El retorno del paladín
Publicado: Sab Jul 10, 2010 6:02 pm
Connor, el herrero de la Flecha entró a toda prisa en el salón principal de la Atalaya.
La nota que dejaron para él en la forja de la Sede era clara y concisa:
“Al herrero Connor Drakanan: Acudid con la mayor presteza ante la presencia de Áshnar.”
Uno de los guardias de la Atalaya le señaló una de las cámaras laterales nada más verlo, asintiendo en agradecimiento, Connor se dirigió a la puerta y llamó con los nudillos.
- Adelante.
- ¿Me habéis mandado llamar? ¿Hay algún encargo que la iglesia de Lathander quiera hacerme?
En ese momento se percató de la presencia de un hombre tendido en un camastro, parecía herido. Cerca, en una silla apoyados, una armadura completa con el símbolo de Lathander, una espada de puño y medio, una espada oriental y un escudo de considerables dimensiones.
A la luz de las velas resultaba complicado identificar las facciones del herido, pero en el fondo, el herrero comprendió que la razón que le había traído al frío del norte, a una villa de la que nunca antes había oído hablar y, en definitiva, a los brazos de la elfa que ahora ocupaba su corazón, yacía inconsciente en aquella cámara.
Tras varios años, había encontrado su destino, o el destino lo había encontrado a él, su protector, su compañero infatigable, su mentor… su hermano…
- ¿Es…?
Áshnar se limitó a asentir.
Connor se acercó al costado del camastro… efectivamente, era Kai Drakanan.
- ¿Cómo ha llegado aquí? ¿Qué le ha pasado? Contestad, por caridad.
- No lo sabemos. Pero podrás preguntárselo tú mismo cuando…
El paladín abrió los ojos despacio, mirando al techo, algo desorientado. Algunas canas se habían adueñado
de sus cabellos antaño negros y rojos, los años no habían pasado en balde.
- Hermano…
Kai volvió la vista hacia la voz.
- ¿Connor…? Debo estar delirando, ¿la fiebre, tal vez?
- No, hermano, soy yo. Estoy aquí. Padre me envió a estas tierras a buscarte, cuando tus misivas dejaron de llegar a nuestro hogar de Athkatla.
- ¡Así que eres tú! – Estaba visiblemente emocionado de ver una cara tan familiar después de tantos años.
- ¿Qué te ha pasado? ¿Dónde has estado? ¿Por qué no has dado señales de vida durante todo este tiempo?
- No es una historia agradable... – el paladín se incorporó ligeramente con una mueca de dolor – …fui asaltado por una partida bien nutrida de orcos en el paso del arco iris, bárbaros, chamanes y arqueros, demasiados para mí solo, tengo que admitir que no medí bien mis fuerzas. Pero por alguna razón no acabaron con mi vida, me llevaron a una de sus cuevas y
me mantuvieron cautivo durante dekhanas, subsistí comiendo ratas y bebiendo algo que distaba mucho de ser agua. Finalmente me llevaron junto con otros prisioneros, todos hombres… nos introdujeron en una jaula y nos cargaron en un carro.
El herrero y Áshnar escuchaban en silencio, asintiendo de vez en cuando.
- Pasamos innumerables días allí hacinados, mientras los orcos nos llevaban a vete tú a saber dónde. Una mañana los orcos habían desaparecido, y unos hombres de cabellos oscuros y tez amarillenta los habían substituído, si bien su trato no mejoraba el de los orcos ni de lejos, nos daban lo justo para mantenernos con vida a duras penas, algunos no lo consiguieron, pero finalmente alcanzamos nuestro destino: La región de Kara-Tur.
Allí fuimos vendidos como esclavos, por fortuna para mí, mis habilidades con la fundición y la espada me permitieron alcanzar un puesto decente entre las tropas de un señor del lugar.
Pasé años allí, trabajando para aquel hombre, hasta que finalmente su batallón fue llamado a filas y yo con ellos.
Fuimos masacrados. Otros 3 hombres y yo, únicos supervivientes de la batalla, conseguimos alcanzar la nación de Narfell, donde incluso serví como guardia de la ciudad de Peltarkh. Pero mi deseo de regresar me hizo abandonar la villa y encaminarme hacia las tierras que conocía. Me habría gustado alcanzar Athkatla pero esto es lo más cerca que he llegado… Ayudado por una caravana de beduinos logré cruzar el Anaurokh, pero cerca de Ascore tuvimos una escaramuza con una partida de umbras y lo siguiente que recuerdo… es este instante en el que nos encontramos.
