H.de Elithrar : Juventud y Destierro

Los trovadores de la región narran la historia de sus héroes. (Historias escritas por los jugadores)

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Sothyl

H.de Elithrar : Juventud y Destierro

Mensaje por Sothyl »

Juventud y Exilio.


Pasaron muchos ciclos naturales en el bosque de Noyvern, y con ellos, Elithrar alcanzó su mayoría de edad. A partir de entonces, ya no estaba obligado a permanecer en el asentamiento junto a su padre, como dictaban las normas del clan.

Pocos días antes de llegar este ansiado momento, Elithrar y éste se habían detenido bajo uno de los árboles centenarios del bosque. El joven elfo se encontraba nervioso, no sabía a ciencia cierta cual sería la reacción paterna cuando le dijese que no continuaría con sus estudios druídicos, cuando tuviese que decirle que no seguiría la tradición, y que el mismo día que cumpliese su mayoría de edad, partiría hacia alguna parte en busca de su propio camino.

Había llegado el momento, el viejo árbol abrazaba con sus grandes ramas ese instante, y Elithrar, de alguna forma tuvo la sensación de que el espiritu del viejo árbol le animaba y le empujaba a ello. Cogió aire y de una forma un tanto brusca se lo explicó a su padre. Sothyl, miró largamente a su hijo, tras unos segundos, en los que
Elithrar no podía ni respirar, el druida se acercó a él y le besó en la frente. Al retirarse, Elithrar vió los ojos de su padre cargados de mar, pero antes de que éste se girase finalmente, también vió fugazmente un sol naciente en su boca.

Como todos los momentos importantes en la vida de ambos, las palabras sobraban y continuaron su marcha. Así, llegó el día señalado, y Elithrar se despidió del clan partiendo hacia ninguna parte, con la intención de encontrar su sitio.

Otros tantos ciclos pasaron por los ojos del elfo, en los que vagó por su querido bosque de Noyvern, aprendiendo sendas y caminos, estudiando huellas, comportamientos, hábitos de los animales, seres y bestias que lo poblaban, incluso contactando con otras tribus de elfos y otras razas o conversando con mercaderes, viajeros o incautos aventureros que lo cruzaban.

Fué en una de estas ocasiones cuando Elithrar se enteró de la enfermedad de su padre. Según contaba el mercader con el que había parado a pasar la noche al borde de uno de los caminos, el viejo druida había caído víctima de una extraña enfermedad que los druidas del clan no podían curar, una enfermedad sin lugar a dudas de origen mágico, aunque nadie sabía por qué Sothyl la había contraido o quién había sido el causante de la misma.

En aquel momento, algo se quebró en el interior del elfo. Una fractura recorrió de parte a parte el alma de Elithrar, una falla que dividía irreversiblemente su vida en un antes y un después. El dolor tomó el gobierno de su cuerpo, y se encontró a sí mismo, de una forma totalmente irracional, atravesando durante dos ciegas jornadas el bosque en pos de su antiguo hogar.

Cuando llegó allí, se encontró con su padre moribundo, en estado catatónico, encima del lecho, rodeado por los viejos druidas del círculo, que se afanaban en encontrar un remedio que no llegaba. Pasaron los días, y el estado de Sothyl empeoraba. No era una enfermedad común, más bien era una pérdida total de la vitalidad, como si alguien hubiese abierto un sumidero por el que se escapaba su vida, lenta e inexorablemente.

El dolor y la impotencia de Elithrar sobrepasarón al elfo, y sin mediar palabra una noche desapareció del asentamiento.
Vagó durante varios días sin rumbo fijo, acosado por la imagen de su padre convaleciente, por la injusticia de un destino caprichoso y mezquino.

Una mañana, mientras estos y otros pensamientos asediaban su cabeza, escuchó, no muy lejos, los gritos e improperios clásicos de una escaramuza. Se acercó al lugar sigilosamente, de árbol en árbol, pisando sólo el terreno más blando, evitando ramas y zarzas cuyo sonido,en su movimiento, pudiesen delatarle. Allí, a no menos de 30 pasos, un mago movía sus manos y susurraba líquidas palabras mientras rayos azul-eléctrico atravesaban la órcida carne. Tras el combate, a sus pies yacían 15 orcos humeantes. Una risilla gutural salió de la garganta del mago. Elithrar, dudoso, decidió mostrarse. El mago le miró divertido, abriendo sus brazos, mostrando el resultado en un gesto de demostración de poder.

