Bombeando Palabras. - Lyn A.
Publicado: Mié Feb 23, 2011 7:10 am
I - Un poco de música.
- ...despierta, Lyn. Lyn. ¡Lyn, despierta de una vez!
Abro los ojos, inspirando tranquilamente. Alina, mi amiga y compañera, da vueltas tras de mí al borde de la histeria, con esa vocecilla estridente suya, vociferando acerca del desastre de mi pelo y lo poco que falta para comenzar. Sonrío, no es para menos. Esta noche es la noche. Acabo de alcanzar la mayoría de edad y Alen, el mecenas de la compañía, por fin se ha decidido a darme una oportunidad. Tras meses y meses sumida en la monotonía, en encorsetar los cuerpos de otras cantantes, afinar los instrumentos de otros músicos y arreglar el pelo de artistas déspotas abnegadas por los excesos, aquí estoy yo, sentada frente al espejo de un camerino improvisado en una caravana, siendo peinada para hacer de la noche, música y a la música, mía.
- ...no lo sé, ¡no lo sé! No sé qué vamos a hacer con éstos pelos. ¡Tu larga melena! ¡Mira en lo que la has dejado!
Alina sigue hablando, incapaz de callar, más nerviosa que yo. De hecho, yo ni siquiera lo estoy. Desde el principio, mi vida estaba destinada a este preciso momento. Y yo lo sabía. Lo supe tan pronto mis manos tuvieron la fuerza suficiente para soportar un laúd. Mi vida antes de éste momento ya no importa. Nací en los caminos, vivo en los caminos, conociendo gente, escuchando sus historias, aprendiendo -porque, creedme, todo el mundo tiene algo que enseñar- de ellas... hasta que el caprichoso viento, movido por el destino, vuelve a soplar y me arrastra con él a un nuevo lugar.
- ...¡Lyn! ¿Es que no me estás escuchando? ¡Todos están esperando! ¡Tienes que salir YA!
Recojo mi falda con ambas manos para subir los tres o cuatro escalones que dan a un pequeño escenario de madera al aire libre. No es una sala de teatro llena de un público entendido y exigente, pero ésta va a ser mi primera actuación oficial y, por ende, la más importante.
Mientras me encamino al centro del escenario, puedo sentir, casi respirar, la misma emoción que embarga a mis compañeros.
Daven, sentado sobre un taburete en una esquina, con su enigmática mirada enmarcada por una larga melena negra, la flauta travesera entre sus manos.
Leah, con la cabeza ladeada dejando caer en cascada su larga y dorada melena, la tristeza varada en sus ojos y el arpa reposando frente a ella.
Darön, un elfo que, aunque pareciera difícil, había robado más corazones con su violín que con su sonrisa descarada.
Para cuando llego a mi posición, mis compañeros ya han empezado a arrancarle notas a sus instrumentos. El público guarda silencio. Del escenario brota una melodía que habla de la melancolía más profunda, de los sentimientos que llegan al otoño, que caen, como las hojas, marchitos, sin otra posibilidad que ser arrastrados -como yo, pienso, irónicamente- por el viento del norte. Y entre ese vendaval de sensaciones, como mi voz, nazco otra vez.
¡Detente, viento!
¡Que llevas contigo el aroma de vida
y las horas del tiempo!
Detente y dame una razón
para éste roto que no tiene remiendo.
Dimos al amor sueños de oro
y nos trajo un hálito de lamentos.
De oro, como los cabellos de Leah que se mecen con cada cálido vaivén que produce su cuerpo al rasgar con las yemas de los dedos las cuerdas blancas, rojas y negras. Blancas, como la pálida luz de la luna que alumbra como un foco de magia pura el escenario. Rojas, como la sangre que se altera en el amor primero de una juventud intensa. Negras, como las sombras de los que danzan a nuestros pies, escuchando la música, pero no sintiéndola.
¡Detente, viento!
¡Que no consigue tu furia mi silencio!
Que se han cansado las palabras
de arremolinárseme dentro,
que hemos dejado la esperanza
a quien no puede empuñar el sentimiento.
