Una extraña inscripción al torneo
Publicado: Lun Sep 18, 2006 10:34 am
El tañido de las campanas sobrevoló los techos propagándose por toda Sundabar. “¿Otra vez?” pensó la figura cobijada por las sombras de un estrecho callejón cuando el sonido llegó a sus puntiagudas orejas. “Debo llevar más de una hora aquí plantado sin decidirme” La figura alzó, una vez más, la mirada hacía la austera mesa que descansaba en medio de la plaza. Una pieza de tela color dorado colgaba de ella hasta rozar el suelo; pintadas con grandes letras rojas se leía: “Gran inauguración de la Arena de Sundabar”. De vez en cuando Wail, el calvo y rollizo hombretón que sentado tras la mesa que se encargaba de inscribir a los participantes, daba una colleja al joven pregonero. Este se levantaba y, con voz aguda y estridente, clamaba a los cuatro vientos la celebración y la posibilidad de inscribirse.
El sol comenzaba a caer, cada vez venía menos gente a apuntarse. El hombretón despidió al chico preparándose para desmontar el tenderete ahora que faltaba poco para el inicio del torneo. La encapuchada figura inspiró profundamente “Espero no arrepentirme de esto”. Salió del callejón y miro a su alrededor, buscando la manera de hacer llegar su nombre al papiro de las inscripciones sin tener que pasar bajo la escrutadora mirada del aburrido funcionario.
Había sido un buen dia para Zarik. El joven petimetre, vestido con una llamativa chaqueta de seda verde y chorreras amarillas en las mangas, había conseguido la venta que su padre le había encomendado y encima esa noche vería a la bella Veolisa, con un poco de suerte la vería entera, como su madre la trajo al mundo. Contento, orgulloso y pagado de si mismo pasó, con la barbilla erguida, frente al encapuchado que surgía en esos momentos del callejón mientras le dedicaba una mirada desdeñosa. El elfo se quedó plantado sin decir nada aguantándole la mirada hasta que el distraído Zarik, siguiendo su camino sin mirar adelante, se dio de bruces con un hombre, alto, fuerte y lleno de hollín hasta las cejas, que seguramente se dirigía a casa finalizando así un duro día de trabajo. Tras un breve momento de confusión y disculpas precipitadas, el orgulloso joven, siguió su camino alisándose la ropa mientras que el sucio trabajador avanzó hasta llegar a la altura del encapuchado. La cabeza del elfo urdió un plan apresuradamente. Con su media sonrisa pintada en el rostro se acercó al humano mientras dejaba su rostro al descubierto.
¡Disculpe, señor! –dijo mientras le cogía del fuerte brazo y lo atraía hacia él –. Disculpe – repitió mirándolo a los ojos, con cara de alarma. Su otra mano avanzaba furtivamente bajo la capa hasta la cintura del hombretón -. Señor, lo he visto. Bueno, estoy casi seguro de lo que he visto – la mano rozó la bolsita del dinero y el nudo que la ataba al cinturón de su propietario-. Ese hombre se ha guardado algo con disimulo tras topar con vos – señaló con un movimiento de barbilla a Zarik, que se alejaba con paso apresurado, mientras sus dedos tomaban con fuerza la punta del cordel. El hombre giro rápidamente en redondo siguiendo el gesto del elfo, y este aprovechó el brusco movimiento para que su hurto pasase desapercibido. Con agilidad y disimulo guardó la bolsa de monedas bajo su capa. – No digo que os haya robado nada pero me pareció adecuado decíroslo – añadió con toda la inocencia que pudo mientras alzaba ambas manos con las palmas extendidas y se encogía de hombros.
El hombre se giró de nuevo al elfo con los ojos abiertos como platos, palpando su cintura en busca de la desaparecida bolsa de monedas.
- ¡Eh, tú! ¡Maldito hijo de perra! - Gritó mientras se lanzaba a la caza del sorprendido hijo de mercader.
