Drazharm
Publicado: Sab Jun 26, 2010 10:38 am
*Carisma base 14*
Alto y con bastante músculo, pero no le falta cerebro. Tal vez esto sea lo que más define a este apuesto aunque joven guerrero de metro ochenta y cinco, cuyos ojos verdes esmeralda miran con intensidad y casi pasión a lo que le rodea; ansioso de saber, ver y experimentar. En sus mismos ojos se puede ver un brillo bienintencionado.
Su pelo es rubio, bastante claro y le llega a más o menos la mitad de la espalda, haciendo contraste con su armadura vieja y destrozada a la par que en su cinto se puede apreciar una pesada espada bastarda sobre la cual suele llevar un escudo colgando
La constitución de este atractivo joven no se sale de lo normal, aunque tampoco es moco de pavo, por lo que los músculos no están del todo endurecidos ni notables por la falta de pellejo, pero sí se nota su presencia, siendo duros y formados, pero no marcados de semejante manera hasta llegar a ser un saco de tendones antiestéticos andante.
A su cuello, si se es observador, se puede apreciar el colgante de un reluciente dragón plateado pulido, tal vez el objeto de más valor que tenga en su poder en esos momentos... Y junto a eso, se pueden observar dos grilletes en sus muñecas, sin cerrojo ni forma de abrirlos aparentemente. Están hechos de adamantino puro y con unas extrañas runas mágicas, que para cualquier arcano, son identificadas como “detección y castigo” para los esclavos, muy populares entre los magos zhayinos.
Porta una pequeña barbita rubia, sin afeitar de un par de días; cosa que demuestra que no acostumbra a cuidar demasiado su imagen y aunque no suele darle forma ni se la cuida, resulta darle cierto atractivo. Sin embargo, cuando se la afeita, se pueden apreciar unas pequeñísimas cicatrices en su mentón y mejillas, resaltando dos en concreto, en la mandíbula. En su cuerpo seguramente sea donde más cicatrices guarda él. Aunque la mayoría no son más que pequeños cortes perfectamente curados y que casi no se notan sobresale una enormísima cicatriz que recorre todo su brazo izquierdo, la cual tiene forma de ser un profundo zarpazo cuya profundidad es tal, que le ha atravesado el brazo. Viendo esa cicatriz, cualquiera pensaría que es un milagro que siga conservando el brazo.
A pesar del pequeño matiz antiestético, esas mismas cicatrices acostumbran a darle un aire aguerrido y experimentado, así como medio salvaje aunque sin perder esa juventud y curiosidad que tanto lo caracterizan, así como esa enormísima pasión con la que mira casi todo.
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El nacido entre lobos
Es bien sabido que todos los grandes nacimientos acostumbran a estar marcados por un gran acontecimiento. Muchos dicen, que cuando ocurre uno de estos grandes acontecimientos, los propios dioses los han preparado para dar vida y forma a cada una de las vidas que se acaban de formar. Tempus prepararía una gran batalla, Selûne la noche con mayor luna de la historia, Mystra donaría sus poderes al pequeño o pequeña que acabasen de nacer…
Y en este caso, no es excepción. Era una noche cerrada y de nevada ya de madrugada. El enorme valle del Viento Helado estaba siendo azotado por una temible tormenta, y los guardianes del asentamiento Uthgard estaban más alerta que nunca por los temibles aullidos de los lobos que el viento arrastraba con él. Dicho poblado, no era más que una pequeña reunión de chozas de piedras colocadas una encima de otra con un pequeño techo de paja que apenas resistía a las inclemencias del tiempo, y entre todos estos castros, en el centro se hallaba la plaza central, el patíbulo, o como más era usado, el recinto de combates. La nieve había apagado la hoguera central del poblado, y casi todos dormían dentro de su intranquilidad.
