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Retazos de un avariel

Publicado: Jue Mar 25, 2010 12:55 pm
por Keira84
CAPITULO I: VUELO

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- Uno…dos…tres…

Una pequeña figura se alzaba rígida en la copa de uno de los árboles más altos de aquel bosque interminable. Con los brazos extendidos en forma de cruz y la mirada al frente, contaba lentamente hasta diez mientras la luz de la luna golpeaba con ternura su rostro.
El corazón le latía con fuerza y le temblaban ligeramente las manos, pero se había propuesto saltar aquella noche, y lo haría. Sus cabellos rojizos hondeaban con la suave brisa y la luna se veía reflejada en sus ojos verdes.

- Cuatro…cinco…seis…

Entre los árboles solo se llegaban a distinguir las hojas que caían a su paso. Una figura avanzaba a una velocidad inimaginable, más que correr podría decirse que volaba.

- Siete…ocho…nueve…

Cerró los ojos, se puso de puntillas esbozando la mayor sonrisa posible y se inclinó dejando que su peso hiciera el resto.

- …diez.






Se precipitó hacia el vació, cuyo único destino era el suelo. Abrió los ojos concentrada y desplegó en el aire dos pequeñas y hermosas alas marrones. Se imaginó surcando el cielo, sobrevolando aquel bosque ante los atónitos ojos de su familia, se imaginó librando batallas y eliminando a poderosos enemigos, se imaginó derrotando dragones ancianos, sus enemigos eternos y cazadores sangrientos, se imaginó… estampada en el suelo.
Horrorizada, se vio caer y caer, batiendo las alas con desesperación pero sin que nada evitase el esperado y, seguramente, mortal golpe.


De entre las sombras surgió otra pequeña figura, desplegó dos alas jóvenes y surcó el aire como si de un rayo se tratase, se elevó varios metros y alcanzó a la chiquilla antes de que una desgracia sucediese. La niña abrió los ojos y elevó las manos contenta.
- ¡¡¡Lo logré!!!
- Lo único que vas a lograr así es matarte.

El avariel la miraba con reproche y la niña enrojeció notablemente. Se hallaban a varios metros del suelo, pero habían sido las alas de su hermano las que la habían salvado.
Se posaron delicadamente, el avariel extendió al máximo sus magnificas alas negras y la pequeña quedó fascinada. Dejó de escucharle mientras él la regañaba, solo era capaz de observar de una punta de una de las alas a la otra.
- ¡¡¡CLARISE!!!– la pequeña saltó sobresaltada y enrojeció nuevamente mirando al suelo.
- Lo… lo siento hermano… - el avariel resopló y deslizó una de sus manos por su oscuro cabello.
- Clarise… - dijo más tranquilo ahora – no puedes hacer esta clase de cosas… ¿no eres consciente del peligro que suponen?
- Pero Celedrian, ¡¡¡puedo hacerlo!!! ¡Tú mira y verás! – la pequeña dio la vuelta y se dispuso a subir de nuevo al árbol, pero Celedrian la sujetó de la túnica frenándola. Ella resopló.
- Clarise… se que estas frustrada, pero aún eres muy joven y posees la eternidad ante ti, no seas impaciente.
- ¡¡No soy una niña!!Y tú tampoco eres mucho mayor que yo… ¡¡¡y mírate!!! – él rió.
- Yo también tardé en aprender
- Padre te enseñó…
- Madre te enseñará a ti.
- Madre ya lo ha intentado y no hay manera… mis alas me odian… – Celedrian rió de nuevo.
- Tus alas no te odian, ellas son parte de ti… ellas eres tu. Tienes que ser paciente y confiar más en ti, no envidiar tanto lo que poseen los demás.
- Pero no es justo…
- ¿Y es justo que mi hermana pequeña sea la que me enseñe los entramados de la Urdimbre? – Celedrian sonrió y de sus manos surgió una luz blanquecina que brilló en sus verdes ojos. Clarise sonrió también y de sus manos surgió la misma luz sin apenas esfuerzo.

El avariel suspiró, no podía negarle nada a su adorada hermana, demasiado consentida, demasiado mimada por ser una innata… pero no podía negarse.
- Está bien, si tan impaciente eres, a partir de mañana volarás conmigo.
- ¡¿En serio?! – Clarise se lanzó a sus brazos emocionada.
- Si, pero debes prometerme que no volverás a hacer una locura semejante – ella asintió.
- Te lo prometo.
- Bien, ahora volvamos, padre te buscaba.

Clarise agarró con fuerza la mano de Celedrian y ambos emprendieron el camino.

Las pequeñas alas negras de Celedrian reposaban semiplegadas mientras caminaba, sujetando con decisión la mano de su hermana evitando así que intentase cualquier locura que se le ocurriese en algún momento. Ahora eran niños, demasiado pequeños para soñar con aventuras o con cualquier otra cosa, demasiado ocupados recorriendo los bosques con sus padres, demasiado inocentes para ver el mundo tal y como era.
Tantas dekhanas hacía ya que habían emprendido aquel viaje que él había dejado de contarlas, pero eran tantas…. tantas, que tenía claro que no iban a regresar. ¿Su destino? Se había cansado de preguntarlo y que sus padres evitasen la respuesta, lo único que podía hacer era confiar en ellos… al fin y al cabo, eran sus padres.



Abrió los ojos y clavó su mirada en el horizonte. El bosque de Nevesmortas se alzaba majestuoso ante él, llamándolo en silencio, reclamando su presencia entre sus copas, suplicando el roce de sus dedos y el batir de sus alas.

Otra vez aquel recuerdo… otra vez aquella sensación infantil e inmadura. Cuando apenas era un chiquillo irresponsable y alocado… cuando comenzó el destino de su querida hermana.

