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Almas Rotas

Publicado: Vie Oct 09, 2009 9:20 pm
por _Gominolas_
//gracias a kuzadrepa por su colaboración en esta historia :P



Un prisma tiene varias caras, varias visiones, y en este caso; varias almas. Cada una con algo que contar sobre lo que aconteció el día señalado, el día en que, esas almas se quebraron a la par.


"alma de Sylbeth"


Todo individuo es indeciso por naturaleza, en mayor o menor medida siempre acaba dudando sobre cuestiones de su vida, teniendo dos voces con distinta opinión en su cabeza. Pero tarde o temprano una de ellas debe imponerse y guiarlo.

Ese no era mi caso, cada voz en mi ser tomaba sus propias decisiones a expensas de la otra, dejando tan solo el daño causado como rastro de sus actos.
Una senda que nunca va hacia delante y un muro que se desmorona cada día, sin que tu paso por la vida consiga dejar la huella que deseas.


Aquel día, cuando sin llegar a abrir los ojos note el suave tacto de unas sabanas de seda, sabía que la imagen que me esperaba marcaría el resto de mi existencia. Y allí lo vi, un hombre reposaba desnudo a mi lado, ambos cuerpos tan solo con el roce de esas sabanas sobre si.
Creo que mi mente se negó a reconocer su faz por un tiempo, no podía analizar que ese ser, era mi amado, con el que habíamos jurado un voto sagrado.
Y ahora perecía mancillado, marchitado junto con cualquier sentimiento. Veía su boca moverse mientras me miraba, pero no era capaz de oír lo que de la misma salía. Tire de una de las sabanas y Salí de allí, ni sabría decir si fue a paso ligero o no, el tiempo y el espacio quedaron estancados desde el momento que abrí los ojos.


Un conocido olor a incienso fue la única pista que me devolvió a la realidad, había llegado al templo desconociendo los medios. Me arrodille dejando caer mis rodillas, queriendo notar el golpe de las mismas al caer al suelo. Y caí en una espiral donde las oraciones y ruegos se repetían una y otra vez de forma autómata. Mientras las dudas o el remordimiento hacían una tenue aparición; ¿por qué?, ¿fue mi culpa?, ¿me lo merezco? , por qué tuviste que escogerme a mí…


Agua cae sobre mi cabeza, una de los acólitos me bañaba, agua pura y limpia que no conseguiría llegar a arrastrar la mancha que portaba. Mientras me dejaba hacer, volvía a mí cabeza la de veces que no he sido testigo de mi propia vida, eternas lagunas, miradas desconocidas, una marioneta a la que le escriben un distinto guion día si día no.


“Todo individuo es indeciso por naturaleza, en mayor o menor medida siempre acaba dudando sobre cuestiones de su vida, teniendo dos voces con distinta opinión en su cabeza. Pero tarde o temprano una de ellas debe imponerse y guiarlo. “


Y una de ellas por primera vez se impuso, cerre los ojos sintiendo el viento del bosque golpear en mi cara y con la imagen grabada de lo único autentico que había vivido, mi hijo. No había llanto ni alegría, ni pena ni dolor, por una vez, en mi cabeza solo había silencio. Un silencio que poco a poco el latido de mi corazón no fue capaz de romper.



"Hijo mío, no te pido que lo entiendas, no podría concebir que uno de esos fatídicos días en los que abría mis ojos, ya no pudieras estar, mis propios actos te hubieran alejado de mí, soy demasiado cobarde para alejarme a mi juicio final sin al menos una pequeña imagen de algo querido, algo puro".



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"alma de Bandy"




Muchos se preguntan qué hizo que pudo hacer que Bandy eligiese abandonar un feliz hogar y una tierra amada por segunda vez. Qué puede atar a esta tierra lejana al joven. Todo lo que le envuelve denota que ama su tierra y sus costumbres, que las honra, las respeta y las defiende. Entonces… ¿qué hace aquí?