Casi todos porque, dentro de una de estas humildes chozas, se estaba produciendo el bien llamado milagro de la vida. Las paredes estaban mal construidas y era casi un milagro que se sostuviese en pie con tantísimo viento y tanta nieve. Aunque las ráfagas de aire no pasaban entre la piedra, el frío sí lo hacía y calaba hasta los huesos a todos los presentes en aquella pequeña e improvisada sala de partos, en cuyo interior sólo se podían apreciar tres muebles; un camastro sobre el que se hallaba postrada la afortunada y futura madre. Apenas rozaría el metro setenta con suerte, y sus cabellos castaños como la caoba estaban pegados a su perlada frente a causa del sudor. Sus rasgos marqueños eran más que evidentes: Sus facciones eran suaves y las curvas del cuerpo lo justamente atléticas como para no perder el toque femenino, la nariz ni recta ni demasiado respingona y los ojos, verdes esmeralda. Compungida por el dolor, lanzaba gritos y maldiciones, así como amenazas a su marido de que, como le hiciese tener otro hijo, iba a cortarle ella misma la virilidad.
Sin embargo, a pesar de todo el dolor y la sangre que caía, estaba resultando un parto relativamente fácil, y las comadronas, dos uthgard ya ancianas y expertas en ese tipo de procesos; vestidas con las típicas túnicas de piel de huargo, trabajaban con absoluta calma. Sin embargo, habían dos presencias más en el parto. Dos guerreros uthgard, de la élite de los cazadores. El primero, enorme y de cabellos dorados cuyo semblante agrio no admitía felicidad alguna, vestido con unas pesadísimas pieles negras como la propia noche para guarecerse así del frío y una espada enorme encajada en una vaina a su espalda, observaba cruzado de brazos. Sus ojos pardos observaban la escena con desagrado, y sin lugar a dudas, ni un ápice de emoción.
El otro, mucho más bajo y de pelo moreno cuya longitud era tal que le llegaba a los hombros aunque sus ojos eran azules, también vestía las pieles negras, pero a diferencia del otro, portaba un arco largo, invención élfica cruzado en sus hombros, acompañado de un pesado carcaj con flechas hechas por él mismo colgando de su cintura para poder coger las flechas con más facilidad. Éste último observaba el proceso con una mezcla entre horror y alegría. Horror por lo que estaba viendo, la cavidad entre las piernas dilatarse, sangrar tanto, ver la cabeza de un niño asomar… Al pobre cazador le costaba aguantarse las arcadas, sin lugar a dudas. Sin embargo, también sus ojos azules ocultaban alegría por su hermano que en apenas unas horas, sería padre.
-Tobb, ¿no te alegras?-Preguntó el moreno, mirando la escena pálido como un muerto. Los semblantes de ambos, típicos de los uthgard; de trazos rectos y firmes, así como con la nariz recta y de tabique reducido. El enormísimo guerrero negó dos veces y el arquero bufó.-Anda ya… ¡Alégrate hermano! ¡Estás a punto de traer prole, un descendiente al mundo…!-Un berrido de la mujer lo interrumpió:
-¡¡Un jodido niño que me está desgarrando!! ¡¡Cuando termine esto, Tobb, Cyric va a parecer caperucita roja a mi lado, te lo juro!!-El cazador se rió ante tal amenaza, mientras la mujer seguía chillando y gritando.
Sin embargo, de repente todos los presentes en la cabaña pudieron escuchar cómo los guardianes del poblado tocaban con apuro los cuernos de batalla. Tanto Tobb como Lhaur se miraron y luego a la madre. Con una profunda mirada de disculpa y pena en los ojos de ambos, los dos hermanos cazadores salieron al exterior de la tienda con apuro. Los otros cazadores también se reunieron en el poblado, mientras algunos felicitaban a Tobb a pesar de que no les gustase el mestizaje entre uthgard y miembros de otras regiones, los vigías gritaron, alarmados:
-¡Lobos! ¡Lobos negros! ¡A las armas, uthgard!