Se levantó y miró hacia la luna, tan inmensa y brillante que llenó su alma y su corazón. Desvió la mirada hacia las puertas de Nevesmortas y suspiró.
- Clarise… ¿dónde estás…?


Batió sus alas negras, ahora majestuosas y elegantes, alzando el vuelo hacia aquel bosque, concediéndole, una noche más, el privilegio de su presencia.

Re: Retazos de un avariel

Publicado: Jue Mar 25, 2010 5:11 pm
por Torzai
//O.O Bravo...

Jo, quiero maaaaas!!! xD

Re: Retazos de un avariel

Publicado: Jue Mar 25, 2010 6:44 pm
por Keira84
//pues más os doy xD lo siento, es largo ^_^



CAPITULO II: RUGIDO

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Podría haber asegurado que mis pies sangraban en carne viva bajo mis pequeñas botas del dolor tan punzante que sentía, pero solo estaba cansado. Tantas horas seguidas caminando cobijados bajo los árboles por la absurda idea de mis progenitores de protegernos de las bestias aladas y su penetrante mirada…

Me sentía cómo una rata intentando escabullirse por un laberinto infinito sin salida alguna.

Pronto el bosque desaparecería, ya podían verse a lo lejos los picos de las montañas que esperaban nuestra llegada. Eso volvía a mis padres más temperamentales, nerviosos y obsesivos, demasiado tensos a cada paso que dábamos, abandonando cada vez más la protección de los frondosos árboles que ocultaba, sin duda alguna, nuestra presencia.

En ese momento no entendí por qué debíamos ocultarnos, cualquier raza que nos viera debería sentirse orgulloso de poder contemplarnos para luego poder contarlo al resto de sus compañeros y así poder alardear de haber visto a las criaturas más perfectas de todos los reinos.
Pero mis padres exigían discreción, silencio y tranquilidad… algo que yo, como primogénito, acataba sin discusión… algo que Clarise era incapaz de aceptar.

Su angelical risa, sus grititos sorprendidos a cada animal, hoja, mota de polvo o corriente de aire que encontraba nuevo, sus leves vuelos acompañados por fuertes aleteos y sonidos frustrantes, o sus carreras alocadas de un lado a otro seguidos de la profunda voz de mi padre llamándole la atención, convertían el viaje en cualquier cosa menos discreta.
Yo intentaba que se quedase quieta a mi lado, sujetándola de la mano con fuerza, susurrándole historias inventadas que la dejaban maravillada y, sobretodo, en silencio, o convirtiendo el camino en un juego en el que ella debía seguir a nuestra madre y yo a nuestro padre. Por supuesto no era mucho el tiempo que la mantenía “controlada”, pero al menos el suficiente para que mi padre no estallara en cólera y le lanzase una descarga de proyectiles desintegrándola… no es que mi padre fuese a hacer alguna vez algo semejante… no al menos con sus hijos…




Sentí cómo el aire cambiaba y cómo la luz del sol nos golpeaba y me obligaba a cerrar los ojos durante unos segundos, no pensaba que el bosque se terminaría así de golpe, pero así fue. Tras de mí había un bosque infinito y frente a mí unas montañas que se alzaban tan altas que parecía que no tenían fin.
- ¿Dónde estamos, madre?
- Eso, hijo mío, son los Picos del Trueno.
- ¿Y a dónde vamos?

Mi madre me miró con ternura, aunque distinguí en el brillo de sus ojos el miedo y la confusión, ella lo supo, por eso desvió la mirada a mi padre, dejando, seguramente, que él respondiese a mi pregunta. Mi padre se acercó y me acarició el pelo con cariño.
- Cuando seas un hombre entenderás el por qué de todo esto, de momento, tan solo haz caso a tus padres y cuida de tu hermana.

Nuevamente la pregunta quedaba en el aire y nadie respondía. Sí, solo era un niño, apenas hacía dos años que tenía el plumaje completo de mis alas y un año que había aprendido a usarlas… pero era su hijo, el único varón que tenían. Nos habían despertado una noche de luna llena, de esas noches que el cielo está invadido por las brillantes del horizonte, con la única orden de vestirnos y marcharnos. Yo era feliz en aquella pequeña aguilera en la que solo vivíamos los cuatro, pero habían sido mis propios padres los que me habían arrebatado aquella felicidad, y ¿por qué? Empezaba a creer que ni ellos lo sabían.
Miré al frente.
Los Picos del Trueno nos esperaban y no parecían nada impacientes por nuestra llegada. Clarise se quedó boquiabierta mirando las montañas durante al menos media hora, sujetando la mano de mi madre batiendo nerviosa sus alitas marrones.
Mi padre decidió que, a cielo descubierto, era mucho mejor seguir volando, de modo que nos elevamos poco a poco adentrándonos en los picos, camuflándonos en las pequeñas agrupaciones de nubes, mi madre al frente con mi hermana en brazos profiriendo una y otra queja sin descanso, yo en medio y mi padre detrás, siempre detrás, observando nuestra retaguardia.

Los Picos no eran demasiado grandes, desde nuestra posición se podía ver dónde terminaban, un día de vuelo, quizá un poco más. Deseé que las nubes hubieran sido más espesas aquel día o incluso que mi padre hubiera decidido esperar a la noche, pero lo cierto fue que mi padre decidió seguir a plena luz del día y solo en ese momento, cuando mi piel se erizó y sentí pararme en seco en mitad de la nada, solo cuando escuché su rugido sangriento y despiadado, comprendí el por qué de tanto silencio, tanta discreción y tanto miedo.

