La Marca Argéntea

PRÓLOGO.

Les contaré la historia de mi vida y la de mi fiel compañero, tal como la recuerdo. Les advierto que tengo mala memoria y seguramente divague en mis recuerdos, o me exceda en mis explicaciones. Pido disculpas por ello y a quienes aburra con mis anécdotas. Seguramente adorne los resquícios que no recuerde, exalte las batallas que gané y llene de florituras las que perdí.
Pero ante todo, les agradezco la atención y el tiempo que me van a prestar escuchándome.

Todo empezó una noche, no llovía, ni hacía tormenta, era una noche como cualquier otra. En la oscuridad de la noche...

UN LLANTO EN LA NOCHE.

El llanto de un bebé sobresale de entre los ruidos del bosque. La noche es clara, y se pueden ver las estrellas entre el follaje de los árboles.
Las luces danzantes de las lámparas y antorchas, proyectan curiosas y caprichosas sombras entre las chozas colgantes. Como flores nocturnas, estas aparecen brotando de los troncos de ancianos robles, cada una de ellas iluminada en su interior.

El llanto del bebé cesa lentamente y deja paso a la vieja sinfonía sin fin, del bosque nocturno.

El piso de la choza cruje al paso de un elfo de piel bronceada, se mueve lentamente para no despertar al bebé, que dormita en los brazos de una pálida, y aunque agotada, bella elfa de cabellos negros.
Aunque de austeridad espartana, la choza parece un lugar acojedor y no falta de nada. Los pocos muebles que hay están profusamente decorados con grabados y filigranas florales.
El incienso y el olor a flores secas inunda la sala, dando una mezcla de extraños aromas afrutados y ácidos. Las luces bailan al son de la melodía forestal que hay a fuera.

- Aunque se perciban muy débilmente, posee algunos dones del Gran Roble.- Dijo un viejo semielfo canoso y de larga barba blanca, mientras pasaba una nudosa y larga mano sobre el neonato.
- Benditos sean los dioses, al hacernos tan afortunados de concebir a tal criatura...- decía la pálida madre, mientras se sumía en un profundo trance, debido al cansancio.
- Cuando aprenda a andar y hablar, deberéis de entregármelo, sus dones, por pocos que sean, no pueden ser desperdiciados.-
El elfo de piel bronceada quedó mirando a su neonato durante unos minutos, que le parecieron eternos. - Así se hará entonces. No tan benditos deben de ser, que tal como nos ofrecen sus dones, nos los quitan.- Mientras acariciaba el pelo de su neonato, inundado por la rabia y la euforia, a partes iguales.

Y tras decir esto, el viejo cruzó lentamente el umbral, sin volverse vez alguna. Haciendo crujir la madera a su paso.

EL INICIO DE LA SENDA.

Voliéndose por última vez hacia sus padres, a Kirath le asaltaron muchos sentimientos, y todos le indicaban que lo que estaba haciendo era un error... sus padres, su casa... desaparecían mientras bajaban por el espiral de escaleras que envolvía el roble central del Suldanessellar. Abajo, solo se veía el color marrón del follaje, y dos guardias que vigilaban el acceso a las largas escaleras.

Pareció una eternidad bajar esos peldaños, en cada uno de ellos, sabía que era un año que estaría apartado de sus padres, cada uno, era un paso que daba alejándose de los suyos.
Y con él solo le acompañaba un viejo semielfo que parecía cualquier cosa, menos su familia.

Andaron varias leguas alejándose de la ciudad arbórea, y en ningún momento se cruzaron palabra alguna. El rencor que sentía hacia ese viejo, era inmenso, y lo hubiera matado, si con ello hubiera vuelto con sus padres.
Solo se escuchaba el ruido del bosque, cantos de aves extrañas, el sonido de insectos estivales, y de vez en cuando algún pequeño roedor se cruzaba en su camino, fugazmente.

El claro-oscuro de las sombras de las hojas, se proyectaba sobre sus cabezas, las cúpulas de esos árboles se encontraban en un punto muy lejano, arriba, perdido entre la neblina verdosa.

