El tesoro maldito de Zacharías Nutt.
Publicado: Lun Feb 09, 2009 8:08 pm
“Cuentan las viejas, que no la leyenda, que hace muchos años vivió en Villanieve un hombre llamado Zacharías Nutt. Y vosotros me diréis: ¿Y quien demonios era Zacharías Nutt? Pues bien, Zacharías era un joven aprendiz de alquimista, casado y con siete hijos que siempre iba y venía por los peligrosos caminos que unen Nevesmortas con Sundabar en busca de los ingredientes que su maestro, ya anciano, le requería. A veces hacía paraditas en Fuerte Nuevo para vender algunas pócimas a los pobladores del lugar y tomarse algo en la taberna pero eso no viene al caso en esta historia.
Un buen día, cuando Zacharías volvía de regreso después de varias dekhanas fuera, se encontró a dos elfos deslumbrantes y exquisitamente vestidos a la vera del camino. Eran un hombre y una mujer. La mujer parecía muy alterada y el hombre yacía en el suelo envuelto por un escandaloso charco de sangre y varias flechas ensartadas en su pecho. Si no estaba muerto, poco le faltaba ya a ese pobre infeliz para exhalar su último suspiro.
Zacharías no lo pensó dos veces y saltando del caballo se acercó a toda prisa hacia los malogrados. No dejaba de ser un aprendiz pero si algo tenía bueno el joven Zaharías, era su ansia de conocimiento y todo y cuanto su maestro le enseñaba, él lo absorbía como un borracho absorbe su preciado licor.
Trasladó al liviano elfo bajo el cobijo de un gran roble y así apartarlo del peligro del camino. Instó a la elfa a que encendiera un fuego y pusiera agua a hervir y mientras tanto él iba revisando las heridas del elfo. Las flechas pertenecían según la elfa, a unos orcos que los habían sorprendido en su campamento por la noche cerca del Desfiladero del Arcoiris. Ambos con su magia habían logrado deshacerse de ellos pero por mala fortuna algunas flechas alcanzaron al elfo que ahora se debatía entre la vida y la muerte.
Eran heridas terribles, al parecer las flechas estaban imbuidas en algún tipo de sustancia que helaba la carne por dentro de forma alarmante y hacían muy complicada la cicatrización, pero Zacharías aplicó todo su conocimiento sobre las plantas para sanar al elfo o al menos, intentarlo. Pensó en llevarlo a su maestro pero por su aspecto sabía que un traslado sería mortal.
Pasó la noche en vela cuidando y atendiendo al herido. Hubo momentos críticos en los que parecía que todo estaba perdido ¡Pero cuan fuerte era ese elfo! Se aferraba a la vida como un enamorado a los labios de su amada.
Después de dos días de fiebres y delirios el elfo despertó y Zacharías los llevó a ambos a su cabaña de Villanieve. Allí se quedaron un largo tiempo cuidados y atendidos por el aprendiz y su familia.
El día en que marcharon, en agradecimiento por todo lo hecho, le dieron a Zacharías y a su familia un extraño regalo. Era una pequeña gema que desprendía un brillo azul, así como un collar y un anillo. “Te traerá suerte Zacharías y la dicha llegará a tu morada si la conservas hasta el fin de tus días”.
Así pues pasaron los años y Zacharías se convirtió en un renombrado alquimista que prestaba sus servicios a importantes personajes de la época. Se trasladaron a una casa grande en Nevesmortas y sus hijos prosperaron también, cada uno en un campo distinto pero todos vivían bien y en paz. Solo la marcha de una hija suya a Sundabar le produjo cierta tristeza, pero pasó pronto al ser ella una arcana capaz de usar portales que de vez en cuando usaba para visitar a su familia.
Pero los corazones de los hombres se corrompen con facilidad y los que hasta esos días habían sido sus amigos y vecinos, sin que ellos lo supieran se convirtieron en sus enemigos. La codicia y la envidia les pudieron más que todo lo demás y un una noche entraron en la casa de Zacharías y mataron a toda su familia de manera brutal y despiadada.
Robaron la gema y los demás presentes pensando que les traería riquezas y prosperidad. Pero ay… ¡Cuan equivocados estaban! Pronto comenzaron las desgracias sobre esas gentes. Perdían sus cosechas, sus hijos recién nacidos morían por extraños males y el ganado perecía sin explicación alguna hasta que al final todos, uno a uno y de forma irremediable fueron sucumbiendo sin dejar descendencia sobre la tierra.
Las gentes dicen que ese pequeño tesoro tenía una especie de maldición. Tan solo traía dicha a la persona a la que había sido dado con buena voluntad, pero en el momento en el que se obtenía con malas artes, la ofrenda se tornaba en contra de su nuevo poseedor y atraía las desgracias.
