Loto Blanco. Un cuento de sol y nieve.
Publicado: Vie Oct 24, 2008 1:55 am
Un cuento de sol y nieve.
“¡Oh gran astro! ¡Qué sería de tu felicidad si no tuvieras a aquellos a quienes iluminas!” –Friedrich Nietzsche, “Así habló Zaratustra”.
Un nuevo día en el Gran Glaciar. El cielo se despereza con el calor del sol a sus pies. Después del cielo el mundo, por último los hombres. La estrella quiere que todo ser vivo le aclame como al astro dador de vida que es y deja que el viento lleve su mensaje: “¡El día empieza, mortales, y sois mortales porque aún estáis vivos! ¡Despertad ahora os digo, despertad; hoy algunos de vosotros me verán por última vez!”
La luz del sol despierta a la pequeña Loto Blanco, pero ella es demasiado joven para oír el mensaje. Siempre se despierta la última porque sus sueños son los que más duran. A veces sueña con dragones, las menos con otros monstruos, las más con príncipes que cabalgan hacia ella y le rescatan de ese infierno blanco que es su hogar. La abuela de Loto Blanco siempre deja ese hueco en la puerta de la choza para que el sol le despierte con una caricia en la cara. La anciana le quiere mucho, más que a nada en el mundo. La pequeña gime en su lecho al sentir el calor en sus mejillas, tiene la piel morena y el pelo tan rubio como el corazón del sol. A Loto Blanco le gusta retozar en la cama hasta que alguien viene a sacarle, así disfruta del sol; podría estar horas y horas en la cama con esos rayos templándole la carne. Sólo tiene nueve años, pero guarda el espíritu de un viejo cuento de hadas.
-¡Loto Blanco, si no te levantas ahora mismo te haré pasto de los lobos!
La voz de su madre es lo menos desagradable que le espera cuando se levanta y traspasa el umbral de la choza. Un viento helado, la nieve interminable y una jornada dura es todo lo que su vida le ofrece cada día; bueno, todo no, porque al salir, su abuela le arropa con cariño y una piel de osezno.
-Abrígate bien, mi hermosa flor de loto, hoy el viento ruge con más fuerza que las bestias.
Loto Blanco adora a su abuela porque es la persona más maravillosa del mundo. La madre de su padre es una mujer sabia y complaciente. Ésta le limpia las legañas y aquella juguetea con los colgantes de su abuela.
-¿Veremos hoy a la Vieja Loba, abuela? ¿Vendrá hoy a vernos?
-Anoche, poco antes de dormir, me dijo que si eres sabia te hará un regalo -contesta la anciana.
-¿De verdad?
-A tu hijo no le gusta que le metas tantas fantasías en la cabeza a la niña –dice la madre de Loto Blanco mientras saca las pieles de la choza-, luego se pasa las noches soñando tonterías.
-Dicen que los sueños de un niño esconden la sabiduría de todos los tiempos -le replica la abuela.
La madre de la niña no quiere seguir discutiendo y se va. Es lo que siempre hace cuando su suegra le contesta. La abuela le guiña un ojo a su nieta y sigue hablándole mientras le ajusta el abrigo.
-Claro que es de verdad, pequeña, ¿alguna vez te he mentido? La Vieja Loba vendrá y te mirará a los ojos, entonces sabrá si has sido sabia y te dará algo. Así me lo dijo ella y así será, te lo prometo, pero ahora debes ayudar a tu madre con la choza para tenerlo todo listo cuando vuelvan tu padre y hermanos.
La pequeña Loto Blanco, impulsada por la ilusión de volver a ver a la Vieja Loba, se dispone a ayudar a su madre con las tareas de la choza. Primero hay que sacudir y ventilar las pieles, sacar la ceniza de la hoguera, arreglar las paredes. La niña lo hace todo con la imagen de la Vieja Loba en la mente.
La Vieja Loba es la mayor de las hembras de la manada de ese territorio. Es un animal hermoso y listo como ninguno; Loto blanco le tiene mucho cariño. Un día la Vieja Loba se acercó tanto a la pequeña que ésta casi podía sentir el calor de su aliento en la cara. La loba le miró a los ojos, pero la niña se asustó y salió corriendo. Ocurrió hace ya algunos años aunque Loto Blanco conserva esa mirada grabada en su espíritu. De repente la voz de su madre le saca de aquellas fantasías.
-Tu padre está enfadado contigo. Anoche te pidió que le engrasaras las botas y no lo has hecho.
-¡Yo quiero ir a cazar con ellos y él no me deja! ¡Que le engrase otra las botas!
-Eres muy pequeña para cazar, Loto Blanco, de sobra lo sabes.
-¡Pero Reno Gris ya iba a cazar cuando tenía mi edad! ¡Yo me acuerdo!
-Tu hermano Reno Gris es un hombre, los hombres cazan, las mujeres preparamos la choza y la comida para cuando ellos regresan; así lo hacían nuestros ancestros y así lo haremos nosotros siempre.
Loto Blanco es la menor de cinco hermanos y la única mujer. Su madre le quiere, pero también le quiere en su sitio: en la choza ayudándole y educándose como futura esposa. Su padre le quiere tanto como a un perro y desde luego mucho menos que a sus hermanos. La pequeña también sabe todo esto, pero no le importa porque tiene a su abuela, a la Vieja Loba y a su amiga Luna de Nieve que llega corriendo y tirando de su trineo. Nació el mismo invierno que Loto Blanco, tiene los cabellos dorados y es algo más grande que ella.
-¡Loto Blanco, Loto Blanco, vamos a jugar a las dunas!
-Mi hija tiene que ayudarme en casa, Luna de Nieve, aún hay mucho que hacer –le frena la madre.
Luna de Nieve tiene dos hermanas mayores que ayudan a su madre en la choza. Siempre tiene más tiempo que Loto Blanco para jugar por las mañanas, pero no le gusta jugar sola. La niña busca una rápida solución a su problema.
-¿Y si ayudo a Loto Blanco y acaba antes? ¿Le dejarás venir conmigo a jugar?