Y nosotros no somos ésos. Daven empuña y blande el sentimiento en cada soplo que brota desde sus labios a los de la flauta travesera, como quien recorre la dunas del placer de una amante verdadera.
¡Detente, viento!
¡O llévate contigo éste canto aéreo!
Allá donde descansa quebrada la mañana
sabiendo que sí, que es el momento.
Que hemos vivido más
que cualquier héroe de cuentos
y hemos forjado una leyenda viva
con la música que escriben nuestros dedos,
pero también hemos besado la oscuridad,
hemos tanteado peligrosos juegos
y el camino de lo correcto se confunde ahora
tras un manto gélido de secretos.
Y aunque hemos sentido un poder olvidado,
a pesar de salvar vidas, hemos errado.
Llévate éste canto como una saeta de emociones disparada a través arco del violín de Darön, pues cada movimiento de sus manos es un tiro con destino asegurado: el corazón.
¡Detente, viento!
¡Que tengo el alma rota y el corazón cansado!
Y llévame contigo lejos de aquí, a cualquier lado.
Si sigues gimiendo y soplando,
llévame, viento, contigo…
pues mi tiempo aquí se ha terminado.
Se ha terminado. La canción se ha terminado. Echo una fugaz mirada atrás, a las únicas personas, aparte de mí, que han sido conscientes de ése momento sagrado.
No importa cuán alto suenen los vítores, ni los aplausos. Los artistas de verdad, los que actuan a través del sentimiento, saben que ese preciso momento no pueden comprarlo el oro o la fama. Porque durante unos minutos fuimos una sola persona fusionada. Creando, experimentando, sintiendo una excitación similar a cuando haces el amor.
Tal es la vida del bardo.
Pero ese momento ha terminado. La canción ha terminado y mi tiempo aquí, también.
Cierro los ojos y siento el gélido viento susurrando. Un nuevo destino aguarda, me está esperando.
Dedico a aquél escenario una última mirada, grabando a fuego en mi retina lo que ha sucedido allí horas antes, lo que el resto de la compaña ha provocado en mi alma y, seguramente, lo que yo he provocado en las suyas.
Y sin embargo, para todos los demás, no habrá sido más que un poco de música.
- ...despierta, Lyn. Lyn. ¡Lyn, despierta de una vez!
Abro los ojos, inspirando tranquilamente. Alina, mi amiga y compañera, da vueltas tras de mí al borde de la histeria, con esa vocecilla estridente suya, vociferando acerca del desastre de mi pelo y lo poco que falta para comenzar. Sonrío, no es para menos. Esta noche es la noche. Acabo de alcanzar la mayoría de edad y Alen, el mecenas de la compañía, por fin se ha decidido a darme una oportunidad. Tras meses y meses sumida en la monotonía, en encorsetar los cuerpos de otras cantantes, afinar los instrumentos de otros músicos y arreglar el pelo de artistas déspotas abnegadas por los excesos, aquí estoy yo, sentada frente al espejo de un camerino improvisado en una caravana, siendo peinada para hacer de la noche, música y a la música, mía.
- ...no lo sé, ¡no lo sé! No sé qué vamos a hacer con éstos pelos. ¡Tu larga melena! ¡Mira en lo que la has dejado!
Alina sigue hablando, incapaz de callar, más nerviosa que yo. De hecho, yo ni siquiera lo estoy. Desde el principio, mi vida estaba destinada a este preciso momento. Y yo lo sabía. Lo supe tan pronto mis manos tuvieron la fuerza suficiente para soportar un laúd. Mi vida antes de éste momento ya no importa. Nací en los caminos, vivo en los caminos, conociendo gente, escuchando sus historias, aprendiendo -porque, creedme, todo el mundo tiene algo que enseñar- de ellas... hasta que el caprichoso viento, movido por el destino, vuelve a soplar y me arrastra con él a un nuevo lugar.
- ...¡Lyn! ¿Es que no me estás escuchando? ¡Todos están esperando! ¡Tienes que salir YA!
Recojo mi falda con ambas manos para subir los tres o cuatro escalones que dan a un pequeño escenario de madera al aire libre. No es una sala de teatro llena de un público entendido y exigente, pero ésta va a ser mi primera actuación oficial y, por ende, la más importante.