Finalmente la oscuridad les alcanzó, y el viejo eligió los pies de un leñocaso para pasar la noche. Mientras este estaba distraído, sacando las pieles de su zurrón. Kirath aprovechó para echar a correr como un loco. ¡Lo hacía, finalmente huía de ese viejo y volvía a casa!.

Corrió y corrió hasta que las piernas le dolieron, dando tumbos, cayéndose y volviéndose a levantar, al tropezar con rocas y ramas.
Hasta que finalmente cayó por un terraplén, llegando a un charco apestoso y fangoso. Donde le esperaba al otro lado el viejo, apoyado en su bastón.
- Vete si quieres, puedes volver a tu casa con tus padres, no te lo impediré en ningún momento. Pero sepas que si lo haces, será por tu cuenta y riesgo.-
- ¡Claro que lo haré, viejo apestoso, volveré con mis padres, lo juro. Y ni tu ni nadie me lo impedirá! - Gritó con todas sus fuerzas mientras le tiraba barro al viejo, con los ojos llenos de lágrimas.
- No debiste de hacer eso...-
- ¡¿El que?, viejo apestoso!. ¡Vete, déjame en paz!.- Le tiró barro otra vez.
En ese instante, a Kirath se le erizaron los pelos y su espalda se heló por completo, al escuchar los aullidos mas cercanos de su vida.
- Ahora los lobos saben que estás aqui. Puedes probar de esquivarlos, pero si te quedas, no te pasará nada.-
Kirath, se secó las lágrimas y entre lastimeros gemidos miró al anciano de arriba a abajo. Parecía un viejo enclenque, demasiado exagerado incluso. Pero en su mirada se percibía vitalidad salvaje.
Los lobos aparecieron de entre la maleza, eran grandes lobos negros, y entre ellos se distinguía a un gran lobo gris.
Este se acercó, y contra todo pronóstico, solo husmeó al niño élfico y al viejo. Para luego desaparecer junto a sus hermanos, en los negros abismos de la noche.
- Conmigo hallarás respuestas, y conocerás los secretos del bosque. Que solo unos pocos elegidos conocen.- Le dijo el viejo, mientras le tendía la mano.
Kirath le agarró la mano, y se perdieron entre la maleza juntos.

COMO EL CAER DE LAS HOJAS.

Como el caer de las hojas, los años transcurrieron lenta, pero inexorablemente.
Kirath llegó a ver a ese viejo, como alguien sabio y amable. Junto a él, cada día, se convertía en una nueva experiencia y una nueva sabiduría adquirida. El viejo maestro, le mostró cuales eran las plantas que podían curarle, matarle, y cuales alimentarle. A hablarle a los árboles ancianos, a escuchar al viento y las melodías del bosque.
A interpretar los sonidos de los animales, y leer las pisadas en el suelo lleno de hojas.
Nunca supo los años que pasó junto a su Maestro, solos en el bosque, con los animales, como única compañía.

Un día, sentados sobre una roca, en un claro soleado del gran Tézhir. Mientras comían carne seca y bayas. El maestro estaba pensativo, mirando el vacío. Mientras, Kirath comía una pata de tejón y miraba al maestro expectante.
- Dime Kirath. ¿Sabrías decirme que diferencia hay, entre un bosque frondoso, y un árido desierto?.- Dijo el maestro, tan enigmático como siempre.
- Mmm... ¿Que uno está lleno de vida, y el otro muerto?.- Dijo mientras daba un mordisco al muslo estofado.
- ¡Mal!.- Golpeándole en la cabeza con su bastón. - Nunca respondas sin pensar, el instinto está para usarlo con la cabeza... el corazón debe ir junto el cerebro. Uno sin otro no viven.-
Mientras se frotaba la cabeza con la mano libre, Kirath supo, que se trataba de otra de aquellas preguntas que tardaría días, o incluso dekanas a resolverla.
- Has vivido en este frondoso bosque, mas de lo que un efímero humano viviría nunca. Ahora te toca conocer el desierto...- Dijo el viejo barbudo, mientras se sumía en un profundo trance
Kirath se quedó mirando al viejo. Entonces lo encontró mas envejecido, consumido, el tiempo de los mortales se acababa para él; lentamente pero inexorablemente, como el caer de las hojas en un bosque.
El día dejó paso al ocaso, y el viejo seguía en su trance... Kirath se preparó para pasar la noche en el claro. Normalmente, cuando el viejo entraba en trance, podía pasarse horas sin moverse, algo que Kirath solo conseguía si estaba completamente exhausto.

