Capítulo I: Destino incierto.
Era mediodía y el sol centelleaba desde lo más alto acompañando a vendedores y visitantes de la feria anual de Suzail. Había todo tipo de artículos expuestos y los olores a suciedad y sudor del gentío se mezclaban con el embriagador aroma de carne asada con especias y pan recién horneado.
A Amy le rugían las tripas, ese día solo había comido media manzana con un poco de cerveza aguada y el delicioso aroma de las viandas era un tormento para ella. Avanzaba a duras penas a base de codazos intentando no ser aplastada, pues tan solo tenía cinco años y al parecer, nadie reparaba en ella. Tanto mejor, se decía a si misma, nadie me verá y el botín será mayor. Si es así, tal vez Jonás me deje cenar algo de sopa con tropezones en la taberna. Solo de pensarlo se le hacía la boca agua así que intentó apurar un poco el paso mirando a los lados, buscando una buena presa.
A pesar de lo caluroso del día, Amy lucía una vieja gorra de lana de oveja que su tío le obligaba a llevar para tapar sus horribles orejas puntiagudas y la maraña de bucles rojos como el fuego que coronaban su cabeza. ¡Si te ven así -decía tío Jonás-, te llevarán a la cárcel! Y Amy asentía pues había oído en boca de los maleantes que se cruzaban en las tabernas de mala muerte que solían frecuentar, que en la cárcel se entraba vivo pero que se salía muerto o lo que es peor aun, tuerto, manco o algo así.
A veces también le preguntaba a tío Jonás el porque de esas orejas tan extrañas. ¡Es un castigo de los dioses! mascullaba él. ¿Pero por qué tío Jonás?, insistía Amy. ¡Cierra el pico! Y así terminaba la conversación. A pesar de su corta edad, Amy se había dado cuenta de que su tío se iba por la tangente cada vez que ésta le preguntaba por sus orejas y por sus padres que según él, la habían abandonado nada más nacer y que él, con tan buen corazón, la había acogido en su hogar para hacer de ella una excelente comerciante de chatarra o, explicado de otro modo, hacer de ella una ladronzuela de tres al cuarto.
En esas cosas y en un buen estofado iba pensando Amy cuando vio lo que estaba buscando. A no más de cinco metros vio un puesto de ricas telas bordadas y a su dueño, que por el tamaño de su panza y las exquisitas ropas que lucía, debía ser un hombre muy, muy rico.
El hombre se encontraba de pie delante del su puesto intentando vender dos rollos de una hermosa tela azul y ribeteada con hilos de plata a una damisela de dudosa reputación que se interesaba más en que se le viera por descuido un pecho que en los rollos de tela que el comerciante, desplegando todas sus armas de vendedor, le estaba ofreciendo.
Amy se ocultó detrás de un carro estacionado justo al lado tratando de encontrar lo que a ella realmente le interesaba. Al parecer, la bolsa con monedas que todos los comerciantes suelen llevar atada al cinto brillaba por su ausencia, así que la niña decidió arriesgar un poco y salió de su escondite haciendo como que paseaba por ahí, mirando sin ver nada los puestos colindantes. Al ser tan pequeña, en ese entorno era insignificante por lo que los viandantes no reparaban en ella y eso le daba bastante ventaja. Hizo como que se ataba la alpargata y al agacharse echó una mirada furtiva debajo de la mesa de las telas y se le aceleró el pulso al ver una pequeña caja de madera semiabierta de la que emanaba un débil destello dorado.
Con la rapidez de quien es ágil y liviano, Amy volvió a su escondite e intentó trazar un plan mentalmente. No parecía haber nadie más que se ocupara del puesto y justo detrás del mismo, había un pequeño arbusto que le podría dar cobijo si llegado el caso lo necesitara. No será difícil, se decía a si misma mientras casi sin pensarlo, se vio rodeando el puesto por detrás hasta llegar justo debajo de la mesa donde le aguardaba el preciado botín. Veía los pies de la gente al pasar y esperó un momento para ver que no había peligro alguno antes de volver a salir con la caja de monedas bajo la túnica.