Eso es lo que pasó hace muchos años, pero dicen que todavía existe ese tesoro oculto en algún lugar no muy lejos de aquí y que las almas de todos los que murieron por ella no descansarán en paz hasta que sea devuelto a su legitimo dueño.”
//Quedad entre vosotros para continuar. A mi cuando me digáis.
Un buen día, cuando Zacharías volvía de regreso después de varias dekhanas fuera, se encontró a dos elfos deslumbrantes y exquisitamente vestidos a la vera del camino. Eran un hombre y una mujer. La mujer parecía muy alterada y el hombre yacía en el suelo envuelto por un escandaloso charco de sangre y varias flechas ensartadas en su pecho. Si no estaba muerto, poco le faltaba ya a ese pobre infeliz para exhalar su último suspiro.
Zacharías no lo pensó dos veces y saltando del caballo se acercó a toda prisa hacia los malogrados. No dejaba de ser un aprendiz pero si algo tenía bueno el joven Zaharías, era su ansia de conocimiento y todo y cuanto su maestro le enseñaba, él lo absorbía como un borracho absorbe su preciado licor.
Trasladó al liviano elfo bajo el cobijo de un gran roble y así apartarlo del peligro del camino. Instó a la elfa a que encendiera un fuego y pusiera agua a hervir y mientras tanto él iba revisando las heridas del elfo. Las flechas pertenecían según la elfa, a unos orcos que los habían sorprendido en su campamento por la noche cerca del Desfiladero del Arcoiris. Ambos con su magia habían logrado deshacerse de ellos pero por mala fortuna algunas flechas alcanzaron al elfo que ahora se debatía entre la vida y la muerte.
Eran heridas terribles, al parecer las flechas estaban imbuidas en algún tipo de sustancia que helaba la carne por dentro de forma alarmante y hacían muy complicada la cicatrización, pero Zacharías aplicó todo su conocimiento sobre las plantas para sanar al elfo o al menos, intentarlo. Pensó en llevarlo a su maestro pero por su aspecto sabía que un traslado sería mortal.
Pasó la noche en vela cuidando y atendiendo al herido. Hubo momentos críticos en los que parecía que todo estaba perdido ¡Pero cuan fuerte era ese elfo! Se aferraba a la vida como un enamorado a los labios de su amada.
Después de dos días de fiebres y delirios el elfo despertó y Zacharías los llevó a ambos a su cabaña de Villanieve. Allí se quedaron un largo tiempo cuidados y atendidos por el aprendiz y su familia.
El día en que marcharon, en agradecimiento por todo lo hecho, le dieron a Zacharías y a su familia un extraño regalo. Era una pequeña gema que desprendía un brillo azul, así como un collar y un anillo. “Te traerá suerte Zacharías y la dicha llegará a tu morada si la conservas hasta el fin de tus días”.
Así pues pasaron los años y Zacharías se convirtió en un renombrado alquimista que prestaba sus servicios a importantes personajes de la época. Se trasladaron a una casa grande en Nevesmortas y sus hijos prosperaron también, cada uno en un campo distinto pero todos vivían bien y en paz. Solo la marcha de una hija suya a Sundabar le produjo cierta tristeza, pero pasó pronto al ser ella una arcana capaz de usar portales que de vez en cuando usaba para visitar a su familia.
Pero los corazones de los hombres se corrompen con facilidad y los que hasta esos días habían sido sus amigos y vecinos, sin que ellos lo supieran se convirtieron en sus enemigos. La codicia y la envidia les pudieron más que todo lo demás y un una noche entraron en la casa de Zacharías y mataron a toda su familia de manera brutal y despiadada.
Robaron la gema y los demás presentes pensando que les traería riquezas y prosperidad. Pero ay… ¡Cuan equivocados estaban! Pronto comenzaron las desgracias sobre esas gentes. Perdían sus cosechas, sus hijos recién nacidos morían por extraños males y el ganado perecía sin explicación alguna hasta que al final todos, uno a uno y de forma irremediable fueron sucumbiendo sin dejar descendencia sobre la tierra.
Las gentes dicen que ese pequeño tesoro tenía una especie de maldición. Tan solo traía dicha a la persona a la que había sido dado con buena voluntad, pero en el momento en el que se obtenía con malas artes, la ofrenda se tornaba en contra de su nuevo poseedor y atraía las desgracias.
Eso es lo que pasó hace muchos años, pero dicen que todavía existe ese tesoro oculto en algún lugar no muy lejos de aquí y que las almas de todos los que murieron por ella no descansarán en paz hasta que sea devuelto a su legitimo dueño.”
//Quedad entre vosotros para continuar. A mi cuando me digáis.