Daya
Publicado: Lun Oct 25, 2010 2:04 pm
http://www.goear.com/listen/69615e1/lik ... vanescence //escuchad mientras leéis.
*Una agotada Daya cierra la puerta de la habitación prestada por la Dama Lanzagélida, analiza lo ocurrido y el porqué de tal suceso. Toma pluma, tinta y pergamino comenzando a escribir. Si escribe su vida pasada quizá comprenda y sepa como combatir todo lo que pueda acontecer*
Corría el invierno en la Ciudad de la Moneda, allí la compañía de mis padres había llegado para celebrar junto a los trovadores de la región un “concilio” todos se apresuraban a mostrar su arte.
Mi madre estaba ya en un avanzado estado de gestación, aunque no parecía inminente el alumbramiento. Era una trovadora con cierto renombre, una elfa acogida a las tradiciones de su pueblo pero que sin embargo sólo las seguía en algunas cosas, una elfa libre que había partido de Eternoska hacía ya largo tiempo, tiempo en el que conocería a mi padre.
Entrecruzaron sus vidas y fruto de esa pasión nací yo.
No sé porqué escogieron el nombre de Daya, quizá les sonase cantarín quien sabe.
Saqué parte de los rasgos elficos de mi madre, el color de sus ojos, azules casi grises y el cabello rojo como el de mi padre así como su destreza a la hora de manejar ciertas cuestiones, también la bendición de Sune en forma de belleza. Fui educada por una aya elfa durante los primeros años, dado que la profesión de mis padres no les permitiría hacerlo ellos, siempre me hablaba en el más puro elfico, me daba a conocer las historias de su pueblo sabiendo que no era parte de él, al menos no completamente. Era una mestiza, la sangre humana corría ardiente por mis venas con todo lo que suponía.
Pronto destaqué en la música, tenía un dominio de la flauta bastante avanzado algo que no pasó inadvertido para mi madre. Al tener edad suficiente se me apartó de las faldas de de mi aya para ser parte integral de la compañía de mis padres.
Cuando no estábamos de gira, permanecíamos en la ciudad de Esmeltarán allí en el ir y venir de gentes comencé a entender otras lenguas, de forma increíble la lengua enana.
Mi Aya me había inculcado la poca simpatía por los enanos y celebró el que pudiese entenderles cualquier improperio que pudiesen dedicarnos para así poder contrarrestarlo. Fue muy divertido compartir años con Aikânaro, mi aya.
Los años pasaban de forma lenta, siempre siguiendo la misma impronta; meses en Esmeltarán y meses viajando por toda Amn y fue en uno de esos descansos cuando conocí a Gwenn. Se me acercó una mañana mientras en una de las plazas de la ciudad tocaba la flauta y cantaba algunas notas, charlamos durante unas horas y la invité a conocer la compañía.
Mi madre, elfa de sangre pura, celebró abiertamente mi amistad con otra pura de sangre, no le molestaba que tuviese entre mis amistades a cualquier raza, pero nunca la vi contentarse más que cuando apareció Gwenn. Ésta pasaría a formar parte del elenco de trovadores, mi madre jamás permitiría que una “pura sangre” se dedicase a otros menesteres.
Un par de años antes había comenzado mi historia de amor con Valts, era un arcano con mucha habilidad en el manejo de la urdimbre, era un humano que supo envolverme en su esfera y muy pronto nos vimos arrastrados al torbellino encendido de nuestra sangre.
Éramos deseo, pasión y amor. Le escribía canciones y versos sólo para él, versos que el leía mientras me rodeaba con sus brazos después de algún encuentro furtivo. Por su parte él me hacía saber su presencia de algún modo, sabía como encontrarme así estuviese en otro plano.
Disfruté de él y él disfrutó de mi, durante el tiempo que duró nuestra relación fuimos la felicidad completa, nos compenetrábamos, éramos compañeros en igualdad… al menos eso pensé yo siempre.