Cuando por fin se decidió a salir, estaba exultante de alegría pues había alcanzado su objetivo y lo llevaba a un lugar seguro cuando de repente, una vocecita aguda gritó detrás de ella y todo a su alrededor se paró. La gente que pasaba por ahí la miraba perpleja y ella no sabía muy bien porque, hasta que vio horrorizada que un enorme guardia vestido de acero se abalanzaba sobre su pequeño cuerpo y la derribaba sin contemplaciones sobre los adoquines de la calle.
Entonces, todo se volvió oscuro.
Continuará...
Amy Liesel Jadie
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Re: Amy Liesel Jadie
Una jugadora que ha vuelto... un diamante en bruto... una escritora en potencia ... 
Buena historia, me alegro que te hayas animado.
Un saludo
Mask

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"Ríe y el mundo reirá contigo. Llora y llorarás solo"
Re: Amy Liesel Jadie
Ufff Nymiel... De los primeros jugadores con los que roleé cuando Vermi era mas débil que un lobo.
Como va todo, tanto tiempo?
Muy buena la 1era parte.
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Re: Amy Liesel Jadie
¿Pero se había ido? De ser así, me alegro de volver a verte 

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Si no puedes remediarlo, por lo menos ¡FLIPALO!

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Re: Amy Liesel Jadie
Capítulo II: El hombre misterioso.
Cuando por fin recobró la consciencia deseó haber muerto, el dolor que envolvía su cuerpo era tan atroz que no le hubiera extrañado que le dijeran que un batallón de orcos había bailado sobre ella durante horas.
“¡Ya vuelve en si!”, oía muy cerca, tan solo a unos pasos. “¡Que le corten las manos, así no volverá a robar!”, vociferaba otra.
Al oír esto, en otras circunstancias, Amy se hubiera estremecido de pavor pero era tanto el dolor que sentía que no tenía fuerzas ni para abrir los párpados y observar al emisario de tan terribles palabras. Poco a poco fue recordando lo que había sucedido en el mercado y si bien el causante de su dolor había sido un guardia y no un orco, poco tenía éste que envidiarles dado lo descomunal de su ser y el nauseabundo olor que emanaba de debajo de su coraza.
Cuando por fin se vio preparada para abrir los ojos e ignorar levemente los dolores, se dio cuenta de que se encontraba en el suelo de una gran estancia donde un pequeño grupo de hombres discutía a voz en grito mientras la señalaban con dedo acusador.
- Ese color de pelo que tiene no es normal. ¡Es una bruja! - Amy reconoció la voz del que pretendía cercenarle las manos aunque le era imposible enfocar bien la vista y ver su aspecto. - Y esas orejas…- volvió a decir con un matiz tembloroso en la voz. - Creo que deberíamos matarla ahora, ¡aquí mismo!
- Es una niña Nate.- Razonó una voz de anciano.
- ¡Y que si es una niña!, ¡es una maldita ladrona que pretendía robarme!
Por la creciente ira que denotaba ese tal Nate y por sus palabras, Amy dedujo que debía tratarse del comerciante de telas. Maldición, respiró hondo y trató de mantener el aire el máximo tiempo posible en sus pulmones sintiendo todas y cada una de sus magulladas costillas, tío Jonás se iba a poner hecho una furia. No quería ni pensar en las consecuencias de todo eso.
- ¿Tú que dices viejo? - La voz del comerciante parecía envenenada.
- Ah, ya…ya les he dicho que no la conozco apenas-. Un momento...¡Era tío Jonás!, seguramente estaba pensando una treta para sacarla de ahí -. Por mí como si la cortáis en pedacitos y se la dais de comer a los cerdos.
Amy no daba crédito a lo que oía, sabía que su tío no la quería ni nada de eso pero jamás se podría haber imaginado que el muy patán la repudiara de ese modo hasta el punto de no importarle si moría.