La madre se lo piensa mientras sacude una piel de lobo y mira a las niñas. Loto Blanco no dice palabra: está enfadada con el mundo porque su padre no le deja ir a cazar. Luna de Nieve mira a la madre con sus ojos color de cielo y le hace pucheritos. La madre sonríe y asiente con la cabeza.
-¡Pero tendréis que estar aquí antes de que los hombres vuelvan para ayudarme a cocinar la caza! ¿Entendido?
-¡Bien! –grita la niña levantando ambas manos.
Luna de Nieve deja su trineo y se mete en la choza de un brinco. Al momento, un montón de pieles de animal que casi no cabe por el umbral sale llevado por dos pequeñas botas que se arrastran por la nieve. La niña se tambalea por tanto peso pero consigue llegar al tendedero. Su voz suena apagada desde el interior de las pieles.
-¡Se está calientita aquí dentro!
Loto Blanco y su madre sonríen y comienzan a colgar pieles en la cuerda liberando a Luna de Nieve del lastre.
Aún no es mediodía cuando la mujer y las niñas terminan su trabajo. Luna de Nieve coge a su amiga con una mano y la cuerda del trineo con la otra arrastrándoles por la nieve a toda prisa.
Pronto se alejan del poblado y llegan a las dunas, el sitio de juego preferido de las dos amigas. Allí no corren peligro porque el aire aún huele a humano y las bestias suelen evitar ese olor más que al fuego. Se trata de unos montículos de piedra recubiertos por la nieve que el viento recoge por la noche y deja allí al alba para que las niñas jueguen. Luna de Nieve es más grande y fuerte, así que es ella la que se sentará detrás. Loto Blanco se sienta la primera y mira la bajada con respeto; antes de tragar saliva su amiga ya está empujando con fuerza el trineo hacia el descenso. Las pequeñas disfrutan de las formas que la roca, la nieve y el hielo les ofrecen hasta quedar extenuadas. El sol brilla con fuerza en el cielo y el hielo comienza a derretirse. Loto Blanco y su amiga suben al montículo más alto y empinado ayudándose con las manos. Desde allí pueden ver el poblado a menos de dos kilómetros de distancia. Hacia el otro lado sólo se ve el horizonte y la enorme alfombra blanca que a él conduce. El cielo limpio de nubes es como una semiesfera azul que todo lo envuelve. Loto Blanco se emboba mirando hacia el techo del mundo hasta que su amiga le reclama.
-¿Qué miras, Loto Blanco? ¿Ves algún pájaro?
La pequeña sigue ensimismada unos segundos hasta que responde.
-¿Qué habrá detrás del cielo, Luna de Nieve?
Su amiga levanta la mirada hacia el cielo y se limpia las manos de escarcha en el abrigo.
-¿Detrás del cielo? No sé, pero ¿qué más da?
-Yo quiero saberlo, mi abuela dice que nadie lo sabe. Algunos dicen que los dioses viven allí eternamente viendo a los hombres nacer y morir.
-Pues debe ser eso ¿no crees? Si es lo que la gente dice...
-Pero no entiendo por qué los dioses no viven aquí con nosotros. Aquí están el agua y la caza, ¿qué hay en el cielo que sea mejor que esto?
-No lo sé, Loto Blanco, pero tenemos que irnos. Le prometí a tu madre que llegaríamos antes que tu padre con la caza. ¡Vamos!
Las dos niñas se montan en el trineo y se tiran cuesta abajo. Cuando el descenso acaba continúan corriendo a toda prisa como liebres de las nieves, como si ese fuera el último día que van a tener piernas. La vida en el Muro de Hielo es muy dura, pero la alegría de un niño es una fuerza demasiado poderosa.
Cuando llegan al poblado perciben un gran revuelo. Los bárbaros se amontonan rodeando la choza de la familia de Loto Blanco. En un rincón ven a su madre llorar y a su abuela consolándola. También están su padre y hermanos que deambulan frenéticos, llenos de sangre y profiriendo gritos de rabia entre las gentes. Luna de Nieve va corriendo junto a su madre para preguntarle qué ha pasado. La joven bárbara abraza fuertemente a su hija, mira a Loto Blanco con pena y le habla.
-Loto Blanco, tu hermano Reno Gris ha muerto; Gran Tuerto ha regresado y le ha matado.
Gran Tuerto era un enorme oso polar. Decían que estaba loco pues su agresividad era anormal en su especie, seres de naturaleza tranquila y bonachona. Le llamaban así porque le faltaba el ojo derecho. Se dice que fue un ancestro de la tribu quien le dejó tuerto de un flechazo, también se dice que el cazador lo pagó con su vida. Muchos otros han intentado darle caza, la mayoría convertidos en presa antes de arrepentirse. Hacía mucho que no se sabía de él, Loto Blanco contaba con pocas lunas la última vez que fue visto por esas tierras. Muchos le daban por muerto pero ahora todos tienen claro que ha regresado.
El padre de Loto Blanco y sus cuatro hermanos encontraron sus huellas por la mañana a pocos kilómetros del poblado. Creyendo que se trataba de un simple macho adulto le rastrearon durante horas, pero a media mañana Gran Tuerto les sorprendió. Todo fue muy rápido: las lanzas y las flechas se le quedaban colgando como alfileres. Un solo zarpazo era suficiente para dejar fuera de combate al más fuerte de los hombres. El predador eligió a su presa, el joven Reno Gris, y se deleitó con su carne y su sangre hasta que sólo quedaron los deshechos de su vida esparcidos por la nieve. El padre de Loto Blanco conservó la sensatez suficiente para arrastrar a sus hijos a la huída. Corrieron sin mirar atrás presos del pánico mientras Gran Tuerto disfrutaba de lo que había sido el joven bárbaro.