Él no se lo pregunta, en todo caso la pregunta seria ¿cómo no iba a estar aquí? Aquí ha crecido, ha madurado y ha creado un vínculo inquebrantable con la tierra que le rodea, las rocas, los árboles, los ríos y aquellos que moran aquí le han reconocido como a uno más, ofreciéndole amparo y ayuda incondicional ¿Cómo desechar eso?

Se respaldó en ese sentimiento cuando leyó la carta de despedida que Sylbeth había dejado en el hospicio para él. En que su vínculo con esa elfa a la que había llegado a considerar una madre no era lo único que le ataba aquí. Aunque quizá fuese porque la idea de que algún día volviese, esa esperanza, el sueño de los que están despiertos, le ataba aún más a este lugar.

Proveniente del lejano cielo escuchó un sonido que le llenó de dicha. Un aliado, un hermano, volvía. Surcando los cielos con uno de los sentidos mejor desarrollados que la naturaleza ha regalado a uno de sus hijos, el halcón vigilante, el encargado de seguir siempre que le era posible de los pasos de la elfa, volvía a casa.

¿Volvía tal vez precediéndola? Una pregunta ingenua fruto de la inexperiencia de Bandy, que encontró una respuesta que acabó con parte de juventud de una bofetada. Da igual el idioma en que se diga, élfico, común, enano o animal, es algo que cuando escuchas, acaba con una parte de ti
: “tu madre, ha muerto”.

La reacción del joven se hizo esperar, quien sabe si unos segundos o unos minutos, él no sabría responder a esa pregunta. La voz de su madre pronunciando las palabras que había escrito en esa carta que le había dejado resonaban una y otra vez en su mente. No iba a volver a su tierra, era una carta de despedida, pero de una mucho más amarga y cruda. Se maldijo por no haber sabido interpretarla como era debido, pero ni en sus más macabras pesadillas hubiese soñado algo así. Para él, era inconcebible.

- Llévame con ella –
nunca había usado ese tono con nadie, sonó a orden-.


Bandy corrió, corrió con toda la fuerza de su alma siguiendo la estela del ave. Sin descanso y sin tregua durante quien sabe cuánto tiempo.

Por un momento había perdido de vista al halcón, pero siguió corriendo en la misma dirección, su oído le indicó el camino, sonidos de pelea: “Carroñeros…” esa palabra cruzó por su mente antes de acelerar aun más si cabe el paso, ya no era el amor o la desesperación quien le fustigaba para seguir, era una furia incontenible.

Cuando llegó al claro, se encontró con un grupo de 6 lobos, uno de ellos había conseguido clavar sus dientes en la pata del halcón. Fue su fin. Impulsado por la fuerza del cuello del animal, el ave quedó medio tendida en el suelo y el resto de la manada se abalanzó sobre él.

Una herida mortal para el ave, mas no hubo festín. Bandy anunció su llegada con un grito, más bien un rugido. Saltó sobre el primer lobo, que tuvo la imprudencia de atacarle en vez de retirarse. También fue su fin. Acostumbrado a lidiar con bestias, no necesitaba pensar para saber qué debía hacer. Un golpe, más bien un zarpazo vertical ascendente impactó en la parte baja de la mandíbula del animal justo cuando éste se lanzaba contra él. Tal fue la violencia del golpe que el animal cayó muerto, de espaldas con mandíbula y cuello rotos. Fue suficiente para decidir el resto de la pelea. Los lobos se retiraron mientras el fiero tigre en el que se había convertido por un momento rugía furioso.

El lastimero graznido del halcón, hizo que la furia desapareciese casi al instante. No pudo hacer otra cosa que despedirse y agradecerle lo que había hecho por él mientras lo bañaba entre lágrimas.

Se hizo el silencio. Tardó un buen rato en reunir las fuerzas necesarias para quitar la vista del cadáver de su hermano, lo que iba a encontrarse ahora era una imagen no menos dura. Él lo sabía.