Connor abrazó a su hermano y con una sonrisa dijo:
- Mi turno.
La nota que dejaron para él en la forja de la Sede era clara y concisa:
“Al herrero Connor Drakanan: Acudid con la mayor presteza ante la presencia de Áshnar.”
Uno de los guardias de la Atalaya le señaló una de las cámaras laterales nada más verlo, asintiendo en agradecimiento, Connor se dirigió a la puerta y llamó con los nudillos.
- Adelante.
- ¿Me habéis mandado llamar? ¿Hay algún encargo que la iglesia de Lathander quiera hacerme?
En ese momento se percató de la presencia de un hombre tendido en un camastro, parecía herido. Cerca, en una silla apoyados, una armadura completa con el símbolo de Lathander, una espada de puño y medio, una espada oriental y un escudo de considerables dimensiones.
A la luz de las velas resultaba complicado identificar las facciones del herido, pero en el fondo, el herrero comprendió que la razón que le había traído al frío del norte, a una villa de la que nunca antes había oído hablar y, en definitiva, a los brazos de la elfa que ahora ocupaba su corazón, yacía inconsciente en aquella cámara.
Tras varios años, había encontrado su destino, o el destino lo había encontrado a él, su protector, su compañero infatigable, su mentor… su hermano…
- ¿Es…?
Áshnar se limitó a asentir.
Connor se acercó al costado del camastro… efectivamente, era Kai Drakanan.
- ¿Cómo ha llegado aquí? ¿Qué le ha pasado? Contestad, por caridad.
- No lo sabemos. Pero podrás preguntárselo tú mismo cuando…
El paladín abrió los ojos despacio, mirando al techo, algo desorientado. Algunas canas se habían adueñado
de sus cabellos antaño negros y rojos, los años no habían pasado en balde.
- Hermano…
Kai volvió la vista hacia la voz.
- ¿Connor…? Debo estar delirando, ¿la fiebre, tal vez?
- No, hermano, soy yo. Estoy aquí. Padre me envió a estas tierras a buscarte, cuando tus misivas dejaron de llegar a nuestro hogar de Athkatla.
- ¡Así que eres tú! – Estaba visiblemente emocionado de ver una cara tan familiar después de tantos años.
- ¿Qué te ha pasado? ¿Dónde has estado? ¿Por qué no has dado señales de vida durante todo este tiempo?
- No es una historia agradable... – el paladín se incorporó ligeramente con una mueca de dolor – …fui asaltado por una partida bien nutrida de orcos en el paso del arco iris, bárbaros, chamanes y arqueros, demasiados para mí solo, tengo que admitir que no medí bien mis fuerzas. Pero por alguna razón no acabaron con mi vida, me llevaron a una de sus cuevas y
me mantuvieron cautivo durante dekhanas, subsistí comiendo ratas y bebiendo algo que distaba mucho de ser agua. Finalmente me llevaron junto con otros prisioneros, todos hombres… nos introdujeron en una jaula y nos cargaron en un carro.
El herrero y Áshnar escuchaban en silencio, asintiendo de vez en cuando.
- Pasamos innumerables días allí hacinados, mientras los orcos nos llevaban a vete tú a saber dónde. Una mañana los orcos habían desaparecido, y unos hombres de cabellos oscuros y tez amarillenta los habían substituído, si bien su trato no mejoraba el de los orcos ni de lejos, nos daban lo justo para mantenernos con vida a duras penas, algunos no lo consiguieron, pero finalmente alcanzamos nuestro destino: La región de Kara-Tur.
Allí fuimos vendidos como esclavos, por fortuna para mí, mis habilidades con la fundición y la espada me permitieron alcanzar un puesto decente entre las tropas de un señor del lugar.
Pasé años allí, trabajando para aquel hombre, hasta que finalmente su batallón fue llamado a filas y yo con ellos.
Fuimos masacrados. Otros 3 hombres y yo, únicos supervivientes de la batalla, conseguimos alcanzar la nación de Narfell, donde incluso serví como guardia de la ciudad de Peltarkh. Pero mi deseo de regresar me hizo abandonar la villa y encaminarme hacia las tierras que conocía. Me habría gustado alcanzar Athkatla pero esto es lo más cerca que he llegado… Ayudado por una caravana de beduinos logré cruzar el Anaurokh, pero cerca de Ascore tuvimos una escaramuza con una partida de umbras y lo siguiente que recuerdo… es este instante en el que nos encontramos.
Connor abrazó a su hermano y con una sonrisa dijo:
- Mi turno.