Hermanas Tasartir
Publicado: Mié Feb 02, 2011 5:23 am
//Poco a poco poniendome al día... Llevo tiempo con esta historia atascada así que mejor postearla hasta que se me ocurra como seguirla (o mejorarla, pf)
I.
No era la primera vez que, en la Mansión Tasartir, estallaba una discusión en la mesa. A Aziza, la ya madura elfa de cabellos oscuros, de nuevo había interrumpido su meditación a causa de un estallido proveniente de la habitación de su hija menor, Maranwë.
- ¡Ya es la cuarta vez en esta dekhana! ¡Sea lo que sea que estés haciendo, debes terminarlo inmediatamente! Estoy harta de andar adivinando cuando puedo tener mi momento de tranquilidad en mi propia casa - había gritado entonces en esa ocasión.
Maranwë estaba furiosa y apenada al mismo tiempo. Si, era cierto que los estallidos se estaban volviendo insoportables y cada vez más frecuentes. Pero ella no sabía por qué, ni cómo, las cosas frágiles estallaban en su pieza mientras meditaba ¿Cómo explicar que nada de eso era intencionado?
- Es obvio que intenta llamar la atención, mamá - comentó Eamanie, la mayor de las dos hijas, mientras corría de su rostro un mechón del cabello casi violáceo idéntico al de su madre. - Sabe que no tiene muchas otras formas… claro, aparte de usar esos vestidos tan escotados…
- Tú también te muestras bastante - respondió bruscamente la hermana menor. Solamente callaba si debía discutir contra sus padres, pero no contra Eamanie, quien disfrutaba mucho de opinar.
- Yo tengo otras formas de llamar la atención y lo sabes, Marita- le sonrió y se levantó de la mesa, observando la escena una última vez - Si me necesitan estaré arriba, tengo un desorden más importante al que atender.
No ocurrió mucho más en la mesa desde la retirada de Eamanie, exceptuando el farfullo inaudible de Maranwë y la negación de Aziza, que aunque algo enojada, contempló pensativa como la elfa más joven subía con desgano la escalera de caracol.
La tarde avanzó con lentitud para Mara, aún con esa percepción tan leve del tiempo que primaba en la mansión de los elfos. Solo con la primera estrella de la noche el padre se hizo ver fuera de su despacho, al tiempo que Durgim y Belgar, los dos enanos, salían despidiéndose apenas de las otras integrantes de la familia. Ver enanos saliendo de una mansión que, se sabe, era habitada por elfos, hubiera resultado bastante extraño de no saber que Ilthilior Tasartir era un viejo comerciante que se había ganado cierta reputación en Aguas Profundas, la Ciudad de los Esplendores donde cada raza tenía representación y las mercancías más extravagantes se podían ver desfilar sobre las carretas.
Habría sido una jornada todavía más larga esa vez para él, de no ser porque Eamanie le había ayudado con la administración de las mercancías e incluso con la preparación de algunos documentos un tanto formales. La mayor de las hermanas tenía facilidad para cualquier tipo de tarea, motivo por el cual no era extraño que sus capacidades fueran tópico recurrente de aquella “familia bien”.
La cena con su padre, ceremonia monótona de cada luna, era muy diferente a las discusiones de los mediodías. En esos momentos una calma superficial (pero elegante) inundaba el ambiente mientras los tintineos de los cuatro juegos de tenedores (por comensal) irrumpían el silencio. Las mujeres no sabían con real exactitud qué le demandaba tanto trabajo a Ilthilior que pasaba la mayoría del tiempo ausente, pero el carácter severo del elfo ante aquellas preguntas las mantenía al mínimo en la familia.
Sin embargo, el avejentado padre se mostraba cariñoso con sus hijas y con Aziza. Esa noche mostró su más amplia sonrisa mientras alzaba su copa de vino invernal.
- Al fin lo he concretado, chicas - anunció -. Los enanos aceptaron el trato y en unas dekhanas llegarán los primeros suministros. Como sabrán, la herrería enana es sin duda motivo de elogio para su raza, y créanme, cualquiera que sepa de hachas mataría por poseer una enana- dijo en tono bromista y a continuación, alza la copa aún más -. Otro gran paso para lograr un renombre. ¡Propongo un brindis, por la fortuna que nos prometen las primaveras que vendrán!