- Creo…hmm, creo que si la vendiéramos como esclava nos darían una buena suma, está muy flacucha pero parece sana-. El anciano parecía encantado con su ocurrencia.
- ¡Nadie en su sano jucio va a querer a una ladrona en su casa Cromwell!-. El tal Nate al parecer, no quería desistir en su empeño de matarla.
- No hace falta decírselo a nadie Nate, eso quedará entre nosotros, así como las monedas que nos den por ella. A demás…tú, como avispado comerciante que eres, ya deberías estar acostumbrado a vender gato por liebre-. El anciano Cromwell rió a carcajadas, se creía muy gracioso.
- ¡Lo máximo que nos darán por esta cría andrajosa será una patada en las posaderas!
- Os la daría de buen grado maese, pero no quiero ensuciar mis botas nuevas con su sucio trasero-. Alguien irrumpió en la habitación y todos se giraron al oír al insolente que se atrevía a insultar a un próspero comerciante de Suzail.
La figura avanzó con gráciles movimientos sin ser invitado hacia el centro de la estancia, iba vestido completamente de negro y una capucha dejaba entrever una pálida cara hermosamente dibujada por unas finas facciones. A pesar de que no era un hombre muy alto, su presencia inspiraba cierto respeto y algo de eso debieron notar los hombres pues al ver que el misterioso ser se acercaba con una sonrisa burlona en su rostro, todos retrocedieron unos pasos. Incluso los dos guardias que flanqueaban las puertas se miraban confusos entre ellos sin saber muy bien como proceder.
- ¿Quién sois y quien os ha dejado entrar? – La voz de Cromwell sonó más temblorosa de lo que hubiera querido.
El hombre siguió avanzando sin dejar de sonreír y cuando estuvo a menos de dos palmos del anciano, con un gesto de elegante altivez le lanzó a los pies una pesada bolsa de cuero que emitió un ruido sordo al estrellarse contra las losetas.
- No creo que mi nombre cambie en absoluto el curso de la transacción que estamos a punto de celebrar milord, tampoco creo conveniente revelárselo, más que nada….por su seguridad-. Las tres últimas palabras sonaron más como una advertencia que como una mera puntualización -. Y en cuanto a lo segundo…-, se giró y señaló a los guardias con un gesto despectivo - ...creo que deberíais hilar más fino a la hora de contratar a vuestros guardianes, no verían entrar ni a un elefante lleno de cascabeles-.
A Amy sus palabras le sonaban deliciosamente insultantes y aunque el desconocido bien podía ser un ser malvado y despiadado a ella solo le transmitía una seguridad que jamás en su vida había sentido y por unos instantes, sintió que su vida iba a cambiar tajantemente.
Como era de esperar, aunque con gesto desconfiado, el anciano Cromwell y Nate se abalanzaron sobre la bolsa para contar perplejos la más que notable cantidad de monedas que en ella había mientras tío Jonás los espiaba con ojos codiciosos. Después de morderlas e intentar partirlas con las manos bajo la impertérrita sonrisa del encapuchado, decidieron que eran válidas.
Cromwell, con voz incrédula y curiosa se atrevió a farfullar.
- Esto, hmm…está bien, llevaros a este diablillo de mis dependencias, no la quiero volver a ver por aquí.
- Como ordene, milord –. El hombre tras una leve reverencia cargada se sarcasmo hacia el anciano, se acercó a Amy y con suavidad y firmeza la cogió en volandas procurando no hacerle ningún daño. Cuando se hubieron acercado a la puerta bajo la escrutadora mirada de los hombres, el encapuchado susurró algo entre dientes que solo Amy pudo oir.
- Hasta...pronto.
Cuando hubieron salido fuera a Amy casi no le dolía nada, estaba demasiado entretenida pensando en lo que acababa de pasar como para acordarse de que había sido aplastada por un guardia y de que había asistido a una disputa sobre si debía morir o no. Debatiéndose con su inocencia, por fin atinó a preguntar.
- ¿De dónde habéis sacado tanto oro? – El encapuchado rió con ganas.