En el poblado solo reinaban ahora tres sentimientos: la pena, la rabia y el miedo. La pena era para las mujeres, ellas eran las únicas que debían llorar. Los hombres mostraban su rabia con furia; todo el poblado compartía el miedo. Los ancianos se reunirían para meditar sobre lo ocurrido y los más fuertes guerreros afilarían sus lanzas. La madre de Loto Blanco lloraba por un hijo al que ni siquiera podía dar el último adiós. La pequeña se acerca a su madre y a su abuela. La anciana le hace un gesto con la mano invitándole a que se abrace a ellas con fuerza. Las tres mujeres lloran durante horas y nadie se atreve a molestarlas. La madre de Loto Blanco le coge la mano a su hija mientras su abuela le acaricia los cabellos. Así comparten su dolor hasta que cae la noche.
El consejo se reúne después de cenar en la gran tienda del chamán. Allí están todos los hombres del pueblo, jóvenes, adultos y ancianos; ninguna mujer. Ni siquiera las bárbaras más sabias tienen voz ante problemas tan delicados: las mujeres son débiles y sensibles, en los hielos eso supone un defecto y por ello se quedan cada una en su choza mientras los varones toman las decisiones. En la suya están Loto Blanco, su abuela y su madre. No han querido visitas porque quieren que el dolor se quede en esa choza, en la familia, en su sangre. Madre e hija, con la cabeza apoyada en los muslos de la anciana, miran al fuego con los ojos resecos de tanto llorar.
-¿Van a cazar al Gran Tuerto, abuela? –pregunta la pequeña.
-Lo intentarán, pequeña, pero no podrán.
-¿Por qué no podrán, abuela?
La anciana acomoda la cabeza de su hija que se ha quedado dormida. Las tres siguen con las manos cogidas.
-Ese animal está maldito, pequeña flor de Loto. Su carne es carne corrupta, su sangre... no es roja.
Loto Blanco se incorpora interesada. Su pelo, acomodado a su anterior postura, le da un aspecto tan gracioso que su abuela no puede evitar una sonrisa, la primera desde que Reno Gris murió. Comienza a peinar a la niña con la mano.
-¿Cómo sabes eso, abuela?
-La Vieja Loba me lo dijo. Ella conoce bien al Gran Tuerto. Créeme, pequeña, ningún humano puede matarlo y ninguno de nuestros hombres lo hará.
-¿Saben ellos eso? ¿Se lo has dicho?
-No hace falta que se lo diga, no me escucharán. El nuevo chamán es demasiado joven para oír el mensaje de las bestias. Además, esto no es lo que todo el mundo quiere oír.
Loto Blanco siempre creía a pies juntillas lo que su abuela le decía. Sabía que ella nunca mentía y que era muy sabia. Su tribu le respetaba porque era la curandera, pero nadie olvidaba que era mujer.
-¿La Vieja Loba le conoce?
-Así es, pequeña. El Gran Tuerto es casi tan viejo como ella. La Vieja Loba sabe lo suficiente de ese oso como para temerlo más que cualquier hombre. Pero no quieras saber más sobre ello, la noche envejece y necesitas descansar.
La pequeña Loto Blanco se acerca al cuerpo tendido de su madre, apoya la cabecita en sus pechos y cierra los ojos. La hoguera, viva y callada, es lo más parecido al sol que puede ofrecerle la noche. Su calor no es tan limpio ni su luz tan clara, pero es todo lo que necesita para conciliar el sueño en las noches del Muro de Hielo. A los pocos minutos la niña abre los ojos de nuevo.
-Abuela...
-Dime, pequeña –dice la anciana con la mirada perdida en ese sol que es la hoguera.
-¿Dónde está ahora Reno Gris?
La abuela de Loto Blanco medita unos instantes la pregunta y le responde.
-Duérmete, pequeña, duérmete.
La niña obedece sin rechistar acurrucándose más en los pechos de su madre. Al cabo de una hora ya está dormida.
Con la media noche llegan los hombres de la familia a la choza: la reunión ya ha acabado. El primero en pasar es el padre de Loto Blanco, le siguen sus tres hijos. El bárbaro, al ver a su madre aún despierta, le habla.
-Deberías acostarte, madre, ya es tarde.
-¿Qué se ha decidido? –pregunta la anciana sin apartar la vista del fuego.
-Mañana daremos caza a esa bestia. Iremos todos los guerreros de la tribu y yo mismo les lideraré por el derecho a la venganza que se me ha otorgado.
-¿Irán tus hijos contigo? –le pregunta la anciana.
-Por supuesto, a ellos también les corresponde el derecho a dar caza a la bestia que ha matado a su hermano.
La anciana se queda callada mirando al fuego. Los jóvenes bárbaros se acurrucan al otro lado de la choza y el padre, viendo que su esposa duerme con Loto Blanco, busca otro rincón para descansar. Pronto empiezan todos a roncar, pero la abuela sabe que no todos están dormidos: dormir como si nada les afectara es la muestra de hombría que se espera de ellos. La anciana sigue mirando al fuego mientras la noche se agota.
De madrugada algo despierta a Loto Blanco. La luz del sol aún no le acaricia el rostro pero ella abre los ojos. Estaba soñando con la Vieja Loba, soñaba que le llamaba. En la choza todos duermen menos su abuela que continúa en la misma posición. La pequeña vuelve a cerrar los ojos e intenta recibir dormida al alba. De repente oye el mismo sonido que le había despertado, pero esta vez lo reconoce: es el aullido de la Vieja Loba que le llama desde la nieve. Loto Blanco se levanta de un brinco y susurra a su abuela mientras se viste a toda prisa. Está emocionada: al fin la Vieja Loba ha venido a verla.
-¡Abuela! –susurra la niña.
La anciana, sin inmutarse, continúa con la mirada perdida en el fuego. Loto Blanco termina de vestirse, cuelga su pequeña espada del cinto y sale sigilosa hacia el exterior. No es la primera vez que se escapa de la choza mientras todos duermen. A veces le gusta ir a dormir con su amiga Luna de Nieve, sobre todo cuando su padre le ha reñido antes de acostarse. Al salir fuera vuelve a escuchar el aullido, viene del norte, de donde están las dunas. El cielo es como el techo de una cueva llena de luciérnagas, todas las estrellas del firmamento parecen haberle robado a la nieve su luz blanca.