- ¡¡¡Eônthar!!!! – escuché el chillido aterrado de mi madre y comprobé con mis propios ojos la mirada de fracaso de mi padre. Se acercó tomándome de la muñeca con violencia, acercándome a mi madre y a mi hermana, las besó a las dos, a cada una de una forma, y me alborotó el cabello.
- Llévatelos Ainhoa, volad raso y buscad un escondite, alguna grieta… lo que sea.
- No Eônthar, por favor, no me hagas dejarte atrás – los ojos de mi madre se empañaron en lágrimas mientras miraba suplicando a mi padre.
- Os amo – fue lo único que nos dijo antes de empujar con fuerza a mi madre hacia tierra firme, darse la vuelta y encarar a aquella bestia, que se acercaba a una velocidad inigualable.

Yo no pude verla, solo vi los aros de rojo fuego que surgieron de las manos de mi padre, mientras esperaba a su enemigo. Y por frío que resulte, por doloroso que sea, me enorgullece saber que el último recuerdo de mi padre sería ese, luchando, protegiendo a su familia, enfrentándose a un dragón.



CAPITULO III: PÉRDIDA

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Por desgracia no encontramos ningún escondite, y que el dragón apareciera al poco tras nosotros me provocó una punzada de dolor demasiado difícil de explicar. Hubiera deseado tener todo el tiempo del mundo para mirar al horizonte esperando su regreso… pero mi padre jamás volvió. Y esa sensación podría ser la más horrible, pero sentir el calor abrasador de la bocanada de fuego que la bestia expulsó sin reparo, el golpe seco que provocó que nuestra madre nos soltase y nos dejase caer, y verla chillar de dolor mientras sus preciadas alas ardían… en ese, solo en ese momento fue cuando el dolor me desbordó y ya no fui capaz de sentir nada más.

Vi a mi madre rodar por el suelo intentando apagar sus alas, y a la bestia rojiza proferir un rugido escalofriante, alzándose en sus patas traseras abriendo al máximo sus alas… yo no es que hubiese vivido mucho, de hecho apenas había comenzado a saber lo que era la vida, pero en esos cortos años nunca, jamás, había visto algo tan terrorífico.

Escuché el grito ahogado de mi madre, suplicándome que me llevase a Clarise de allí, suplicando que corriéramos. “Haz caso a tus padres y protege a tu hermana” eso había dicho mi padre horas antes… así que cogí a Clarise por la cintura, dejándola en el estado catatónico en el que se encontraba, mirando demasiado asustada a la criatura gigante como para emocionarse por su presencia, y corrí. Mis alas no aguantarían el peso de ambos, quizá algún día lo hiciesen, pero hoy día era improbable, así que corrí tanto como pude mientras escuchaba una y otra vez los rugidos de la bestia a mi espalda. Cada vez más altos, cada vez más cerca.

Mi madre debió de ser un adversario más fuerte, pues tardó más en derrotarla y volar hacia nosotros. Dos niños avariels perdidos en mitad de unos picos desconocidos, sin lugar donde esconderse, sin ayuda a la que socorrer.
Abofeteé a Clarise deseando que regresase al mundo, ella me miró y sus ojos se invadieron de lágrimas.
- ¡Corre Clarise! ¡Corre y no mires atrás!

La empujé y, bien por el miedo que sentía o por la esperanza de tener una posibilidad, echó a correr como jamás lo había hecho, de una forma tan distinta que de hecho me di cuenta que no corría, sino que volaba.

Fue un alivio pensar que, al menos, aprendió a volar antes de morir.



Me giré y encaré al dragón… si es que a esa situación podía llamársele “encarar”. Un crio, un chavalín, soñando con hacer lo que sus padres no habían podido. Pero debía proteger a Clarise, y si mi muerte le daba tiempo, que así fuese.
El dragón se detuvo frente a mí mirándome y gruñendo escupiendo humo por la nariz. Estoy convencido de que si hubiese podido, se hubiese reído de mí tanto que igual hubiese muerto por la risa y yo sobreviviría, pero no fue una risa lo que escuché salir de él, sino más rugidos, uno tras otro, congelando mi cuerpo dejándome inmóvil, presa del pánico incapaz de hacer nada.

Sin embargo, Erdrie debe amarme con locura, pues su atención fue distraída. Me giré suplicando que no se tratase de mi hermana, y no lo era. Justo cuando di la vuelta una lanza pasó rozando mi mejilla y se clavó en una de las patas del dragón, haciéndole rugir enfurecido. Aquello me devolvió el control del cuerpo y eché a correr hacia el lugar del que venía el arma. No fue mucho lo que caminé hasta cruzarme con cuatro figuras que me ignoraron totalmente y se abalanzaron contra el dragón.

Tropecé y caí al suelo, girándome y observando la escena.

Una de las figuras conjuró junto antes de alcanzar a la bestia y se transformó en un animal que yo jamás había visto, su cuerpo era parecido al de un león pero tenía alas, y sus colmillos afilados mordieron la carne del dragón.

Otra de las figuras se paró a escasos metros y, arco en mano, disparó tantas flechas que mis ojos eran incapaces de distinguirlas.

Las dos restantes empuñaban espadas y escudos y enfrentaron al dragón cuerpo a cuerpo, esquivando sus zarpazos, sus mordiscos y todo ataque que les propinaba, con una destreza increíble.

Me sentí maravillado de verlos, sin embargo, lo más magnifico fue el hombre que se acercaba tras de mí, lentamente, sonriendo con una frialdad petrificante y, mientras alzaba con lentitud los brazos mirando fijamente al dragón, susurraba palabras desconocidas para mí, manipulando la urdimbre a placer, creando de la nada decenas de proyectiles en sus manos que se dirigieron hacia la enorme bestia.