Al caer la noche, Kirath se cubrió con pieles y se tumbó bocarriba, para ver las estrellas. Estaba pensativo, buscando una respuesta a tan aparentemente simple enigma.
- El desierto difiere en muchas cosas en un bosque... ¿Pero a que se ha referido el Maestro con eso?.- Murmuraba mientras miraba las estrellas.
Mas allá a unos pies, estaba el viejo, sentado con las piernas cruzadas, sobre la roca. Su figura se perfilaba entre la oscuridad, y poco a poco, solo se llegó a intuirla.
Las estrellas se movían lentamente, Kirath conocía todas las constelaciones de esa latitud, y se preguntó como deberían de ser las constelaciones del ecuatorial desierto.
Y con ese pensamiento rondándole la cabeza, entró en el trance mas extraño de su vida.

SUEÑOS EN EL BOSQUE.

Durante su trance, Kirath tuvo una visión, una extraña y rara visión.
Estaba caminando por un sendero lleno de hojas caídas, secas. A su alrededor, había maleza y árboles de gran altura, que sus cúpulas se perdían de vista entre las alturas. Y en el fondo del largo camino, había un claro; un claro iluminado con un gran roble milenario en su centro. A medida que se acercaba al claro, Kirath podía ver que en la base del gran roble había algo brillante. A medida que fue acercándose, la figura iluminada se fue haciendo mas clara. Se trataba de un triple espiral o también llamado trisquel, grabado en su base, que brillaba con una potente luz verdosa.
Cuando entró en el claro, vio que estaba en un círculo de seis menhires, todos y cada uno de ellos cubiertos por musgo y hebras de plantas trepadoras.
- Seis, los seis elementos fundamentales: Tierra, Fuego, Agua, Aire, Vida y Éter.- Pensó.
El trisquel grabado, irradiaba una extraña y apacible aura, además de la luz verdosa. Cerca de él, uno parecía estar cómodo y en paz consigo mismo.
Se sentó junto el Gran Roble, y permaneció largos minutos observando el círculo antes de oír esa voz.

Al principio solo era el murmullo del viento golpear a los árboles y hojas. Lentamente fue cambiando hasta convertirse en una letanía. Y finalmente pudieron reconocerse palabras tangibles.
- KIRATH, TU APRENDIZAJE SOLO HA EMPEZADO. PERO YO YA NO PUEDO INTERFERIR MAS EN ÉL.- Dijo una voz retumbante, que no venía de ningún lado.
- ¿Que... quien... quien eres?.- Dijo con un hilo de voz.
- SOY EL PADRE, SOY EL PASTOR, SOY QUIEN VIGILA Y GUARDA LOS BOSQUES, SOY EL GRAN ROBLE QUE CRECE EN EL CORAZÓN DE LOS BOSQUES.-
Anonadado, Kirath fue incapaz de reaccionar y permaneció petrificado mirando el trisquel del Gran Roble.
- AHORA VE, YA CONOCES LA PREGUNTA, VUELVE CON LA RESPUESTA.-
Tras decir esto, todo empezó a volverse borroso y confuso...

Kirath salió de su habitual y ligero trance al amanecer, justo antes de romper el alba. Confuso con lo que vio en su visión.
¡Cual mayor fue su sorpresa!, al ver que en el lugar donde estaba el viejo meditando, se encontraba un roble. No era un árbol joven, parecía un anciano y longevo roble, un Gran Roble, con un trisquel grabado en su base.