-¿Cómo es posible que estén atacando un poblado entero?-Preguntó Lhaur mientras corría a una de las empalizadas y subía a una improvisada torre, cogiendo el arco mientras lo cargaba. Tobb por su parte, salió junto a los demás cogiendo su espada bastarda, arma de triple runa y fuerte acero enano, perfecta para combatir. Observaron las criaturas bajar por la ladera de la montaña, e inmediatamente supieron que no se trataban de simples lobos: Para empezar, se movían demasiado rápido. Sus aullidos eran más bien amenazas de muerte, las zarpas delanteras apenas tocaban el suelo para dar un impulso cada una y así aumentar la velocidad de la carga, y sus ojos eran rojos como la sangre recién derramada. Faltaban pocos metros para el choque de fuerzas, y los cazadores uthgard lanzaron la primera descarga de proyectiles, que impactó implacablemente sobre los primeros miembros de la línea enemiga.
Los pocos licántropos que cayeron ante la descarga, volvieron a levantarse con la fuerza renovada, de forma increíble y rápida. Aquella iba a ser una noche muy larga… Tobb ya golpeó al primero, rebanando su brazo izquierdo con un tajo ascendente, mientras Lhaur disparaba entre ceja y ceja a todos los que podía, conociendo su capacidad de destrucción.
-¡Que no pasen a la villa!-Gritó el jefe de los bárbaros, un hombre mucho más grande que cualquier otro, pelirrojo y con un enorme mazo entre las manos. A diferencia de los demás, vestía con unas vestiduras de malla ligeras acompañadas de algunas escamas de pequeño tamaño, y su yelmo estaba adornado con dos cuernos apuntando al frente, símbolo de su mandato. La fuerza del mazo se descargó sobre la cabeza de uno de los hombres lobo, aplastándolo contra el suelo y terminando con su vida, mientras las vísceras se esparcían y la sangre teñía la blanca nieve del suelo. Sin embargo a pesar de las órdenes del enorme líder, los licántropos superaban a los cazadores en tres a uno, por muy habilidosos que fuesen éstos.
Tobb seguía peleando, con dos licántropos a la vez, uno del tamaño de un oso terrible, mientras que el otro apenas sería más grande que él. Peleaba a la defensiva, haciendo que ambos hombres lobo perdiesen el equilibrio todo lo posible, para después asestarles un tajo en la espalda. Sin embargo, por muchas veces que golpease, las dos criaturas lobunas regeneraban sus heridas, una y otra vez sin parada ni descanso y por muchos golpes que recibían, sus ansias de sangre no descendían.
Sin embargo, las flechas de Lhaur sí que tenían un efecto sobre las viles criaturas: Las puntas estaban hechas de plata, y aquel metal era letal para los hombres lobo. Cada flecha que alcanzaba a un licántropo, era un licántropo que quedaba en el suelo, o bien muerto, o bien agonizando de dolor. El joven cazador tal vez era el que más bajas había causado en las tropas enemigas gastando el mínimo esfuerzo. Sin embargo, podría haber hecho más, de no ser porque estaba pendiente de su bien apreciado hermano Tobb. El enorme bárbaro seguía peleando, habiendo despachado ya a los dos de antes y ésta vez, se metió en medio de toda la formación bárbara, junto a su líder.
Los poderosos cazadores comenzaron una carga, gritando un airado “¡Por Tempus!” durante el trayecto entre sus filas y las de los licántropos. La carga resultó devastadora para ambos bandos, pues los licántropos ya habían perdido a más de tres cuartos de sus efectivos, mientras que los uthgard apenas habrían perdido unos diez u once hombres. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, los licántropos inexplicablemente lograron superar al grueso de los uthgard, y se adentraron en el poblado, bajo una plateada lluvia de flechas. Los guerreros los siguieron y continuaron la batalla en medio del poblado. En cuanto creyeron que no quedaban más enemigos por despachar, observaron las bajas. Apenas habrían caído los cuatro guerreros más jóvenes de poblado, y el resto, los más ancianos. Eran pérdidas que había que lamentar, pero no tan graves como creyeron.