Volví de una de las giras que cada temporada hacíamos en el teatro y corrí a su encuentro, pronto a pesar de su juventud le nombrarían Archimago. Hablamos y nos amamos, nada podía hacerme más dichosa que ser una trovadora de renombre y fundar mi propia compañía además de tenerle a él en cuerpo y alma, todo era perfecto.
Decidimos al fin unirnos en matrimonio, fue entonces mi prometido.
Empezaron los preparativos para la unión, por una parte estaban las tradiciones que mi madre y mi Aya querían mantener, por otra parte mi padre y Valts con sus humanas costumbres, era muy divertido verles a los cuatro y muchas veces me reí de ellos con Gwenn.
Faltaban apenas tres días para la boda, todo estaba preparado y no sé porqué sentí ganas de huir, algo no estaba bien así que corrí al encuentro de Valts, bastaría un beso, una caricia y un susurro y mis dudas se desvanecerían. Fue lo peor que pude hacer.
Llegué hasta la torre que compartiríamos caminé despacio, en silencio, sólo se escuchaba el roce del aire con mi contoneo al andar, subí y le vi de espaldas.
Algo dentro de mí se rompió esa noche cuando le escuché
“Serás sólo mía, tu voz será sólo para mí. Me perteneces al igual que yo a ti. No te irás, no partirás, no querrás ser libre, no querrás cantar. Sólo yo…sólo tú, sólo yo, sólo para mí”
Era una salmodia para poseer lo único que no poseía de mi, mi voluntad. Preparaba un hechizo que sin duda recitaría cuando mis sentidos estuviesen centrados en otra parte, me traicionó.
Traicionó lo que sabía que más podría dolerme, le amaba más que mi propia existencia y hubiese podido ser diferente, pero eligió hechizarme, poseerme mágicamente además de hacerlo como ya lo hacía contando con mi beneplácito, no lo soporté.
Me dí media vuelta hasta la casa de mis padres, subí las escaleras engalanadas ya para el enlace y tras de mí, cerré la puerta de mis aposentos. Comencé a escribir para él la canción más bella que nunca le había escrito, sería la última y en ella reflejaba lo que sentía. Poseía todo de mí, más quería con artimañas poseer lo único que no quería darle, reflejaba cómo le quería y cuánto perdería.
“Déjame imaginar como podría haber sido…
Déjame que imagine como será tu boca y la mía…
Déjame que no te quiera, sólo un poquito…
Déjame que imagine…como sería.
Déjame volverte muy loco, quiéreme sólo un poco
Déjame ir, déjame marchar… mi amor se ha roto ya
Déjame ser libre déjame volar…
Deja mi cuerpo ser libre, deja mi voluntad
Vuelo en libertad donde tus redes no me alcancen
Vuelo sola y te dejo atrás con la vileza de tus actos…
Vuelo rota a través del mundo
Vuelo sin corazón.
Déjame imaginar, una vez más como habría sido… déjame “
Hice llegar la canción hasta la torre, pero yo había partido ya. Quería sanar mis heridas, quería dejar de sentir la necesidad de verle, de tenerle.
Conseguía esto último de cuando en cuando, en fugaces escarceos fruto de una atracción puntual, pero nada más. Me había robado a mí misma la posibilidad de sentir, me había envuelto en mi halo de frescura, de espontaneidad y descaro que tanto enloquecía.
Por otra parte tiempo después Gwenn logró encontrarme, estaba ya en la Marca, el lugar donde van los que huyen, los que expían sus culpas y me contó.
Valts había recibido mi canción, una canción que resultó ser maldita para él, una canción que escribí con mi sangre, con mis lágrimas y con mi dolor.
Me maldijo, maldijo mi nombre y maldijo mi voz allá donde empezase a despuntar, tenía poder para hacerlo y como antaño, me sabía rastrear.
No creí en maldiciones, pensé que eran fruto de mi abandono y no hice caso hasta hace dos días.
Caminaba buscando plantas cerca de la Villa, unos trasgos molestos como siempre trataban de fastidiar y fue entonces cuando con una de las flechas de mi carcaj apareció esa nota…
No sé como pudo llegar ahí, no sé cuando fue escrita pero en ella con una letra más que reconocida se me conminaba a ir a Fuerte Nuevo norte, pues allí aguardaba parte de mi.