Mientras me encamino al centro del escenario, puedo sentir, casi respirar, la misma emoción que embarga a mis compañeros.
Daven, sentado sobre un taburete en una esquina, con su enigmática mirada enmarcada por una larga melena negra, la flauta travesera entre sus manos.
Leah, con la cabeza ladeada dejando caer en cascada su larga y dorada melena, la tristeza varada en sus ojos y el arpa reposando frente a ella.
Darön, un elfo que, aunque pareciera difícil, había robado más corazones con su violín que con su sonrisa descarada.
Para cuando llego a mi posición, mis compañeros ya han empezado a arrancarle notas a sus instrumentos. El público guarda silencio. Del escenario brota una melodía que habla de la melancolía más profunda, de los sentimientos que llegan al otoño, que caen, como las hojas, marchitos, sin otra posibilidad que ser arrastrados -como yo, pienso, irónicamente- por el viento del norte. Y entre ese vendaval de sensaciones, como mi voz, nazco otra vez.
¡Detente, viento!
¡Que llevas contigo el aroma de vida
y las horas del tiempo!
Detente y dame una razón
para éste roto que no tiene remiendo.
Dimos al amor sueños de oro
y nos trajo un hálito de lamentos.
De oro, como los cabellos de Leah que se mecen con cada cálido vaivén que produce su cuerpo al rasgar con las yemas de los dedos las cuerdas blancas, rojas y negras. Blancas, como la pálida luz de la luna que alumbra como un foco de magia pura el escenario. Rojas, como la sangre que se altera en el amor primero de una juventud intensa. Negras, como las sombras de los que danzan a nuestros pies, escuchando la música, pero no sintiéndola.
¡Detente, viento!
¡Que no consigue tu furia mi silencio!
Que se han cansado las palabras
de arremolinárseme dentro,
que hemos dejado la esperanza
a quien no puede empuñar el sentimiento.
Y nosotros no somos ésos. Daven empuña y blande el sentimiento en cada soplo que brota desde sus labios a los de la flauta travesera, como quien recorre la dunas del placer de una amante verdadera.
¡Detente, viento!
¡O llévate contigo éste canto aéreo!
Allá donde descansa quebrada la mañana
sabiendo que sí, que es el momento.
Que hemos vivido más
que cualquier héroe de cuentos
y hemos forjado una leyenda viva
con la música que escriben nuestros dedos,
pero también hemos besado la oscuridad,
hemos tanteado peligrosos juegos
y el camino de lo correcto se confunde ahora
tras un manto gélido de secretos.
Y aunque hemos sentido un poder olvidado,
a pesar de salvar vidas, hemos errado.
Llévate éste canto como una saeta de emociones disparada a través arco del violín de Darön, pues cada movimiento de sus manos es un tiro con destino asegurado: el corazón.
¡Detente, viento!
¡Que tengo el alma rota y el corazón cansado!
Y llévame contigo lejos de aquí, a cualquier lado.
Si sigues gimiendo y soplando,
llévame, viento, contigo…
pues mi tiempo aquí se ha terminado.
Se ha terminado. La canción se ha terminado. Echo una fugaz mirada atrás, a las únicas personas, aparte de mí, que han sido conscientes de ése momento sagrado.
No importa cuán alto suenen los vítores, ni los aplausos. Los artistas de verdad, los que actuan a través del sentimiento, saben que ese preciso momento no pueden comprarlo el oro o la fama. Porque durante unos minutos fuimos una sola persona fusionada. Creando, experimentando, sintiendo una excitación similar a cuando haces el amor.
Tal es la vida del bardo.
Pero ese momento ha terminado. La canción ha terminado y mi tiempo aquí, también.
Cierro los ojos y siento el gélido viento susurrando. Un nuevo destino aguarda, me está esperando.
Dedico a aquél escenario una última mirada, grabando a fuego en mi retina lo que ha sucedido allí horas antes, lo que el resto de la compaña ha provocado en mi alma y, seguramente, lo que yo he provocado en las suyas.
Y sin embargo, para todos los demás, no habrá sido más que un poco de música.