... Y apareció la primera estrella.
Publicado: Dom Oct 17, 2010 9:43 pm
I
Ni siquiera el más abierto e idealista de los humanos se hubiese llegado a sentir del todo bien en Evereska. Había pocos lugares en la faz de Faerûn en los que la tradición y cultura élfica se hacía tan patente en cualquiera de los aspectos sociales, pero seguramente aquél lugar era inigualable, pues aunque la paz era imperturbable, las diferencias entre las diferentes razas élficas que allí convivían y las escalas sociales basadas en los linajes a veces hacían del Gran Hogar un lugar amargo.
Pese a eso, Eternôska no dejaba de ser, cuanto menos, espléndida: el valle se situaba entre tantas montañas que hacían de la ciudad algo prácticamente infranqueable, y uno de sus nortes era el Desierto del Anaurokh, por donde pocos se atreverían a pasar hacia la ciudad, pues decían que la muerte resurgía de la arena. A todo esto era conveniente sumarle que Evereska poseía un mythal muy poderoso, y junto con las demás protecciones, el resultado había sido que El Gran Valle nunca había sido invadido.
Prácticamente todas las casas se extendían por la Muralla del Prado, allí donde el mythal tenía efecto. Para cualquiera nacido en una ciudad como Argluna o Suzail podría haber resultado una edificación rústica, pero nadie discutía su belleza y su gran acierto para con el entorno. Algunas parecían más humildes, otras eran palacios que emergián de entre los árboles, y aquellas que no estaban bajo el amparo del mythal y habían sido destruidas o abandonadas, apenas podían discernirse entre la maleza. Al Sur, con el tiempo, se había creado un pequeño distrito que abarcaba dos de los orgullos de la ciudad: la academia de magia y la academia de armas, por donde el tránsito era concurrido, y siendo uno de los pocos lugares donde podría verse otras razas no élficas, pues los Arpistas a menudo acudían a dichas academias en busca de conocimiento, al igual que también estaba permitido su paso a los reconocidos amigos del Pueblo Gentil. Y al Oeste, se extendían los majestuosos jardines flotantes de Erdrie Fenya, que en honor y cuidado de la dama élfica de los cielos, siempre estaba habitado por cantidad de aves.
- ¿Imaginas cómo sería la descendencia de un solar y un avariel?- preguntó Nielwin mientras caminaba hacia la universidad, ajustándose las correas del peto de cuero.
- Si existiese un ser más orgulloso y altivo, no quiero saberlo.- respondió Cyrohn mientras terciaba media sonrisa.- Aunque lo que más me preocupa es la prueba de capacidad.
- Tyrandall Amzhor es un maestro duro.- admitió Nielwin con un asentimiento y un gesto de compasión.- Pero esto es sólo el principio del adiestramiento. No esperarás que desee que nos enfrentemos a un batallón de orcos, ¿verdad?
Cyrohn asintió con lentitud, aunque no más animado. El elfo lunar poseía la piel pálida propia de su especie, y su caballera negra caía ordenadamente sobre sus hombros, lisa como la paja. Sus ojos despuntaban con un azul como el cielo, y su expresión solía ser calmada. Su compañero era mucho más vistoso, pues el conjunto de su clara piel, sus níveos cabellos y sus ojos como dos lunar en una encapotada noche le hacían parecer esculpido en porcelana, aunque su actitud denotaba indiferencia por las cosas importantes, algo que solía evitar posar en él algún tipo de confianza.
Cuando se iban aproximando a la entrada del edificio de la academia de armas, vieron una pequeña muchedumbre formada por los restantes aspirantes que esperaban ser examinados. Apenas hablaban entre ellos, pues los elfos preferían dedicar esos momentos antes de un evento importante para meditar profundamente, antes de compartir opiniones y sensaciones. Nielwin y Cyrohn se unieron a ellos apoyándose en la pared del gran edifico, y ambos agacharon la cabeza, meditabundos, un momento.
- Los aspirantes del primer grado.- dijo una voz después de abrirse el gran portón de la academia. Todos los presentes se incorporaron y comenzaron a pasar con lentitud, como si asistieran a un funeral.