- Ese zoquete de Nate debería vigilar más sus ahorros. Te queda mucho por aprender pequeña Liesel.
- ¿Liesel? – Preguntó la niña extrañada.- Creo que os confundís.
- Todo a su debido tiempo pequeña –, susurró el hombre- ahora duerme.
Y tras estas palabras, como por arte de magia, Amy…o Liesel, se sumió en un profundo y placentero sueño en el que aparecían los seres más bellos que jamás hubiera visto. Hombres y mujeres que, como ella, tenían las orejitas puntiagudas y parecían ser felices simplemente contemplando un arroyo o conversando animadamente entre ellos. Suspiró en sueños esperando que al despertar, éstos se hicieran realidad.
Continuará...
Cuando por fin recobró la consciencia deseó haber muerto, el dolor que envolvía su cuerpo era tan atroz que no le hubiera extrañado que le dijeran que un batallón de orcos había bailado sobre ella durante horas.
“¡Ya vuelve en si!”, oía muy cerca, tan solo a unos pasos. “¡Que le corten las manos, así no volverá a robar!”, vociferaba otra.
Al oír esto, en otras circunstancias, Amy se hubiera estremecido de pavor pero era tanto el dolor que sentía que no tenía fuerzas ni para abrir los párpados y observar al emisario de tan terribles palabras. Poco a poco fue recordando lo que había sucedido en el mercado y si bien el causante de su dolor había sido un guardia y no un orco, poco tenía éste que envidiarles dado lo descomunal de su ser y el nauseabundo olor que emanaba de debajo de su coraza.
Cuando por fin se vio preparada para abrir los ojos e ignorar levemente los dolores, se dio cuenta de que se encontraba en el suelo de una gran estancia donde un pequeño grupo de hombres discutía a voz en grito mientras la señalaban con dedo acusador.
- Ese color de pelo que tiene no es normal. ¡Es una bruja! - Amy reconoció la voz del que pretendía cercenarle las manos aunque le era imposible enfocar bien la vista y ver su aspecto. - Y esas orejas…- volvió a decir con un matiz tembloroso en la voz. - Creo que deberíamos matarla ahora, ¡aquí mismo!
- Es una niña Nate.- Razonó una voz de anciano.
- ¡Y que si es una niña!, ¡es una maldita ladrona que pretendía robarme!
Por la creciente ira que denotaba ese tal Nate y por sus palabras, Amy dedujo que debía tratarse del comerciante de telas. Maldición, respiró hondo y trató de mantener el aire el máximo tiempo posible en sus pulmones sintiendo todas y cada una de sus magulladas costillas, tío Jonás se iba a poner hecho una furia. No quería ni pensar en las consecuencias de todo eso.
- ¿Tú que dices viejo? - La voz del comerciante parecía envenenada.
- Ah, ya…ya les he dicho que no la conozco apenas-. Un momento...¡Era tío Jonás!, seguramente estaba pensando una treta para sacarla de ahí -. Por mí como si la cortáis en pedacitos y se la dais de comer a los cerdos.
Amy no daba crédito a lo que oía, sabía que su tío no la quería ni nada de eso pero jamás se podría haber imaginado que el muy patán la repudiara de ese modo hasta el punto de no importarle si moría.
- Creo…hmm, creo que si la vendiéramos como esclava nos darían una buena suma, está muy flacucha pero parece sana-. El anciano parecía encantado con su ocurrencia.
- ¡Nadie en su sano jucio va a querer a una ladrona en su casa Cromwell!-. El tal Nate al parecer, no quería desistir en su empeño de matarla.
- No hace falta decírselo a nadie Nate, eso quedará entre nosotros, así como las monedas que nos den por ella. A demás…tú, como avispado comerciante que eres, ya deberías estar acostumbrado a vender gato por liebre-. El anciano Cromwell rió a carcajadas, se creía muy gracioso.
- ¡Lo máximo que nos darán por esta cría andrajosa será una patada en las posaderas!
