Kairos, Escribano de Yérgal
Publicado: Jue Jul 16, 2009 12:33 pm
¡Un año más cerca!
Esa era la frase que se repetía año tras año en los oídos de Kairos, un joven escribano de Yérgal. Su único propósito en su vida humana era trabajar encerrado en un santuario, sin ver la luz del sol ni el mundo exterior para archivar todas las muertes de faerun, en pergaminos. Cogía su pluma, la embadurnaba adecuadamente en el vial de tinta y escribía a la par de que un liche demente le gritaba los nombres de los muertos, su raza y su forma de morir. A su lado, más seres como él hacían el mismo trabajo, de diferentes regiones, incluso planos.
De bien pequeño, sus padres murieron por una terrible enfermedad que asoló su villa. Él y unos pocos más sobrevivieron gracias a la intervención de varios devotos a Yérgal. Llegaron, clasificaron a los caídos y cogieron a los más pequeños para cuidarlos y adoctrinarlos en la importante tarea de un Escribano de la Perdición. Era el pago por no morir de hambre o deshidratado, y ocupar otra insulsa línea en un pergamino que sólo saben los dioses quien los mirará.
Aquel que lo recogió, Krhonos, era un anciano de barba blanca, túnica negra y ojos aun más oscuros. Su semblante siempre era serio, frío y inexpresivo. Eso cuando fue a recogerlo. Ahora es su maestro, su tutor, aquel que le susurra el nombre de los caídos, el liche dementes que vocifera nombres de personas a su oído. La iglesia de Yérgal permite estas transformaciones y usos de la Muerte Viviente, pero el pago es evidente: Locura y clausura en la Catedral de los Sacros Pergaminos. Este liche le enseñó todo a Kairos, el arte y uso de la nigromancia y los rezos y plegarias con su deidad.
Un buen día, como otro cualquiera, entre desconocidos nombres y viales vacíos de tinta, las puertas de la Catedral se abrieron de par en par para que un cráneo volador, coronado por multitud de piedras ioun, y con un aura brillante a su alrededor, hiciese aparición. Con su voz sepulcral, el heraldo de Yérgal, entre todos los presentes buscaba voluntarios para una fundamental tarea.
Parecía ser que la política de la iglesia cambió, y querían enviar emisarios y agentes a todas las regiones de Faerun, para expandir la fe del Senescal de los Muertos y que su monótona, aburrida y invariable tarea sea conocida por todos. Además, los agentes, debían velar por las muertes que podrían toparse, reconociendo cuando llegaría la hora de quien haya caído, y quien no.
Kairos fue uno de los escogidos, dada su juventud, aunque poca experiencia en el mundo exterior. Pero el múltiple conocimiento de las artes arcanas nigrománticas y las plegarias a su señor Yérgal, lo convertían en un interesante agente. Le fue asignado la región de la Marca Argéntea, dado que últimamente el número de mortales inscritos en los pergaminos se había incrementado sustancialmente.
Ataviado de negro, con un bastón de roble y su libro de conjuros y plegarias, Kairos se puso en marcha. Pero para esta tarea en el mundo exterior, el joven Escribano de la Perdición contaba con dos asesores y ayudantes.
Por un lado, tenía a Buscamuerte, un cuervo viejo y cascarrabias. que volaba medio ciego, se le caían las plumas constantemente y que hablaba común no muy eficientemente. Era el familiar de su maestro, Khronos.
Su segundo asesor era Burlamuertes, una sombra censada por la iglesia como no problemática. En realidad, en su vida mortal fue un vil asesino que cometió grandes atrocidades, y ahora pagaba sus delitos y pecados con incontables años de servicio a la iglesia de Yérgal. En su camino para que su alma descanse en paz, ayudará a Kairos en todo lo que requiera. Además, es una gran fuente de conocimiento de todo lo que acontede a un crimen de asesinato, sean venenos o hechos.
Así pues, el joven sacerdote de Yérgal y sus dos asesores, Buscamuerte y Burlamuertes, se pusieron en camino hacia la Marca Argéntea, concretamente a un pequeño pueblecito donde solían reunirse muchos aventureros y donde acontecían muchas desgracias en un relativo corto periodo de tiempo.