A pesar de ser un recinto donde se enseñaba el arte de la guerra, la academia de armas de Evereska era uno de los lugares más cuidados de la comunidad élfica. Las paredes se presentaban decoradas con extraños símbolos bélicos, la mayoría de ellos haciendo alusión de alguna manera a Corellon Larethian, y en algunas partes figuraban algunos escudos en honor a algunas batallas libradas en pos de la defensa del valle, y en algunas familias que habían adquirido un especial renombre dentro de la ciudad. La edificación contaba con varios pisos amplios, divididos en cámaras dedicadas a diferentes funciones, como entrenamientos o reuniones. El suelo estaba cubierto de un adoquín que simulaba una curiosa sensación de entar andando sobre cristal. Ascendieron hasta la primera planta, donde el guía que los había recogido los dejó, frente a una puerta abierta que dejaba ver una sala muy desangelada en comparación con el resto del edificio. Dentro les esperaba alguien, un elfo vestido con ropas ligeras azuladas, un elfo lunar de cabellos negros y rasgos duros. Cyrohn sabía que él era Tyrandall Amzhor, llamado en los cantares populares Aquel que no descansa, pues las historias contaban que en sus tiempos de centinela del valle podía estar vagando sin descanso durante días. Actualmente había decidido restirarse como instructor en la academia de armas, aunque esporádicamente realizaba viajes en calidad de magistrado.
Pero había alguien más allí. En una esquina oscura había una figura sentada en un taburete, envuelta en un hábito y un capuchón que apenas dejaba ver su nariz y su boca. Por su posición ligeramente encorvada y sus brazos cruzados, daba la sensación de estar dormido, o en un trance muy profundo.
- Bienvenidos a la prueba de capacidad.- dijo Tyrandall mientras se volvió hacia los aspirantes, los cuales aguardaban de pie y en silencio, apenas entrados en la sala.- Mi nombre es Tyrandall, de la casa Amzhor. Durante la incursión de la última horda de gigantes pasé tres días en el valle, donde se me había dado por muerto. Me escondí tras una pared de rocas, donde al otro lado se encontraban aquellas bestias que deseaban invadir el lugar en el que hoy estáis.- mientras dijo las últimas palabras, se desvió hacia un armero, y tomó una espada que blandió frente sus ojos.- Bajo esas rocas estaban sepultados mis compañeros. Contaban con vuestra misma edad.- y se tornó hacia los alumnos, observándolos en un intenso silencio.
Los aspirantes se miraron entre ellos de reojo, con cara de compasión por sus compañeros. Las palabras del instructor no habían sido para nada alentadoras, pero tampoco consiguieron lanzar fuera de aquella sala las motivaciones de aquellos que habían acudido. Algunos de ellos aspiraban a ser Compañeros de la Flor Olvidada y dedicar sus vidas a buscar reliquias antiguas; otros deseaban ser mortales centinelas que defendieran el valle acechando entre el terreno; y otros, como Cyrohn, pretendían tener algún entrenamiento para poder vivir aventuras por todo Faerûn. Eternôska era demasiado pequeña para que su nombre se conociera desde El Valle del Viento Helado hasta Kara-Tur.
- Bien, el primero es Ilmewen Loriandar.- dijo Tyrandall mientras leía un papiro expuesto en un pequeño escritorio, volviendo tras ello la vista a los presentes, particularmente a un joven de cabellos azulados que se adelantó con respecto a los demás. Señaló con un cabeceo el armero.- escoge arma.
El muchacho se acercó con decisión, aunque cuando empuñó una espada larga y fina y se volvió hacia el veterano guerrero, su gesto delató cierta duda. Alzó la hoja delante de su rostro con ambas manos, abriendo un poco las piernas.
- Tu posición me sugiere muchas cosas, joven.- dijo Tyrandall, volteando su arma.- Blandir una espada de ese tamaño con ambas manos delata tu poca fuerza, por la cual has de utilizas las dos manos. Sin embargo, eso te hace más lento, y dejas muchos flancos sin cubrir. Te recomiendo que, ocurra lo que ocurra, dediques tiempo a entrenar tus músculos.
Todo el mundo observó a Ilmewen, quien en su rostro apareció un ligero rubor azulado al notarse observado. Lo que había dicho Tyrandall era cierto, pero hasta entonces, nadie se había dado cuenta; tenía las piernas demasiado abiertas para poseer algo de estabilidad, pero aún así, su postura daba a entender que un embiste un poco fuerte podía tumbarlo.