Fueron largas las horas de pelea contra el gigante alado, y donde mis padres habían fracasado, ellos vencieron, salvando así mi vida y la de mi hermana.

- ¡¡Por las barbas de un enano borracho!! – dijo uno de ellos cuando se acercaron.
- Cuida tu lengua, Thorestart.
- ¿Qué cuide mi lengua? ¿Has visto a estos dos renacuajos? ¡Que me empalen y cuelguen mi cabeza en la capital! ¡Avariels!
- ¡Apartaos! – ordenó una voz femenina.

Una mujer se acercó a nosotros, una muy hermosa, que nos miró con ternura y compasión. El arcano se unió a ella minutos después.
- Hay dos cuerpos más atrás… dos adultos…

Clarise se apretujó contra mí sin dejar de llorar en ningún momento, yo también lloraba, aunque en ese momento no era consciente de ello.
- Oye Ellëanor… ¿no tienes tú un “amigo” como ellos?

Ella asintió, acercando su mano a mi cabeza acariciándome el pelo. Nunca había visto a otras razas pero mi padre me había hablado de ellas, supe enseguida que era una elfa y al menos el arcano era un humano. No es que se pudiera confiar en ellos… pero mejor ellos que un dragón…
- Tranquilos pequeños, ahora estáis a salvo.



Estela golpeó mi cabeza con su bastón mirándome confundida y yo volví al mundo real. Para mí había sido casi como revivirlo de nuevo, para ella y el grupo que me acompañaba esa tarde apenas unos segundos en los que el avariel había permanecido abstraído.
- ¿Ya estás con nosotros? Bien, bien, sigamos…. hacia el este!!! …………. Tensei… eso es el oeste…

Los miré uno a uno y suspiré, no me hacía gracia tener esos flashes…. No después de tanto tiempo.

Re: Retazos de un avariel

Publicado: Jue Mar 25, 2010 9:55 pm
por Requiem
Keira84 escribió:CAPITULO I: VUELO

Batió sus alas negras, ahora majestuosas y elegantes, alzando el vuelo hacia aquel bosque, concediéndole, una noche más, el privilegio de su presencia.
Me ha encantado esta frase, muy bonita historia, despues de comer, leeré la segunda parte. Con relatos tan bonitos, se me quitan las ganas de hacerme un avariel, nunca podría hacer un relato tan bonito. Felicidades por el capitulo I : Vuelo.

Re: Retazos de un avariel

Publicado: Dom Mar 28, 2010 1:41 pm
por Torzai
Como mola la segunda parte tata. Y me hizo gracia el final xD no me esperaba lo del bastonazo xDDD Muy buena, me ha gustado mucho. Quiero maaaaaaaaaaas xD

Re: Retazos de un avariel

Publicado: Lun Mar 29, 2010 1:54 am
por Requiem
Keira84 escribió: - ¡¡Por las barbas de un enano borracho!! – dijo uno de ellos cuando se acercaron.
- Cuida tu lengua, Thorestart.
- ¿Qué cuide mi lengua? ¿Has visto a estos dos renacuajos? ¡Que me empalen y cuelguen mi cabeza en la capital! ¡Avariels!
Me encantó las palabras del enano, son ... perfectas . La historia muy bonita, pobres... Nice!

Re: Retazos de un avariel

Publicado: Mar Mar 30, 2010 3:54 pm
por Keira84
CAPITULO IV: ENTREGA

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Cormyr, tierra de reyes, nobles, plebeyos y aventureros. Largas lunas caminando nos condujeron hasta dicho reino, más concretamente, a los portones de Suzail. Yo nunca había estado en una ciudad humana, y dónde mis ojos solo veían ira, codicia y venganza, los de mi hermana veían amor, aventuras y diversión.

Durante el viaje de la mano de aquel grupo de aventureros, intentaron sin éxito que les contase lo sucedido, que les explicase de dónde éramos y por qué estábamos allí. Obviamente mis labios estuvieron sellados tanto de día cómo de noche, pero Clarise… aih, mi pobre y preciada hermana… con esa habilidad suya de confiar en absolutamente toda criatura viviente. A veces pensaba que, si no le hubiese paralizado el miedo, se hubiera sentado a parlotear con aquel mortal dragón.

Les dijo nuestros nombres, de dónde veníamos y todo cuánto aquel variopinto grupo le preguntó. Por supuesto siempre sujeta a mi mano soportando continuamente mis apretones intentando que callase. Sí, nos habían salvado de una muerte segura, pero eso no los convertían en nuestros aliados, camaradas y mucho menos en nuestros amigos. Así lo veía yo, así me lo había enseñado padre…

Padre… Madre… ahora ya no estaban… y el hecho de que Clarise me preguntase por ellos de vez en cuando me preocupaba. ¿Acaso el shock había hecho que no asimilase lo sucedido? ¿Debería contárselo nuevamente y hacerla revivir el momento? La elfa y el arcano se miraban con tristeza cuando Clarise los mencionaba, tan tranquila… tan inocente… pero ellos nunca dijeron nada al respecto, quizá creyeron que estaba en mi mano el hablar con ella… o quizá que no era de su incumbencia… quién sabe, la cuestión es que mantuvieron la boca cerrada a cada comentario de mi hermana.

- ¿Cuándo podrás verle? – la elfa, a la que llamaban Ellëanor, suspiró ante la pregunta del arcano – No creo que sea buena idea meterlos en la ciudad.
- No… no. Tantas dekhanas sin verle y ahora que regresa voy a tener que mandarle de viaje nuevamente.
- ¡Ja! Si procrearas con uno de los tuyos no derramarías tantas lágrimas.
- Thorestart…
- Si, si, ya me callo. Emplumados… ¡phsé! Dales la mano y te quitarán el hacha mientras duermes. ¡¡¡Sombra!!! ¡Vayamos a la taberna, la cerveza no sirve de nada caliente!

