aquel aventurero que ningún otro había conseguido. Servía jarras y más jarras, y siempre buscando a Arlan entre la espesura de la taberna. Él también la miraba, de vez en cuando, y sus miradas se cruzaban, rápidamente desviaban los dos la mirada, disimulando.
Las horas pasaron, y su juego continuó hasta pasada la medianoche, cuando la gente comenzó a retirarse y el ambiente se calmó relativamente. Algunos se marcharon a sus hogares. Otros, en cambio, a sus habitaciones. Solo quedaron algunos que seguían jugando o tenían una interesante charla sobre la venta de hierro de las minas del Nashkel.
Arlan no fue de esos, y ante una última mirada a Evangeline, se retiró a su habitación. La joven, agotada de tanto trabajo, dejó a los pocos clientes en manos del tabernero, y con disimulo se fue por las escaleras de la posada. Al llegar al replano del segundo piso, se quitó los zapatitos y caminó descalza, levantándose su blanca falda, sobre la crujiente madera. Portaba un vestido blanco, precioso, que resaltaba su ya de por si belleza. Hacía que a los hombres se les cayera la baba mostrando un escote digno, y su piel fina y delicada se contemplaba con las mangas recogidas del vestido.
Su respiración era irregular, y sentía un cosquilleo en el ombligo, sabiendo que algo que no debía hacer lo estaba haciendo. Encontró la puerta de la habitación correspondiente a Arlan entornada, sin acabar de cerrar. No pudo evitar sonreir, y lentamente entró en ella, en la más absoluta oscuridad. Posó los zapatitos sobre un mueble antes de que un relámpago iluminara la habitación. La figura estilizada de un hombre yacía tumbada en la cama, cubierto de sábanas.
Cerró la puerta y poco a poco se acercó hasta donde él se encontraba, sentándose en el borde de la cama y atrayendo la atención de él.
-Se que vendrías, tus ojos me han dicho que tú y yo somos más que conocidos, Evangeline. Tus sabrosos labios han conquistado a más de un hombre, pero he sido yo al que Tymora ha sonreido. Quizás, sean designios de Alaundo, pero....
Al aventurero no le dió tiempo a acabar con sus palabras cuando la joven le besó cálidamente en sus labios, haciendo fluir las chispas de su interior, convirtiéndolas en puras llamas de placer. Los dos se desnudaron delicadamente, disfrutando del momento. Besos y caricias, conjuntamente a susurros de seda llenaron el vacío que los dos amantes mantenían en su interior. El amor se propagó rápidamente mientras sus cuerpos se frotaban entre uno y el otro. Gemidos sordos para que nadie les descubriera en su pecado, llegaron al límite de su voluntad para descargar un torrente de placer en sus cuerpos, impregnando en Evangeline la semilla de la creación y haciendo que el puro cuerpo de ella hubiera sentido por primera vez algo que no había probado nunca.
A la mañana siguiente, ya bien entrada, Evangeline se encontró desnuda, solo cubierta por las sábanas y sola. Los gallos cantaban alegremente, y mirando por el ventanal, parecía que nunca hubiera ocurrido es tormenta. Nadie más había en la habitación, solamente ella, pero las pertenencias de Arlan aun seguían aquí. Sus ropas, sus armas, sus instrumentos, y un pequeño librito con el símbolo de Milil en relieve. Aunque lo más destacable de todo fue el amuleto que colgaba del bello cuello de Evangeline, no más que un argénteo amuleto con el símbolo de los Arpistas tallado en él.
Pasaron los días, y las dekhanas, pero nunca más apareció aquel bardo, Arlan, que se dejó su equipamiento junto a su amada. Pero también dejó algo más que todo eso, sino un futuro heredero que pronto crecería y descubriría todo un mundo por conocer.