Sin embargo, en cuanto bajaron sólo un poco la guardia, la silueta de un nuevo enemigo se formó detrás de Tobb. Lhaur gritó:
-¡Tobb! ¡Cuidado, detrás!-El hombre lobo era mucho más pequeño que los demás, y sus músculos mucho menos notorios, pero aún así, era un enemigo letal. Al guerrero no le dio ni tiempo de girarse, cuando una albina zarpa atravesó su esternón, haciendo que su sangre cayese al suelo. La zarpa fue sacada del cuerpo, con un aullido de hiena del hombre lobo y miró a los demás, hambriento de carne humana. Lhaur no se lo pudo creer; acabó de ver cómo su hermano era asesinado… ¡Y no pudo hacer nada!
Una extraña furia comenzó a emerger desde el estómago del cazador bárbaro, su respiración se agitó e inmediatamente, un intimidatorio grito se materializó en su boca, mientras recogía la espada bastarda de su hermano. Pesaba muchísimo, pero le daba igual. La rabia había sacado de sus entrañas toda la fuerza con la que iba a asesinar a aquel malnacido asesino y justo antes de lanzarse al ataque, el albino hombre lobo aulló, escabulléndose entre los cazadores, hacia la tienda en donde estaba naciendo su sobrino.
-¡Eso sí que no!-Rugió el cazador, saliendo detrás de él con una rapidez casi inhumana. El líder uthgard gritó:
-¡No, Lhaur, no! ¡Es peligroso!
-¡Ha matado a mi hermano! ¡No permitiré que haga lo mismo con mi sobrino!-Rugió, mientras entraba en la estancia, en donde se escucharon los gritos de las mujeres al ver a la criatura aparecer.
Dos, tres y cuatro zancadas dio el intrépido cazador, hasta que llegó a la tienda, en donde las dos ancianas comadronas estaban en un rincón, con las sartenes cogidas por si esa criatura iba a atacarlas. Pero ella tenía la mirada posada en las presas fáciles. Sin pensárselo dos veces, el cazador atravesó el pecho del licántropo ensartando su vil corazón con semejante fuerza, que manchó a la madre y al niño. La criatura perdió las fuerzas y finalmente, cayó al suelo empapando éste de sangre.
Y así llamaron al joven que nació aquel día: El nacido entre lobos; Drazharm.
Alto y con bastante músculo, pero no le falta cerebro. Tal vez esto sea lo que más define a este apuesto aunque joven guerrero de metro ochenta y cinco, cuyos ojos verdes esmeralda miran con intensidad y casi pasión a lo que le rodea; ansioso de saber, ver y experimentar. En sus mismos ojos se puede ver un brillo bienintencionado.
Su pelo es rubio, bastante claro y le llega a más o menos la mitad de la espalda, haciendo contraste con su armadura vieja y destrozada a la par que en su cinto se puede apreciar una pesada espada bastarda sobre la cual suele llevar un escudo colgando
La constitución de este atractivo joven no se sale de lo normal, aunque tampoco es moco de pavo, por lo que los músculos no están del todo endurecidos ni notables por la falta de pellejo, pero sí se nota su presencia, siendo duros y formados, pero no marcados de semejante manera hasta llegar a ser un saco de tendones antiestéticos andante.
A su cuello, si se es observador, se puede apreciar el colgante de un reluciente dragón plateado pulido, tal vez el objeto de más valor que tenga en su poder en esos momentos... Y junto a eso, se pueden observar dos grilletes en sus muñecas, sin cerrojo ni forma de abrirlos aparentemente. Están hechos de adamantino puro y con unas extrañas runas mágicas, que para cualquier arcano, son identificadas como “detección y castigo” para los esclavos, muy populares entre los magos zhayinos.
Porta una pequeña barbita rubia, sin afeitar de un par de días; cosa que demuestra que no acostumbra a cuidar demasiado su imagen y aunque no suele darle forma ni se la cuida, resulta darle cierto atractivo. Sin embargo, cuando se la afeita, se pueden apreciar unas pequeñísimas cicatrices en su mentón y mejillas, resaltando dos en concreto, en la mandíbula. En su cuerpo seguramente sea donde más cicatrices guarda él. Aunque la mayoría no son más que pequeños cortes perfectamente curados y que casi no se notan sobresale una enormísima cicatriz que recorre todo su brazo izquierdo, la cual tiene forma de ser un profundo zarpazo cuya profundidad es tal, que le ha atravesado el brazo. Viendo esa cicatriz, cualquiera pensaría que es un milagro que siga conservando el brazo.