Junto a nosotros había una pantera que caminaba con tranquilidad, claro que yo ya me había acostumbrado a ver a esa “criatura” cambiar de forma a placer, por lo que no me sorprendió ver cómo el felino se transformaba en elfo y corría tras el enano, que seguía lanzando improperios al aire mientras se alejaba.

Ellëanor se acuclilló frente a nosotros y nos sonrió con tanta ternura que casi sentí que se compadecía de nosotros. El arcano, del que nunca supe su nombre, acarició el pelo a Clarise arrancándole una sonrisa, desvió su mirada hacia mí un segundo y, golpeando ligeramente el hombro de la elfa, se internó en la ciudad.
- Bueno… ¿qué debería hacer yo ahora con vosotros? Acabáis de estropearme el reencuentro romántico – rió levemente mientras pellizcaba la mejilla de Clarise. Creo que había quedado claro que yo no tenía intención alguna de entablar relación con ellos, pues todas las caricias se dirigían exclusivamente a mi hermana.
- ¿Entraremos ahí? – Clarise señaló emocionada los portones de la ciudad y yo apreté su mano, gesto que ella ignoró totalmente.
- No pequeña, nosotros tres seguiremos caminando hacia el sur.
- ¿Por qué?
- Creo que estaréis mejor con alguien como vosotros.

¿Como nosotros? ¿Qué se suponía que significaba eso?

Caminamos medio día más. Liberé la mano de mi hermana en varias ocasiones dejándola corretear como una loca por el camino, rodeando árboles o recogiendo algunas florecillas, siempre vigilándola pendiente de todo cuanto nos rodeaba. Ellëanor la observaba sonriendo de una forma que yo no logré comprender mientras se tocaba el estómago… quizá estuviese enferma… Elfos… que extraños eran.

Llegamos a un claro con un pequeño estanque en su centro. Debía ser hogar de hadas pues habían decenas revoloteando por allí. Yo espanté a un par que se acercaron a mí con curiosidad pero Clarise las dejó posarse en ella, tirarle del pelo e incluso de las alas.
- Muy bien, ahora quiero que os quedéis aquí ¿de acuerdo? Es muy importante que no os mováis hasta que regrese.
- ¡¡Si!! – miré a mi hermana y puse los ojos en blanco.
- Al menos tomaré tu silencio como que lo entiendes.

Me sonrió, gesto que no devolví, y se alejó un poco escondiéndose tras unos arbustos. Dejamos de verla pero seguíamos escuchándola. Canturreaba levemente y la oía caminar con nerviosismo de un lado a otro. Esa era nuestra oportunidad, estaba distraída con algo y no se daría cuenta. Miré a nuestro alrededor buscando la salida de aquel claro pero al verla comprobé que estaba demasiado lejos como para llegar sin que la elfa se diera cuenta.

Clarise tiró de mi túnica.

Tendría que haber otra forma, algún método que ella desconociera. Obviamente podíamos salir volando, pero Clarise no había vuelto a volar desde el encuentro con el dragón y mi sospecha de que solo había sido su deseo de vivir cada vez era más grande.

Clarise volvió a tirar de mi túnica, esta vez con más ganas.

- ¿Qué pasa? – le susurré.
- Mira – señaló el cielo y al alzar la vista contemplé lo que nunca podría haber creído ver. Era un avariel. Descendió con elegancia y se posó casi seguro dónde Ellëanor estaba.

Silencio.
Fue lo que único que se escuchó durante un minuto, el más puro y sobrecogedor silencio. ¿Qué estarían haciendo? Si hablasen les escucharíamos, seguro… Fruncí el ceño preocupado, quizá esa elfa le estaba haciendo algo, quizá le había conducido con aquella cancioncilla pegadiza a una trampa y el avariel no había podido evitarlo… no… tenía que impedirlo… no podía soportar ver caer a otro de los míos.

Sujeté con fuerza la mano de Clarise y tiré de ella. Ambos corrimos hacia la elfa y el avariel mientras conjuraba la primera estupidez que se me ocurrió. Si, un proyectil mágico bastaría para separarlos y que el avariel recobrase el sentido. Entonces él la mataría y estarían a salvo.
Doblamos por los arbusto, paramos en seco, alcé mi mano dispuesto a terminar el conjuro y mi voz se quebró al escuchar la risilla tonta de mi hermana mientras los señalaba y me decía…
- Mira, mira, se están besando.

Elfa y avariel se separaron de un abrazo que los fusionaba en un beso convirtiéndolos en tan solo una criatura. Ella se sonrojó muchísimo y sonrió avergonzada. Él se separó de ella, abriendo mucho los ojos mirándonos, alternándonos con ella.
- Emm… esto… Ellëanor… no… ¡no he estado fuera tanto tiempo!
- Calla burro, ¿cómo van a ser tuyos?
- ¿Eso qué quiere decir? ¿Qué son de otro?
- Si, de vez en cuando, mientras no estás, me paseo por la zona a ver si encuentro a alguno que le apetezca pasárselo bien.
- Bueno, mejor otro avariel que no un semiorco – Ellëanor le golpeó en el brazo, pero tuve claro que no fue un golpe con ganas, sino más un acto estúpido entre enamorados…

Solo entonces me di cuenta que Clarise no estaba conmigo. Me giré buscándola pero no la vi y mi corazón estalló en nervios.
- ¡Eh! – la risa de Clarise me tranquilizó. Volví a mirar al avariel y allí estaba, sujetando una de sus alas blancas tirando con cuidado de ella – Ten cuidado pequeña.
- Yo también tengo – estiró todo lo que pudo sus alitas haciendo sonreir al avariel.
- Vaaaya, si, si, toda una avariel, dentro de poco serás la envidia de muchos de los que conozco.
- Me llamo Clarise – puse los ojos en blanco –, ¿y tú?
- ¿Yo? Será posible que Ellëanor no os haya hablado del magnífico y todopoderoso Ythalir.