Todos se pusieron de pie y sus copas chocaron entre sí, sonriendo entre felicitación, elogio y agradecimiento.
- ¿Y cómo les convenciste de que nos vendan las artesanías de las que tanto presumes? - preguntó Aziza con asombro.
- Bueno -Ilthilior lanzó una suave risilla y rodeó a Eamanie con el brazo, que sentada a su lado se mostró radiante en seguida-. Ea me ayudó con la “persuasión”. Ambos preparamos un discurso más que convincente. ¡Deberían haber visto como finalmente aprobaban todas mis propuestas!
- Vaya… Si, ustedes forman un equipo formidable. Pues felicitaciones para ti también -. Aziza levantó de nuevo la copa aunque esta vez sin pararse, chocándola con las del resto y dio contenta otro delicado sorbo al vino.
Mientras Eamanie aceptaba los halagos con aparente modestia, Mara esbozaba una sonrisa muy poco auténtica, sumergida en sus propios pensamientos. Esa dekhana había sido particularmente mala para ella. El constante estallar de cosas en su cuarto estaba empezando a ser motivo no solo de discusión sino de preocupación para la joven. Al principio, como toda persona asustada, inventó para sí misma excusas de todo aquello debía ser una simple casualidad, un accidente al pasar. Pero los estallidos empezaban a ser reiterados, al punto que dejar un jarro de cristal en su habitación representaba una pequeña amenaza. Ya no había excusa que la respaldase, debía encontrar la explicación y cuanto antes.
La cena concluyó, y luego de una charla poco animada sobre negocios y algún que otro chimento (Eamanie no paró de hablar de un antiguo novio resentido), los cuatro elfos se dispersaron en la gran casona, comenzando su meditación. El azul de medianoche se derramaba por las ventanas del cuarto revuelto de la menor de las elfas que, acostumbrada al incesante barullo que caracterizaba a la Ciudad de los Esplendores, poco tardó en sumirse en lo más profundo de un sueño…
I.
No era la primera vez que, en la Mansión Tasartir, estallaba una discusión en la mesa. A Aziza, la ya madura elfa de cabellos oscuros, de nuevo había interrumpido su meditación a causa de un estallido proveniente de la habitación de su hija menor, Maranwë.
- ¡Ya es la cuarta vez en esta dekhana! ¡Sea lo que sea que estés haciendo, debes terminarlo inmediatamente! Estoy harta de andar adivinando cuando puedo tener mi momento de tranquilidad en mi propia casa - había gritado entonces en esa ocasión.
Maranwë estaba furiosa y apenada al mismo tiempo. Si, era cierto que los estallidos se estaban volviendo insoportables y cada vez más frecuentes. Pero ella no sabía por qué, ni cómo, las cosas frágiles estallaban en su pieza mientras meditaba ¿Cómo explicar que nada de eso era intencionado?
- Es obvio que intenta llamar la atención, mamá - comentó Eamanie, la mayor de las dos hijas, mientras corría de su rostro un mechón del cabello casi violáceo idéntico al de su madre. - Sabe que no tiene muchas otras formas… claro, aparte de usar esos vestidos tan escotados…
- Tú también te muestras bastante - respondió bruscamente la hermana menor. Solamente callaba si debía discutir contra sus padres, pero no contra Eamanie, quien disfrutaba mucho de opinar.
- Yo tengo otras formas de llamar la atención y lo sabes, Marita- le sonrió y se levantó de la mesa, observando la escena una última vez - Si me necesitan estaré arriba, tengo un desorden más importante al que atender.
No ocurrió mucho más en la mesa desde la retirada de Eamanie, exceptuando el farfullo inaudible de Maranwë y la negación de Aziza, que aunque algo enojada, contempló pensativa como la elfa más joven subía con desgano la escalera de caracol.