- Os la daría de buen grado maese, pero no quiero ensuciar mis botas nuevas con su sucio trasero-. Alguien irrumpió en la habitación y todos se giraron al oír al insolente que se atrevía a insultar a un próspero comerciante de Suzail.
La figura avanzó con gráciles movimientos sin ser invitado hacia el centro de la estancia, iba vestido completamente de negro y una capucha dejaba entrever una pálida cara hermosamente dibujada por unas finas facciones. A pesar de que no era un hombre muy alto, su presencia inspiraba cierto respeto y algo de eso debieron notar los hombres pues al ver que el misterioso ser se acercaba con una sonrisa burlona en su rostro, todos retrocedieron unos pasos. Incluso los dos guardias que flanqueaban las puertas se miraban confusos entre ellos sin saber muy bien como proceder.
- ¿Quién sois y quien os ha dejado entrar? – La voz de Cromwell sonó más temblorosa de lo que hubiera querido.
El hombre siguió avanzando sin dejar de sonreír y cuando estuvo a menos de dos palmos del anciano, con un gesto de elegante altivez le lanzó a los pies una pesada bolsa de cuero que emitió un ruido sordo al estrellarse contra las losetas.
- No creo que mi nombre cambie en absoluto el curso de la transacción que estamos a punto de celebrar milord, tampoco creo conveniente revelárselo, más que nada….por su seguridad-. Las tres últimas palabras sonaron más como una advertencia que como una mera puntualización -. Y en cuanto a lo segundo…-, se giró y señaló a los guardias con un gesto despectivo - ...creo que deberíais hilar más fino a la hora de contratar a vuestros guardianes, no verían entrar ni a un elefante lleno de cascabeles-.
A Amy sus palabras le sonaban deliciosamente insultantes y aunque el desconocido bien podía ser un ser malvado y despiadado a ella solo le transmitía una seguridad que jamás en su vida había sentido y por unos instantes, sintió que su vida iba a cambiar tajantemente.
Como era de esperar, aunque con gesto desconfiado, el anciano Cromwell y Nate se abalanzaron sobre la bolsa para contar perplejos la más que notable cantidad de monedas que en ella había mientras tío Jonás los espiaba con ojos codiciosos. Después de morderlas e intentar partirlas con las manos bajo la impertérrita sonrisa del encapuchado, decidieron que eran válidas.
Cromwell, con voz incrédula y curiosa se atrevió a farfullar.
- Esto, hmm…está bien, llevaros a este diablillo de mis dependencias, no la quiero volver a ver por aquí.
- Como ordene, milord –. El hombre tras una leve reverencia cargada se sarcasmo hacia el anciano, se acercó a Amy y con suavidad y firmeza la cogió en volandas procurando no hacerle ningún daño. Cuando se hubieron acercado a la puerta bajo la escrutadora mirada de los hombres, el encapuchado susurró algo entre dientes que solo Amy pudo oir.
- Hasta...pronto.
Cuando hubieron salido fuera a Amy casi no le dolía nada, estaba demasiado entretenida pensando en lo que acababa de pasar como para acordarse de que había sido aplastada por un guardia y de que había asistido a una disputa sobre si debía morir o no. Debatiéndose con su inocencia, por fin atinó a preguntar.
- ¿De dónde habéis sacado tanto oro? – El encapuchado rió con ganas.
- Ese zoquete de Nate debería vigilar más sus ahorros. Te queda mucho por aprender pequeña Liesel.
- ¿Liesel? – Preguntó la niña extrañada.- Creo que os confundís.
- Todo a su debido tiempo pequeña –, susurró el hombre- ahora duerme.
Y tras estas palabras, como por arte de magia, Amy…o Liesel, se sumió en un profundo y placentero sueño en el que aparecían los seres más bellos que jamás hubiera visto. Hombres y mujeres que, como ella, tenían las orejitas puntiagudas y parecían ser felices simplemente contemplando un arroyo o conversando animadamente entre ellos. Suspiró en sueños esperando que al despertar, éstos se hicieran realidad.
Continuará...