Siempre he sido curiosa, en la misma medida que miedosa pero aun así, me dirigí a donde me citaban.
Allí algo se notaba antinatural, una oscuridad siniestra y un silencio sepulcral, sólo mis pasos en la hierba y de repente un susurro envolviéndolo todo, un susurro con una voz familiar. Me acerqué al lago y entre en él, los susurros se apagaron así que giré sobre mis pasos.
Una vez más los susurros llegaron
“Sabíamos que acudirías” No entendía nada pero el corazón se me salía del pecho mientras el cabello se me erizaba, al fondo una figura se comenzó a dibujar, figura sensual, esbelto caminar… cerré los ojos para volver a abrirlos de nuevo, mientras la figura repetía “Sabíamos que vendrías porque… somos Daya, todas somos tú y sólo una de nosotras saldrá de este lago, la otra se pudrirá en las aguas hasta el fin de los días”
Era parte de mí, era mi yo más oscuro, el que había hecho daño, el que había llenado de oscuridad un alma rompiéndola en mil pedazos, Era la Daya oscura.
Fue como verme en el espejo, mi forma de luchar, mis movimientos, mis conjuros… todo era como verme a mí misma, la lucha fue encarnizada. Vencí y mi yo se fue hundiendo en las aguas hasta quedar sólo una muñeca fetiche envuelta en el fango del fondo. Algún poder oscuro me quería muerta, ahora y sinceramente pienso que es cosa de Valts, allá donde tu voz despunte yo te maldigo Daya, fue su sentencia.
Gwenn quiere que pida consejo y ayuda al maestro Merlinius, Keila me oyó decir acerca de las maldiciones pero…¿Cómo explicar todo esto sin dar a conocer mi vida pasada y el mal que dejé en ella? No hay nada más peligroso que una misma, no hay nada más aterrador que la culpa y yo tengo sobre mí culpas que no quise, las peores sin duda.
*Poco a poco y agotada por las dos jornadas sin descanso, Daya queda sumida en el sueño, tendrá pesadillas y soñará con su amor perdido por voluntad propia*
*Una agotada Daya cierra la puerta de la habitación prestada por la Dama Lanzagélida, analiza lo ocurrido y el porqué de tal suceso. Toma pluma, tinta y pergamino comenzando a escribir. Si escribe su vida pasada quizá comprenda y sepa como combatir todo lo que pueda acontecer*
Corría el invierno en la Ciudad de la Moneda, allí la compañía de mis padres había llegado para celebrar junto a los trovadores de la región un “concilio” todos se apresuraban a mostrar su arte.
Mi madre estaba ya en un avanzado estado de gestación, aunque no parecía inminente el alumbramiento. Era una trovadora con cierto renombre, una elfa acogida a las tradiciones de su pueblo pero que sin embargo sólo las seguía en algunas cosas, una elfa libre que había partido de Eternoska hacía ya largo tiempo, tiempo en el que conocería a mi padre.
Entrecruzaron sus vidas y fruto de esa pasión nací yo.
No sé porqué escogieron el nombre de Daya, quizá les sonase cantarín quien sabe.
Saqué parte de los rasgos elficos de mi madre, el color de sus ojos, azules casi grises y el cabello rojo como el de mi padre así como su destreza a la hora de manejar ciertas cuestiones, también la bendición de Sune en forma de belleza. Fui educada por una aya elfa durante los primeros años, dado que la profesión de mis padres no les permitiría hacerlo ellos, siempre me hablaba en el más puro elfico, me daba a conocer las historias de su pueblo sabiendo que no era parte de él, al menos no completamente. Era una mestiza, la sangre humana corría ardiente por mis venas con todo lo que suponía.
Pronto destaqué en la música, tenía un dominio de la flauta bastante avanzado algo que no pasó inadvertido para mi madre. Al tener edad suficiente se me apartó de las faldas de de mi aya para ser parte integral de la compañía de mis padres.
Cuando no estábamos de gira, permanecíamos en la ciudad de Esmeltarán allí en el ir y venir de gentes comencé a entender otras lenguas, de forma increíble la lengua enana.
