Melodias de la Vida. Historia de Serendil Ödae
Publicado: Lun Jun 28, 2010 11:15 pm
Capítulo 1: El niño y la decisión
Nací y me crié en la más férrea disciplina. Mi padre, un sacerdote de Yelmo, había perdido a su anterior hijo en un altercado de ladrones en medio de las calles, y no iba a dejar que la situación se repitiera. Aunque soy natural de Aguas Profundas, me mudé siendo pequeño a Puerta de Baldur. Parece ser que la ciudad de los resplandores traía malos recuerdos a mis progenitores.
Je... recuerdo mi infancia. Apenas salía a la calle. Mi tiempo libre consistía en mirar por la ventana y ver a otros niños corretear y jugar. Así, memorizaba día tras día sus juegos con la vana esperanza de que algún día yo también pudiera salir. Pero no, mis padres estaban demasiado asustados de que me "pasara algo". Entiendo su preocupación, pero no puedo evitar el aborrecerles. Ah, demonios... aún recuerdo los maestros que venían a casa a enseñarme. Que si historia, que si geografía, que si retórica, que si enánico... un sinfín de clases, todas y cada una de ellas tan irritantes y odiosas como las demás.
Hmm... si debo ser fiel a la verdad, admito que había clases que realmente disfrutaba: las clases de arpa y de canto. Oh, sí, gozaba y exprimía todo el jugo de esas clases. ¡Pero sólo esas dos, las demás las aborrecía!
Y, entonces, pasó. Hastiado de las clases, harto de la disciplina y cansado de las charlas, salí de casa. Ya, ya sé que es una tontería... pero en ese entonces era un niño. Lo que hacía me parecía muy arriesgado, y eso de ir contra las normas... lo admito, me atraía.
Salí de casa y me hice rápidamente con unos harapos. Así fui a pasear por Puerta de Baldur. Atrajo mi atención un cúmulo de gente que rodeaba a uno de esos humanillos de vida breve, e intrigado fui a ver qué ocurría. El espectáculo que presencié me dejó boquiabierto. El humano, que rondaría mi edad en años humanos, dominaba perfectamente el laúd y cantaba una melodía tan rítmica como pegadiza. Sus dedos rasgaban las finas cuerdas mientras su garganta emitía sonidos que parecían típicos y dignos de uno de esos altivos elfos alados. Por si esto fuera poco, el humanejo hacía magia, que si bien en un combate no hacía nada, el juego de luces que creaba era pasmoso. Me sentí tremendamente inferior. ¿De qué me servía todo mi conocimiento sobre geografía? ¿Para qué iba a usar toda la mitología aprendida? ¿Era realmente útil el saber realizar operaciones algebraicas? La respuesta resonaba en mi mente: "NO".
Mientras cavilaba tan peligrosas ideas, una elfa me distrajo.
- ¡Hola! ¡Me llamo Aluve, y quiero ser una gran hechicera como mi papá! Mi papá tiene un huerto, y hace magia para que las verduras crezcan sanas y fuertes. ¿Quieres venir a verlas? No se tarda mucho en ir a mi casa.
Sonreí. Ahora era yo el que tomaba las decisiones, y no mis padres. Asentí, volví a sonreír y acompañé a la elfa a su hogar. Sus padres me acogieron con más cariño que los míos propios, y, con el paso del tiempo, Aluve, sus siete hermanas y su hermano. Casi se convirtieron en mis propios hermanos. ¿Digo casi? No, es más realista suprimir ese "casi". Eran el hermano y las hermanas que nunca tuve.
Mis salidas a la casa de Aluve iban en aumento, y cada vez era más difícil escabullirme. Aprendí a andar sin hacer ruido, a burlar a mis sobreprotectores padres, todo para ir a ver a la elfa de dorados cabellos.
Una noche, Armando, el padre de Aluve, decidió leernos un cuento a todos los niños. Bueno, niños... estábamos en el auge de nuestra adolescencia. Él nos llamaba cariñosamente así, aunque sabía de sobra que no lo éramos.
Todos adorábamos sentarnos a escucharle, pues siempre utilizaba sus poderes de hechicero para crear ilusiones que representaban la escena contada. Era todo un artista, y creo que así me vino mi amor por el teatro.
Esa noche, la temática de la historia era sobre piratas. Grandes navíos, osados hombres, valientes mujeres, espadas, estoques, cimitarras, abordajes, pillaje, darse la gran vida... mis ojos lucían más que las estrellas aquella noche debido a mi fascinación. Pocas horas después, ya en la cama, me di cuenta de una gran verdad: La decisión ya estaba tomada. Me levanté, abrí la ventana y salí. Allí, sentado en el tejado y arpa en mano, con la única compañía de un solitario gato que venía a escuchar, comencé a tocar las Melodías de la Vida...
http://www.youtube.com/watch?v=6QOxuMG8 ... re=related

Quizá fuera casualidad, quizá no. Pero aquella noche, el cielo ofrecía un grandioso espectáculo... aunque quizá mirar hacia el cielo era demasiado para algunas personas. Fuera como fuere, sentí que había dado un paso más hacia la madurez. ¿Qué me depararía el destino? No lo sabía, pero tampoco me preocupaba. Me limité a volver a mirar al cielo y disfrutar de la suave melodía.