VIEJAS RENCILLAS

Solo en el claro, con los primeros rayos de sol rompiendo sobre las copas de los árboles, Kirath recogió sus cosas y se preparó para empezar su larga travesía.
En el Gran Roble, junto el trisquel grabado, había el bastón del Viejo Maestro. Todas sus demás pertenencias habían desaparecido, y solo se encontraba ese nudoso bastón, apoyado en el trisquel.
Primero dudó, pero finalmente decidió que debería recoger ese bastón. Era evidente que se le era ofrecido.
Recogió el bastón con cuidado, y pudo apreciar sus delicadas tallas. Lleno de filigranas florales, y ninfas bailando, ese bastón había acompañado siempre a su maestro.
Cuando estuvo en la linde el claro, Kirath echó la última mirada al Gran Roble. -...Vuelve con la respuesta... Entonces eso haré.- Pensó.
Kirath solo tenía conocimiento que el desierto de Calimshan estaba en alguna parte del sur, bordeando los dos mares. Por lo que tomó el camino mas fácil, se dirigiría hacia el oeste, hasta encontrar la costa de las espadas y luego, giraría hacia el sur. No tenía pérdida... pero primero necesitaba cruzar el Tézhir.

Caminó durante dekanas, sin pararse, solo para cazar y descansar. No dudó en no pararse en Suldanessellar, ya que él, aún no había terminado su aprendizaje. Y volver al hogar, significaba renunciar a él. Pero si la observó desde la lejanía, y recordó a sus padres, con lágrimas en sus ojos.
Algún día volvería a ese maravilloso lugar de grandes chozas colgantes, y de hermosos y gentiles habitantes.

Lentamente el bosque fue haciéndose cada vez menos denso, y pronto pudo ver el cielo con claridad. Estaba llegando al umbral del bosque.
En estas tierras intermedias, había restos de ruinas antiguas, y alguna que otra choza habitada. Generalmente se trataban de cazadores o simples carboneros, que para mas comodidad, vivían en el bosque.

Hace muchas lunas, los humanos y los elfos del Tézhir, se enfrentaron en una larga y sangrienta lucha. Duró mas de un centenar de años. Los humanos reclamaban el bosque, alegando sus necesidades expansionistas. Y los elfos por otra parte, lo reclamaban como hogar ancestral, desde la diáspora de Siempreunidos.
Aunque la lucha ya hubiera terminado desde hace décadas, ambas razas eran reacias a con fraternizar. Se soportaban y colaboraban juntas, pero solo lo necesario.

Y con esa ligera espina clavada en su memoria ancestral Kirath observó por primera vez un asentamiento humano, Musgolito.

EL LOBEZNO ASUSTADO.

Musgolito, dado a su acercamiento paulatino a la forma de vida silvanita, hizo que los señores feudales colindantes impusieran a la iglesia de Yelmo a sus habitantes. Por el rencor de viejas rencillas pasadas con los elfos silvanos. Quizás ese viejo rencor fue el detonante de lo que Kirath encontró el día de su huida de Musgolito.

Cuando Kirath llegó a Musgolito, encontró que se trataba de una villa tranquila y llena de gentes de paso. Para su sorpresa, había un templo a Silvanus en los alrededores de la villa. Conversó durante horas con los demás druidas que frecuentaban ese sacro lugar. Escuchó las historias sobre las gentes élficas y los humanos guerreando entre ellos. Las traiciones y las crueldades de toda guerra. Y también fue advertido del peligro que conllevaban los recién llegados yelmitas en la villa.
Las gentes del lugar, cada vez veían a los silvanitas como los viejos fantasmas de una guerra pasada, y poco a poco el rencor volvía a sus corazones. Quizás fueran los yelmitas quienes promovieron tal rencor, sin querer. O quizás sea por que hay guerras que nunca terminan.

El día de su huida, Kirath estaba tranquilamente paseando por la villa, hablando con los mercaderes y viajantes, sobre el desierto y sus peligros. Cuando, de repente, empezó a escuchar gritos de niños, abucheando a alguien. Al acercarse, descubrió que un grupo de niños, habían encontrado a un lobezno. Que quizás su madre lo había rechazado, o había caido en una trampa, la verdad, no lo recuerdo. Mi mente se vuelve borrosa cuando intento recordar algo anterior a ese día.