Ajeno al peligro al que se exponía, el elfo sólo pensaba en la enfermedad mágica de su padre. Si magia habia sido la causante, sólo la magia sería su cura. Se aproximó al mago y sin más explicaciones le contó lo sucedido.

El Archimago, esbozó una sonrisa burlona. Viendo la oportunidad extraordinaria que le brindaba el destino de aprovechase de la necesidad ajena, ofreció un pacto al elfo. Él, necesitaba algo que Elithrar podía conseguir, a cambio el realizaría el sortilegio que salvase a su padre.

Precisamente el Círculo Druídico al que pertenecia su padre cuidaba de una región sagrada del bosque de Noyvern, en la cual habitaba un ciervo blanco sagrado, regalo vital del Dios Lathander al asentamiento y simbolo de su prosperidad. El mago quería la soberbia cornamenta de aquel avatar, una vida por otra. Elithrar, cegado por el dolor, aceptó la oferta. El Archimago le dió una redoma con un veneno especial, y le dijo que impregnase una flecha en él antes de tirar. Dentro de una semana se reunirían en ese mismo sitio, si el joven elfo traía consigo la cornamenta, él curaría a su padre.

Tras tres días de marcha, Elithrar llegó al coto sagrado. Era de noche, y él sabía muy bien donde estaban las patrullas de exploradores y cuales eran sus rutas, por lo que no le fue muy difícil adentrarse. Elithrar se dirigió inmediatamente hacia la pequeña cascada del arroyo donde éste formaba un pequeño remanso de aguas cristalinas. Recordaba como si fuese ayer el día que su padre le llevó al mismo sitio, para que lo viese por primera vez.

Ahora, estaba el allí, agazapado entre los matorrales bajos, preparado para matarlo, el arco dispuesto, el pulso firme y una punta de flecha goteante de muerte.

Al rato apareció el ciervo sagrado y confiado se acercó al remanso, inclinandose para beber. Elithrar tensó la cuerda, en silencio, como tantas veces había hecho, mientras inspiraba profundamente. La flecha se alineaba sólo un poco por encima del cuello del animal, el grado perfecto para compensar la trayectoria parabólica de la flecha. Entonces sus miradas se cruzaron, y por un instante Elithrar creyó ver una mirada de comprensión en el animal.

Corazón e índice se abrieron, chasquido de lino, movimiento de muñeca, espiración....la flecha trazó el arco imaginado e impactó en el punto preciso.

Silencio. El animal sagrado cayó sin un gemido como a cámara lenta....Elithrar sacó su cuchillo de caza y se dirigió rápido y silencioso hacia su presa...

El Archimago cumplió lo acordado, y después de recoger el trofeo, partieron hacia el asentamiento e introduciendose ambos sigilosamente en casa de Sothyl, se realizó el ritual. Elithrar nunca volvería al extraño personaje, pero su padre a la mañana siguiente se había recuperado totalmente. Nadie daba crédito a lo ocurrido, sin embargo, un joven explorador había sido testigo de todo la noche anterior. Cuando al mismo tiempo, se descubrió la muerte del avatar y de la profanación de su cadáver, Elithrar confesó su delito.

El consejo de Ancianos se reunió ese mismo día con carácter de urgencia. Sothyl, su padre, se encontraba en él. El fallo fue unánime, Elithrar era condenado a la máxima pena, el destierro y el repudio con carácter vitalicio del elfo. No podría pisar más los bosques de Noyvern y si era descubierto en ellos, se le perseguiría y se le ejecutaría en el acto.

Elithrar con el corazón desgajado aceptó la sentencia, con los ojos empañados, buscó la mirada de su padre, pero éste sólo miraba al suelo, avergonzado.

El elfo, dio media vuelta y partió al destierro, en el mayor de los silencios....


Continuará...
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