Nací y me crié en la más férrea disciplina. Mi padre, un sacerdote de Yelmo, había perdido a su anterior hijo en un altercado de ladrones en medio de las calles, y no iba a dejar que la situación se repitiera. Aunque soy natural de Aguas Profundas, me mudé siendo pequeño a Puerta de Baldur. Parece ser que la ciudad de los resplandores traía malos recuerdos a mis progenitores.
Je... recuerdo mi infancia. Apenas salía a la calle. Mi tiempo libre consistía en mirar por la ventana y ver a otros niños corretear y jugar. Así, memorizaba día tras día sus juegos con la vana esperanza de que algún día yo también pudiera salir. Pero no, mis padres estaban demasiado asustados de que me "pasara algo". Entiendo su preocupación, pero no puedo evitar el aborrecerles. Ah, demonios... aún recuerdo los maestros que venían a casa a enseñarme. Que si historia, que si geografía, que si retórica, que si enánico... un sinfín de clases, todas y cada una de ellas tan irritantes y odiosas como las demás.
Hmm... si debo ser fiel a la verdad, admito que había clases que realmente disfrutaba: las clases de arpa y de canto. Oh, sí, gozaba y exprimía todo el jugo de esas clases. ¡Pero sólo esas dos, las demás las aborrecía!
Y, entonces, pasó. Hastiado de las clases, harto de la disciplina y cansado de las charlas, salí de casa. Ya, ya sé que es una tontería... pero en ese entonces era un niño. Lo que hacía me parecía muy arriesgado, y eso de ir contra las normas... lo admito, me atraía.
Salí de casa y me hice rápidamente con unos harapos. Así fui a pasear por Puerta de Baldur. Atrajo mi atención un cúmulo de gente que rodeaba a uno de esos humanillos de vida breve, e intrigado fui a ver qué ocurría. El espectáculo que presencié me dejó boquiabierto. El humano, que rondaría mi edad en años humanos, dominaba perfectamente el laúd y cantaba una melodía tan rítmica como pegadiza. Sus dedos rasgaban las finas cuerdas mientras su garganta emitía sonidos que parecían típicos y dignos de uno de esos altivos elfos alados. Por si esto fuera poco, el humanejo hacía magia, que si bien en un combate no hacía nada, el juego de luces que creaba era pasmoso. Me sentí tremendamente inferior. ¿De qué me servía todo mi conocimiento sobre geografía? ¿Para qué iba a usar toda la mitología aprendida? ¿Era realmente útil el saber realizar operaciones algebraicas? La respuesta resonaba en mi mente: "NO".
Mientras cavilaba tan peligrosas ideas, una elfa me distrajo.
- ¡Hola! ¡Me llamo Aluve, y quiero ser una gran hechicera como mi papá! Mi papá tiene un huerto, y hace magia para que las verduras crezcan sanas y fuertes. ¿Quieres venir a verlas? No se tarda mucho en ir a mi casa.
Sonreí. Ahora era yo el que tomaba las decisiones, y no mis padres. Asentí, volví a sonreír y acompañé a la elfa a su hogar. Sus padres me acogieron con más cariño que los míos propios, y, con el paso del tiempo, Aluve, sus siete hermanas y su hermano. Casi se convirtieron en mis propios hermanos. ¿Digo casi? No, es más realista suprimir ese "casi". Eran el hermano y las hermanas que nunca tuve.
Mis salidas a la casa de Aluve iban en aumento, y cada vez era más difícil escabullirme. Aprendí a andar sin hacer ruido, a burlar a mis sobreprotectores padres, todo para ir a ver a la elfa de dorados cabellos.
Una noche, Armando, el padre de Aluve, decidió leernos un cuento a todos los niños. Bueno, niños... estábamos en el auge de nuestra adolescencia. Él nos llamaba cariñosamente así, aunque sabía de sobra que no lo éramos.
Todos adorábamos sentarnos a escucharle, pues siempre utilizaba sus poderes de hechicero para crear ilusiones que representaban la escena contada. Era todo un artista, y creo que así me vino mi amor por el teatro.
Esa noche, la temática de la historia era sobre piratas. Grandes navíos, osados hombres, valientes mujeres, espadas, estoques, cimitarras, abordajes, pillaje, darse la gran vida... mis ojos lucían más que las estrellas aquella noche debido a mi fascinación. Pocas horas después, ya en la cama, me di cuenta de una gran verdad: La decisión ya estaba tomada. Me levanté, abrí la ventana y salí. Allí, sentado en el tejado y arpa en mano, con la única compañía de un solitario gato que venía a escuchar, comencé a tocar las Melodías de la Vida...
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Quizá fuera casualidad, quizá no. Pero aquella noche, el cielo ofrecía un grandioso espectáculo... aunque quizá mirar hacia el cielo era demasiado para algunas personas. Fuera como fuere, sentí que había dado un paso más hacia la madurez. ¿Qué me depararía el destino? No lo sabía, pero tampoco me preocupaba. Me limité a volver a mirar al cielo y disfrutar de la suave melodía.