- Veamos qué resultado te da esa técnica.- el maestro blandió la espada con una mano, y apuntó con el filo al aspirante.- Adelante.
Ilmewen dio un par de zancadas hacia él, y atacó con un mandoblazo que Tyrandall paró con facilidad. Después optó por atacarlo lateralmente, pero de igual manera, el ex-centinela lo detuvo. Los movimientos del muchacho elfo eran precisos, pero la velocidad de Tyrandall los hacía parecer extremadamente lentos.
- Tienes un buen centro de gravedad.- comentó el instructor mientras detenía golpe tras golpe sin esfuerzo.- Pero tu falta de fuerza frena demasiado tu rapidez.
- ¡Silencio!- pidió Ilmewen entre jadeos, mientras que, sin éxito alguno, propinaba estocadas y barridos.
Sin previo aviso, Tyrandall alzó el arma por encima de sí, y con un golpe seco hizo que la espada del joven elfo saltara de sus manos, cayendo con estrépito a un lado. Indeciso y asustado, Ilmewen alzó levemente las manos, mientras que el veterano guerrero le apuntaba con el filo de su arma.
- Entrenar tu cuerpo es importante, pero de nada servirá si no posees disciplina.- con un movimiento brusco, apartó el filo del rostro del muchacho.- Primera norma, tú no me das órdenes. Hemos terminado.
- Pero...- vaciló Ilmewen mientras Tyrandall se giraba hacia el escritorio donde reposaba la lista de aspirantes.- ¡Pero...!
- Segunda norma, yo dicto las normas, y si he dicho que hemos terminado, así será.- respondió sin tan siquiera girarse el elfo adulto.
Mientras Tyrandall observaba la escueta lista, Ilmewen se agachó para recoger su arma, pero hubo algo que a Cyrohn no le encajaba; el muchacho no hizo ademán de girarse hacia el armero para despositar la espada, sino que miró fijamente al instructor que le daba la espalda mientras amoldaba sus dedos en torna a la empuñadura, y una vez erguido, su primera zancada hacia él originó una exclamación general en la sala.
Pero lo que no sabía nadie es que algo aún más insólito iba a ocurrir.
Ni siquiera el más abierto e idealista de los humanos se hubiese llegado a sentir del todo bien en Evereska. Había pocos lugares en la faz de Faerûn en los que la tradición y cultura élfica se hacía tan patente en cualquiera de los aspectos sociales, pero seguramente aquél lugar era inigualable, pues aunque la paz era imperturbable, las diferencias entre las diferentes razas élficas que allí convivían y las escalas sociales basadas en los linajes a veces hacían del Gran Hogar un lugar amargo.
Pese a eso, Eternôska no dejaba de ser, cuanto menos, espléndida: el valle se situaba entre tantas montañas que hacían de la ciudad algo prácticamente infranqueable, y uno de sus nortes era el Desierto del Anaurokh, por donde pocos se atreverían a pasar hacia la ciudad, pues decían que la muerte resurgía de la arena. A todo esto era conveniente sumarle que Evereska poseía un mythal muy poderoso, y junto con las demás protecciones, el resultado había sido que El Gran Valle nunca había sido invadido.
Prácticamente todas las casas se extendían por la Muralla del Prado, allí donde el mythal tenía efecto. Para cualquiera nacido en una ciudad como Argluna o Suzail podría haber resultado una edificación rústica, pero nadie discutía su belleza y su gran acierto para con el entorno. Algunas parecían más humildes, otras eran palacios que emergián de entre los árboles, y aquellas que no estaban bajo el amparo del mythal y habían sido destruidas o abandonadas, apenas podían discernirse entre la maleza. Al Sur, con el tiempo, se había creado un pequeño distrito que abarcaba dos de los orgullos de la ciudad: la academia de magia y la academia de armas, por donde el tránsito era concurrido, y siendo uno de los pocos lugares donde podría verse otras razas no élficas, pues los Arpistas a menudo acudían a dichas academias en busca de conocimiento, al igual que también estaba permitido su paso a los reconocidos amigos del Pueblo Gentil. Y al Oeste, se extendían los majestuosos jardines flotantes de Erdrie Fenya, que en honor y cuidado de la dama élfica de los cielos, siempre estaba habitado por cantidad de aves.