Estaba en cuclillas, frente al cuerpo del halcón, a su espalda, estaba ella. Con cabeza gacha y mirada temblorosa, fue volteándose poco a poco… sus pies; daban a entender que estaba boca arriba. Sus piernas; apenas habían conseguido arrancar sus protecciones. Su torso; incompleto por las dentelladas de los lobos. Sus brazos no presentaban mejor aspecto… y en sus muñecas dos cortes profundos. Junto a su mano derecha un cuchillo…

Una imagen que no deseas ni para el peor de tus enemigos.

Gateó hasta ella, abrazándola con fuerza, silencioso. Su cuerpo convulsionaba por las emociones contenidas. El llanto y la furia hicieron presencia pasados unos eternos segundos. Después de todo, no era más que un joven en plena adolescencia, y aunque había vivido muchísimas cosas que le habían curtido como a pocos en tan temprana edad, su fuerza no era de esa índole. No podía soportar el dolor, no quería, no sabía cómo. Sólo cuando el cansancio venció a la pena pudo dejar de comportarse como un niño histérico y se apagó.


Incapaz de tomar otra iniciativa, cargó con el maltrecho cuerpo de su madre y su hermano y se encaminó de nuevo a Nevesmortas, hacia el único sitio que su nubladamente podía decirle que fuese, a La Atalaya del Alba.


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"Alma de Dae"


“¿Alguna vez has estado enamorado? ¿Horrible, no? Te vuelve tan vulnerable. Abre tu pecho y abre tu corazón y eso quiere decir que alguien puede entrar en tí y dejarte hecho un lío. Construyes todas esas defensas. Construyes toda esa armadura, por años, para que nada pueda lastimarte, hasta que un estúpido día, una estúpida persona, similar a todas las otras estúpidas personas entran a tu estúpida vida... Les das una parte de tí. Ellos no lo piden. Solo hicieron algo estúpido como besarte o sonreírte, y entonces tu vida deja de ser tuya. El amor toma rehenes. Se mete dentro de tí. Te come y te deja gritando en la oscuridad; una frase tan simple como “deberíamos ser amigos” o “muy perceptivo de tu parte” se vuelve una astilla de cristal que va penetrando tu corazón. Duele. No solo en tu imaginación. No solo en la mente. Es un dolor del alma, del cuerpo, un verdadero dolor del tipo entra-en-ti-y-te-despedaza. Ese tipo de dolor. Nada debería tener el poder de hacer eso. Especialmente no el amor. Odio el amor.”

-Neil Gaiman; The Sandman


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"Búscame" . ¿Qué significaba eso?

Búscame. Esas últimas palabras resonaban en la cabeza de Daedelath mientras contemplaba las llamas arder desde su asiento en su estudio. Era ya por demás difícil aceptar que no lograba encontrarla. El montaraz había recorrido todo el paraje conocido en su busca. Lo que hacía la derrota un poco más difícil de lidiar, ya que a lo que él comprendía, toda la Marca era de su conocer.

Cerrando sus ojos, recordó nuevamente ese tierno beso de despedida, esa última caricia, ese último saborear de sus labios. Y luego adiós. Emacsub, esas últimas palabras tan fácilmente descifrables pero tan difíciles de cumplir.

De repente se puso en pié, no por un chispazo de genialidad o una nueva teoría de donde buscar. De eso ya se había rendido. En un arranque de furia lanzó un golpe al estante de libros más cercano, haciéndole retumbar. Lo único que el semielfo soportaba menos que no poder hacer algo, era no saber qué hacer. Detestaba ese sentimiento de desesperación.

El brillo carmesí proveniente de sus cimitarras avisó que las Buscadoras de Sangre estaban conscientes de su furia y gritaban también. ¿O acaso celebraban? Bah... ¿qué importa?

Desechando esa idea las tomó y ajustó a su cinto y buscó la puerta, decidido esta vez a encontrarla. Maldita sea Sylbeth, ¿dónde te escondes? Nuevamente recorrería ese camino interminable que eran las Marcas Argenteas en busca de esa a quién él sabía que no encontraría. Pero una sorpresa le aguardaría, no en su viaje, pero a su final.