Mi Aya me había inculcado la poca simpatía por los enanos y celebró el que pudiese entenderles cualquier improperio que pudiesen dedicarnos para así poder contrarrestarlo. Fue muy divertido compartir años con Aikânaro, mi aya.
Los años pasaban de forma lenta, siempre siguiendo la misma impronta; meses en Esmeltarán y meses viajando por toda Amn y fue en uno de esos descansos cuando conocí a Gwenn. Se me acercó una mañana mientras en una de las plazas de la ciudad tocaba la flauta y cantaba algunas notas, charlamos durante unas horas y la invité a conocer la compañía.
Mi madre, elfa de sangre pura, celebró abiertamente mi amistad con otra pura de sangre, no le molestaba que tuviese entre mis amistades a cualquier raza, pero nunca la vi contentarse más que cuando apareció Gwenn. Ésta pasaría a formar parte del elenco de trovadores, mi madre jamás permitiría que una “pura sangre” se dedicase a otros menesteres.
Un par de años antes había comenzado mi historia de amor con Valts, era un arcano con mucha habilidad en el manejo de la urdimbre, era un humano que supo envolverme en su esfera y muy pronto nos vimos arrastrados al torbellino encendido de nuestra sangre.
Éramos deseo, pasión y amor. Le escribía canciones y versos sólo para él, versos que el leía mientras me rodeaba con sus brazos después de algún encuentro furtivo. Por su parte él me hacía saber su presencia de algún modo, sabía como encontrarme así estuviese en otro plano.
Disfruté de él y él disfrutó de mi, durante el tiempo que duró nuestra relación fuimos la felicidad completa, nos compenetrábamos, éramos compañeros en igualdad… al menos eso pensé yo siempre.
Volví de una de las giras que cada temporada hacíamos en el teatro y corrí a su encuentro, pronto a pesar de su juventud le nombrarían Archimago. Hablamos y nos amamos, nada podía hacerme más dichosa que ser una trovadora de renombre y fundar mi propia compañía además de tenerle a él en cuerpo y alma, todo era perfecto.
Decidimos al fin unirnos en matrimonio, fue entonces mi prometido.
Empezaron los preparativos para la unión, por una parte estaban las tradiciones que mi madre y mi Aya querían mantener, por otra parte mi padre y Valts con sus humanas costumbres, era muy divertido verles a los cuatro y muchas veces me reí de ellos con Gwenn.
Faltaban apenas tres días para la boda, todo estaba preparado y no sé porqué sentí ganas de huir, algo no estaba bien así que corrí al encuentro de Valts, bastaría un beso, una caricia y un susurro y mis dudas se desvanecerían. Fue lo peor que pude hacer.
Llegué hasta la torre que compartiríamos caminé despacio, en silencio, sólo se escuchaba el roce del aire con mi contoneo al andar, subí y le vi de espaldas.
Algo dentro de mí se rompió esa noche cuando le escuché
“Serás sólo mía, tu voz será sólo para mí. Me perteneces al igual que yo a ti. No te irás, no partirás, no querrás ser libre, no querrás cantar. Sólo yo…sólo tú, sólo yo, sólo para mí”
Era una salmodia para poseer lo único que no poseía de mi, mi voluntad. Preparaba un hechizo que sin duda recitaría cuando mis sentidos estuviesen centrados en otra parte, me traicionó.
Traicionó lo que sabía que más podría dolerme, le amaba más que mi propia existencia y hubiese podido ser diferente, pero eligió hechizarme, poseerme mágicamente además de hacerlo como ya lo hacía contando con mi beneplácito, no lo soporté.
Me dí media vuelta hasta la casa de mis padres, subí las escaleras engalanadas ya para el enlace y tras de mí, cerré la puerta de mis aposentos. Comencé a escribir para él la canción más bella que nunca le había escrito, sería la última y en ella reflejaba lo que sentía. Poseía todo de mí, más quería con artimañas poseer lo único que no quería darle, reflejaba cómo le quería y cuánto perdería.