Loto Blanco se desliza por entre las chozas hasta fuera del poblado. Por un momento ha pensado en ir a por su amiga Luna de Nieve, pero un nuevo aullido le incita urgencia; la emoción de ver de nuevo a la Vieja Loba es ahora lo que dirige sus pasos. Toda la gente duerme en sus chozas, no le cuesta mucho esquivar a los que hacen guardia y dejar atrás el poblado. Un nuevo aullido le arrastra corriendo hacia las dunas. Cuando llega allí los aullidos ya se han apagado. La niña explora las elevaciones durante un buen rato sin dar con rastro alguno de la Vieja Loba. Intenta llamarle pero solo el siseo del viento le responde. Por suerte las lunas están en una fase de luz considerable y puede distinguir bien la superficie de la nieve que le rodea. De repente oye un ruido a su espalda, detrás de una elevación. Loto Blanco se gira con una mano en la empuñadura de su pequeña daga.
-¿Vieja Loba? –la voz de la niña suena débil entre el viento- ¿Eres tú?
Cuando comienza a ascender por la nieve vuelve a oír el sonido. Suena como el suspiro de alguna bestia. “Quizá está herida” –piensa Loto Blanco- “Quizá está herida y no puede aullar ni contestarme”. Pero cuando casi conquista la cumbre descubre que no se trataba de un lobo, sino del oso más grande y temible que vería en su vida. El Gran Tuerto le había sorprendido y sus cinco metros de carne y rabia se precipitaban hacia ella con un rugido tan escalofriante que Loto Blanco no puede reaccionar hasta el último momento. Consigue esquivar milagrosamente la primera embestida de la bestia rodando por la nieve como una zorra. Tal era el empuje del animal que la pequeña tiene tiempo de equilibrarse sobre la nieve y desenfundar su espada antes de que éste se dirija de nuevo hacia ella.
Todos y cada uno de los movimientos de ambos son inconscientes: son los del cazador y la presa. No hay tiempo para la reflexión o las artimañas, cada segundo es un momento precioso del que se puede sacar ventaja. El oso es muchas veces más grande que la pequeña bárbara y eso mismo se vuelve contra él. La niña consigue evitar un par de embestidas más. En ningún momento se le ocurre salir corriendo dándole la espalda al Gran Tuerto: sabe que nunca escaparía de él a campo abierto. De repente percibe el reflejo de una luna en el único ojo de la bestia recordándole que está tuerto. Entonces se da cuenta de que esa puede ser su única posibilidad: si consigue herir su único ojo le cegará. Éste comienza su ataque con un nuevo rugido de furia. Loto Blanco clava sus pequeños pies en la nieve y aprieta los dientes como una loba acorralada. Cuando el oso está a pocos metros de ella comienza a correr hacia él esgrimiendo su daga con ambas manos a modo de estaca. Al correr el animal con sus cuatro patas Loto Blanco podrá llegar a la altura de su cabeza con un buen salto. La pequeña fija su mirada en el único ojo de la bestia y comienza a gritar furiosa y a correr cada vez más deprisa. En el último momento Loto Blanco salta hacia el ojo del Gran Tuerto, pero recibe tal zarpazo que es enviada más de diez metros allá. La espada sale volando de sus manos y va a clavarse en la nieve aún más lejos. Cuando la pequeña consigue volver en sí la bestia se acerca con la que seguramente será su última embestida. Loto Blanco tiene muchos huesos rotos y apenas puede incorporarse; se limita a cerrar los ojos y a esperar una muerte rápida. Sus oídos sienten la carrera del Gran Tuerto cada vez más cerca. De repente otro sonido le hace abrir los ojos: el aullido de un lobo, el mismo aullido que le había llevado hasta allí, suena a su espalda y tan cercano que le produce un escalofrío. Los ojos de la pequeña Loto Blanco están empañados de sangre, pero aún así puede ver como decenas de lobos comienzan a pasar a su lado para abalanzarse sobre el oso. Los primeros son rechazados de la misma forma que la niña hace unos momentos, pero poco a poco las heridas comienzan a debilitar al Gran Tuerto.
En menos de un minuto la jauría ha despedazado a la bestia que agoniza en la nieve junto a muchos de los lobos. Los primeros rayos del sol muestran el blanco de la piel del oso, de los lobos y de la nieve pintada de sangre. De entre todo ese blanco consigue distinguir un blanco más brillante y claro: el precioso pelaje de la Vieja Loba con el que tantas veces ha soñado. Entonces el daño de sus huesos rotos comienza a hacerse insoportable; en las costillas, en los brazos, en las piernas, prácticamente en todo el cuerpo. El dolor se hace cada vez más agudo, tanto que las primeras lágrimas asoman por los ojos de la pequeña Loto Blanco. Ella sabe que llorar en los hielos está prohibido: las lágrimas al congelarse hieren los ojos hasta la ceguera, pero el dolor es demasiado profundo y no lo puede evitar. Intenta cerrar los ojos con fuerza para expulsar todo el fluido lacrimal posible pero sólo consigue que los párpados se le peguen. Entonces nota una lengua cálida y húmeda que le limpia los ojos dejando una agradable sensación. Cuando logra abrirlos de nuevo distingue a la Vieja Loba; esta vez está aún más cerca que aquella otra vez. Los ojos de la bestia son de un azul que le recuerda a los de su amiga Luna de Nieve. La loba sigue lamiéndole todo el rostro mientras ella se mantiene inmóvil por el miedo y la alegría. El animal le mira por un momento como si quisiera decirle algo que Loto Blanco no logra comprender. Después se retira y todos los lobos le siguen. La pequeña ve a la manada alejarse hacia el horizonte.
La Vieja Loba se ha asegurado de no dejar sola a la niña: su abuela se aproxima por la nieve. Al llegar abraza a su nieta con cuidado y sin decir nada mientras Loto Blanco, atónita, sigue mirando al horizonte. Por encima del hombro de su abuela la pequeña percibe los primeros rayos del sol sobre la nieve.
-¡Abuela, mira! –dice con voz temblorosa- ¡Está saliendo el sol!
La anciana, sin inmutarse, sonríe y le susurra al oído.