Mientras lidiaba con su decepción muy a su manera, justo al norte de la villa notó un pequeño grupo de personas cabizbajos hablando en tonos susurrantes.

-¿Quien murió?- Fue la primera pregunta que se le vino a la cabeza. Igual poco le interesaría la respuesta, o eso creía.

Maldiciendo el no haber revisando quienes conformaban el silencioso grupo vio al monje Shouzen dedicarle una mirada de dolor, a la cronista Lissy Grey que no podía siquiera levantar la mirada, y la mirada furibunda de Bandy, el joven de piel color ébano supuesto hijo adoptivo de esa a quién buscaba.

Lo único que previno que Daedelath recibiera un golpe directo a la quijada fue la velocidad del monje, puesto que Bandy estaría más que contento de propinarsela y Dae, de repente comprendiendo lo que sucedía entraba en un estado de incredulidad, dejándole paralizado. He llegado tarde.

-¡Déjame!- Gritaba el joven mientras que Shouzen le mantenía preso con esa facilidad que es propia de los ascéticos. -¿¡Crees que es una broma!? ¿¡Crees que es divertido!?-

Gritó y gritó hasta que sus pulmones cedieron y sus fuerzas le abandonaron. No, no fue el cansancio lo que derrotó al joven. Fue el pesar de su alma. Cayendo de rodillas de dejó consumir en un silencioso llanto.

En ese momento era que el asesino aprovechaba para retomar su frío temperamento y modo calculador. -¿Dónde está?- Eran segundos los que habían transcurrido, pero parecía que ese a quien conocían como Astinus había desaparecido por completo. Ante ellos alguien más les demandaba la información. Alguien verdaderamente de temer.

El niño de rodillas, su cuello está a distancia de cimitarra. El monje está ocupado sosteniéndole, su corazón está en rango. La arcana, ella es quien quedará viva. Solo necesito cortarle las manos. Dos guardias a mi espalda. No serán demasiado problema. Solo necesito una boca para que respondan mis preguntas.

-Astinus...- Usaba ese nombre por el que le conocían en la villa, pero Shouzen, quién por años ya había tratado con el asesino presintió ese cambio y se colocó en pie, entre Daedelath y los demás. -Está muerta. Bandy la encontró. Áshnar está preparando su cuerpo.-

-¿Donde?-
Palabras cortas, directas, resecas; el asesino quería toda la información y la quería en ese instante.

Shouzen, verdadera compasión en sus ojos intentaba calmar ese lobo que tenían frente a ellos -Astinus... tranquilízate. Todos estam- Pero nunca se le permitió terminar la frase.

-Dejó una carta.-Sollozaba Bandy -Decía que no quería regresar. Que no regresaría.- Nuevamente su dolor no le permitió seguir su relato.

Dae no quería saber más, no podía comprender más. Sin pensarlo dos veces desenfundó sus cimitarras. Sangre.... Queremos sangre... le susurraban las Buscadoras como siempre lo hacían mientras que él se encaminaba a la villa. Los demás no dieron demasiada importancia. En ese momento preferían que se marchara.

Dentro de la villa, por gracia de Máscara únicamente fue que un guardia dió con él antes de que lograra adentrarse en la Atalaya. Confundiéndole por un ladrón de segunda, el guardia no tardó en encarcelar al semielfo, que ya pensaba en robar el cuerpo y si era necesario matar al sacerdote de Lathander.

El tiempo entre las celdas fue una lenta tortura, donde sus armas se deleitaban en martirizar su alma. Con susurros que solo él jamás escucharía, las Buscadoras mencionaban palabras llenas de veneno Has fallado. Siempre fallas. No importa cuánto lo intentes cambiar, tu quitas vidas. No las guardas.