Estaba asustado, recuerdo que me había acercado a la villa por que olí carne cocinarse en un fuego, hacía días que no probaba bocado alguno y el hambre fue mas fuerte que el miedo a acercarme a los humanos.
Los niños me tenían acorralado entre el coro que formaban, y un muro bajo de algún huerto. Me estaban tirando piedras y palos, mientras se reían de mi pobre suerte.
Temblaba de miedo, no paraba de sollozar y gimotear lastimosamente. Entonces ocurrió.

Nuestras miradas se cruzaron y Kirath volvió al pasado durante unos segundos. Se vio a él mismo llorando, rodeado por grandes lobos y a su lado al Viejo Maestro. Comprendió que debía de hacer algo por el lobo, pues él, era el lobo al que apedreaban.

Les gritó que pararan y me recogió, cubriéndome con sus ropas. En ese momento, la guardia de la ciudad, vio como un elfo estaba gritando a un grupo de niños y se metía la mano entre los ropajes, para seguramente, sacar un arma.
Dicen, que las grandes guerras, empiezan con grandes malentendidos. Debe de ser cierto.
Los guardias acudieron raudos a proteger a los niños de ese elfo malvado y en pocos segundos, Kirath se encontró rodeado de guardias empuñando alabardas, campesinos con tridentes y hoces. Mal asunto.
Rodeado, asustado y con el lobezno temblando entre sus ropas, Kirath se sintió acorralado y sin salida alguna. Entonces fue, cuando su miedo y instinto de supervivencia, se transformaron en rabia y odio.

Entre la atónita mirada de guardias, granjeros, niños y ancianas. Kirath se transformó en un gran lobo, furioso y asustado.
Y entonces, cundió el pánico.

LA CONSCIENCIA DE UNO MISMO.

La mente es curiosa, saben... alguien dijo una vez, que sin pensamiento, no existimos... menuda estupidez. Yo antes de mi autoconsciencia bien que existía.
Antes, era un lobo, y ahora, sigo siéndolo... solo que algo más viejo.

Dando vueltas sobre lo mismo, algunos dirán que es toda una bendición, tener consciencia de uno mismo. Otra memez. ¿Saben lo duro que es, ser conscientes de las atrocidades que cometimos a veces?. ¿Saben lo dificil que resulta a uno, matar a sangre fría. Mirar a los ojos de un inocente, para luego desgarrarle el cuello y comerte sus entrañas?.

Que va, ustedes no lo saben, por el simple hecho, que no paran a pensar en ello. O creen que son superiores y punto. Menudos arrogantes.

Además, tener consciencia de uno mismo. Conlleva a que algún momento de nuestra vida, uno piense en aquello que es trascendental:
La muerte me alcanzará, pero... ¿cuando y como?, ¿los dioses rigen nuestro destino, y si es así, que nos depara?... Como ven, ser consciente de que eres efímero, y limitado. Hace que uno se suma en la melancolía.

... Pero, por suerte. Kirath no era consciente de él mismo, cuando estaba arrancando la yugular de ese guardia. O cuando lleno de rabia, se ensañó con uno de esos niños. Seguramente eso fué una suerte... pero también fué una cobardía.

Es de cobardes, dejar que nuestra rabia fluya, y nos llene. ¿Porqué?, simple. Cuando uno está lleno de rabia, no hay espacio para la autoconsciencia.
Eso crea un marco perfecto para justificar nuestros actos mas atroces, y desentendernos de nuestra culpa.
No, los instintos están para ayudarnos a sobrevivir... no para justificar asesinatos y violaciones, y luego lavarnos las manos. Por eso, no siento odio hacia los Malaristas, siento lástima por ellos. Como se siente lástima de un idiota.

Pero eso, son divagaciones de un viejo lobo, y nos alejan de la historia que nos atañe. Así que seguiré el relato.

... Mientras lo abría en canal, con sus fauces. Kirath saboreó la rabia pura. Fué temptado, ¿por la Garra?, quizás. Eso, no creo que sea relevante en el fondo. Sería pretencioso decir, que todos los actos que comete un sacerdote, están guiados por un dios.

Tras sembrar el caos, Kirath me agarró por el pescuezo, con sus fauces ensangrentadas. Y nos perdimos entre la maleza...

//Sigue...

//Por favor, que siga!