-¿Lo ves, pequeña? Te dije que la Vieja Loba te haría un regalo.
“¡Oh gran astro! ¡Qué sería de tu felicidad si no tuvieras a aquellos a quienes iluminas!” –Friedrich Nietzsche, “Así habló Zaratustra”.
Un nuevo día en el Gran Glaciar. El cielo se despereza con el calor del sol a sus pies. Después del cielo el mundo, por último los hombres. La estrella quiere que todo ser vivo le aclame como al astro dador de vida que es y deja que el viento lleve su mensaje: “¡El día empieza, mortales, y sois mortales porque aún estáis vivos! ¡Despertad ahora os digo, despertad; hoy algunos de vosotros me verán por última vez!”
La luz del sol despierta a la pequeña Loto Blanco, pero ella es demasiado joven para oír el mensaje. Siempre se despierta la última porque sus sueños son los que más duran. A veces sueña con dragones, las menos con otros monstruos, las más con príncipes que cabalgan hacia ella y le rescatan de ese infierno blanco que es su hogar. La abuela de Loto Blanco siempre deja ese hueco en la puerta de la choza para que el sol le despierte con una caricia en la cara. La anciana le quiere mucho, más que a nada en el mundo. La pequeña gime en su lecho al sentir el calor en sus mejillas, tiene la piel morena y el pelo tan rubio como el corazón del sol. A Loto Blanco le gusta retozar en la cama hasta que alguien viene a sacarle, así disfruta del sol; podría estar horas y horas en la cama con esos rayos templándole la carne. Sólo tiene nueve años, pero guarda el espíritu de un viejo cuento de hadas.
-¡Loto Blanco, si no te levantas ahora mismo te haré pasto de los lobos!
La voz de su madre es lo menos desagradable que le espera cuando se levanta y traspasa el umbral de la choza. Un viento helado, la nieve interminable y una jornada dura es todo lo que su vida le ofrece cada día; bueno, todo no, porque al salir, su abuela le arropa con cariño y una piel de osezno.
-Abrígate bien, mi hermosa flor de loto, hoy el viento ruge con más fuerza que las bestias.
Loto Blanco adora a su abuela porque es la persona más maravillosa del mundo. La madre de su padre es una mujer sabia y complaciente. Ésta le limpia las legañas y aquella juguetea con los colgantes de su abuela.
-¿Veremos hoy a la Vieja Loba, abuela? ¿Vendrá hoy a vernos?
-Anoche, poco antes de dormir, me dijo que si eres sabia te hará un regalo -contesta la anciana.
-¿De verdad?
-A tu hijo no le gusta que le metas tantas fantasías en la cabeza a la niña –dice la madre de Loto Blanco mientras saca las pieles de la choza-, luego se pasa las noches soñando tonterías.
-Dicen que los sueños de un niño esconden la sabiduría de todos los tiempos -le replica la abuela.
La madre de la niña no quiere seguir discutiendo y se va. Es lo que siempre hace cuando su suegra le contesta. La abuela le guiña un ojo a su nieta y sigue hablándole mientras le ajusta el abrigo.
-Claro que es de verdad, pequeña, ¿alguna vez te he mentido? La Vieja Loba vendrá y te mirará a los ojos, entonces sabrá si has sido sabia y te dará algo. Así me lo dijo ella y así será, te lo prometo, pero ahora debes ayudar a tu madre con la choza para tenerlo todo listo cuando vuelvan tu padre y hermanos.
La pequeña Loto Blanco, impulsada por la ilusión de volver a ver a la Vieja Loba, se dispone a ayudar a su madre con las tareas de la choza. Primero hay que sacudir y ventilar las pieles, sacar la ceniza de la hoguera, arreglar las paredes. La niña lo hace todo con la imagen de la Vieja Loba en la mente.
La Vieja Loba es la mayor de las hembras de la manada de ese territorio. Es un animal hermoso y listo como ninguno; Loto blanco le tiene mucho cariño. Un día la Vieja Loba se acercó tanto a la pequeña que ésta casi podía sentir el calor de su aliento en la cara. La loba le miró a los ojos, pero la niña se asustó y salió corriendo. Ocurrió hace ya algunos años aunque Loto Blanco conserva esa mirada grabada en su espíritu. De repente la voz de su madre le saca de aquellas fantasías.
-Tu padre está enfadado contigo. Anoche te pidió que le engrasaras las botas y no lo has hecho.
-¡Yo quiero ir a cazar con ellos y él no me deja! ¡Que le engrase otra las botas!
-Eres muy pequeña para cazar, Loto Blanco, de sobra lo sabes.
-¡Pero Reno Gris ya iba a cazar cuando tenía mi edad! ¡Yo me acuerdo!
-Tu hermano Reno Gris es un hombre, los hombres cazan, las mujeres preparamos la choza y la comida para cuando ellos regresan; así lo hacían nuestros ancestros y así lo haremos nosotros siempre.
Loto Blanco es la menor de cinco hermanos y la única mujer. Su madre le quiere, pero también le quiere en su sitio: en la choza ayudándole y educándose como futura esposa. Su padre le quiere tanto como a un perro y desde luego mucho menos que a sus hermanos. La pequeña también sabe todo esto, pero no le importa porque tiene a su abuela, a la Vieja Loba y a su amiga Luna de Nieve que llega corriendo y tirando de su trineo. Nació el mismo invierno que Loto Blanco, tiene los cabellos dorados y es algo más grande que ella.
-¡Loto Blanco, Loto Blanco, vamos a jugar a las dunas!
-Mi hija tiene que ayudarme en casa, Luna de Nieve, aún hay mucho que hacer –le frena la madre.
Luna de Nieve tiene dos hermanas mayores que ayudan a su madre en la choza. Siempre tiene más tiempo que Loto Blanco para jugar por las mañanas, pero no le gusta jugar sola. La niña busca una rápida solución a su problema.
-¿Y si ayudo a Loto Blanco y acaba antes? ¿Le dejarás venir conmigo a jugar?