Su misión es clara, pero las hebras del destino son muchas y el futuro de Kairos ya está escrito. O al menos, su muerte.
Esa era la frase que se repetía año tras año en los oídos de Kairos, un joven escribano de Yérgal. Su único propósito en su vida humana era trabajar encerrado en un santuario, sin ver la luz del sol ni el mundo exterior para archivar todas las muertes de faerun, en pergaminos. Cogía su pluma, la embadurnaba adecuadamente en el vial de tinta y escribía a la par de que un liche demente le gritaba los nombres de los muertos, su raza y su forma de morir. A su lado, más seres como él hacían el mismo trabajo, de diferentes regiones, incluso planos.
De bien pequeño, sus padres murieron por una terrible enfermedad que asoló su villa. Él y unos pocos más sobrevivieron gracias a la intervención de varios devotos a Yérgal. Llegaron, clasificaron a los caídos y cogieron a los más pequeños para cuidarlos y adoctrinarlos en la importante tarea de un Escribano de la Perdición. Era el pago por no morir de hambre o deshidratado, y ocupar otra insulsa línea en un pergamino que sólo saben los dioses quien los mirará.
Aquel que lo recogió, Krhonos, era un anciano de barba blanca, túnica negra y ojos aun más oscuros. Su semblante siempre era serio, frío y inexpresivo. Eso cuando fue a recogerlo. Ahora es su maestro, su tutor, aquel que le susurra el nombre de los caídos, el liche dementes que vocifera nombres de personas a su oído. La iglesia de Yérgal permite estas transformaciones y usos de la Muerte Viviente, pero el pago es evidente: Locura y clausura en la Catedral de los Sacros Pergaminos. Este liche le enseñó todo a Kairos, el arte y uso de la nigromancia y los rezos y plegarias con su deidad.
Un buen día, como otro cualquiera, entre desconocidos nombres y viales vacíos de tinta, las puertas de la Catedral se abrieron de par en par para que un cráneo volador, coronado por multitud de piedras ioun, y con un aura brillante a su alrededor, hiciese aparición. Con su voz sepulcral, el heraldo de Yérgal, entre todos los presentes buscaba voluntarios para una fundamental tarea.
Parecía ser que la política de la iglesia cambió, y querían enviar emisarios y agentes a todas las regiones de Faerun, para expandir la fe del Senescal de los Muertos y que su monótona, aburrida y invariable tarea sea conocida por todos. Además, los agentes, debían velar por las muertes que podrían toparse, reconociendo cuando llegaría la hora de quien haya caído, y quien no.
Kairos fue uno de los escogidos, dada su juventud, aunque poca experiencia en el mundo exterior. Pero el múltiple conocimiento de las artes arcanas nigrománticas y las plegarias a su señor Yérgal, lo convertían en un interesante agente. Le fue asignado la región de la Marca Argéntea, dado que últimamente el número de mortales inscritos en los pergaminos se había incrementado sustancialmente.
Ataviado de negro, con un bastón de roble y su libro de conjuros y plegarias, Kairos se puso en marcha. Pero para esta tarea en el mundo exterior, el joven Escribano de la Perdición contaba con dos asesores y ayudantes.
Por un lado, tenía a Buscamuerte, un cuervo viejo y cascarrabias. que volaba medio ciego, se le caían las plumas constantemente y que hablaba común no muy eficientemente. Era el familiar de su maestro, Khronos.
Su segundo asesor era Burlamuertes, una sombra censada por la iglesia como no problemática. En realidad, en su vida mortal fue un vil asesino que cometió grandes atrocidades, y ahora pagaba sus delitos y pecados con incontables años de servicio a la iglesia de Yérgal. En su camino para que su alma descanse en paz, ayudará a Kairos en todo lo que requiera. Además, es una gran fuente de conocimiento de todo lo que acontede a un crimen de asesinato, sean venenos o hechos.
Así pues, el joven sacerdote de Yérgal y sus dos asesores, Buscamuerte y Burlamuertes, se pusieron en camino hacia la Marca Argéntea, concretamente a un pequeño pueblecito donde solían reunirse muchos aventureros y donde acontecían muchas desgracias en un relativo corto periodo de tiempo.
Su misión es clara, pero las hebras del destino son muchas y el futuro de Kairos ya está escrito. O al menos, su muerte.