Las primeras notas
Publicado: Lun Ene 03, 2011 4:42 am
La joven mujer corría precipitada por los oscuros senderos. El aire apenas le alcanzaba y el jadeo era tal que no escucharlo, aún a la distancia, era imposible. Ajena de la carrera, estaba la bebé que llevaba en brazos, dormida y lejana del correteo de su madre.
Esa noche ni la luna estaba presente. Tímidas estrellas apenas contemplarían lo que ocurriría, impotentes desde las alturas. Espectadoras de aquel triste escenario de tragedia y abandono.
Se dió un segundo de respiro, lujo que sabría, le costaría muy caro. Y entonces la vió, una luz tenue perdida en el horizonte. La silueta de una cabaña en las afueras del pueblo sería su última oportunidad, y sin dudarlo, retomó con apremio el paso hacia ella. Las agujas corrían. No sabía cuánto tiempo tenía antes de que él les encontrara.
Al llevar al pie de la cabaña hizo un rápido avistamiento. Descarto los escondites más obvios, por la lógica de que buscasen allí primero. Rodeó las paredes y encontró dos barriles, ambos llenos de mugre y demás basurillas. Tampoco eran el escondite más brillante, y temía por la salud de su bebé. Pero en cuanto oyó a lo lejos el ruido de unas ramas quebrarse, supo que no le quedaba otra alternativa.
Miró por última vez a la niña que dormía plácidamente, y la introdujo en el barril delicadamente. Era tan pequeña que aún pataleando no podría jamás mover por sí sola ese tacho.
Una silenciosa lágrima resbaló en el rostro de la madre en cuanto se alejó de allí. Aunque poca distancia pudo hacer de la cabaña...
Giró y al fin se encontró con quién las perseguia.
- Ahorrate la huída lastimera... ¿quieres? He perseguido escorias mucho más rápidas e ingeniosas que tú. - el tipo habló en un tono fuerte y alterado. También jadeaba, aunque mucho menos.
- Si me dieras un minuto, podría explicártelo todo...
- ¡NO HAY NADA QUE EXPLICAR! - vociferó perdiendo el poco control que le quedaba. - ¡¿CÓMO TE ATREVES A DECIR QUE HAY ALGO QUE EXPLICAR?!
Aún sabiendo lo absurdo de aquella petición, no podía dejar de hacerla. Era una de las tantas ingenuas que aún creían en el milagro de la disculpa.
Pero ese ya no era él, ese hombre de el que alguna vez se había enamorado. La guerra lo había cambiado para siempre. Estaba cegado, alborotado, perdido. Corrompido por su espada y por la muerte que había dado, derrumbado y recontruído en una corteza carente de cordura. Carente de perdón.
La mujer retrocedió unos pasos. La ira de su predador pareció difuminarse en una momentánea tristeza.
- Confiaba en ti, An-Lee. Confiaba en nosotros. Teníamos todo... - a pesar de la melancolía de esas palabras una risa de loco se murmuraba en cada una de ellas.
Ella seguía retrocediendo, los ojos del hombre anunciaban a gritos la perdida de cordura. A esa distancia ya no tenía escape. Una daga se tambaleaba inquieta en sus manos, a la par del pulso acelerado del tipo.
- ¿No es gracioso? - rió él con ironía-. Alejándote de mí como si yo fuese el mounstruo. Yo tan solo soy un hombre traicionado... Y me vuelvo a preguntar... ¿qué hice mal? - la risa se apagaba un poco, y su rostro se tornaba aún más sombrío. - ¿Qué es lo que no te di? El deber me exige en la batalla y te basta para tirarme a mí y a todo por la borda.
La mujer tragó saliva. Sabía que cualquier replica le costaría más de lo que su cuerpo podía pagar.
- Detrás de la espada, viendo compañeros morir- continuó. - Salir con vida de esa pesadilla... para volver y encontrarte con la mocosa en brazos.
- No le hagas daño - gimió la joven entre lágrimas. - Ella no tiene la culpa, tú lo sabes... Es una niña...
El sujeto arremetió contra ella, capturándola con sus brazos. El frío metal de la daga se sintió en su cuello.
- ¡¡NO ME HABLES DE POBRES INOCENTES!! ¡No tú, perra!
El filo de la daga comenzaba lentamente a hacer su trabajo, haciendo brotar un hilo de sangre. En vano ella trató de liberarse. Su captor la superaba ampliamente.
- No puedo perdonarlo - la voz quebrada del oscuro personaje se apagaba - Te revolcaste a mis espaldas. Quién sabrá con cuantos. Esa niña bastarda es la prueba de ello... Pensaba que me amabas, An-Lee. Los dioses saben que te amaba y que si he sobrevido a la batalla, era para verte de nuevo...
Tomó el impulso y sus manos hicieron el resto. Ella no pudo hacer nada. Sus ojos celestes vieron por útlima vez aquel oscuro barril antes de perderse en la niebla del infinito...
- ... pero estoy muerto, An-Lee.
Le tomó varios minutos soltar el cuerpo de la mujer. Lloró, sollozó a los gritos, dejándola caer en un baño de sangre y lágrimas.
Un llanto infantil interrumpió el suyo. Viró hacia el barril, de donde parecía provenir el sonido. Pero antes de que pudiera acercarse, el ruido de caballos galopando lo obligó a darse a la fuga.
El amanecer trajo consigo a un hombre pataleando desaforado entre los brazos de los guardias. Su daga, perdida entre la hierba, todavía conservaba la sangre seca de una mujer que allí no tenía ninguna identidad. Y menos la tenía ese bulto rosado que lloraba sin pausa fuera de su barril.