Horas y horas pasó escuchando esas palabras que lo llevaban al borde de la locura y de regreso. Iejir y Loreat eran sus Buscadoras, sus armas y su maldición.

Luego de lo que pudo ser una eternidad, el prisionero fue liberado gracias a un enviado del Puño y la Rosa que había pagado la fianza. Una sonrisa amable pero burlista le dió el entendimiento al enviado que Dae comprendía. Tendría que responder a sus actos luego.

Salió y se dirigió hacia el único lugar que pensaba que en podría encontrar el cuerpo de su Sylbeth. El hogar del monje. Entrar no fue inesperadamente simple. Había algo en la pena y el dolor que hacía que todo perdiera su sentido y razón, que se olvidaran tareas tan simples como cerrar las ventanas.

Desde fuera les escuchaba debatir, llorar, rezar... Los tres presentes ya habían olvidado que él existía. Demonios, hasta él había olvidado su propia existencia.

Hasta que algo le obligó a volver en sí.

Un Bandy aun dolido que decía: -Sé justo donde ponerla a descansar- Para sorpresa de todos los presentes, y la suya propia, Dae dio un paso adelante desde las sombras. -Sé justo el lugar. En el que dejarla a esperar. Porque regresará.

-¿Que hace este aquí?--
Bandy nuevamente parecía una fiera hambrienta de venganza con solo escuchar la voz de ese a quien había aprendido a odiar en tan poco tiempo.

La discusión dio pié a una disputa, la disputa abrió paso a un duelo de insultos y gritos; y antes de que comprendieran cuando o como, Bandy se encontraba preparado para matar mientras que Shouzen sostenía ahora a Daedelath, completamente inmóvil.

-Realmente te tengo lástima.- Se detuvo a decir el joven mulato mientras recordaba que existía la cordura. -No eres más que un perro rabioso.-


Un gesto del asesino indicó al monje que había dominado su temperamento, que le liberara. -Me largo de aquí, buscaré a los responsables de esto.- Señalaba el cuerpo que descansaba en la cama, que hasta ahora parecía cobrar importancia. -Les haré pagar y luego encontraré como hacerla regresar-

-Se ha suicidado idiota, no quiere regresar.
- Bandy aun mantenía la bandera de guerra alzada contra Dae.

-Regresará- Dijo sin interés en escuchar más. -Lo juro- Y aunque no lo quería aceptar ahora veía esos cortes en las muñecas. A través de la delgada seda que escondía a la difunta, esas marcas eran inconfundibles para alguien que se dedicaba a hacerlas.

Día tras día rastreaba, noche tras noche perseguía fantasmas que no existían. ¿Cómo cazar a alguien que no existe por una fechoría que no fue cometida? Una de tantas noches, en una de sus pocas horas de descanso, mientras la loba Maya que era su fiel compañera se acomodaba en su regazo exhausta, entendió que su venganza era una segunda prioridad a regresar a Sylbeth a su lado.

Algunos creerán que fue una idea digna de un caballero, rescatar una dama en peligro. Pero un caballero, un verdadero caballero, se habría la pregunta: ¿debería regresar un alma a este mundo que no quiere volver? Hasta en su momento más honorable, Daedelath era un asesino, orgulloso, egoísta.

Tardó tres días en regresar a Nevesmortas, en busca de esa única persona a quien confiaría la tarea de regresarla. Él mismo iría por ella si era necesario.

A la mitad del tercer día, el asesino cruzó la villa, abrió las puertas que daban al Este y golpeó la puerta de la Mansión Nottian.

-¿Sí?- respondió la voz del clérigo superior de Tempus. Los dioses sonreían. Estaba en casa.

-Soy yo, Kuzadrepa. Dejame entrar.- La respuesta a la petición del asesino fue ver la puerta abrirse frente a sus ojos. Una vez dentro miró esta estancia que tantas veces antes había contemplado.