Genial, al avariel se le había pegado la estupidez de los elfos, ahora sí estábamos vendidos. Suspiré y me acerqué, desde luego una elfa era mejor que un dragón, pero sin duda alguna un avariel era mejor que una elfa.
- Ythalir, estos niños… están solos – el avariel entrecerró los ojos –, se que acabas de regresar pero no creo que sea buena idea que deambulen por este reino, no siendo tan jóvenes.
- Comprendo, si, tienes razón, estarán mejor en mi aguilera. ¿Qué sucedió?
- Les atacó un dragón rojo.
- ¿Y viajaban solos?
- ¡¡Haditas!! – Clarise se fue correteando tras un par de hadas que le tiraban con cuidado de las alas. Yo suspiré, pero Ythalir y Ellëanor sonrieron un poco bobos.
- Mis padres han muerto…
- ¡Vaya! Pues sí que hablabas.
- Ya veo… entonces lo mejor será partir cuanto antes – se acuclilló frente a mí y me tendió la mano – Soy Ythalir, maestro arcano al servicio de Erdrie, señora de los cielos – mi piel se erizó y sonreí por primera vez desde el encuentro con el dragón. Alcé mi mano y estreché la suya.
- Celedrian, aprendiz de arcano.
- Muy bien Celedrian, coge a tu hermana, os llevaré a vuestro nuevo hogar.

Se incorporó, ignoró esta vez mi presencia y, sujetando a Ellëanor por la cintura, la besó con calidez susurrándole luego palabras que preferí no escuchar.




Abrí los ojos después de mi meditación perturbada por aquel “sueño”. Me hallaba en el pasillo del segundo piso de la Rosa y el Martillo, esperando a que Estela saliese de la habitación en la que descansaba, después de haber recibido un fuerte golpe que casi acaba con ella. Tensei se había quedado fuera de la ciudad, deprimido o malhumorado, quién podía saberlo, después de su intento frustrado por protegerla.

La puerta del dormitorio se abrió y la hechicera salió recobrada, me dedicó una sonrisa y me invadió una sensación de culpabilidad que no me cabía en el pecho. Demasiadas estupideces le había dicho horas antes. Ella tan solo estaba allí, ofreciéndome una familia y yo no hacía más que rechazarla día y noche… pero ya se sabe que las familias no duran para siempre… yo ya había perdido a la mía… no quería perder otra.

Re: Retazos de un avariel

Publicado: Sab Abr 03, 2010 3:15 pm
por Torzai
Ais, pos no se. Se me acaban los adjetivos para describir tus escritos tata xD felicidades. Me gusto mucho =)


^^

Re: Retazos de un avariel

Publicado: Mar Abr 06, 2010 8:03 pm
por Keira84
CAPITULO V: HOGAR

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Fueron muchas las lunas que estuvimos viajando con Ythalir. Unas veces volando, otras a pié. Él cazaba alguna vez pequeños animales que cocinaba con maestría y nosotros devorábamos ante sus ojos atónitos. Cualquiera hubiese dicho que jamás habíamos comido, pero lo cierto es que estábamos hambrientos.

Me relajé muchísimo más con él, por eso el camino fue tranquilo, sin incidentes ni problemas, incluso me permití el lujo de reír en varias ocasiones o de bromear con Clarise. Ella, por supuesto, adoptó a Ythalir como si fuera su mejor amigo del alma contándole cualquier cosa que el avariel le preguntase. Claro que él también respondió a todas sus preguntas entrometidas. ¿De dónde eres? ¿Cuántos años tienes? ¿Tienes hijos? ¿Vas a casarte? ¿Por qué estás con una elfa?

Esa pregunta fue la única que llamó mi atención. ¿por qué estaba con una elfa? Yo había oído hablar de las otras razas, pero nunca se me pasó por la cabeza mezclarme con ellas, no después de la educación tan especial que había recibido de mis padres. Nosotros éramos perfectos, algo que el resto solo podía soñar ser… y algunos ni eso.

Ythalir rió con ganas.
- ¿No eres demasiado pequeña para pensar en esos temas?
- Tengo la edad justa para ir aprendiendo.
- La vida ya te hará aprender entonces, renacuaja.
- ¿Tan horrible es que no quieres hablar de ello? – Ythalir rió de nuevo.
- Está bien, está bien – suspiró –. Verás pequeña, en un mundo como el nuestro, lleno de guerras, sangre, muerte y destrucción, el amor es de los sentimientos más anhelados y preciados, y por suerte o por desgracia, nunca sabes dónde va a surgir. Uno no elige de quién se enamora, simplemente sucede.

Durante largas horas estuvo relatándonos cómo conoció a Ellëanor. Clarise estuvo entusiasmada durante todo el relato y yo…bueno, debo admitir que también me impresionaron muchas partes, pero me mantuve al margen sin demostrar mucho interés. Ya se encargaba Clarise de preguntarlo absolutamente todo, así que no quedó ninguna duda en mi cabeza.