La madre se lo piensa mientras sacude una piel de lobo y mira a las niñas. Loto Blanco no dice palabra: está enfadada con el mundo porque su padre no le deja ir a cazar. Luna de Nieve mira a la madre con sus ojos color de cielo y le hace pucheritos. La madre sonríe y asiente con la cabeza.
-¡Pero tendréis que estar aquí antes de que los hombres vuelvan para ayudarme a cocinar la caza! ¿Entendido?
-¡Bien! –grita la niña levantando ambas manos.
Luna de Nieve deja su trineo y se mete en la choza de un brinco. Al momento, un montón de pieles de animal que casi no cabe por el umbral sale llevado por dos pequeñas botas que se arrastran por la nieve. La niña se tambalea por tanto peso pero consigue llegar al tendedero. Su voz suena apagada desde el interior de las pieles.
-¡Se está calientita aquí dentro!
Loto Blanco y su madre sonríen y comienzan a colgar pieles en la cuerda liberando a Luna de Nieve del lastre.
Aún no es mediodía cuando la mujer y las niñas terminan su trabajo. Luna de Nieve coge a su amiga con una mano y la cuerda del trineo con la otra arrastrándoles por la nieve a toda prisa.
Pronto se alejan del poblado y llegan a las dunas, el sitio de juego preferido de las dos amigas. Allí no corren peligro porque el aire aún huele a humano y las bestias suelen evitar ese olor más que al fuego. Se trata de unos montículos de piedra recubiertos por la nieve que el viento recoge por la noche y deja allí al alba para que las niñas jueguen. Luna de Nieve es más grande y fuerte, así que es ella la que se sentará detrás. Loto Blanco se sienta la primera y mira la bajada con respeto; antes de tragar saliva su amiga ya está empujando con fuerza el trineo hacia el descenso. Las pequeñas disfrutan de las formas que la roca, la nieve y el hielo les ofrecen hasta quedar extenuadas. El sol brilla con fuerza en el cielo y el hielo comienza a derretirse. Loto Blanco y su amiga suben al montículo más alto y empinado ayudándose con las manos. Desde allí pueden ver el poblado a menos de dos kilómetros de distancia. Hacia el otro lado sólo se ve el horizonte y la enorme alfombra blanca que a él conduce. El cielo limpio de nubes es como una semiesfera azul que todo lo envuelve. Loto Blanco se emboba mirando hacia el techo del mundo hasta que su amiga le reclama.
-¿Qué miras, Loto Blanco? ¿Ves algún pájaro?
La pequeña sigue ensimismada unos segundos hasta que responde.
-¿Qué habrá detrás del cielo, Luna de Nieve?
Su amiga levanta la mirada hacia el cielo y se limpia las manos de escarcha en el abrigo.
-¿Detrás del cielo? No sé, pero ¿qué más da?
-Yo quiero saberlo, mi abuela dice que nadie lo sabe. Algunos dicen que los dioses viven allí eternamente viendo a los hombres nacer y morir.
-Pues debe ser eso ¿no crees? Si es lo que la gente dice...
-Pero no entiendo por qué los dioses no viven aquí con nosotros. Aquí están el agua y la caza, ¿qué hay en el cielo que sea mejor que esto?
-No lo sé, Loto Blanco, pero tenemos que irnos. Le prometí a tu madre que llegaríamos antes que tu padre con la caza. ¡Vamos!
Las dos niñas se montan en el trineo y se tiran cuesta abajo. Cuando el descenso acaba continúan corriendo a toda prisa como liebres de las nieves, como si ese fuera el último día que van a tener piernas. La vida en el Muro de Hielo es muy dura, pero la alegría de un niño es una fuerza demasiado poderosa.
Cuando llegan al poblado perciben un gran revuelo. Los bárbaros se amontonan rodeando la choza de la familia de Loto Blanco. En un rincón ven a su madre llorar y a su abuela consolándola. También están su padre y hermanos que deambulan frenéticos, llenos de sangre y profiriendo gritos de rabia entre las gentes. Luna de Nieve va corriendo junto a su madre para preguntarle qué ha pasado. La joven bárbara abraza fuertemente a su hija, mira a Loto Blanco con pena y le habla.
-Loto Blanco, tu hermano Reno Gris ha muerto; Gran Tuerto ha regresado y le ha matado.
Gran Tuerto era un enorme oso polar. Decían que estaba loco pues su agresividad era anormal en su especie, seres de naturaleza tranquila y bonachona. Le llamaban así porque le faltaba el ojo derecho. Se dice que fue un ancestro de la tribu quien le dejó tuerto de un flechazo, también se dice que el cazador lo pagó con su vida. Muchos otros han intentado darle caza, la mayoría convertidos en presa antes de arrepentirse. Hacía mucho que no se sabía de él, Loto Blanco contaba con pocas lunas la última vez que fue visto por esas tierras. Muchos le daban por muerto pero ahora todos tienen claro que ha regresado.
El padre de Loto Blanco y sus cuatro hermanos encontraron sus huellas por la mañana a pocos kilómetros del poblado. Creyendo que se trataba de un simple macho adulto le rastrearon durante horas, pero a media mañana Gran Tuerto les sorprendió. Todo fue muy rápido: las lanzas y las flechas se le quedaban colgando como alfileres. Un solo zarpazo era suficiente para dejar fuera de combate al más fuerte de los hombres. El predador eligió a su presa, el joven Reno Gris, y se deleitó con su carne y su sangre hasta que sólo quedaron los deshechos de su vida esparcidos por la nieve. El padre de Loto Blanco conservó la sensatez suficiente para arrastrar a sus hijos a la huída. Corrieron sin mirar atrás presos del pánico mientras Gran Tuerto disfrutaba de lo que había sido el joven bárbaro.
En el poblado solo reinaban ahora tres sentimientos: la pena, la rabia y el miedo. La pena era para las mujeres, ellas eran las únicas que debían llorar. Los hombres mostraban su rabia con furia; todo el poblado compartía el miedo. Los ancianos se reunirían para meditar sobre lo ocurrido y los más fuertes guerreros afilarían sus lanzas. La madre de Loto Blanco lloraba por un hijo al que ni siquiera podía dar el último adiós. La pequeña se acerca a su madre y a su abuela. La anciana le hace un gesto con la mano invitándole a que se abrace a ellas con fuerza. Las tres mujeres lloran durante horas y nadie se atreve a molestarlas. La madre de Loto Blanco le coge la mano a su hija mientras su abuela le acaricia los cabellos. Así comparten su dolor hasta que cae la noche.