A pesar del pequeño matiz antiestético, esas mismas cicatrices acostumbran a darle un aire aguerrido y experimentado, así como medio salvaje aunque sin perder esa juventud y curiosidad que tanto lo caracterizan, así como esa enormísima pasión con la que mira casi todo.
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El nacido entre lobos
Es bien sabido que todos los grandes nacimientos acostumbran a estar marcados por un gran acontecimiento. Muchos dicen, que cuando ocurre uno de estos grandes acontecimientos, los propios dioses los han preparado para dar vida y forma a cada una de las vidas que se acaban de formar. Tempus prepararía una gran batalla, Selûne la noche con mayor luna de la historia, Mystra donaría sus poderes al pequeño o pequeña que acabasen de nacer…
Y en este caso, no es excepción. Era una noche cerrada y de nevada ya de madrugada. El enorme valle del Viento Helado estaba siendo azotado por una temible tormenta, y los guardianes del asentamiento Uthgard estaban más alerta que nunca por los temibles aullidos de los lobos que el viento arrastraba con él. Dicho poblado, no era más que una pequeña reunión de chozas de piedras colocadas una encima de otra con un pequeño techo de paja que apenas resistía a las inclemencias del tiempo, y entre todos estos castros, en el centro se hallaba la plaza central, el patíbulo, o como más era usado, el recinto de combates. La nieve había apagado la hoguera central del poblado, y casi todos dormían dentro de su intranquilidad.
Casi todos porque, dentro de una de estas humildes chozas, se estaba produciendo el bien llamado milagro de la vida. Las paredes estaban mal construidas y era casi un milagro que se sostuviese en pie con tantísimo viento y tanta nieve. Aunque las ráfagas de aire no pasaban entre la piedra, el frío sí lo hacía y calaba hasta los huesos a todos los presentes en aquella pequeña e improvisada sala de partos, en cuyo interior sólo se podían apreciar tres muebles; un camastro sobre el que se hallaba postrada la afortunada y futura madre. Apenas rozaría el metro setenta con suerte, y sus cabellos castaños como la caoba estaban pegados a su perlada frente a causa del sudor. Sus rasgos marqueños eran más que evidentes: Sus facciones eran suaves y las curvas del cuerpo lo justamente atléticas como para no perder el toque femenino, la nariz ni recta ni demasiado respingona y los ojos, verdes esmeralda. Compungida por el dolor, lanzaba gritos y maldiciones, así como amenazas a su marido de que, como le hiciese tener otro hijo, iba a cortarle ella misma la virilidad.
Sin embargo, a pesar de todo el dolor y la sangre que caía, estaba resultando un parto relativamente fácil, y las comadronas, dos uthgard ya ancianas y expertas en ese tipo de procesos; vestidas con las típicas túnicas de piel de huargo, trabajaban con absoluta calma. Sin embargo, habían dos presencias más en el parto. Dos guerreros uthgard, de la élite de los cazadores. El primero, enorme y de cabellos dorados cuyo semblante agrio no admitía felicidad alguna, vestido con unas pesadísimas pieles negras como la propia noche para guarecerse así del frío y una espada enorme encajada en una vaina a su espalda, observaba cruzado de brazos. Sus ojos pardos observaban la escena con desagrado, y sin lugar a dudas, ni un ápice de emoción.
El otro, mucho más bajo y de pelo moreno cuya longitud era tal que le llegaba a los hombros aunque sus ojos eran azules, también vestía las pieles negras, pero a diferencia del otro, portaba un arco largo, invención élfica cruzado en sus hombros, acompañado de un pesado carcaj con flechas hechas por él mismo colgando de su cintura para poder coger las flechas con más facilidad. Éste último observaba el proceso con una mezcla entre horror y alegría. Horror por lo que estaba viendo, la cavidad entre las piernas dilatarse, sangrar tanto, ver la cabeza de un niño asomar… Al pobre cazador le costaba aguantarse las arcadas, sin lugar a dudas. Sin embargo, también sus ojos azules ocultaban alegría por su hermano que en apenas unas horas, sería padre.