Los gritos hicieron que Wail así como la poca gente que quedaba en la calle a esas horas se girase. Aprovechando que todo el mundo había puesto su atención en otra parte, el elfo avanzó tranquilamente hasta el mostrador, tomó la pluma, la mojó en el tintero y tras, vacilar un momento, escribió su nombre. El nombre que ya creía no volvería a usar. “Ya está echo”, pensó. Se irguió de nuevo con un sonoro suspiro. Agarró la jarra que tenía el calvo funcionario sobre la mesa para combatir la sed y, sin mirar lo que contenía, la ocultó bajo su capa mientras avanzaba con paso vivo en dirección a los gritos, pasando al lado del distraído funcionario.
Rápidamente llegó a la altura de los dos humanos justo a tiempo de ver como el hombretón empotraba al petimetre contra la pared – ¡A mi no me engañas con esos ropajes, eres un ratero! ¡Devuélveme mi dinero o te arranco la mandíbula! – dijo con furia el más grande de los dos.
El elfo entró en escena con la tintineante bolsa en la mano. - Disculpad buen hombre, lamento la confusión. He encontrado esta bolsita en el suelo, ¿es la vuestra? – Dijo, mostrándosela – Siento el malentendido, de veras.
El deshollinador miró sorprendido la bolsa, luego se giró asustado hacía el que, ahora lo veía claro, no se hacía pasar por un niño rico si no que realmente lo era, buscando las palabras adecuadas para pedir perdón.
- Ajá, y me llamabais ladrón, maldita mula estúpida. ¡Haré que os encierren por esto! – Saltó Zarik, sintiendose más valiente ahora que el hombre lo había soltado.
El elfo tras devolverle la bolsa a su legítimo y perplejo propietario, que trataba en vano de disculparse, se acercó al joven humano, le pasó el brazo por los hombros y se lo llevó unos pasos más lejos.
- No se enfade y deje a ese hombre tranquilo, todo ha sido un malentendido. No hay por que llevar las cosas más allá, ¿no está de acuerdo?
- Ese bestia lo va a pagar, le denunciaré y haré que le azoten o le encierren una temporada. ¡O ambas cosas!
El elfo hizo una mueca y, de espaldas al puñado de gente que se había congregado para averiguar que ocurría, vertió el contenido de la jarra oculta en la entrepierna de Zarik.
- ¡¿Que hacéis?! –exclamó, perplejo, el humano- Estáis loco. Esto es seda de…
- ¡Os habéis meado de miedo! – dijo fingiendo sorpresa el elfo
- ¿Qué? Pero…
Zarik de Ullan, hijo Tamael de Ullan, prestigioso comerciante, miró por encima del hombro del elfo al grupo de personas que se apelotonaban para presenciar el espectáculo. Vio como su nombre se iba a manchar junto con sus pantalones y rápidamente cerró la capa a su alrededor, ocultando la zona más oscura de la prenda.
- Olvidaos de lo que ha ocurrido y yo me olvidaré de lo que he visto. Gritad guardia y yo gritaré que os habéis meado encima de miedo. – lo miró expectante, mientras Zarik calibraba sus posibilidades, no tardó mucho en llegar a una conclusión.
La media sonrisa volvió a florecer en la cara del elfo.
- ¡Todo olvidado! – dijo alzando los brazos mientras se giraba al grupo de personas expectantes – Aquí no ha pasado nada ¿Verdad, amigo?
Zarik, aferrando su capa en torno a él, se limitó a asentir y poner rumbo a su casa con paso apresurado.
La gente, viendo que el espectáculo había llegado a su fin, siguió con sus cosas olvidándose del altercado. El elfo alzó de nuevo su capucha y se perdió una vez más en las sombras del ocaso, todavía le quedaba mucho por hacer.