- ¿Imaginas cómo sería la descendencia de un solar y un avariel?- preguntó Nielwin mientras caminaba hacia la universidad, ajustándose las correas del peto de cuero.
- Si existiese un ser más orgulloso y altivo, no quiero saberlo.- respondió Cyrohn mientras terciaba media sonrisa.- Aunque lo que más me preocupa es la prueba de capacidad.
- Tyrandall Amzhor es un maestro duro.- admitió Nielwin con un asentimiento y un gesto de compasión.- Pero esto es sólo el principio del adiestramiento. No esperarás que desee que nos enfrentemos a un batallón de orcos, ¿verdad?
Cyrohn asintió con lentitud, aunque no más animado. El elfo lunar poseía la piel pálida propia de su especie, y su caballera negra caía ordenadamente sobre sus hombros, lisa como la paja. Sus ojos despuntaban con un azul como el cielo, y su expresión solía ser calmada. Su compañero era mucho más vistoso, pues el conjunto de su clara piel, sus níveos cabellos y sus ojos como dos lunar en una encapotada noche le hacían parecer esculpido en porcelana, aunque su actitud denotaba indiferencia por las cosas importantes, algo que solía evitar posar en él algún tipo de confianza.
Cuando se iban aproximando a la entrada del edificio de la academia de armas, vieron una pequeña muchedumbre formada por los restantes aspirantes que esperaban ser examinados. Apenas hablaban entre ellos, pues los elfos preferían dedicar esos momentos antes de un evento importante para meditar profundamente, antes de compartir opiniones y sensaciones. Nielwin y Cyrohn se unieron a ellos apoyándose en la pared del gran edifico, y ambos agacharon la cabeza, meditabundos, un momento.
- Los aspirantes del primer grado.- dijo una voz después de abrirse el gran portón de la academia. Todos los presentes se incorporaron y comenzaron a pasar con lentitud, como si asistieran a un funeral.
A pesar de ser un recinto donde se enseñaba el arte de la guerra, la academia de armas de Evereska era uno de los lugares más cuidados de la comunidad élfica. Las paredes se presentaban decoradas con extraños símbolos bélicos, la mayoría de ellos haciendo alusión de alguna manera a Corellon Larethian, y en algunas partes figuraban algunos escudos en honor a algunas batallas libradas en pos de la defensa del valle, y en algunas familias que habían adquirido un especial renombre dentro de la ciudad. La edificación contaba con varios pisos amplios, divididos en cámaras dedicadas a diferentes funciones, como entrenamientos o reuniones. El suelo estaba cubierto de un adoquín que simulaba una curiosa sensación de entar andando sobre cristal. Ascendieron hasta la primera planta, donde el guía que los había recogido los dejó, frente a una puerta abierta que dejaba ver una sala muy desangelada en comparación con el resto del edificio. Dentro les esperaba alguien, un elfo vestido con ropas ligeras azuladas, un elfo lunar de cabellos negros y rasgos duros. Cyrohn sabía que él era Tyrandall Amzhor, llamado en los cantares populares Aquel que no descansa, pues las historias contaban que en sus tiempos de centinela del valle podía estar vagando sin descanso durante días. Actualmente había decidido restirarse como instructor en la academia de armas, aunque esporádicamente realizaba viajes en calidad de magistrado.
Pero había alguien más allí. En una esquina oscura había una figura sentada en un taburete, envuelta en un hábito y un capuchón que apenas dejaba ver su nariz y su boca. Por su posición ligeramente encorvada y sus brazos cruzados, daba la sensación de estar dormido, o en un trance muy profundo.
- Bienvenidos a la prueba de capacidad.- dijo Tyrandall mientras se volvió hacia los aspirantes, los cuales aguardaban de pie y en silencio, apenas entrados en la sala.- Mi nombre es Tyrandall, de la casa Amzhor. Durante la incursión de la última horda de gigantes pasé tres días en el valle, donde se me había dado por muerto. Me escondí tras una pared de rocas, donde al otro lado se encontraban aquellas bestias que deseaban invadir el lugar en el que hoy estáis.- mientras dijo las últimas palabras, se desvió hacia un armero, y tomó una espada que blandió frente sus ojos.- Bajo esas rocas estaban sepultados mis compañeros. Contaban con vuestra misma edad.- y se tornó hacia los alumnos, observándolos en un intenso silencio.