-Tobb, ¿no te alegras?-Preguntó el moreno, mirando la escena pálido como un muerto. Los semblantes de ambos, típicos de los uthgard; de trazos rectos y firmes, así como con la nariz recta y de tabique reducido. El enormísimo guerrero negó dos veces y el arquero bufó.-Anda ya… ¡Alégrate hermano! ¡Estás a punto de traer prole, un descendiente al mundo…!-Un berrido de la mujer lo interrumpió:
-¡¡Un jodido niño que me está desgarrando!! ¡¡Cuando termine esto, Tobb, Cyric va a parecer caperucita roja a mi lado, te lo juro!!-El cazador se rió ante tal amenaza, mientras la mujer seguía chillando y gritando.
Sin embargo, de repente todos los presentes en la cabaña pudieron escuchar cómo los guardianes del poblado tocaban con apuro los cuernos de batalla. Tanto Tobb como Lhaur se miraron y luego a la madre. Con una profunda mirada de disculpa y pena en los ojos de ambos, los dos hermanos cazadores salieron al exterior de la tienda con apuro. Los otros cazadores también se reunieron en el poblado, mientras algunos felicitaban a Tobb a pesar de que no les gustase el mestizaje entre uthgard y miembros de otras regiones, los vigías gritaron, alarmados:
-¡Lobos! ¡Lobos negros! ¡A las armas, uthgard!
-¿Cómo es posible que estén atacando un poblado entero?-Preguntó Lhaur mientras corría a una de las empalizadas y subía a una improvisada torre, cogiendo el arco mientras lo cargaba. Tobb por su parte, salió junto a los demás cogiendo su espada bastarda, arma de triple runa y fuerte acero enano, perfecta para combatir. Observaron las criaturas bajar por la ladera de la montaña, e inmediatamente supieron que no se trataban de simples lobos: Para empezar, se movían demasiado rápido. Sus aullidos eran más bien amenazas de muerte, las zarpas delanteras apenas tocaban el suelo para dar un impulso cada una y así aumentar la velocidad de la carga, y sus ojos eran rojos como la sangre recién derramada. Faltaban pocos metros para el choque de fuerzas, y los cazadores uthgard lanzaron la primera descarga de proyectiles, que impactó implacablemente sobre los primeros miembros de la línea enemiga.
Los pocos licántropos que cayeron ante la descarga, volvieron a levantarse con la fuerza renovada, de forma increíble y rápida. Aquella iba a ser una noche muy larga… Tobb ya golpeó al primero, rebanando su brazo izquierdo con un tajo ascendente, mientras Lhaur disparaba entre ceja y ceja a todos los que podía, conociendo su capacidad de destrucción.
-¡Que no pasen a la villa!-Gritó el jefe de los bárbaros, un hombre mucho más grande que cualquier otro, pelirrojo y con un enorme mazo entre las manos. A diferencia de los demás, vestía con unas vestiduras de malla ligeras acompañadas de algunas escamas de pequeño tamaño, y su yelmo estaba adornado con dos cuernos apuntando al frente, símbolo de su mandato. La fuerza del mazo se descargó sobre la cabeza de uno de los hombres lobo, aplastándolo contra el suelo y terminando con su vida, mientras las vísceras se esparcían y la sangre teñía la blanca nieve del suelo. Sin embargo a pesar de las órdenes del enorme líder, los licántropos superaban a los cazadores en tres a uno, por muy habilidosos que fuesen éstos.
Tobb seguía peleando, con dos licántropos a la vez, uno del tamaño de un oso terrible, mientras que el otro apenas sería más grande que él. Peleaba a la defensiva, haciendo que ambos hombres lobo perdiesen el equilibrio todo lo posible, para después asestarles un tajo en la espalda. Sin embargo, por muchas veces que golpease, las dos criaturas lobunas regeneraban sus heridas, una y otra vez sin parada ni descanso y por muchos golpes que recibían, sus ansias de sangre no descendían.