“Déjame imaginar como podría haber sido…
Déjame que imagine como será tu boca y la mía…
Déjame que no te quiera, sólo un poquito…
Déjame que imagine…como sería.
Déjame volverte muy loco, quiéreme sólo un poco
Déjame ir, déjame marchar… mi amor se ha roto ya
Déjame ser libre déjame volar…
Deja mi cuerpo ser libre, deja mi voluntad
Vuelo en libertad donde tus redes no me alcancen
Vuelo sola y te dejo atrás con la vileza de tus actos…
Vuelo rota a través del mundo
Vuelo sin corazón.
Déjame imaginar, una vez más como habría sido… déjame “
Hice llegar la canción hasta la torre, pero yo había partido ya. Quería sanar mis heridas, quería dejar de sentir la necesidad de verle, de tenerle.
Conseguía esto último de cuando en cuando, en fugaces escarceos fruto de una atracción puntual, pero nada más. Me había robado a mí misma la posibilidad de sentir, me había envuelto en mi halo de frescura, de espontaneidad y descaro que tanto enloquecía.
Por otra parte tiempo después Gwenn logró encontrarme, estaba ya en la Marca, el lugar donde van los que huyen, los que expían sus culpas y me contó.
Valts había recibido mi canción, una canción que resultó ser maldita para él, una canción que escribí con mi sangre, con mis lágrimas y con mi dolor.
Me maldijo, maldijo mi nombre y maldijo mi voz allá donde empezase a despuntar, tenía poder para hacerlo y como antaño, me sabía rastrear.
No creí en maldiciones, pensé que eran fruto de mi abandono y no hice caso hasta hace dos días.
Caminaba buscando plantas cerca de la Villa, unos trasgos molestos como siempre trataban de fastidiar y fue entonces cuando con una de las flechas de mi carcaj apareció esa nota…
No sé como pudo llegar ahí, no sé cuando fue escrita pero en ella con una letra más que reconocida se me conminaba a ir a Fuerte Nuevo norte, pues allí aguardaba parte de mi.
Siempre he sido curiosa, en la misma medida que miedosa pero aun así, me dirigí a donde me citaban.
Allí algo se notaba antinatural, una oscuridad siniestra y un silencio sepulcral, sólo mis pasos en la hierba y de repente un susurro envolviéndolo todo, un susurro con una voz familiar. Me acerqué al lago y entre en él, los susurros se apagaron así que giré sobre mis pasos.
Una vez más los susurros llegaron
“Sabíamos que acudirías” No entendía nada pero el corazón se me salía del pecho mientras el cabello se me erizaba, al fondo una figura se comenzó a dibujar, figura sensual, esbelto caminar… cerré los ojos para volver a abrirlos de nuevo, mientras la figura repetía “Sabíamos que vendrías porque… somos Daya, todas somos tú y sólo una de nosotras saldrá de este lago, la otra se pudrirá en las aguas hasta el fin de los días”
Era parte de mí, era mi yo más oscuro, el que había hecho daño, el que había llenado de oscuridad un alma rompiéndola en mil pedazos, Era la Daya oscura.
Fue como verme en el espejo, mi forma de luchar, mis movimientos, mis conjuros… todo era como verme a mí misma, la lucha fue encarnizada. Vencí y mi yo se fue hundiendo en las aguas hasta quedar sólo una muñeca fetiche envuelta en el fango del fondo. Algún poder oscuro me quería muerta, ahora y sinceramente pienso que es cosa de Valts, allá donde tu voz despunte yo te maldigo Daya, fue su sentencia.
Gwenn quiere que pida consejo y ayuda al maestro Merlinius, Keila me oyó decir acerca de las maldiciones pero…¿Cómo explicar todo esto sin dar a conocer mi vida pasada y el mal que dejé en ella? No hay nada más peligroso que una misma, no hay nada más aterrador que la culpa y yo tengo sobre mí culpas que no quise, las peores sin duda.
*Poco a poco y agotada por las dos jornadas sin descanso, Daya queda sumida en el sueño, tendrá pesadillas y soñará con su amor perdido por voluntad propia*