Los aspirantes se miraron entre ellos de reojo, con cara de compasión por sus compañeros. Las palabras del instructor no habían sido para nada alentadoras, pero tampoco consiguieron lanzar fuera de aquella sala las motivaciones de aquellos que habían acudido. Algunos de ellos aspiraban a ser Compañeros de la Flor Olvidada y dedicar sus vidas a buscar reliquias antiguas; otros deseaban ser mortales centinelas que defendieran el valle acechando entre el terreno; y otros, como Cyrohn, pretendían tener algún entrenamiento para poder vivir aventuras por todo Faerûn. Eternôska era demasiado pequeña para que su nombre se conociera desde El Valle del Viento Helado hasta Kara-Tur.
- Bien, el primero es Ilmewen Loriandar.- dijo Tyrandall mientras leía un papiro expuesto en un pequeño escritorio, volviendo tras ello la vista a los presentes, particularmente a un joven de cabellos azulados que se adelantó con respecto a los demás. Señaló con un cabeceo el armero.- escoge arma.
El muchacho se acercó con decisión, aunque cuando empuñó una espada larga y fina y se volvió hacia el veterano guerrero, su gesto delató cierta duda. Alzó la hoja delante de su rostro con ambas manos, abriendo un poco las piernas.
- Tu posición me sugiere muchas cosas, joven.- dijo Tyrandall, volteando su arma.- Blandir una espada de ese tamaño con ambas manos delata tu poca fuerza, por la cual has de utilizas las dos manos. Sin embargo, eso te hace más lento, y dejas muchos flancos sin cubrir. Te recomiendo que, ocurra lo que ocurra, dediques tiempo a entrenar tus músculos.
Todo el mundo observó a Ilmewen, quien en su rostro apareció un ligero rubor azulado al notarse observado. Lo que había dicho Tyrandall era cierto, pero hasta entonces, nadie se había dado cuenta; tenía las piernas demasiado abiertas para poseer algo de estabilidad, pero aún así, su postura daba a entender que un embiste un poco fuerte podía tumbarlo.
- Veamos qué resultado te da esa técnica.- el maestro blandió la espada con una mano, y apuntó con el filo al aspirante.- Adelante.
Ilmewen dio un par de zancadas hacia él, y atacó con un mandoblazo que Tyrandall paró con facilidad. Después optó por atacarlo lateralmente, pero de igual manera, el ex-centinela lo detuvo. Los movimientos del muchacho elfo eran precisos, pero la velocidad de Tyrandall los hacía parecer extremadamente lentos.
- Tienes un buen centro de gravedad.- comentó el instructor mientras detenía golpe tras golpe sin esfuerzo.- Pero tu falta de fuerza frena demasiado tu rapidez.
- ¡Silencio!- pidió Ilmewen entre jadeos, mientras que, sin éxito alguno, propinaba estocadas y barridos.
Sin previo aviso, Tyrandall alzó el arma por encima de sí, y con un golpe seco hizo que la espada del joven elfo saltara de sus manos, cayendo con estrépito a un lado. Indeciso y asustado, Ilmewen alzó levemente las manos, mientras que el veterano guerrero le apuntaba con el filo de su arma.
- Entrenar tu cuerpo es importante, pero de nada servirá si no posees disciplina.- con un movimiento brusco, apartó el filo del rostro del muchacho.- Primera norma, tú no me das órdenes. Hemos terminado.
- Pero...- vaciló Ilmewen mientras Tyrandall se giraba hacia el escritorio donde reposaba la lista de aspirantes.- ¡Pero...!
- Segunda norma, yo dicto las normas, y si he dicho que hemos terminado, así será.- respondió sin tan siquiera girarse el elfo adulto.
Mientras Tyrandall observaba la escueta lista, Ilmewen se agachó para recoger su arma, pero hubo algo que a Cyrohn no le encajaba; el muchacho no hizo ademán de girarse hacia el armero para despositar la espada, sino que miró fijamente al instructor que le daba la espalda mientras amoldaba sus dedos en torna a la empuñadura, y una vez erguido, su primera zancada hacia él originó una exclamación general en la sala.
Pero lo que no sabía nadie es que algo aún más insólito iba a ocurrir.