“Si exceptuamos ese bicho raro con alas que se ha inscrito y esta minipelea ha sido un día de lo más aburrido” Wail volvió a su mostrador buscando, sin éxito, la jarra de cerveza para echar un último trago antes de recoger. Miró por si acaso debajo de la mesa y dándose por vencido se puso recoger los papeles “Como pille a ese crío proyecto de pregonero me va a oír”. La tinta fresca de un nombre en el último lugar despidió un destello llamando su atención. Miró a su alrededor. “Juraría que hace un buen rato que no se ha inscrito nadie. En fin…”, suspiró, “…uno más uno menos, ¿qué más da?” Por curiosidad leyó el nombre antes de guardar la hoja, con una caligrafía fina y precisa se leía: “Dharen”.
El sol comenzaba a caer, cada vez venía menos gente a apuntarse. El hombretón despidió al chico preparándose para desmontar el tenderete ahora que faltaba poco para el inicio del torneo. La encapuchada figura inspiró profundamente “Espero no arrepentirme de esto”. Salió del callejón y miro a su alrededor, buscando la manera de hacer llegar su nombre al papiro de las inscripciones sin tener que pasar bajo la escrutadora mirada del aburrido funcionario.
Había sido un buen dia para Zarik. El joven petimetre, vestido con una llamativa chaqueta de seda verde y chorreras amarillas en las mangas, había conseguido la venta que su padre le había encomendado y encima esa noche vería a la bella Veolisa, con un poco de suerte la vería entera, como su madre la trajo al mundo. Contento, orgulloso y pagado de si mismo pasó, con la barbilla erguida, frente al encapuchado que surgía en esos momentos del callejón mientras le dedicaba una mirada desdeñosa. El elfo se quedó plantado sin decir nada aguantándole la mirada hasta que el distraído Zarik, siguiendo su camino sin mirar adelante, se dio de bruces con un hombre, alto, fuerte y lleno de hollín hasta las cejas, que seguramente se dirigía a casa finalizando así un duro día de trabajo. Tras un breve momento de confusión y disculpas precipitadas, el orgulloso joven, siguió su camino alisándose la ropa mientras que el sucio trabajador avanzó hasta llegar a la altura del encapuchado. La cabeza del elfo urdió un plan apresuradamente. Con su media sonrisa pintada en el rostro se acercó al humano mientras dejaba su rostro al descubierto.
¡Disculpe, señor! –dijo mientras le cogía del fuerte brazo y lo atraía hacia él –. Disculpe – repitió mirándolo a los ojos, con cara de alarma. Su otra mano avanzaba furtivamente bajo la capa hasta la cintura del hombretón -. Señor, lo he visto. Bueno, estoy casi seguro de lo que he visto – la mano rozó la bolsita del dinero y el nudo que la ataba al cinturón de su propietario-. Ese hombre se ha guardado algo con disimulo tras topar con vos – señaló con un movimiento de barbilla a Zarik, que se alejaba con paso apresurado, mientras sus dedos tomaban con fuerza la punta del cordel. El hombre giro rápidamente en redondo siguiendo el gesto del elfo, y este aprovechó el brusco movimiento para que su hurto pasase desapercibido. Con agilidad y disimulo guardó la bolsa de monedas bajo su capa. – No digo que os haya robado nada pero me pareció adecuado decíroslo – añadió con toda la inocencia que pudo mientras alzaba ambas manos con las palmas extendidas y se encogía de hombros.
El hombre se giró de nuevo al elfo con los ojos abiertos como platos, palpando su cintura en busca de la desaparecida bolsa de monedas.
- ¡Eh, tú! ¡Maldito hijo de perra! - Gritó mientras se lanzaba a la caza del sorprendido hijo de mercader.
Los gritos hicieron que Wail así como la poca gente que quedaba en la calle a esas horas se girase. Aprovechando que todo el mundo había puesto su atención en otra parte, el elfo avanzó tranquilamente hasta el mostrador, tomó la pluma, la mojó en el tintero y tras, vacilar un momento, escribió su nombre. El nombre que ya creía no volvería a usar. “Ya está echo”, pensó. Se irguió de nuevo con un sonoro suspiro. Agarró la jarra que tenía el calvo funcionario sobre la mesa para combatir la sed y, sin mirar lo que contenía, la ocultó bajo su capa mientras avanzaba con paso vivo en dirección a los gritos, pasando al lado del distraído funcionario.
