La Marca Argéntea

Abrió sus ojos subitamente y de a poco volvió a percibir los límites de su cuerpo y el aire húmedo de la cueva en que se hallaba. ¿Cuanto tiempo habría pasado?, no importaba; nunca antes había logrado un estado tan profundo de introspección. Mientras caminaba hacia la salida de la pequeña cueva, repasaba su experiencia. Era su destino no haberlo sabido antes, ya que ahora si estaba preparado para entender. Inútil sería imaginar su reacción si esos recuerdos se hubieran presentado años antes, aquellas imágenes del asesinato de sus padres y su hermana; esos hombres llevándose los cuerpos como si de un tesoro se tratara; y luego ese otro señor, que todos estos año dijo ser su padre ¿Cómo no recordar semejante hecho hasta ahora?
Salió por la pequeña abertura en roca, la entrada pasaba inadvertida ante los ojos casuales como si se tratara solo de una mancha en la piedra. A los animales y otras criaturas parecía no agradarle mucho ese lugar y todo esto permitía pasar horas dentro si ser molestado. Al mismo tiempo que la luz del sol entraba por sus ojos, el entendimiento cobraba fuerza. La muerte siempre estuvo presente en su vida y ahora lo sabía más que nunca, -"La muerte como compañera"- como solía decir su segundo padre, quien le enseñó y entrenó desde pequeño. No había odio, ni rencor hacia él por los hechos revelados recientemente; siempre agradecimiento y admiración, pero ahora entendía que su tiempo allí había terminado. Hablaría con el y luego marcharía para continuar con si vida, solo un pequeño viaje que lo conduciría al fin a la única certeza, la muerte, si, la mismísima muerte que es la única que nos espera desde que entramos a la vida. La única certeza que tenemos desde nacer es que moriremos algún día.