El consejo se reúne después de cenar en la gran tienda del chamán. Allí están todos los hombres del pueblo, jóvenes, adultos y ancianos; ninguna mujer. Ni siquiera las bárbaras más sabias tienen voz ante problemas tan delicados: las mujeres son débiles y sensibles, en los hielos eso supone un defecto y por ello se quedan cada una en su choza mientras los varones toman las decisiones. En la suya están Loto Blanco, su abuela y su madre. No han querido visitas porque quieren que el dolor se quede en esa choza, en la familia, en su sangre. Madre e hija, con la cabeza apoyada en los muslos de la anciana, miran al fuego con los ojos resecos de tanto llorar.
-¿Van a cazar al Gran Tuerto, abuela? –pregunta la pequeña.
-Lo intentarán, pequeña, pero no podrán.
-¿Por qué no podrán, abuela?
La anciana acomoda la cabeza de su hija que se ha quedado dormida. Las tres siguen con las manos cogidas.
-Ese animal está maldito, pequeña flor de Loto. Su carne es carne corrupta, su sangre... no es roja.
Loto Blanco se incorpora interesada. Su pelo, acomodado a su anterior postura, le da un aspecto tan gracioso que su abuela no puede evitar una sonrisa, la primera desde que Reno Gris murió. Comienza a peinar a la niña con la mano.
-¿Cómo sabes eso, abuela?
-La Vieja Loba me lo dijo. Ella conoce bien al Gran Tuerto. Créeme, pequeña, ningún humano puede matarlo y ninguno de nuestros hombres lo hará.
-¿Saben ellos eso? ¿Se lo has dicho?
-No hace falta que se lo diga, no me escucharán. El nuevo chamán es demasiado joven para oír el mensaje de las bestias. Además, esto no es lo que todo el mundo quiere oír.
Loto Blanco siempre creía a pies juntillas lo que su abuela le decía. Sabía que ella nunca mentía y que era muy sabia. Su tribu le respetaba porque era la curandera, pero nadie olvidaba que era mujer.
-¿La Vieja Loba le conoce?
-Así es, pequeña. El Gran Tuerto es casi tan viejo como ella. La Vieja Loba sabe lo suficiente de ese oso como para temerlo más que cualquier hombre. Pero no quieras saber más sobre ello, la noche envejece y necesitas descansar.
La pequeña Loto Blanco se acerca al cuerpo tendido de su madre, apoya la cabecita en sus pechos y cierra los ojos. La hoguera, viva y callada, es lo más parecido al sol que puede ofrecerle la noche. Su calor no es tan limpio ni su luz tan clara, pero es todo lo que necesita para conciliar el sueño en las noches del Muro de Hielo. A los pocos minutos la niña abre los ojos de nuevo.
-Abuela...
-Dime, pequeña –dice la anciana con la mirada perdida en ese sol que es la hoguera.
-¿Dónde está ahora Reno Gris?
La abuela de Loto Blanco medita unos instantes la pregunta y le responde.
-Duérmete, pequeña, duérmete.
La niña obedece sin rechistar acurrucándose más en los pechos de su madre. Al cabo de una hora ya está dormida.
Con la media noche llegan los hombres de la familia a la choza: la reunión ya ha acabado. El primero en pasar es el padre de Loto Blanco, le siguen sus tres hijos. El bárbaro, al ver a su madre aún despierta, le habla.
-Deberías acostarte, madre, ya es tarde.
-¿Qué se ha decidido? –pregunta la anciana sin apartar la vista del fuego.
-Mañana daremos caza a esa bestia. Iremos todos los guerreros de la tribu y yo mismo les lideraré por el derecho a la venganza que se me ha otorgado.
-¿Irán tus hijos contigo? –le pregunta la anciana.
-Por supuesto, a ellos también les corresponde el derecho a dar caza a la bestia que ha matado a su hermano.
La anciana se queda callada mirando al fuego. Los jóvenes bárbaros se acurrucan al otro lado de la choza y el padre, viendo que su esposa duerme con Loto Blanco, busca otro rincón para descansar. Pronto empiezan todos a roncar, pero la abuela sabe que no todos están dormidos: dormir como si nada les afectara es la muestra de hombría que se espera de ellos. La anciana sigue mirando al fuego mientras la noche se agota.
De madrugada algo despierta a Loto Blanco. La luz del sol aún no le acaricia el rostro pero ella abre los ojos. Estaba soñando con la Vieja Loba, soñaba que le llamaba. En la choza todos duermen menos su abuela que continúa en la misma posición. La pequeña vuelve a cerrar los ojos e intenta recibir dormida al alba. De repente oye el mismo sonido que le había despertado, pero esta vez lo reconoce: es el aullido de la Vieja Loba que le llama desde la nieve. Loto Blanco se levanta de un brinco y susurra a su abuela mientras se viste a toda prisa. Está emocionada: al fin la Vieja Loba ha venido a verla.
-¡Abuela! –susurra la niña.
La anciana, sin inmutarse, continúa con la mirada perdida en el fuego. Loto Blanco termina de vestirse, cuelga su pequeña espada del cinto y sale sigilosa hacia el exterior. No es la primera vez que se escapa de la choza mientras todos duermen. A veces le gusta ir a dormir con su amiga Luna de Nieve, sobre todo cuando su padre le ha reñido antes de acostarse. Al salir fuera vuelve a escuchar el aullido, viene del norte, de donde están las dunas. El cielo es como el techo de una cueva llena de luciérnagas, todas las estrellas del firmamento parecen haberle robado a la nieve su luz blanca.