Sin embargo, el destino estaba por dársela muy pronto.
//Hacer historias no es mi fuerte, pero mejor mantenerme al día u.u que bastante atrasada estoy...
Esa noche ni la luna estaba presente. Tímidas estrellas apenas contemplarían lo que ocurriría, impotentes desde las alturas. Espectadoras de aquel triste escenario de tragedia y abandono.
Se dió un segundo de respiro, lujo que sabría, le costaría muy caro. Y entonces la vió, una luz tenue perdida en el horizonte. La silueta de una cabaña en las afueras del pueblo sería su última oportunidad, y sin dudarlo, retomó con apremio el paso hacia ella. Las agujas corrían. No sabía cuánto tiempo tenía antes de que él les encontrara.
Al llevar al pie de la cabaña hizo un rápido avistamiento. Descarto los escondites más obvios, por la lógica de que buscasen allí primero. Rodeó las paredes y encontró dos barriles, ambos llenos de mugre y demás basurillas. Tampoco eran el escondite más brillante, y temía por la salud de su bebé. Pero en cuanto oyó a lo lejos el ruido de unas ramas quebrarse, supo que no le quedaba otra alternativa.
Miró por última vez a la niña que dormía plácidamente, y la introdujo en el barril delicadamente. Era tan pequeña que aún pataleando no podría jamás mover por sí sola ese tacho.
Una silenciosa lágrima resbaló en el rostro de la madre en cuanto se alejó de allí. Aunque poca distancia pudo hacer de la cabaña...
Giró y al fin se encontró con quién las perseguia.
- Ahorrate la huída lastimera... ¿quieres? He perseguido escorias mucho más rápidas e ingeniosas que tú. - el tipo habló en un tono fuerte y alterado. También jadeaba, aunque mucho menos.
- Si me dieras un minuto, podría explicártelo todo...
- ¡NO HAY NADA QUE EXPLICAR! - vociferó perdiendo el poco control que le quedaba. - ¡¿CÓMO TE ATREVES A DECIR QUE HAY ALGO QUE EXPLICAR?!
Aún sabiendo lo absurdo de aquella petición, no podía dejar de hacerla. Era una de las tantas ingenuas que aún creían en el milagro de la disculpa.
Pero ese ya no era él, ese hombre de el que alguna vez se había enamorado. La guerra lo había cambiado para siempre. Estaba cegado, alborotado, perdido. Corrompido por su espada y por la muerte que había dado, derrumbado y recontruído en una corteza carente de cordura. Carente de perdón.
La mujer retrocedió unos pasos. La ira de su predador pareció difuminarse en una momentánea tristeza.
- Confiaba en ti, An-Lee. Confiaba en nosotros. Teníamos todo... - a pesar de la melancolía de esas palabras una risa de loco se murmuraba en cada una de ellas.
Ella seguía retrocediendo, los ojos del hombre anunciaban a gritos la perdida de cordura. A esa distancia ya no tenía escape. Una daga se tambaleaba inquieta en sus manos, a la par del pulso acelerado del tipo.
- ¿No es gracioso? - rió él con ironía-. Alejándote de mí como si yo fuese el mounstruo. Yo tan solo soy un hombre traicionado... Y me vuelvo a preguntar... ¿qué hice mal? - la risa se apagaba un poco, y su rostro se tornaba aún más sombrío. - ¿Qué es lo que no te di? El deber me exige en la batalla y te basta para tirarme a mí y a todo por la borda.
La mujer tragó saliva. Sabía que cualquier replica le costaría más de lo que su cuerpo podía pagar.
- Detrás de la espada, viendo compañeros morir- continuó. - Salir con vida de esa pesadilla... para volver y encontrarte con la mocosa en brazos.
- No le hagas daño - gimió la joven entre lágrimas. - Ella no tiene la culpa, tú lo sabes... Es una niña...
El sujeto arremetió contra ella, capturándola con sus brazos. El frío metal de la daga se sintió en su cuello.
- ¡¡NO ME HABLES DE POBRES INOCENTES!! ¡No tú, perra!
El filo de la daga comenzaba lentamente a hacer su trabajo, haciendo brotar un hilo de sangre. En vano ella trató de liberarse. Su captor la superaba ampliamente.
- No puedo perdonarlo - la voz quebrada del oscuro personaje se apagaba - Te revolcaste a mis espaldas. Quién sabrá con cuantos. Esa niña bastarda es la prueba de ello... Pensaba que me amabas, An-Lee. Los dioses saben que te amaba y que si he sobrevido a la batalla, era para verte de nuevo...
Tomó el impulso y sus manos hicieron el resto. Ella no pudo hacer nada. Sus ojos celestes vieron por útlima vez aquel oscuro barril antes de perderse en la niebla del infinito...
- ... pero estoy muerto, An-Lee.
Le tomó varios minutos soltar el cuerpo de la mujer. Lloró, sollozó a los gritos, dejándola caer en un baño de sangre y lágrimas.
Un llanto infantil interrumpió el suyo. Viró hacia el barril, de donde parecía provenir el sonido. Pero antes de que pudiera acercarse, el ruido de caballos galopando lo obligó a darse a la fuga.
El amanecer trajo consigo a un hombre pataleando desaforado entre los brazos de los guardias. Su daga, perdida entre la hierba, todavía conservaba la sangre seca de una mujer que allí no tenía ninguna identidad. Y menos la tenía ese bulto rosado que lloraba sin pausa fuera de su barril.
Sin embargo, el destino estaba por dársela muy pronto.
//Hacer historias no es mi fuerte, pero mejor mantenerme al día u.u que bastante atrasada estoy...