Sin embargo, las flechas de Lhaur sí que tenían un efecto sobre las viles criaturas: Las puntas estaban hechas de plata, y aquel metal era letal para los hombres lobo. Cada flecha que alcanzaba a un licántropo, era un licántropo que quedaba en el suelo, o bien muerto, o bien agonizando de dolor. El joven cazador tal vez era el que más bajas había causado en las tropas enemigas gastando el mínimo esfuerzo. Sin embargo, podría haber hecho más, de no ser porque estaba pendiente de su bien apreciado hermano Tobb. El enorme bárbaro seguía peleando, habiendo despachado ya a los dos de antes y ésta vez, se metió en medio de toda la formación bárbara, junto a su líder.
Los poderosos cazadores comenzaron una carga, gritando un airado “¡Por Tempus!” durante el trayecto entre sus filas y las de los licántropos. La carga resultó devastadora para ambos bandos, pues los licántropos ya habían perdido a más de tres cuartos de sus efectivos, mientras que los uthgard apenas habrían perdido unos diez u once hombres. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, los licántropos inexplicablemente lograron superar al grueso de los uthgard, y se adentraron en el poblado, bajo una plateada lluvia de flechas. Los guerreros los siguieron y continuaron la batalla en medio del poblado. En cuanto creyeron que no quedaban más enemigos por despachar, observaron las bajas. Apenas habrían caído los cuatro guerreros más jóvenes de poblado, y el resto, los más ancianos. Eran pérdidas que había que lamentar, pero no tan graves como creyeron.
Sin embargo, en cuanto bajaron sólo un poco la guardia, la silueta de un nuevo enemigo se formó detrás de Tobb. Lhaur gritó:
-¡Tobb! ¡Cuidado, detrás!-El hombre lobo era mucho más pequeño que los demás, y sus músculos mucho menos notorios, pero aún así, era un enemigo letal. Al guerrero no le dio ni tiempo de girarse, cuando una albina zarpa atravesó su esternón, haciendo que su sangre cayese al suelo. La zarpa fue sacada del cuerpo, con un aullido de hiena del hombre lobo y miró a los demás, hambriento de carne humana. Lhaur no se lo pudo creer; acabó de ver cómo su hermano era asesinado… ¡Y no pudo hacer nada!
Una extraña furia comenzó a emerger desde el estómago del cazador bárbaro, su respiración se agitó e inmediatamente, un intimidatorio grito se materializó en su boca, mientras recogía la espada bastarda de su hermano. Pesaba muchísimo, pero le daba igual. La rabia había sacado de sus entrañas toda la fuerza con la que iba a asesinar a aquel malnacido asesino y justo antes de lanzarse al ataque, el albino hombre lobo aulló, escabulléndose entre los cazadores, hacia la tienda en donde estaba naciendo su sobrino.
-¡Eso sí que no!-Rugió el cazador, saliendo detrás de él con una rapidez casi inhumana. El líder uthgard gritó:
-¡No, Lhaur, no! ¡Es peligroso!
-¡Ha matado a mi hermano! ¡No permitiré que haga lo mismo con mi sobrino!-Rugió, mientras entraba en la estancia, en donde se escucharon los gritos de las mujeres al ver a la criatura aparecer.
Dos, tres y cuatro zancadas dio el intrépido cazador, hasta que llegó a la tienda, en donde las dos ancianas comadronas estaban en un rincón, con las sartenes cogidas por si esa criatura iba a atacarlas. Pero ella tenía la mirada posada en las presas fáciles. Sin pensárselo dos veces, el cazador atravesó el pecho del licántropo ensartando su vil corazón con semejante fuerza, que manchó a la madre y al niño. La criatura perdió las fuerzas y finalmente, cayó al suelo empapando éste de sangre.
Y así llamaron al joven que nació aquel día: El nacido entre lobos; Drazharm.