"Cuando cae la lluvia" Por Mia Odalisca
Publicado: Vie Sep 01, 2006 11:15 am
Se podría decir que hace tanto que estoy aquí, que los recuerdos lejanos de antaño en la tierra de Athkatla, regresan a mi como bocanadas de aire seco en un desierto.
Y es que han cambiado tanto las cosas, que aun me siento como si de otra se tratase, como si la que ocupa un lugar en mi cuerpo, manejase mi vida a su antojo.
Ahora miro atrás y mis ojos se marchitan, mis pensamientos divagan, se alejan de esta realidad de la que no me quejo pero carga sobre mi, el mayor de los pesares ante lo que abandoné en su día, cegada por la rabia.
Parece mentira que Julius y yo acabásemos aquí, en una tierra donde por más que me esfuerzo en fundirme en ella, no la siento mía. Supongo que el mayor y más grave problema es que he crecido, y como tal, he cometido errores de los cuales ahora afloran remordimientos. Dejé de ser esa niña asustadiza a la que le temblaban las piernas ante los desconocidos, la inocencia resbaló entre mis manos y la silenciosa y tímida Mia se perdió en el olvido. ¿Y quien soy yo ahora? Y tu, ¿Julius? Acaso, ¿encontraste aquí lo que allí no obtuviste? ¿Ha cambiado algo tu vida? o simplemente, ¿sigues ahogando tu desdicha en las tabernas, bajo esa botella de vino?
¿Por que vinimos?
Donde estarás... donde estarán mis amigos, mis compañeros, aquellos que estuvieron bajo mi tutela en esa preciosa arboleda llamada Los diecisiete Centinelas. Donde estará Nadril, Armitage, Aldebaran, mi adorada Fiwy e incluso el sabio y refunfuñón Skharn. ¿Y Ahhivervid? También desapareció entre las sombras, cuando las casualidades a veces hacen que volvamos a coincidir todos en un mismo lugar.
Y retrocediendo aun más en el tiempo, me doy cuenta que perdí el rumbo y el norte, nunca tuve un destino y ni tan solo lo busqué, sin embargo seguí el camino que me marcaron para huir de mis temores. Y cuando creí estar en el lugar apropiado, abandoné la senda, otra vez... Mi destino parece querer jugar conmigo, pues jamás mis raíces se atarán al suelo, tan solo caminaré por encima de él.
Escucho el tintineo de las gotas de lluvia resbalar por los cristales de la ventana, sujeta a las paredes de esta enorme casa, donde los tablones de la madera crujen haciéndose oír en este silencio, y en soledad. Alan no está.
Ha dejado su copa vacía, y su esencia se esparce por la sala de estar. Su aroma impregna el ambiente, y es precisamente lo que me retiene ante la sola idea de salir por la puerta, echar la llave y no volver nunca más. Desconozco si es consciente del poder que ejerce sobre mi, pero jamás experimenté tal sensación junto a ningún otro. Sus labios adquieren el tono de la fruta más prohibida y más jugosa, su voz firme y pausada reflejo de la seguridad de sí mismo, su cuerpo, el brillo de sus ojos difuminándose entre la noche. Todo él es el mayor de mis pecados, y el sentido y la cordura me abandonan.
No obstante, la soledad perdura más que el deseo, y como títere en el juego del amor me dejo caer cuando quien sostiene mis hilos, desaparece al bajarse el telón. Entonces es cuando...
Cuando miro a través de esta ventana sosteniendo mis manos encima de mi cintura, cada día un poco más ancha y más redonda, escuchando aun el imperceptible sonido de un pequeño y uniformado corazón.
¿Realmente es aquí donde quieres estar, pequeño?
La lluvia parece no tener intención de parar....
Y es que han cambiado tanto las cosas, que aun me siento como si de otra se tratase, como si la que ocupa un lugar en mi cuerpo, manejase mi vida a su antojo.
Ahora miro atrás y mis ojos se marchitan, mis pensamientos divagan, se alejan de esta realidad de la que no me quejo pero carga sobre mi, el mayor de los pesares ante lo que abandoné en su día, cegada por la rabia.
Parece mentira que Julius y yo acabásemos aquí, en una tierra donde por más que me esfuerzo en fundirme en ella, no la siento mía. Supongo que el mayor y más grave problema es que he crecido, y como tal, he cometido errores de los cuales ahora afloran remordimientos. Dejé de ser esa niña asustadiza a la que le temblaban las piernas ante los desconocidos, la inocencia resbaló entre mis manos y la silenciosa y tímida Mia se perdió en el olvido. ¿Y quien soy yo ahora? Y tu, ¿Julius? Acaso, ¿encontraste aquí lo que allí no obtuviste? ¿Ha cambiado algo tu vida? o simplemente, ¿sigues ahogando tu desdicha en las tabernas, bajo esa botella de vino?
¿Por que vinimos?
Donde estarás... donde estarán mis amigos, mis compañeros, aquellos que estuvieron bajo mi tutela en esa preciosa arboleda llamada Los diecisiete Centinelas. Donde estará Nadril, Armitage, Aldebaran, mi adorada Fiwy e incluso el sabio y refunfuñón Skharn. ¿Y Ahhivervid? También desapareció entre las sombras, cuando las casualidades a veces hacen que volvamos a coincidir todos en un mismo lugar.
Y retrocediendo aun más en el tiempo, me doy cuenta que perdí el rumbo y el norte, nunca tuve un destino y ni tan solo lo busqué, sin embargo seguí el camino que me marcaron para huir de mis temores. Y cuando creí estar en el lugar apropiado, abandoné la senda, otra vez... Mi destino parece querer jugar conmigo, pues jamás mis raíces se atarán al suelo, tan solo caminaré por encima de él.
Escucho el tintineo de las gotas de lluvia resbalar por los cristales de la ventana, sujeta a las paredes de esta enorme casa, donde los tablones de la madera crujen haciéndose oír en este silencio, y en soledad. Alan no está.
Ha dejado su copa vacía, y su esencia se esparce por la sala de estar. Su aroma impregna el ambiente, y es precisamente lo que me retiene ante la sola idea de salir por la puerta, echar la llave y no volver nunca más. Desconozco si es consciente del poder que ejerce sobre mi, pero jamás experimenté tal sensación junto a ningún otro. Sus labios adquieren el tono de la fruta más prohibida y más jugosa, su voz firme y pausada reflejo de la seguridad de sí mismo, su cuerpo, el brillo de sus ojos difuminándose entre la noche. Todo él es el mayor de mis pecados, y el sentido y la cordura me abandonan.
No obstante, la soledad perdura más que el deseo, y como títere en el juego del amor me dejo caer cuando quien sostiene mis hilos, desaparece al bajarse el telón. Entonces es cuando...
Cuando miro a través de esta ventana sosteniendo mis manos encima de mi cintura, cada día un poco más ancha y más redonda, escuchando aun el imperceptible sonido de un pequeño y uniformado corazón.
¿Realmente es aquí donde quieres estar, pequeño?
La lluvia parece no tener intención de parar....