Loto Blanco se desliza por entre las chozas hasta fuera del poblado. Por un momento ha pensado en ir a por su amiga Luna de Nieve, pero un nuevo aullido le incita urgencia; la emoción de ver de nuevo a la Vieja Loba es ahora lo que dirige sus pasos. Toda la gente duerme en sus chozas, no le cuesta mucho esquivar a los que hacen guardia y dejar atrás el poblado. Un nuevo aullido le arrastra corriendo hacia las dunas. Cuando llega allí los aullidos ya se han apagado. La niña explora las elevaciones durante un buen rato sin dar con rastro alguno de la Vieja Loba. Intenta llamarle pero solo el siseo del viento le responde. Por suerte las lunas están en una fase de luz considerable y puede distinguir bien la superficie de la nieve que le rodea. De repente oye un ruido a su espalda, detrás de una elevación. Loto Blanco se gira con una mano en la empuñadura de su pequeña daga.
-¿Vieja Loba? –la voz de la niña suena débil entre el viento- ¿Eres tú?
Cuando comienza a ascender por la nieve vuelve a oír el sonido. Suena como el suspiro de alguna bestia. “Quizá está herida” –piensa Loto Blanco- “Quizá está herida y no puede aullar ni contestarme”. Pero cuando casi conquista la cumbre descubre que no se trataba de un lobo, sino del oso más grande y temible que vería en su vida. El Gran Tuerto le había sorprendido y sus cinco metros de carne y rabia se precipitaban hacia ella con un rugido tan escalofriante que Loto Blanco no puede reaccionar hasta el último momento. Consigue esquivar milagrosamente la primera embestida de la bestia rodando por la nieve como una zorra. Tal era el empuje del animal que la pequeña tiene tiempo de equilibrarse sobre la nieve y desenfundar su espada antes de que éste se dirija de nuevo hacia ella.
Todos y cada uno de los movimientos de ambos son inconscientes: son los del cazador y la presa. No hay tiempo para la reflexión o las artimañas, cada segundo es un momento precioso del que se puede sacar ventaja. El oso es muchas veces más grande que la pequeña bárbara y eso mismo se vuelve contra él. La niña consigue evitar un par de embestidas más. En ningún momento se le ocurre salir corriendo dándole la espalda al Gran Tuerto: sabe que nunca escaparía de él a campo abierto. De repente percibe el reflejo de una luna en el único ojo de la bestia recordándole que está tuerto. Entonces se da cuenta de que esa puede ser su única posibilidad: si consigue herir su único ojo le cegará. Éste comienza su ataque con un nuevo rugido de furia. Loto Blanco clava sus pequeños pies en la nieve y aprieta los dientes como una loba acorralada. Cuando el oso está a pocos metros de ella comienza a correr hacia él esgrimiendo su daga con ambas manos a modo de estaca. Al correr el animal con sus cuatro patas Loto Blanco podrá llegar a la altura de su cabeza con un buen salto. La pequeña fija su mirada en el único ojo de la bestia y comienza a gritar furiosa y a correr cada vez más deprisa. En el último momento Loto Blanco salta hacia el ojo del Gran Tuerto, pero recibe tal zarpazo que es enviada más de diez metros allá. La espada sale volando de sus manos y va a clavarse en la nieve aún más lejos. Cuando la pequeña consigue volver en sí la bestia se acerca con la que seguramente será su última embestida. Loto Blanco tiene muchos huesos rotos y apenas puede incorporarse; se limita a cerrar los ojos y a esperar una muerte rápida. Sus oídos sienten la carrera del Gran Tuerto cada vez más cerca. De repente otro sonido le hace abrir los ojos: el aullido de un lobo, el mismo aullido que le había llevado hasta allí, suena a su espalda y tan cercano que le produce un escalofrío. Los ojos de la pequeña Loto Blanco están empañados de sangre, pero aún así puede ver como decenas de lobos comienzan a pasar a su lado para abalanzarse sobre el oso. Los primeros son rechazados de la misma forma que la niña hace unos momentos, pero poco a poco las heridas comienzan a debilitar al Gran Tuerto.
En menos de un minuto la jauría ha despedazado a la bestia que agoniza en la nieve junto a muchos de los lobos. Los primeros rayos del sol muestran el blanco de la piel del oso, de los lobos y de la nieve pintada de sangre. De entre todo ese blanco consigue distinguir un blanco más brillante y claro: el precioso pelaje de la Vieja Loba con el que tantas veces ha soñado. Entonces el daño de sus huesos rotos comienza a hacerse insoportable; en las costillas, en los brazos, en las piernas, prácticamente en todo el cuerpo. El dolor se hace cada vez más agudo, tanto que las primeras lágrimas asoman por los ojos de la pequeña Loto Blanco. Ella sabe que llorar en los hielos está prohibido: las lágrimas al congelarse hieren los ojos hasta la ceguera, pero el dolor es demasiado profundo y no lo puede evitar. Intenta cerrar los ojos con fuerza para expulsar todo el fluido lacrimal posible pero sólo consigue que los párpados se le peguen. Entonces nota una lengua cálida y húmeda que le limpia los ojos dejando una agradable sensación. Cuando logra abrirlos de nuevo distingue a la Vieja Loba; esta vez está aún más cerca que aquella otra vez. Los ojos de la bestia son de un azul que le recuerda a los de su amiga Luna de Nieve. La loba sigue lamiéndole todo el rostro mientras ella se mantiene inmóvil por el miedo y la alegría. El animal le mira por un momento como si quisiera decirle algo que Loto Blanco no logra comprender. Después se retira y todos los lobos le siguen. La pequeña ve a la manada alejarse hacia el horizonte.
La Vieja Loba se ha asegurado de no dejar sola a la niña: su abuela se aproxima por la nieve. Al llegar abraza a su nieta con cuidado y sin decir nada mientras Loto Blanco, atónita, sigue mirando al horizonte. Por encima del hombro de su abuela la pequeña percibe los primeros rayos del sol sobre la nieve.
-¡Abuela, mira! –dice con voz temblorosa- ¡Está saliendo el sol!
La anciana, sin inmutarse, sonríe y le susurra al oído.
-¿Lo ves, pequeña? Te dije que la Vieja Loba te haría un regalo.