La tarde avanzó con lentitud para Mara, aún con esa percepción tan leve del tiempo que primaba en la mansión de los elfos. Solo con la primera estrella de la noche el padre se hizo ver fuera de su despacho, al tiempo que Durgim y Belgar, los dos enanos, salían despidiéndose apenas de las otras integrantes de la familia. Ver enanos saliendo de una mansión que, se sabe, era habitada por elfos, hubiera resultado bastante extraño de no saber que Ilthilior Tasartir era un viejo comerciante que se había ganado cierta reputación en Aguas Profundas, la Ciudad de los Esplendores donde cada raza tenía representación y las mercancías más extravagantes se podían ver desfilar sobre las carretas.
Habría sido una jornada todavía más larga esa vez para él, de no ser porque Eamanie le había ayudado con la administración de las mercancías e incluso con la preparación de algunos documentos un tanto formales. La mayor de las hermanas tenía facilidad para cualquier tipo de tarea, motivo por el cual no era extraño que sus capacidades fueran tópico recurrente de aquella “familia bien”.
La cena con su padre, ceremonia monótona de cada luna, era muy diferente a las discusiones de los mediodías. En esos momentos una calma superficial (pero elegante) inundaba el ambiente mientras los tintineos de los cuatro juegos de tenedores (por comensal) irrumpían el silencio. Las mujeres no sabían con real exactitud qué le demandaba tanto trabajo a Ilthilior que pasaba la mayoría del tiempo ausente, pero el carácter severo del elfo ante aquellas preguntas las mantenía al mínimo en la familia.
Sin embargo, el avejentado padre se mostraba cariñoso con sus hijas y con Aziza. Esa noche mostró su más amplia sonrisa mientras alzaba su copa de vino invernal.
- Al fin lo he concretado, chicas - anunció -. Los enanos aceptaron el trato y en unas dekhanas llegarán los primeros suministros. Como sabrán, la herrería enana es sin duda motivo de elogio para su raza, y créanme, cualquiera que sepa de hachas mataría por poseer una enana- dijo en tono bromista y a continuación, alza la copa aún más -. Otro gran paso para lograr un renombre. ¡Propongo un brindis, por la fortuna que nos prometen las primaveras que vendrán!
Todos se pusieron de pie y sus copas chocaron entre sí, sonriendo entre felicitación, elogio y agradecimiento.
- ¿Y cómo les convenciste de que nos vendan las artesanías de las que tanto presumes? - preguntó Aziza con asombro.
- Bueno -Ilthilior lanzó una suave risilla y rodeó a Eamanie con el brazo, que sentada a su lado se mostró radiante en seguida-. Ea me ayudó con la “persuasión”. Ambos preparamos un discurso más que convincente. ¡Deberían haber visto como finalmente aprobaban todas mis propuestas!
- Vaya… Si, ustedes forman un equipo formidable. Pues felicitaciones para ti también -. Aziza levantó de nuevo la copa aunque esta vez sin pararse, chocándola con las del resto y dio contenta otro delicado sorbo al vino.
Mientras Eamanie aceptaba los halagos con aparente modestia, Mara esbozaba una sonrisa muy poco auténtica, sumergida en sus propios pensamientos. Esa dekhana había sido particularmente mala para ella. El constante estallar de cosas en su cuarto estaba empezando a ser motivo no solo de discusión sino de preocupación para la joven. Al principio, como toda persona asustada, inventó para sí misma excusas de todo aquello debía ser una simple casualidad, un accidente al pasar. Pero los estallidos empezaban a ser reiterados, al punto que dejar un jarro de cristal en su habitación representaba una pequeña amenaza. Ya no había excusa que la respaldase, debía encontrar la explicación y cuanto antes.
La cena concluyó, y luego de una charla poco animada sobre negocios y algún que otro chimento (Eamanie no paró de hablar de un antiguo novio resentido), los cuatro elfos se dispersaron en la gran casona, comenzando su meditación. El azul de medianoche se derramaba por las ventanas del cuarto revuelto de la menor de las elfas que, acostumbrada al incesante barullo que caracterizaba a la Ciudad de los Esplendores, poco tardó en sumirse en lo más profundo de un sueño…