El alma quebrada del Búho
Publicado: Mar Ene 13, 2009 5:48 am
Abro los ojos, todo se nubla. Alargo la mano y cojo una pequeña pieza de porcelana que descansaba sobre la mesita. Ni dos segundos tardo en salir de mi dulce ensueño y hundir mi rostro en aquella herramienta, invisible solo para los ojos ajenos. Una carga pesada, las cadenas de una vida que marcaban el camino que debía pisar.
Tomo aire y me preparo. La función va a empezar y todos esperan ansiosos por verme enfundado en esa máscara. Se abre el telón, comienza un nuevo día. Dos vidas, un solo cuerpo. Dos consciencias que se solapaban en mi mente como el agua y el aceite. Pero como en la realidad, mi aceite debía superponerse. Ni siquiera tenía que pensar: los grilletes me señalaban dónde debía ir.
El telón se abre, los rostros del público ni se inmutan. Saben quién soy, saben qué voy a hacer. Un papel que se repetía cada día en un teatrillo de baja estofa. Nadie ve mi máscara, nadie vislumbra los eslabones que me atan a aquel escenario. Ni un solo par de ojos reparan en el desesperado grito de auxilio que escapa de los míos. Está pensado así, debe ser así. Un escorpión estaba condenado a aguijonear a su presa, porque debía hacerlo. No se guía por un pensamiento racional, simplemente lo hace porque así lo aprendió. Miro hacia atrás otra vez, confuso. Juraría haber visto esa misma cola puntiaguda tras de mí. Qué más da.
La escena alcanza su punto álgido cuando hace aparición el protagonista. Otro día más, estoy condenado a ser un simple figurante. Se sacuden cientos de manos al unísono en un aplauso generalizado. Las miradas no son para mí. No pretendo ser ambicioso.
El acto termina. El héroe se inclina, el público se alza. Los demás actores callamos, el protagonista se desenmascara. Un rostro de belleza inconmesurable, poco profunda, aun así. Me toco la cara, dando con los finos trazos de la porcelana.
Mis manos quieren hacerlo, mi mente me lo impide. Mi corazón me engaña y mis piernas me ayudan a retirarme en silencio. El telón cae, mi máscara no. Vuelvo a mi habitación, buscando un espejo: ya no recuerdo el verdadero color de mi cara...
Desisto, los caprichosos deseos del sino han hecho desaparecer todo objeto que pudiera reflejar mi verdadera identidad. Estoy condenado. Debo estar condenado. Me han enseñado a estarlo. ¿Quiero estarlo? Mi corazón lo niega... mi mente lo acalla. Cierro los ojos... y espero un nuevo día.
Escrito por "el Búho" de Sundabar.
Tomo aire y me preparo. La función va a empezar y todos esperan ansiosos por verme enfundado en esa máscara. Se abre el telón, comienza un nuevo día. Dos vidas, un solo cuerpo. Dos consciencias que se solapaban en mi mente como el agua y el aceite. Pero como en la realidad, mi aceite debía superponerse. Ni siquiera tenía que pensar: los grilletes me señalaban dónde debía ir.
El telón se abre, los rostros del público ni se inmutan. Saben quién soy, saben qué voy a hacer. Un papel que se repetía cada día en un teatrillo de baja estofa. Nadie ve mi máscara, nadie vislumbra los eslabones que me atan a aquel escenario. Ni un solo par de ojos reparan en el desesperado grito de auxilio que escapa de los míos. Está pensado así, debe ser así. Un escorpión estaba condenado a aguijonear a su presa, porque debía hacerlo. No se guía por un pensamiento racional, simplemente lo hace porque así lo aprendió. Miro hacia atrás otra vez, confuso. Juraría haber visto esa misma cola puntiaguda tras de mí. Qué más da.
La escena alcanza su punto álgido cuando hace aparición el protagonista. Otro día más, estoy condenado a ser un simple figurante. Se sacuden cientos de manos al unísono en un aplauso generalizado. Las miradas no son para mí. No pretendo ser ambicioso.
El acto termina. El héroe se inclina, el público se alza. Los demás actores callamos, el protagonista se desenmascara. Un rostro de belleza inconmesurable, poco profunda, aun así. Me toco la cara, dando con los finos trazos de la porcelana.
Mis manos quieren hacerlo, mi mente me lo impide. Mi corazón me engaña y mis piernas me ayudan a retirarme en silencio. El telón cae, mi máscara no. Vuelvo a mi habitación, buscando un espejo: ya no recuerdo el verdadero color de mi cara...
Desisto, los caprichosos deseos del sino han hecho desaparecer todo objeto que pudiera reflejar mi verdadera identidad. Estoy condenado. Debo estar condenado. Me han enseñado a estarlo. ¿Quiero estarlo? Mi corazón lo niega... mi mente lo acalla. Cierro los ojos... y espero un nuevo día.
Escrito por "el Búho" de Sundabar.