Fue extraña la noche que atravesamos los lindes del bosque y nos adentramos a través de una agrupación de árboles. Conté cuarenta y siete antes de que Ythalir alzase el vuelo, sujetando de la mano a Clarise e indicándome el camino con gestos. Emitió un leve susurro y cuando me quise dar cuenta otro avariel volaba a nuestro lado, dos más aparecieron sobre nuestra cabeza y otros dos bajo nosotros, los cinco sonrientes mirándonos sorprendidos.

Nos posamos en madera firme, una tabla construida seguramente por ellos que llevaba cual plataforma a un sin fin de puentes conectando las copas de los árboles dónde, de forma muy elegante, habían construido pequeñas casas.
Un avariel adulto nos esperaba. Su pelo negro le caía sobre los hombros y los ojos azules resaltaban por la oscuridad. Sus inmensas alas, de un color blanco lunar, reposaban majestuosas tras su espalda.
- Salve Ythalir, protector de la urdimbre.
- Salve Ferwel – el avariel nos miró interrogante –. Sé que no es el protocolo, pero estos niños se han quedado huérfanos – Clarise me miró sin entender y sentí una punzada en el pecho –. No tienen dónde ir ni nadie que se ocupe de ellos. Creo sinceramente que dos bocas más entre nosotros no harán daño alguno.

El silencio sepulcral que se produjo ante las palabras de Ythalir fue escalofriante. Todos los presentes pasaban su mirada de nosotros a él, y de él al avariel llamado Ferwel, esperando seguramente su respuesta. Después de varios minutos que se hicieron eternos, el avariel asintió.
- De acuerdo, vivirán con nosotros de ahora en adelante.
- Graci…
- Pero – interrumpió a Ythalir –, estarán a tu cargo. Tú los traes, tú los educas.

Ythalir no pareció muy convencido de eso. Nos miró frunciendo el ceño y suspirando pesadamente.
- De acuerdo.

Nos tomó a ambos de las manos y nos condujo por los puentes tan rápido y seguro que fui incapaz de memorizar el camino. Llegamos a una pequeña cabaña en la cual entramos. Ythalir nos sentó y nos miró suspirando de nuevo.
- Bueno, bueno, decidme, ¿a qué os dedicáis? – Clarise levantó la mano dando saltitos, moviendo con energía sus pequeñas alas, arrancándole una sonrisa a Ythalir –. A ver, la señorita primero.
- ¡¡Dicen que soy una innata!!
- ¡Vaya! Una hechicera, eso me gusta – me miró y sonrió con calidez –. Creo recordad que dijiste que eras aprendiz de arcano.
- Si, pero mi poder no es innato.
- Mejor mejor, así podrás estudiar conmigo – me guiñó un ojo –. Tu pequeña e hiperactiva hermana deberá ir con Nawiel.

Mientras hablábamos, Clarise revoloteaba por la pequeña estancia, toqueteándolo todo ignorando mis miradas de desaprobación y las preocupadas de Ythalir.
- Debo hacer unas cosas, quedaos aquí y esperar a que vuelva.
- ¡Siiiiii! – me limité a poner los ojos en blanco, tanta emoción era preocupante, Clarise seguía sin aceptar lo que nos estaba sucediendo, era como que nada iba con ella.

Me tumbé sobre la cama acoplando mis alas a ella, cerrando los ojos, pensativo. Un hogar, era eso lo que nos acababa de ofrecer y debía estar realmente agradecidos. El dragón nos había arrebatado a nuestros padres pero Erdrie nos había dado una aguilera mucho más grande que la nuestra. Nos habían dejado huérfanos pero ella se había asegurando de procurarnos un futuro.

Llamaron desde fuera. Una voz femenina e infantil pronunció mi nombre con una dulzura y una calidez extrema. Salí rápidamente a su encuentro apartando a mi hermana de un sutil empujón y deslicé la pequeña tela que me separaba del exterior.

Allí, de pie frente a mí, con una bandeja llena de frutas sobre las manos, se hallaba una niña más o menos de mi edad, la más bonita que jamás habría soñado ver. Su pelo rubio le caía por el pecho, perfectamente liso. Sus ojos azules brillaban en la oscuridad, dándole un toque mágico y misterioso. Sus alas blancas se estiraban tras ella, tensas y firmes… eso sólo demostraba que estaba nerviosa. Vestía una túnica blanca y violeta que rozaba el suelo ocultando sus pies, pero seguramente también serían perfectos.

Sonrió levemente sonrojada y me tendió la bandeja.
- Mi hermano me ha pedido que os traiga esto – la cogí con cara de bobo y ella se sonrojó aún más, emitiendo una delicada risilla infantil y alejándose a paso lento.
- ¡Espera! – se giró extrañada mirándome expectante –. ¿Cómo te llamas?
- Nawiel.



Abrí los ojos contemplando el techo de aquella extraña posada. Sudchart estaba muy cerca de Nevesmortas y hacían un chocolate riquísimo, por eso habíamos decidió ir allí esa tarde. Sonreí ante el recuerdo infantil de Nawiel… mi Nawiel…

Bajé las escaleras y antes de entrar al gran salón ya distinguí las risas de Estela, Suhaila, Tensei, Tolvadir y Mariah. Preparandose para todo un espectáculo sobre el escenario.
- ¡Vamos a bailar Suh!
- ¡¡Eso, bailar y luego subamos a las habitaciones los tres!! – Tenseí esquivó la mirada asesina de Tolvadir mientras comprobaba que las dos elfas ignoraban su propuesta – ¡Celedrian, amigo, apóyame! ¿Verdad que quieres subirte a las habitaciones con ellas?
- Me temo que si hago eso, Tensei, luego tendré que batirme contigo, y hoy no estoy de humor.
- Tienes razón – Tensei se puso serio –, sabes que protegeré a mis mujeres de cualquiera.
- Si Tensei, pero ¿quién las protege de ti?
- ¡Soy el amor en persona!! No necesitan que nadie las proteja de mi ¿A que sí, Estela?
- Ni en sueños.