-Kuzadrepa, pocas o ninguna vez desde que trabajo a tu nombre he solicitado nada. Ahora debo pedir demasiado.-

El clérigo se mostró comprensivo y paciente, mientras Dae le explicaba del suicidio, de su viaje y de como el alma de su amada se encontraba dividida en dos y parte de ella se rehusaba a regresar.

-El precio de los dioses por eso que tú pides es alto Daedelath. - Fue la respuesta al final de su relato.

El semielfo lo contempló unos momentos, mirando la avaricia en los ojos del Elegido de Tempus
-Kuza, estoy preparado para desprenderme de cuanto oro sea necesario.- Ambos sabían que no era oro lo que deseaban los dioses. Era algo más valioso.

-No es oro lo que requieren los dioses, sino tu alma.- Una sonrisa macabra se dibujaba en el rostro de Kuza mientras lo decía, saboreando cada palabra.

-Si es un alma lo que necesitas, puedo hacerlo. Pero no será la mía. - Respondía Daedelath, ya con una alternativa. -Tú me conoces, puedo conseguir cualquier cosa. Incluso un alma dispuesta a ser sacrificada.- Ya convencería al monje de entregar la suya.

-Ha de ser tu alma Daedelath Melve'tner, puesto que no hay otra que tenga tu disposición y a la vez tu utilidad. Parte de tu alma será tomada como paga a los dioses para regresar a tu “amada”- La voz de Kuzadrepa parecía elevarse poco a poco, haciendo eco en las paredes de su mansión.

-La otra parte quedará sellada en esta gema, a mi servicio.-

-Mi querido Kuzadrepa, mi alma no es mía para dar- Respondía fríamente Dae, aunque un frío que no tenía nada que ver con el ambiente recorría su espalda -Mi alma es del Señor de las Sombras. No puedo obsequiar algo que no me pertenece-



-Si hay algo que es de tu propiedad Daedelath, esa es tu alma. ¿Aceptas o no el trato?-
La voz del clérigo ya era tajante. -Pero antes de contestar recuerda. Nada será igual sin ella. El viento no soplará de la misma manera, la comida sabrá diferente, nunca te sentirás completo sin ella.- Pareciera que ante el asesino estaba uno de los Señores de los Nueve Infiernos.

La respuesta de Dae fue simple. Sacando una daga y un vial los sostuvo en su mano. -Te ofrezco mi sangre y mi servicio Kuzadrepa, mi lealtad incondicional a cambio de que la regreses. No mi alma. Los dioses saben que podrás hacerme cumplir mi palabra teniendo mi sangre y mi promesa.- Seguidamente perforó su palma con el acero y virtió una generosa cantidad de sangre en el vial.

El clérigo extendió su mano y al recibir el vial sonrió, tan maliciosamente como nunca. -Entonces jura que a cambio de mis servicios, tú Daedelath Melve'tner serás mi leal siervo y nunca atentarás en mi contra o intentarás traicionarme, sirviendome siempre de la mejor manera. A cambio tienes mi palabra de que haré todo lo que esté a mi alcance para traer a esa a quien de regreso a tu lado amas. Di tu nombre en alto asesino. - El ritual ya había iniciado. El pacto se estaba cerrando.

Daedelath, sintiendo que no tenía opción más que seguir adelante alzó su voz, pero no a decir lo que se le indicaba. -Yo por mi parte te juro Kuzadrepa, que te serviré fielmente una vez que ella regrese a mi lado. Pero deberá ser ella quien regrese en su estado previo a partir, y que sea esa a la que quiero a mi lado quien regrese únicamente. Si no es así, tienes mi sangre y mi palabra, de que no habrá ejercito de demonios o mercenarios que podrán salvarte de mi venganza. Ese es mi juramento. Por mi herencia élfica y humana, yo Daedelath te lo juro.-


Los dos mercenarios mantuvieron sus miradas durante un tiempo. Finalmente, cuando el clérigo acabó el ritual y ambos destinos quedaron sellados, fue que éste se puso en pie. -Tráeme su cuerpo. Iniciaremos los rituales cuanto antes.-