Rápidamente llegó a la altura de los dos humanos justo a tiempo de ver como el hombretón empotraba al petimetre contra la pared – ¡A mi no me engañas con esos ropajes, eres un ratero! ¡Devuélveme mi dinero o te arranco la mandíbula! – dijo con furia el más grande de los dos.
El elfo entró en escena con la tintineante bolsa en la mano. - Disculpad buen hombre, lamento la confusión. He encontrado esta bolsita en el suelo, ¿es la vuestra? – Dijo, mostrándosela – Siento el malentendido, de veras.
El deshollinador miró sorprendido la bolsa, luego se giró asustado hacía el que, ahora lo veía claro, no se hacía pasar por un niño rico si no que realmente lo era, buscando las palabras adecuadas para pedir perdón.
- Ajá, y me llamabais ladrón, maldita mula estúpida. ¡Haré que os encierren por esto! – Saltó Zarik, sintiendose más valiente ahora que el hombre lo había soltado.
El elfo tras devolverle la bolsa a su legítimo y perplejo propietario, que trataba en vano de disculparse, se acercó al joven humano, le pasó el brazo por los hombros y se lo llevó unos pasos más lejos.
- No se enfade y deje a ese hombre tranquilo, todo ha sido un malentendido. No hay por que llevar las cosas más allá, ¿no está de acuerdo?
- Ese bestia lo va a pagar, le denunciaré y haré que le azoten o le encierren una temporada. ¡O ambas cosas!
El elfo hizo una mueca y, de espaldas al puñado de gente que se había congregado para averiguar que ocurría, vertió el contenido de la jarra oculta en la entrepierna de Zarik.
- ¡¿Que hacéis?! –exclamó, perplejo, el humano- Estáis loco. Esto es seda de…
- ¡Os habéis meado de miedo! – dijo fingiendo sorpresa el elfo
- ¿Qué? Pero…
Zarik de Ullan, hijo Tamael de Ullan, prestigioso comerciante, miró por encima del hombro del elfo al grupo de personas que se apelotonaban para presenciar el espectáculo. Vio como su nombre se iba a manchar junto con sus pantalones y rápidamente cerró la capa a su alrededor, ocultando la zona más oscura de la prenda.
- Olvidaos de lo que ha ocurrido y yo me olvidaré de lo que he visto. Gritad guardia y yo gritaré que os habéis meado encima de miedo. – lo miró expectante, mientras Zarik calibraba sus posibilidades, no tardó mucho en llegar a una conclusión.
La media sonrisa volvió a florecer en la cara del elfo.
- ¡Todo olvidado! – dijo alzando los brazos mientras se giraba al grupo de personas expectantes – Aquí no ha pasado nada ¿Verdad, amigo?
Zarik, aferrando su capa en torno a él, se limitó a asentir y poner rumbo a su casa con paso apresurado.
La gente, viendo que el espectáculo había llegado a su fin, siguió con sus cosas olvidándose del altercado. El elfo alzó de nuevo su capucha y se perdió una vez más en las sombras del ocaso, todavía le quedaba mucho por hacer.
“Si exceptuamos ese bicho raro con alas que se ha inscrito y esta minipelea ha sido un día de lo más aburrido” Wail volvió a su mostrador buscando, sin éxito, la jarra de cerveza para echar un último trago antes de recoger. Miró por si acaso debajo de la mesa y dándose por vencido se puso recoger los papeles “Como pille a ese crío proyecto de pregonero me va a oír”. La tinta fresca de un nombre en el último lugar despidió un destello llamando su atención. Miró a su alrededor. “Juraría que hace un buen rato que no se ha inscrito nadie. En fin…”, suspiró, “…uno más uno menos, ¿qué más da?” Por curiosidad leyó el nombre antes de guardar la hoja, con una caligrafía fina y precisa se leía: “Dharen”.