Todos rieron, terminaron sus bebidas, yo cogí otro pastelito de frutas y me dirigí a la puerta.
- ¿Te marchas?
- Si… tengo cosas que hacer. Pasáoslo bien.


Las risas se perdieron en la posada mientras yo alzaba el vuelo, subiendo, subiendo, subiendo. Tanto que mis oídos protestaron y tuve que parar. Y desde allí, desde lo más alto que mi cuerpo me permitía, mi único pensamiento fue para ella.


Nawiel…

Re: Retazos de un avariel

Publicado: Dom Abr 18, 2010 1:00 am
por Keira84
CAPITULO VI: AMOR

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Largos fueron los años que pasaron lentamente ante mis ojos. Largos y sencillos, sin percances ni situaciones importantes cuya mención sea necesaria en esta historia.

Mi querida y adorada hermana pronto dejó de preguntar por mis fallecidos padres, quizá el motivo fue el recuerdo de lo sucedido, o quizá simplemente se cansó de preguntar. Nunca lo supe pues, aun bajo la insistencia de Nawiel, nunca quise hablar del tema con Clarise. La veía feliz, volando de punta a punta de la aguilera, haciendo amigos, soñando despierta… no quería volver a sumirla en esa terrible sensación que provoca la pérdida.

En cuanto a mí… Ythalir se ocupó de mis enseñanzas arcanas. No era un hombre de teoría, de modo que apenas rozábamos los libros, salvo para investigar nuevos conjuros para él. El avariel era absolutamente de práctica y su enseñanza se basó en mostrarme el conjuro y enseñarme a manejar la urdimbre para crearlo en mis manos.

Las clases eran inconstantes debido a sus largos viajes fuera de la aguilera. Siendo niños permanecía a nuestro lado casi todo el tiempo, pero una vez nos convertimos en adultos, Ythalir volaba lejos cada poco tiempo y permanecía ausente varias dekhanas. Fue bastante cuestionado en la aguilera cuando descubrieron que el motivo de sus ausencias se debía a que Ellëanor, la elfa que nos llevó a él, había dado a luz a una pequeña criaturita. Medio elfa, medio avariel… sin alas.

Fueron muchos los que tacharon a la niña de engendro, muchos los que se escandalizaron por la mezcla de sangre, pero Ythalir nunca, jamás, borró la sonrisa estúpida de su rostro. Amaba con locura a aquella pequeña y no le importaron los comentarios de sus camaradas.
Creo que fue ahí, cuando descubrimos la existencia de su hija, cuando Clarise empezó a sentir curiosidad por las demás razas.

Nawiel nunca dejó de alentar su curiosidad, incluso cuando yo me molestaba por sus continuas historias, seguramente inventadas (o al menos eso esperaba), que dejaban a Clarise con la boca abierta durante horas.
Nawiel y yo pasábamos mucho tiempo juntos… y solos. No era ningún secreto que a ambos nos gustaba nuestra compañía y fueron muchas las noches que nos atrevimos a salir fuera de los límites impuestos por su hermano, Ferwel, adentrándonos en el bosque espiando a los animales que allí vivían.



La primera noche que Nawiel me sujetó la mano mientras caminábamos bajo los árboles, sentí que todo mi cuerpo se estremecía. Ella me sonrió, sonrojándose como una niña, haciendo que mi corazón estallase. Caminamos con las manos entrelazadas hasta un pequeño claro, donde decenas de pequeñas hadas revoloteaban en un baile improvisado, mientras la luz de la luna iluminaba con elegancia el pequeño oasis que descansaba en el centro.
La contemplé sobrevolarlo, acariciando el agua con las yemas de los dedos mientras me miraba de reojo y emitía alguna que otra risilla infantil, provocando que mis latidos se sintieran más fuertes y la vergüenza hiciera acto de presencia en mis mejillas.

Llevábamos tantos años juntos que ni siquiera me había dado cuenta de cómo había sucedido, pero lo cierto es que la amaba, más que a nada en este mucho o en cualquier otro que pudiese existir, y lo mejor de todo era que ella me correspondía.
- Ven Celedrian, bailemos

Su risa aniñada se escuchó por todo el claro mientras se posaba con dulzura a mi lado, sujetaba mis manos colocándolas en su cintura y rodeaba mi cuello con sus finos brazos.
- Baila conmigo – me susurró.
Y fue un susurró que aún hoy recuerdo, cuando escucho la más leve música, cuando veo a alguien moverse dejándose llevar por el ritmo, lo primero que escucho es esa frase en mi cabeza.

Nos movimos al compás de una música silenciosa, mientras mis ojos la contemplaban, tan hermosa, tan dulce.

Esa noche no regresamos a la aguilera. Fue la primera de muchas más noches que existieron después, pero aquella fue la más especial, la primera noche que pasamos juntos, el primer baile torpe, la primera sonrisa pícara, la primera caricia atrevida, el primer susurro romántico…




…el primer beso apasionado.




- Y tú Celedrian, ¿sabes bailar? – Suhaila y Estela me miraban interrogantes esperando, seguramente, un “no” como respuesta y así poder usar sus armas de mujer y enseñarme.
- Sí, sé bailar – fue gracioso ver su cara de decepción.
- ¿En serio? – Tensei me miraba tan extrañado que seguramente hubiese podido bailar en ese momento y él hubiera seguido sin creerlo.
- Claro, aprendí cuando era joven – sonreí melancólico y di gracias de que no me preguntasen quién me había enseñado.

No quería hablar de Nawiel…. ahora ya no.